Capítulo 46
Hemos vuelto todos a la amplia habitación de abajo. Han pasado horas. El hombre de la camisa con el cuello abierto habla japonés con fluidez y las negociaciones han proseguido en ese idioma con los recién llegados, una banda de japoneses un tanto musculosos vestidos con traje negro, a todos los cuales les falta al menos un meñique. Están alineados en una de las paredes, en tanto que los matones de Chiu Chow lo están en la otra. Cada uno de los guerreros marca al que tiene enfrente, en tanto que Chanya y yo estamos sentados sobre unos cojines en el suelo. Ishy, el jefe negociador japonés y el hombre de la camisa desabotonada se hallan sentados a la larga mesa bebiendo sake. Están completamente borrachos e Ishy se ha desabrochado casi toda la camisa, tal vez para exhibir intencionadamente a su héroe el almirante Yamamoto que mira con severidad por entre los pliegues del lino. El italiano, un tipo delgado y adusto con la cabeza cubierta de rizos oscuros, viste una camisa de manga corta de color negro, unos vaqueros y unas pantuflas sin calcetines. Está agachado en una esquina de la habitación con la espalda apoyada en la pared. Ishy ha explicado, no sin cierto desdén, que es un restaurador de obras de arte que ha llegado en avión desde Roma.
Por lo visto los japoneses no quieren correr ningún riesgo («puede quitar un micrón de pintura de una obra maestra de quinientos años de antigüedad», informó Ishy). Parece ser que al menos uno de los matones japoneses también es cirujano. El buen humor de Ishy es inexplicable dadas las circunstancias. Con cada minuto que pasa está más alegre. Finalmente hay una pausa en las intensas deliberaciones.
—Han decidido el punto principal —me grita Ishy—, ahora sólo están discutiendo los detalles. Los derechos, la comercialización, ese tipo de cosas.
Al mismo tiempo Chanya, que ha entendido más que yo gracias a que aprendió un poco de japonés durante el ejercicio de su profesión, se ha derrumbado con otro gran torrente de lágrimas y con frecuencia se toma un momento para mirar fijamente a Ishy con recelo, con unos ojos como platos que reflejan horror e incredulidad. Cuando el italiano y el cirujano japonés se acercan a nosotros, ella se agarra los pechos en actitud posesiva.
Sin embargo, pasan por nuestro lado al tiempo que Ishy se saca la camisa y luego el resto de la ropa.
—Los yakuza son muy humanos —explica mientras el cirujano se saca una jeringuilla de un bolsillo y una pequeña ampolla de otro. Extrae la jeringuilla del envoltorio higiénico, le quita el capuchón protector a la aguja y la clava en la ampolla—. Dijeron que podía morir primero. Yo dije que no, quiero presidir la extracción de mi obra maestra. Si este espagueti hace un solo movimiento en falso lo voy a maldecir durante toda la eternidad. —Menea la cabeza y mira a Chanya—. No te preocupes, amor mío, pagaré por todo, ya no hay nada de que preocuparse. De este modo puedes conservar tus tetas. —Hace una pausa mientras uno de sus compatriotas le ata un pañuelo blanco con negros caracteres japoneses alrededor de la cabeza, a la usanza de los kamikazes. Observa mientras el cirujano le inyecta en el brazo—. Es una de esas drogas cerebrales, podré seguir todo el proceso sin sentir dolor, como una gran niebla de conciencia que mira mi exfoliación por encima del hombro. Yo lo veo como un triunfo personal; como la serpiente que soy estoy mudando la piel, el ego y la vida para alabar a Buda y por el amor de los hombres…, después de todo por lo que he pasado creo que es heroico. Aunque puede que no queráis presenciar esto, ¿no? Sois libres de marcharos. Les dije que no diríais nada a nadie.
Le digo a Chanya que nos larguemos de allí mientras aún podamos, aunque esos hombres no parecen suponer ningún peligro para ella y la verdad es que más o menos la han ignorado desde que cerraron su trato. ¿La estoy protegiendo o existe algún otro motivo? ¿Quizá me avergüence de mi curiosidad morbosa? ¿Quizá no quiero que ella vea lo fascinado que estoy por lo que va a ocurrir a continuación (quizá soy yo el que no quiero ver lo fascinada que podría estar ella)? La llevo hasta la puerta, le doy un beso y la empujo para que se vaya. Cuando regreso, la droga ya está surtiendo efecto, Ishy está perdiendo el control de sus piernas. El cirujano ladra unas órdenes en japonés e inmediatamente cinco hombres rodean al artista y lo depositan suavemente encima de la larga mesa. Ya ha perdido el control de todo su cuerpo, ya no hay conexión entre su mente y sus nervios, pero la luz permanece en esos ojos que no parpadean. Me encantaría saber qué está pensando.
Siguiendo las indicaciones del italiano, el cirujano realiza unos hábiles cortes con un escalpelo desde las axilas hasta las caderas y a lo largo de la parte inferior de los brazos. Realiza unas leves incisiones circulares en los tobillos, en las muñecas y en toda la longitud del pene. A una velocidad asombrosa, con la ayuda del italiano y de otro hombre, lo despellejan. Al igual que con cualquier obra maestra, el italiano enrolla cuidadosamente la piel para llevarla arriba a que se cure. Todos los demás lo siguen y me dejan solo en la cavernosa habitación donde la obra de vivos colores de Ishy reluce en las paredes en tanto que él, finalmente desnudo, preside de manera inescrutable su propia y lenta muerte.