Capítulo 9
Ethan juntó las manos sobre el escritorio y le dedicó a la alcaldesa lo que esperaba fuese una sonrisa comprensiva pero firme.
—Es cierto que resolver casos de crímenes históricos es uno de mis hobbies, señora Santana, pero me temo que sólo puedo practicarlo cuando tengo tiempo libre, y en este momento estoy muy ocupado.
Paloma Santana enarcó ligeramente una de sus elegantes cejas.
—Bonnie ya me lo dijo, pero me dio a entender que, en este caso, usted haría una excepción.
—¿Ah, sí? —dijo Ethan, mirando a su cuñada, que estaba sentada junto a él, seguro de saber lo que ella estaba pensando; solían entenderse bastante bien.
Bonnie le había caído bien desde el momento en que su hermano se la había presentado como su prometida. Parecía perfecta para Drew, y era evidente que lo amaba con todo su corazón.
Tras la muerte de aquél, Ethan y ella habían forjado una amistad aún más fuerte. Unidos por la determinación mutua de cuidar de los jovencísimos hijos de Drew, habían creado una alianza inquebrantable que se asemejaba a la relación entre dos hermanos. Como se daba en tales relaciones, había veces que Ethan se enfadaba con su «hermana».
Bonnie se inclinó hacia delante, componiendo sus bellos rasgos en una expresión zalamera.
—Ethan, resolver este antiguo asesinato supondría una enorme contribución a las celebraciones previstas para la inauguración de la Casa Kirwan. Hace ya dos años que la Sociedad Histórica está trabajando en este proyecto; va a atraer a muchos turistas a la ciudad.
Ethan era consciente de que para Bonnie era muy importante que él aceptase aquel proyecto. Tal vez no era una mala idea; después de todo, ambos estaban tratando de echar raíces en Whispering Springs.
Volvió a mirar a Paloma. Debía de andar por los cuarenta. Era una mujer elegante y muy atractiva, de ojos castaño oscuro. La blusa de seda color crema y los pantalones beige que llevaba puestos no tenían aspecto de ser precisamente baratos.
Bonnie le había dado a Ethan algunos detalles por teléfono, entusiasmada, cuando lo había llamado para pedirle que se reunieran con la alcaldesa. El Whispering Springs Herald consideraba que Paloma Santana era el alcalde más eficaz que había tenido la ciudad en años. La historia de su familia estaba ligada desde hacía mucho tiempo a la zona de Whispering Springs. Paloma estaba casada con el afortunado fundador del Club de Campo Desert View, y ambos se movían en los círculos sociales más elevados.
En pocas palabras, Paloma Santana era un excelente contacto a la hora de hacer negocios.
—Hábleme del caso Kirwan —pidió Ethan.
Paloma se reclinó en su silla y cruzó las piernas.
—Walter Kirwan fue un escritor brillante, excéntrico y muy respetado. Vivió y escribió su obra en Whispering Springs hace alrededor de sesenta años. ¿Le suena el título Un verano largo y frío?
Ethan rebuscó entre los pocos recuerdos que guardaba de su corta y muy limitada experiencia en la facultad, y dio con algo relevante.
—Me suena de las clases de literatura del primer curso en la universidad.
—¿Se refiere a ese Walter Kirwan?
—Sí. Como le ha contado Bonnie, la Sociedad Histórica acaba de restaurar su casa. En su tiempo, la muerte de Kirwan fue muy comentada en los círculos literarios y desde entonces su figura se ha convertido en una leyenda para sus seguidores.
—¿Dice usted que lo asesinaron?
—Eso es parte del misterio. Nadie está muy seguro de lo que ocurrió. A juzgar por los periódicos de la época, Kirwan y su ama de llaves, una mujer llamada María Torres, estaban juntos la noche de la muerte de aquél. María contó a las autoridades que esa noche no había sucedido nada fuera de lo normal. Después de cenar, según ella, Kirwan se retiró a su despacho a trabajar en un manuscrito. María se fue a la cama y, a la mañana siguiente, encontró el cadáver en la silla del despacho.
—¿Cuál fue la causa de la muerte?
—Ataque de corazón, pero pronto comenzaron a circular rumores de que el ama de llaves lo había envenenado, rumores que siguen vigentes hoy en día. La mayoría de historiadores y estudiosos de Kirwan creen que ella fue la asesina.
La curiosidad, tan propia de Ethan, empezó a carcomerlo. A regañadientes, cogió su libreta y un bolígrafo.
—¿Por qué era sospechosa el ama de llaves? —preguntó.
—Kirwan había hecho testamento —dijo Paloma, y se le tensó levemente su delicada mandíbula—. En él, le dejaba la casa a María.
—Así que, supuestamente, ella lo mató para hacerse con la casa, ¿no?
—Sí. Ella era una mujer pobre, nacida en el seno de una familia trabajadora que a duras penas podía subsistir. No hay duda de que la casa hubiera sido como un regalo de Dios para la familia Torres.
Algo en la voz de la alcaldesa hizo que Ethan levantara la vista de la libreta.
—Déjeme adivinar: María no se quedó con la casa, ¿verdad?
—Exacto —contestó Paloma—. La familia de Kirwan en Boston no tenía intención de permitir que el ama de llaves heredase la propiedad. Enviaron a sus abogados a Arizona y no les costó invalidar el testamento.
Ethan reflexionó un instante.
—¿Cómo se cree que María mató a Kirwan? —preguntó.
—Se dice que lo envenenó con alguna sustancia que hizo parecer que él había sufrido un infarto.
—Ya. —Ethan dejó de tomar notas y dijo—: Tengo que decirle que, a menos que quiera tomarse la molestia de exhumar el cadáver y hacer los análisis pertinentes, dudo que sea posible descubrir la verdad. Incluso si desenterramos el cuerpo, después de tanto tiempo habrá muy pocas probabilidades de averiguar qué clase de veneno se utilizó.
—Me temo que no será posible exhumar el cadáver —dijo Paloma—. La familia de Kirwan se llevó el cuerpo a Boston, y sus descendientes no tienen ningún motivo para querer cooperar con nosotros.
—Seré honesto. Así las cosas, no creo que pueda hacer nada para descubrir la verdad.
—Pero hay algo más aparte de si Kirwan fue o no asesinado —señaló Bonnie—. La noche que murió desapareció uno de sus manuscritos y, por aquel entonces, todo el mundo creyó que ambas cosas estaban relacionadas.
Ethan apoyó los codos en los apoyabrazos y juntó los dedos.
—Y la noche de su muerte Kirwan estaba trabajando precisamente en ese manuscrito. ¿Verdad?
—Exacto —dijo Paloma, muy seria—. La misma gente que sostiene que María Torres envenenó a Walter Kirwan también dice que ella fue la que robó el manuscrito.
—¿Qué motivos tendría para hacerlo?
—Por entonces, Walter Kirwan ya gozaba de bastante fama. Hacía cinco años que no publicaba ningún libro, y su último manuscrito hubiera tenido un gran valor. María Torres debía de estar al tanto.
—¿Hay alguna teoría sobre qué fue del manuscrito? —preguntó Ethan.
—Se supone que cayó en manos de algún coleccionista, pero nunca se ha podido demostrar —respondió Paloma.
Ethan volvió a juntar los dedos.
—¿Alguien le preguntó alguna vez a María sobre el asesinato y el manuscrito?
—Por supuesto —contestó la alcaldesa, encogiéndose de hombros—. Murió hace dos años, a los ochenta y nueve años; hasta entonces, los coleccionistas y los estudiosos seguían poniéndose en contacto con ella para preguntarle sobre el último manuscrito de Walter Kirwan.
—Y ella ¿qué les decía?
—Lo mismo que le había contado a su familia y a todo aquel que le había preguntado. Que Kirwan estaba muy poco satisfecho con ese manuscrito, igual que con un proyecto anterior. Decía que, aquella noche, Kirwan estaba triste y de mal humor. María afirmaba que lo último que él le había dicho antes de encerrarse en su despacho era que tenía la intención de quemar el manuscrito en la chimenea, igual que había hecho con otro.
Ethan frunció el ceño.
—¿Le dijo que iba a quemarlo?
—Así es.
—Bueno, eso explicaría por qué el manuscrito nunca apareció —señaló Ethan.
—No del todo —replicó Paloma—. Era pleno verano, una noche muy cálida. María le contó más tarde a su familia que, a la mañana siguiente, el hogar estaba limpio. Por tanto, no había pruebas de que Kirwan hubiese encendido el fuego.
—Ya.
Bonnie asintió, conocedora de aquel extremo.
—Hay otro par de detalles sobre el caso que tal vez puedan resultarte interesantes. He estado investigando en la hemeroteca los antiguos ejemplares del Whispering Springs Herald, y he descubierto que, según María, a la mañana siguiente el despacho de Kirwan seguía cerrado por dentro, por lo que ella tuvo que usar la llave para abrir la puerta.
—¿Y el otro detalle?
—La noche de su muerte, Kirwan recibió la visita de George Exford. Según María, ambos estuvieron discutiendo acaloradamente sobre si el manuscrito estaba listo o no para ser publicado. Exford se fue muy enfadado porque Kirwan se negó a dárselo.
—¿Quién era ese Exford?
—El agente literario de Kirwan. Tenía mucho interés en que el manuscrito le fuera entregado al editor, ya que había mucho dinero de por medio.
—Ya —repitió Ethan.
Paloma miró a Bonnie.
—No se preocupe —dijo ésta—. Siempre dice lo mismo cuando está interesado en un caso antiguo.
Ethan hizo caso omiso de ella y miró a la alcaldesa.
—Tengo la sensación de que hay algo personal en todo esto, señora Santana. ¿Qué le hace pensar que María Torres decía la verdad?
—Era mi abuela —dijo ella con frialdad—. Por el bien de mi familia, me gustaría que su nombre se limpiara.