Capítulo 45

EL estudio de Walter Kirwan, bellamente reformado, estaba repleto de gente ilustre de Whispering Springs, de miembros de la Sociedad Histórica y de varios estudiosos y admiradores del escritor. Las puertas del patio de la casa estaban abiertas de par en par para permitir el acceso de los reporteros, los fotógrafos y los cámaras de televisión.

Zoé estaba junto a Bonnie, Arcadia, Harry y Singleton en el fondo de la habitación. Jeff había conseguido escabullirse hasta la primera fila y Theo estaba sobre los hombros de Singleton.

Zoé apenas si podía ver a Ethan, en el otro extremo del estudio, junto a la alcaldesa Santana, delante del enorme hogar de leña.

Ethan, vestido con una camisa verde oliva y pantalones negros, parecía excitado por la cantidad de gente de la prensa que revoloteaba a su alrededor. Zoé le mandó un beso por encima de la multitud, y él le guiñó el ojo.

—Atención, por favor —pidió Paloma Santana subiendo a un pequeño atrio.

Todo el mundo guardó silencio y dirigió la mirada hacia ella. Zoé se percató de que Radnor y su esposa también estaban allí. Vio que él abrazaba a Daria por el hombro. Ella parecía contenta.

—Bienvenidos a la casa de Walter Kirwan —dijo Paloma, hablando por un micrófono—. Gracias al esfuerzo de la maravillosa gente de esta comunidad, ha sido reformada para que se parezca lo más posible a como era cuando Kirwan vivía y escribía aquí. Antes de desvelar el misterio, voy a pedirle al profesor Millard Cottington, reconocido estudioso del escritor, que nos hable un poco de Kirwan.

Cottington, que tenía todo el aspecto de un distinguido erudito, cogió el micrófono y dedicó unos minutos extremadamente aburridos a disertar sobre la importante contribución de Kirwan a la literatura. Por fin abordó lo verdaderamente excitante.

—La causa de la muerte de Kirwan ha sido objeto de controversia y de rumores durante años —dijo—. Sin embargo, la desaparición de su último manuscrito fue el aspecto más frustrante del misterio para aquellos que hemos dedicado nuestra vida al estudio de su obra. La posibilidad de que dicho manuscrito fuera robado en lugar de destruido la noche de la muerte de Kirwan es algo que siempre nos ha intrigado a todos. Nos encontramos hoy aquí para ver si Ethan Truax, investigador privado sin conocimiento experto de la obra de Kirwan o de la literatura norteamericana en general, puede resolver un enigma que ha llevado de cabeza a dos generaciones de estudiosos y coleccionistas de Kirwan.

—¿Cómo se atreve a tachar a Ethan de paleto sin educación? —murmuró Zoé, indignada.

—Más bajo, mujer —le susurró Arcadia.

Ethan ocupó el lugar del profesor en el pequeño atrio, impertérrito ante los comentarios del profesor.

—Solamente puede haber tres posibilidades —dijo con soltura—. La primera es que alguien robase el manuscrito y que éste desapareciese en el mercado negro del coleccionismo. Sin embargo, he descartado esta posibilidad después de que mi ayudante, Singleton Cobb, una autoridad en libros antiguos, llevase a cabo una larga investigación del mercado negro del coleccionismo y no encontrase ni una pista del manuscrito en cuestión.

Ethan señaló a Singleton y todos se volvieron hacia el fondo de la sala para mirar al motero que llevaba un niño a los hombros. Singleton sonrió y se ruborizó, pero Theo sonrió orgulloso.

El profesor Cottington frunció el entrecejo y puso cara de fastidio.

«Toma ya, elitista estirado», pensó Zoé. Era evidente que a Cottington nunca se le había ocurrido que en Whispering Springs pudiese haber un experto en libros antiguos.

—La segunda posibilidad —prosiguió Ethan— es que Kirwan quemase el manuscrito la noche de su muerte. Ciertamente, lo que le dijo a su ama de llaves antes de morir puede ser interpretado como que eso era lo que pensaba hacer. La mayoría de los estudiosos, entre ellos el profesor Cottington, aquí presente, da por hecho que ésa es la respuesta más probable.

Cottington asintió, resignado.

—El problema de esta explicación —continuó Ethan— es que el ama de llaves, María Torres, le contó a su familia en varias ocasiones que, a la mañana siguiente de la muerte de Kirwan, no encontró ni rastro de los supuestos cientos de páginas entre las cenizas. De hecho, siempre afirmó que ni siquiera había señales de que alguien hubiese encendido un fuego.

Cottington frunció sus blancas cejas en un gesto de incomodidad, y carraspeó.

—Me gustaría recordar a los aquí presentes que la versión del ama de llaves nunca ha podido ser verificada, y que hay quien pone en duda su veracidad —dijo Ethan, alzando la voz.

A Paloma no pareció gustarle del todo, pero no dijo nada.

—Ocurre que María Torres fue testigo excepcional de lo ocurrido —prosiguió Ethan—. Trabajó muchísimos años al servicio de Kirwan, y es evidente que él confiaba en ella, y los que mejor la conocían afirman que era una mujer honrada y trabajadora, en cuya palabra podía confiarse plenamente.

—También sabía que figuraba en el testamento de Kirwan —soltó Cottington—. Era la heredera de esta casa.

—Como todo el mundo sabe, el testamento fue anulado y María Torres no heredó nada —dijo Ethan—; pero eso es un caso aparte. Lo que importa aquí es que, a pesar de que su afirmación fuera cierta, sólo puede alegar que el único interés de la mujer habría sido la casa. Ella no tenía un interés en particular por el manuscrito. Si lo hubiera robado, lo habría vendido.

—¿Cuál es su teoría, señor Truax? —preguntó Cottington, visiblemente irritado.

—Mi teoría es que el manuscrito sigue aquí.

Se produjo un murmullo general. Cottington se quedó boquiabierto. Zoé oyó cómo Bonnie se reía.

Ethan cogió dos largos destornilladores que había llevado consigo.

—Me gustaría pedirle ayuda al otro investigador privado de la ciudad, Nelson Radnor, director de Sistemas de Seguridad Radnor, que me brindase su ayuda profesional. Nelson, ¿te importa? Será más rápido si lo hacemos juntos.

Radnor puso cara de sorpresa, pero se recobró rápidamente.

—Será un placer —dijo, soltando a Daria y abriéndose paso entre el público—. ¿Qué se te ha ocurrido?

—Después de descartar las otras dos posibilidades, creo que Kirwan puso realmente el manuscrito en la chimenea, pero no en el fuego, como todos pensaban —dijo Ethan, entregándole un destornillador—. Ocúpate del lado derecho. Golpéalo suavemente.

Nelson enarcó una ceja y se limitó a asentir.

La gente contempló excitada cómo empezaban a golpear una por una las piedras que conformaban el hogar. Las cámaras se acercaron y los periodistas se pusieron a disparar preguntas sin cuartel.

—¿Piensa que hay una caja fuerte escondida en la chimenea? —preguntó, micrófono en mano, el reportero del Whispering Springs Herald.

—Creo que es la única explicación posible —dijo Ethan.

Golpeó una serie de piedras. Todas sonaron de la misma manera sorda con que suena la roca maciza. En el lado opuesto del hogar, Nelson hizo lo propio y obtuvo el mismo resultado.

Ethan subió una fila y golpeó una enorme piedra gris que había a la derecha de la repisa de madera.

Al contrario que las demás, ésta sonó a hueco.

Se hizo el silencio en toda la sala.

Nelson dejó de golpear y miró a Ethan.

—Eso suena raro.

—Echemos un vistazo —dijo Ethan, tocando la piedra—. Apuesto a que por aquí hay un mecanismo de apertura. ¿Tú qué crees, Radnor?

—Creo que es muy posible —dijo Nelson, sonriendo. Estaba tan excitado que le brillaban los ojos.

Ethan palpó la piedra un poco más y metió la mano bajo la repisa.

—Allá vamos —susurró.

Se oyó un crujido. La piedra que había sonado a hueco se abrió poco a poco.

—¡Mira, tío Ethan! —gritó Jeff—. ¡Hay algo dentro!

La gente se puso a aplaudir efusivamente. Los reporteros siguieron lanzando preguntas, mientras el profesor Cottington contemplaba la escena anonadado.

Con sumo cuidado, Ethan introdujo la mano en la caja fuerte y extrajo una caja forrada en cuero. La puso sobre el escritorio de Kirwan y miró a Paloma.

—¿Le importaría hacer los honores, alcaldesa? —dijo.

—Será un placer —contestó ella, con un fulgor en la mirada.

Desató el cordón y levantó la tapa, tras lo cual se quedó unos segundos mirando el interior. Luego, con cuidado, metió la mano y sacó lo que parecía un buen montón de hojas.

—Visiones del Cañón —leyó en voz alta. Otro sonoro murmullo del público—. Aquí hay dos manuscritos —anunció, sacando otro montón de páginas y leyendo el título—. La luz de un amanecer en el desierto, de Walter Kirwan.

—No puedo creerlo —saltó Cottington—. Déjeme ver esos manuscritos.

—Faltaría más, profesor —dijo Paloma, entregándole ambos montones—. Sírvase.

Cottington examinó los manuscritos.

—Estos escritos deberán ser autentificados. Habrá que hacer pruebas al papel, a la tinta y a la caligrafía.

—Ciertamente —dijo Paloma.

Poco a poco, la rabia y la incredulidad del hombre fueron convirtiéndose en asombro.

—Si esto es real —murmuró—, éste será uno de los mayores acontecimientos en la historia de la literatura norteamericana. Es algo extraordinario.

* * *

Esa noche, la banda al completo salió a cenar pizza. Zoé acababa de ver las noticias con Ethan y estaba enfurruñada.

—No puedo creer que el canal local le haya concedido tanto tiempo a Cottington —dijo—. Deberías haber sido tú el que saliese hablando ante las cámaras. Sólo os han mostrado dos segundos a Nelson y a ti golpeando la chimenea.

—Sí —dijo Theo, masticando un pedazo de pizza—. El tío Ethan casi no ha salido.

—¿Cómo han dejado que ese profesor hablase tanto tiempo? —preguntó Jeff—. Fuiste tú el que encontró los manuscritos.

—La gloria es efímera —dijo Ethan, cogiendo un trozo de pizza.

—¿Quién es Gloria? —preguntó Jeff—. ¿Qué es efímero?

—Da igual —contestó Ethan, llevándose la pizza a la boca—. Es un poco complicado.

Bonnie miró a su cuñado, que estaba sentado enfrente de ella.

—Vale, tengo que preguntarte una cosa. Hoy no has descubierto eso por casualidad, ¿verdad?

—Soy detective, no mago —contestó Ethan—. Claro que no fue por casualidad. Hace un par de noches, la alcaldesa me dio la llave de la casa y fui con Zoé a echar un vistazo. Estuvimos golpeando y tuvimos suerte.

—A Ethan se le da muy bien resolver misterios antiguos, así que no me sorprendió que encontrara el manuscrito —dijo Zoé—. Lo que sí me alucinó fue que encontrase otro. Piensa en el impacto que tendrá esto en el mundo de la literatura. No uno, sino dos manuscritos inéditos de Kirwan.

Harry pensó en ello.

—¿Creéis que son reales? —preguntó.

Ethan se encogió de hombros.

—Tendremos que dejar eso en manos de los expertos; pero, a juzgar por la cantidad de polvo que encontramos dentro de la caja fuerte, estoy convencido de que no fue abierta desde la muerte de Kirwan.

—¿Así que murió por causas naturales? —preguntó Arcadia.

Ethan asintió.

—Es evidente que sí. Si María lo hubiese envenenado, habría hecho algo con el manuscrito. Sabía que tenía un valor. Como mínimo, habría tratado de vendérselo al representante de Kirwan.

—A menos que Kirwan hubiera escondido los manuscritos antes de padecer los efectos del veneno —observó Harry—. Es obvio que María no sabía nada de la caja fuerte.

Ethan negó con la cabeza.

—Zoé y yo echamos un vistazo al manuscrito. Kirwan anotó los cambios de última hora en rojo, y les puso fecha esa misma noche. Parece que se pasó varias horas repasando el manuscrito antes de esconderlo. María Torres era el ama de llaves, no una asesina profesional. La mayoría de venenos de los que hubiera podido disponer en esa época le habrían provocado una muerte casi instantánea. Además, le habrían dejado en una postura muy truculenta. Las autoridades se hubieran dado cuenta.

—Así que María Torres queda absuelta de todos los cargos, ¿no? —dijo Harry.

—Sí, pero algo me dice que va a ser el profesor Cottington el que se lleve todo el crédito por encontrar esos manuscritos —se quejó Zoé.

Singleton rió.

—¿Y qué? Ethan se ha marcado unos cuantos puntos con la alcaldesa de la ciudad. Tengo la sospecha de que, a largo plazo, eso le va a ser más rentable que salir en los libros de historia.

—Sólo cumplía con mi deber —dijo Ethan.

—No es por cambiar de tema —dijo Zoé, mirando a los demás—, pero esta mañana Treacher me ha prometido que sus hombres acabarían la cocina y el salón de Nightwinds esta misma semana. ¿Qué os parece si este año celebramos allí el día de Acción de Gracias?

Todos se pusieron a aplaudir y a entonar vivas.

Las miradas de Ethan y Zoé se encontraron y ambos sonrieron. Ella estaba segura de que percibía energía positiva en el ambiente.

Después de cenar, Singleton llevó a Bonnie y sus hijos a casa. Arcadia y Harry anunciaron que se iban a terminar la velada en el Last Exit.

Ethan subió al todoterreno y miró a Zoé.

—¿Qué te parece si vamos a Nightwinds y vemos cuánto han avanzado hoy los pintores? —preguntó.

—Vale.

La luz de la luna bañaba toda la casa. Ethan aparcó y salieron del vehículo.

Entraron en la casa y, sorteando un mar de sábanas, llegaron a la cocina.

—Mira —dijo Zoé—. Ya la han acabado. —Se volvió hacia Ethan, loca de contenta—. ¿Qué te parece el color?

Ethan, de pie junto a la puerta, observó las paredes recién pintadas.

De repente, se le erizó el vello de la nuca. La sensación duró sólo un par de segundos, pero en ese breve lapso habría jurado que una escena familiar se le había aparecido ante los ojos.

Se había visto a sí mismo tomando el desayuno con Zoé en la mesa que había junto a la ventana. Había un niño y una niña sentados con ellos, riéndose de algo. Sus dibujos estaban pegados a la nevera. Un inequívoco aura de amor envolvió la cocina.

La imagen se desvaneció, pero Ethan supo que, a pesar de no tener poderes psíquicos, había presenciado un diminuto fragmento del futuro.

—El color queda bien —dijo—, como era de prever. Después de todo, tú eres la experta.

—Ya —dijo Zoé, abrazándolo—. Tenías tus dudas, reconócelo.

—Vale, puede que el color me haya tenido preocupado durante cierto tiempo —dijo Ethan, colocando una mano a cada lado del rostro de su mujer—, pero no tengo ni una sola duda sobre nosotros.

En la sonrisa de Zoé había amor más que suficiente para toda la vida.

—Yo tampoco —dijo.

FIN