Capítulo 17

Los crujidos de la escalera, que hacía las veces de sistema de alarma de Investigaciones Truax, se oyeron justo antes de la diez de la mañana siguiente. Ethan aguzó el oído, jugando a analizar los pasos del visitante antes de que este entrara en la oficina, y se dijo que era una buena práctica para alguien con un trabajo como el suyo. Según él, los detectives modernos confiaban demasiado en la tecnología y en Internet. Los clásicos métodos al estilo de Sherlock Holmes corrían el peligro de desaparecer. Alguien tenía que continuar con la tradición.

Los pasos no eran firmes, rápidos ni ligeros, así que no se trataba de Zoe. Tampoco era el sonido sordo y rápido de las zapatillas de Theo o Jeff, ni el delicado andar de Bonnie.

Tenía que tratarse de un hombre. Tranquilo, decidido. El tipo de persona que sabe a dónde se dirige y por qué. Así pues, un mensajero o un posible cliente.

Y él no estaba esperando ninguna entrega.

Ethan apartó la libreta en que estaba tomando notas sobre el caso Kirwan y quitó los pies de encima del escritorio. No era conveniente dejar que un cliente en potencia pensara que uno no tenía nada mejor que hacer un día laborable a las diez de la mañana que haraganear.

Su otro mecanismo de vigilancia, el espejo estratégicamente situado, cumplió su función al cabo de unos segundos, cuando un hombre esbelto entró en el despacho. Tenía el cabello gris y espeso, muy corto, y llevaba unos pantalones y un polo que parecían caros. No llevaba uniforme, así que no era un mensajero.

¿Acaso sería otro detective?

Ethan se levantó y se dirigió a la puerta. El hombre estaba de espaldas a él, contemplando el gran escritorio que había junto a la ventana de la oficina; probablemente habría advertido que no tenía una secretaria tras él.

—Le diría que la recepcionista ha salido a tomar café —dijo Ethan—, pero la verdad es que todavía no he contratado a ninguna. ¿Puedo ayudarle en algo?

El hombre se dio la vuelta, dejando ver sus ojos oscuros y fríos.

—Es usted Truax, ¿verdad?

—Ethan Truax —contestó Ethan, tendiéndole la mano.

—Doug Valdez —dijo el hombre, estrechándole la mano con la misma decisión con que había subido las escaleras.

—No será usted D. J. Valdez, presidente de Valdez Electronics, ¿verdad?

—Pues sí.

Ethan silbó para sus adentros. Doug Valdez era un personaje muy conocido en el ambiente empresarial local, y aquel año era, además, el presidente de la campaña anual de recogida de fondos para la comunidad de Whispering Springs.

En otras palabras: el cliente ideal.

D. J. Valdez era, de hecho, el tipo de cliente que Ethan había tenido en abundancia cuando trabajaba en Los Ángeles. Sin embargo, Whispering Springs no era Los Ángeles, y él ya no dirigía una gran empresa de seguridad que atrajera a clientes como aquél. En Whispering Springs, los clientes como ése solían acudir a Radnor.

Así pues, ¿qué hacía Valdez en su oficina?

—Katherine Compton me recomendó que viniese a verlo —le aclaró.

Y, encima, venía de parte de otra persona. No podía ser mejor.

—Tome asiento, por favor —dijo Ethan invitándole a pasar.

Doug entró en el despacho y se sentó en una de las sillas destinadas a los clientes. No era un hombre grande pero, al revés de lo que decía Zoe, el tamaño de la silla no parecía abrumarlo. Echó un vistazo alrededor y esbozó una sonrisa.

—Es como en las novelas de detectives; bueno, salvo el ordenador —comentó.

—Heredé esta oficina de mi tío, que abrió el negocio hace años. Me temo que el tío Víctor tenía una visión algo romántica de la profesión.

Doug enarcó una ceja.

—¿Usted no comparte esa visión? —preguntó.

—Pretendo vivir de esto, así que es algo que no puedo permitirme —reconoció Ethan, y se sentó al otro lado del escritorio—. ¿En qué puedo ayudarle?

—Tengo un problema con el departamento de envíos y recibos de mi empresa. Hace tres meses que desaparece parte del stock con más frecuencia que antes. No es que sea gran cosa, pero sucede de forma regular. Los de seguridad no consiguen descubrir qué está ocurriendo. Me gustaría que usted echase un vistazo y tratase de dar con alguna solución al problema.

—Por supuesto. Sin embargo, antes de seguir hablando me gustaría hacerle una pregunta.

—Quiere que le diga por qué no he ido a Radnor, ¿verdad?

—Creo que Radnor diseñó su actual sistema de seguridad.

—Es cierto; un grupo de expertos de Radnor se encargó de hacer un análisis de las operaciones de mi empresa. Cuando lo tuvieron listo, me dieron un grueso informe con sus conclusiones, junto con una serie de caras recomendaciones que fueron puestas en práctica al dedillo.

—Ya veo. —Ethan esperó. A veces, la gente seguía hablando si uno guardaba silencio.

Sin embargo, Doug no era el tipo de cliente que respondía a esa táctica. Era evidente que estaba midiendo sus palabras.

—Quiero utilizar los servicios de alguien ajeno a la empresa —dijo finalmente.

—Ya veo —repitió Ethan, que abrió el cajón, sacó una libreta por estrenar y cogió su bolígrafo—. En otras palabras, cree que hay alguien de su departamento de seguridad que está involucrado en esas desapariciones.

—Ésa es mi impresión. Además, teniendo en cuenta que Radnor nos aconsejó sobre el personal de seguridad y que llevó a cabo las comprobaciones pertinentes sobre el mismo, no creo conveniente acudir a ellos para solucionar el problema.

—Lo que usted quiere es una inspección de su sistema de seguridad.

—Una inspección —repitió Doug, asintiendo—. Exacto, ésa es la palabra. Tal vez alguien de fuera pueda ver algo que mi equipo no ha detectado, sobre todo si ese equipo tiene un interés velado en no encontrar problemas que puedan afectar a la imagen de Radnor.

Cuarenta minutos más tarde, Doug firmó un cheque, le estrechó la mano otra vez y se marchó.

Ethan lo acompañó hasta la puerta. Luego volvió a sentarse tras el escritorio y observó el cheque. La suma que había escrita en él era más que satisfactoria. Aquél iba a ser el caso más importante desde que había iniciado el negocio.

Marcó un número en el teléfono; Zoe contestó al primer tono.

—Interiores Mejorados —dijo con voz amable y profesional, pero algo distraída—. Soy Zoe Truax.

Zoe Truax; a Ethan le gustaba cómo sonaba.

—Doug Valdez de Valdez Electronics acaba de hacerme una visita y me ha dado un suculento adelanto para que investigue unos problemas que tiene con el departamento de envíos de su empresa —dijo.

—¡Ethan, eso es maravilloso! —exclamó Zoe. De repente, parecía entusiasmada—. Felicidades; menuda suerte.

—Se lo debo a Katherine Compton; fue ella quien me recomendó a Valdez.

—No me extraña —dijo Zoe, orgullosa—. Hiciste un excelente trabajo para ella, y fuiste muy discreto. La prensa no ha mencionado una palabra sobre aquel asunto. Teniendo en cuenta que se acostaba con el bastardo de Dexter Morrow, podría haber supuesto una nefasta propaganda para ella. Estoy segura de que te está muy agradecida.

—Para serte sincero, llegué a temer que me echara en cara el haberlo descubierto todo —reconoció Ethan.

—Pues está claro que no te culpa por ello. Oye, ¿qué te parece si lo celebramos? ¿Por qué no vamos a cenar? Solos tú y yo.

Edian se sintió todavía mejor que cuando Valdez le había extendido el cheque. Celebrar triunfos personales era algo verdaderamente propio de un matrimonio.

—Muy bien —dijo—. Sólo hay un problema.

—¿Cuál?

—Todavía no he resuelto el caso —contestó Ethan, dándole un golpecito al cheque—. Ni siquiera he comenzado a investigar. Celebrarlo con una cena tal vez sería algo precipitado.

—Tonterías. Lo resolverás, ya verás. ¿De acuerdo? Así que esta noche saldremos a cenar. Tú pagas, por supuesto. Acabas de recibir un cheque.

Ethan esbozó una sonrisa.

—De acuerdo, pero yo elijo el restaurante.

—Vale, con tal que no sea una pizzería. Ya comemos mucha pizza cuando salimos con la banda.

—Eso es porque Jeff y Theo son adictos a la pizza —repuso él—. Según ellos, contiene todos los nutrientes necesarios para sobrevivir.

—No me atrevería a discutir la opinión de semejantes expertos, pero de vez en cuando hay que enfrentarse a lo desconocido. Vayamos a algún sitio en el que pongan servilletas de verdad.

—Vale, deja que me lo piense un momento; es una decisión importante. Enseguida te llamo.

Ethan colgó y volvió a mirar el cheque. Le hacía sentirse bien el hecho de poder llamar a su mujer en cualquier momento del día para contarle que acababa de conseguir un cliente importante.

Qué agradable era poder percibir el entusiasmo de Zoe cuando decía cosas como «lo resolverás, ya verás». Era magnífico saber que su esposa creía en él, o al menos en su competencia profesional.

Sacó la magra guía telefónica de Whispering Springs del cajón y buscó la sección de restaurantes. Aquélla era una comunidad pequeña, así que la lista de lugares donde tuviesen servilletas de verdad era bastante corta.

De repente, Ethan comprendió que lo que realmente estaba buscando era la clase de lugar donde un hombre lleva a su mujer a cenar cuando quiere impresionarla.