Capítulo 39
Acadia entró poco a poco en la burbujeante piscina del polideportivo y se colocó al lado de Zoé y Bonnie.
—Tengo que confesarte algo, Zoé —dijo—. Nunca más volveré a burlarme de ti por comprarle a Ethan todos esos productos para su seguridad y su salud. Ayer por la tarde fui a comprarle a Harry unas vitaminas y el protector solar más fuerte que encontré.
—Dadas las circunstancias, me parece perfectamente razonable —opinó Bonnie.
Zoé se estremeció.
—Cada vez que pienso en vosotros dos y Grant Loring en aquel callejón, me entran escalofríos —dijo.
—No eres la única —reconoció Arcadia.
—No puedo ni imaginarme lo horrible que debió de ser la experiencia del carrito —dijo Bonnie.
—Pues bastante, pero lo peor fue oír a Harry llamando a Grant.
Me di cuenta de que no estaba seguro de su identidad, así que trate de que lo supiera cuanto antes. Tuve miedo de que Grant se aprovechara de su vacilación y lo matara antes.
—Así que te pusiste de pie en el carrito para que Harry te viese y ya no dudara —dijo Zoé—. Fue algo muy valiente por tu parte. Grant podría haberte disparado.
—Vosotras hubierais hecho lo mismo, y lo sabéis. Además, ¿qué alternativa tenía? Todavía me cuesta creer que Grant haya muerto. Me siento como si al cabo de años por fin pudiera respirar tranquila.
—¿Qué vas a hacer ahora? —preguntó Bonnie—. ¿Recuperarás tu antigua vida?
—No. Tengo una vida nueva, y siento que vale la pena.
—Te comprendo muy bien —dijo Zoé.
Arcadia miró a su amiga con todo el cariño que le dispensaba.
—¿Qué tal te va a ti? —preguntó—. ¿Has tenido alguna nueva experiencia psíquica desagradable?
—No, gracias a Dios; pero debo deciros que estoy convencida de que no fue John Branch quien dejó esas telarañas. Me habría encontrado con otra en su apartamento si él hubiera sido el origen.
—¿Entonces? —preguntó Bonnie, interesada.
Zoé miró a sus amigas y tomó aire.
—Hay otra posibilidad que quiero comprobar. Lindsey Voyle.
Bonnie y Arcadia se la quedaron mirando con súbita preocupación.
—Y ¿cómo piensas averiguarlo? —preguntó Arcadia.
—Bueno, he estado elaborando un plan.
—Ya me lo temía —dijo Bonnie.
—Cuéntanoslo —se resignó Arcadia.
Zoé se inclinó hacia ellas. El agua burbujeaba y se agitaba a su alrededor.
—He estado pensando en los dos lugares donde me topé con esa energía negativa. Además de las telarañas, había otras coincidencias.
—¿Por ejemplo?
—En ambos lugares había objetos que faltaban o que estaban rotos. —Miró a Arcadia—. ¿Has encontrado tu bolígrafo de Elvis?
—No.
—Ayer estuve repasando las fotos que me dejé en tu despacho. Y falta una, la que nos sacó Theo a ti y a mí.
—¿Eso es todo? —preguntó Bonnie.
—Pues no. Había un jarrón en la biblioteca de La Casa Soñada por los Diseñadores y faltaba una taza roja. Arcadia pensó un momento.
—¿Crees que es significativo que falten esos objetos o que estén rotos? —preguntó.
—No lo sé, pero estoy convencida de que hay una relación entre ellos. Como ya he dicho, he descartado a Branch y me inclino por Lindsey Voyle. Tendrás que ayudarme, Arcadia.
—¿No crees que deberías pedirle consejo a Ethan? Después de todo, él es el experto.
—No —respondió Zoé—. No quiero involucrarlo en esto; aún no.
* * *
Ethan se detuvo frente al resplandeciente escritorio y miró al elegante recepcionista.
—Hola, Jason —dijo.
—Buenos días, señor Truax. ¿Desea ver al señor Radnor?
—Ajá. Dígale que sólo será un momento.
Jason lo anunció por el teléfono y luego colgó.
—Acompáñeme, por favor.
Ethan lo siguió por los lujosos pasillos de la sede de Sistemas de Seguridad Radnor, pasando junto a varios despachos ocupados por empleados sentados delante de ordenadores de última generación. Cada vez que visitaba aquel lugar tenía una extraña sensación de déjá vu. Las oficinas de Seguridad Truax en Los Ángeles se parecían mucho a aquel lugar. Ethan solía preguntarse si Nelson y él no serían víctimas de la misma decoradora.
Jason llamó al despacho de Radnor una vez y abrió la puerta. Radnor levantó la vista de unos documentos. Aparentaba haber envejecido cien años en la última semana, pensó Ethan.
* * *
-GEstoy ocupado, Truax. ¿De qué se trata?
Ethan esperó a que el recepcionista cerrase la puerta y luego se sentó en una de las caras sillas de cuero que había delante del escritorio.
—Pensé que te gustaría saber que mi mujer se encontró con la tuya ayer por la tarde —dijo.
Nelson no se inmutó, pero Ethan se dio cuenta de que tenía muy presente que el día anterior había sido jueves, con todo lo que ello suponía.
—¿Dónde? —preguntó Radnor con voz ronca.
—Ambas asistieron a una clase de técnicas de meditación en casa de Tabitha Pine. Para Zoé era la primera vez, pero parece que tu mujer se ha apuntado para el curso completo. Asiste a esas clases todos los martes y jueves desde hace un mes.
—Todos los martes y jueves —repitió Nelson, y apretó la mandíbula.
—Por la tarde. Paga en efectivo porque cree que tú no lo aprobarías, y prefiere no discutir contigo. El curso completo cuesta unos dos mil dólares.
Nelson cerró el expediente con cuidado y suspiró.
—No sé qué decir —admitió—. Me siento como un idiota.
—Bueno, no seas demasiado duro contigo mismo. Cuando se trata de Zoé, tampoco me hace falta mucho para dejar de pensar racionalmente. Supongo que es cosa de hombres.
—Supongo.
Ethan se puso en pie.
—Si quieres un buen consejo, cómprale un ramo de flores.
—Creo que te haré caso —dijo Nelson, reclinándose en la silla—. Conque clases de meditación, ¿eh?
—Sí.
Nelson hizo una mueca.
—Daria tiene razón. Si me hubiese contado que se ha apuntado a un curso de técnicas de meditación, me habría puesto como un basilisco.
—Pero ya no lo harás, ¿verdad? Es decir, ahora que sabes que has metido la pata hasta el fondo.
—Dime la verdad, Truax. ¿Tú qué harías si tu esposa te dijese que se va a gastar dos mil pavos en unas clases de meditación con una farsante como Pine?
—Te recuerdo que estoy casado con una mujer cuya especialidad es maximizar la corriente de energía positiva en las casas de sus clientes —dijo Ethan secamente.
—Es verdad, no me acordaba. Todo eso del feng shui… —dijo Nelson, esbozando una sonrisa. Ahora parecía ciento dos años más joven que unos minutos atrás—. Supongo que si tú puedes con el trabajo de tu mujer, yo también podré con el nuevo pasatiempo de Daria.
—En el fondo te da igual qué hobby tenga tu esposa, ¿no?
—Pues sí —reconoció Nelson—. Tienes razón.
* * *
Lindsey Voyle vivía en Desert View, una exclusiva urbanización construida en torno a un campo de golf. A Zoé no le traía recuerdos gratos. Uno de sus antiguos clientes había cometido un asesinato en una de las carísimas casas del lugar. Sin embargo, trató de pensar en otra cosa, ya que ya tenía bastantes problemas que atender aquel día.
Un guardia uniformado de Sistemas de Seguridad Radnor consultó su ordenador y les hizo una señal a Zoé y Arcadia de que podían pasar.
Zoé siguió las indicaciones del guardia y condujo por un camino flanqueado por palmeras, giró a la derecha y se detuvo frente a una residencia de estilo sureño.
Apagó el motor y contempló la enorme casa. —Puede que Lindsey esté desesperada por trabajar para Tabitha— dijo—, pero no parece que tenga necesidad de ello, ¿no crees?
—Hay muchas razones por las que alguien puede querer algo desesperadamente —le recordó Arcadia—, y no todas tienen que ver con el dinero.
—Ya.
Bajaron del coche y caminaron por un sendero a través de un peculiar jardín de cactus y rocas. Por alguna razón, a Zoé le sorprendió que Lindsey hubiera escogido rodear su casa de cactus. Pero también era cierto que el ayuntamiento de Whispering Springs no veía con buenos ojos los terrenos que requerían mucha agua, a menos, claro está, que se tratara de un campo de golf. En Arizona, los restaurantes no solían servir agua a menos que uno lo pidiese, y los jardines de césped privados eran casi ilegales, pero los campos de golf nunca dejaban de regarse.
Si antes de trasladarse a Whispering Springs alguien le hubiera preguntado qué sabía acerca de los cactus, Zoé habría contestado que no demasiado. Sin embargo, un año en el desierto le había enseñado a ver las cosas de forma diferente. Había descubierto que las distintas variedades de cactus eran fascinantes, y que algunas de ellas eran verdaderamente espectaculares. No cabía duda de que Lindsey había conseguido crear un jardín asombroso.
Los nombres de los cactus solían ser sumamente descriptivos, recordó. Solían ir directamente al grano. Mientras se dirigían a la puerta de la casa, Zoé distinguió Dientes Grandes, Anzuelos y Mondadientes. La entrada de la casa estaba enmarcada por un grupo de verdes Barriles Dorados, cuyos gruesos y verdes cuerpos estaban dotados de miles de espinas amarillas. Infundían respeto, pero a la vez eran tan bonitos como cualquier obra de arte creada por un maestro renacentista.
—¿Sueles entregar joyas a domicilio? —preguntó Zoé mientras esperaban a que Lindsey respondiera al timbre.
Arcadia observó la cajita plateada que llevaba en la mano.
—No, pero Lindsey no tiene que saberlo.
La puerta se abrió y Lindsey dejó de sonreír en cuanto vio a Zoé.
—No sabía que tú también vendrías —dijo con seguridad.
—Zoé y yo vamos de camino a casa de una amiga —dijo Arcadia, tratando de sonar convincente—. No queríamos coger dos coches. Espero que no te importe.
—Pues claro que no —contestó Lindsey, recobrando la compostura e invitándolas a entrar—. Pasad. ¿Podríais quitaros los zapatos?
—Por supuesto —dijo Zoé, entrando en un vestíbulo de paredes claras y suelo de piedra caliza con la esperanza de encontrar alguna energía maligna.
Sin embargo, no percibió nada. «Vaya fiasco», pensó, quitándose las sandalias rojas.
Arcadia hizo lo propio y miró a Lindsey con una sonrisa congelada.
—La pulsera te va a encantar. En mi opinión, es con mucho el mejor trabajo de Meyrick hasta la fecha. Una verdadera obra maestra.
Lindsey se relajó un poco y observó la cajita plateada con ansiedad.
—Me muero por verla —dijo—. Vayamos al salón; tiene una luz excelente a esta hora del día —añadió, dándose la vuelta.
Zoé le hizo una señal a Arcadia y sacudió la cabeza. Nada.
Sin embargo, aquélla era una casa muy grande, pensó. Las telarañas, en caso de haberlas, bien podían estar en otra habitación.
La residencia de Lindsey se asemejaba mucho al dormitorio que había acondicionado en La Casa Soñada por los Diseñadores. Era un auténtico muestrario de alfombras y muebles blancos, acentuado con toques de madera beige y piedra en tonos pálidos. El enorme ventanal del salón daba a las verdes praderas del campo de golf.
Lindsey sirvió tres vasos de té frío y los puso en una bandeja. Arcadia colocó la cajita de la galería Euphoria en una mesita de vidrio y quitó el envoltorio con cuidado.
Se trataba de un brazalete de plata decorado con ámbar y turquesas.
—Es fabulosa —opinó Lindsey, visiblemente satisfecha. Cogió la pulsera y la puso a la luz—. Absolutamente fabulosa.
—Me alegro de que te guste —dijo Arcadia.
Zoé esperó a que las dos se enzarzaran en una conversación sobre el diseño de la pulsera y carraspeó.
—¿El servicio, por favor? —preguntó.
—Al final de ese pasillo —contestó Lindsey sin apartar la vista de su nueva adquisición—. A la derecha.
Zoé miró a Arcadia rápidamente y se puso de pie.
La toilette estaba al principio de otro pasillo que presumiblemente llevaba a los dormitorios. Zoé entró, encendió el extractor para despistar en caso de que alguien fuera a buscarla y volvió a salir al pasillo, cerrando la puerta del lavabo con fuerza.
Agradeciendo la norma de Lindsey de quitarse los zapatos antes de entrar en la casa, avanzó descalza por el pasillo, inspeccionando rápidamente cada habitación. El dormitorio principal y la habitación de invitados no escondían ninguna telaraña. Zoé torció el gesto; sus sospechas se estaban desvaneciendo a toda velocidad.
Abrió la última puerta y comprobó que era el estudio de Lindsey. En las paredes había fotografías enmarcadas de ella y de un hombre, sin duda su ex marido. Recordó que Ethan había dicho que se trataba de un importante productor de Hollywood.
Todas las fotos mostraban a Lindsey y a su ex en compañía de estrellas de cine y otros famosos. En algunas fotos incluso salían acompañados por importantes políticos.
Era evidente que la vida de Lindsey Voyle había cambiado después del divorcio. Whispering Springs no era exactamente un sitio donde se refugiasen los ricos y famosos. Allí nunca había glamurosos estrenos de cine, ni chefs de renombre que abriesen restaurantes de moda, ni estrellas o políticos que pasaran allí sus vacaciones.
Zoé estaba a punto de cerrar la puerta cuando de pronto percibió una fuerte energía, mezcla de rabia, dolor y tristeza. Entonces supo que Lindsey no echaba de menos su antiguo estilo de vida, sino su matrimonio. Había amado de veras al hombre que aparecía en aquellas fotos.
Volvió al servicio y apagó el extractor.
Cuando regresó al salón, Arcadia la miró y se puso en pie.
—Ya te avisaré cuando reciba más creaciones de Meyrick —dijo, colgándose el bolso azul al hombro.
—Gracias —contestó Lindsey de excelente humor.
De hecho, cuando las acompañó hasta la puerta se la veía incluso alegre. Probablemente, la adquisición de aquella maravillosa pulsera le había disparado las endorfinas, supuso Zoé.
—Tengo la sensación de que no has encontrado lo que esperabas —comentó Arcadia mientras abandonaban la urbanización.
—Ni rastro —dijo Zoé, aferrando el volante—. Estaba tan segura.
Zoé aceleró. No había motivo para contarle a Arcadia los detalles más escabrosos de sus temores. No había nada que su amiga pudiera hacer al respecto. Sin embargo, entre amigas había ocasiones en que no era necesario decir nada.
—No te estás volviendo loca —dijo Arcadia, comprensiva.
—Pues alguien sí.