Capítulo 38

Dexter Morrow se marchó de Whispering Springs al día siguiente. En cuanto tuvo noticia de ello, Ethan telefoneó a Zoé a su despacho.

—Una empresa de mudanzas acaba de recoger todas sus pertenencias. Morrow les ha dado una dirección de Florida. Lo he comprobado. Ha alquilado un apartamento en las afueras de Miami. Ya no tendremos que preocuparnos de él nunca más.

—¿Dónde está Morrow en este preciso momento? —preguntó Zoé bruscamente.

—Cariño, deberías dejar de sospechar tanto de la gente.

—Tú no eres el más indicado para hablar de ello.

—Está bien que yo sospeche de los demás, es parte de mi trabajo, pero tú eres diseñadora. Sin embargo, por si te sirve de consuelo, te diré que Morrow ha comprado sólo billete de ida. Créeme, no volverá.

—¿Estás seguro?

—¿Por qué no confías un poco en mí? Soy detective, ¿no?

—Bueno, vale. Si tan seguro estás…

—Pues sí. ¿Qué te parece si salimos a cenar de nuevo, ahora que ya no hay peligro de que me meta en una pelea en el aparcamiento del restaurante?

Zoé dudó una fracción de segundo antes de contestar, pero Ethan lo advirtió y se sintió levemente desilusionado.

—Me parece perfecto —contestó ella con entusiasmo forzado.

Ethan fingió no darse cuenta.

—¿Esta misma noche? —preguntó.

—Vale, pero hoy he quedado con Tabitha Pine en que acudiría a su clase de meditación. Puede que llegue a casa un poco tarde.

—Reservaré mesa para las siete.

Ethan colgó y se quedó un buen rato haciéndose preguntas para las cuales no tenía respuestas.

* * *

La calle donde se encontraba la casa de Tabitha Pine estaba llena de coches de lujo aparcados uno detrás del otro. El Jaguar de Lindsey Voyle estaba justo delante de la casa.

Una criada uniformada le abrió la puerta. Zoé no estaba segura de las vibraciones psíquicas con que se encontraría en la casa de una gurú de la meditación, así que entró con más cautela de lo normal.

Una vez dentro, las paredes no emitieron ningún grito extraño. La casa despedía el habitual zumbido de bajo nivel propio de una construcción nueva, pero nada más.

Fue conducida hasta una enorme habitación totalmente blanca cuya pared del fondo, totalmente de cristal, daba a las montañas. Contó un total de veinte personas sentadas en varias filas sobre unos cojines blancos cuidadosamente dispuestos. Lindsey Voyle estaba en la primera fila, y miró a Zoé con frialdad.

Ésta se percató entonces de que había cometido un error de vestuario. Todos los alumnos vestían prendas de yoga blancas, así que, con sus mallas negras y su camiseta violeta, estaba claro que iba a dar la nota.

Aparte de Zoé, Tabitha era la única persona que no llevaba ropa blanca. Envuelta en seda dorada y plateada, se había recogido su larga cabellera gris en un extraño moño, que recordaba a una antigua estatua romana. Estaba sentada en una silla baja de color blanco.

Cuando vio a Zoé, sonrió de forma radiante.

—Bienvenida a nuestro grupo de meditación, Zoé. Me alegro de que hayas podido venir —dijo.

—Gracias. —«Como si tuviese elección», pensó.

Dándose cuenta de que era la única que estaba de pie, se sentó en el cojín libre que tenía mas cerca, junto a una atractiva rubia con el cabello cortado a la última.

La mujer se inclinó y le dijo en voz baja:

—¿Es tu primera sesión?

—Sí —contestó Zoé, percatándose también de que todos estaban descalzos. Se quitó las sandalias y cruzó las piernas—. ¿Y tú?

—Hace un mes que vengo. Es muy enriquecedor.

Tabitha hizo sonar una campanilla de cristal y se hizo el silencio.

—Hoy estamos reunidos aquí en tanto que exploradores, abiertos a la verdad y a nuevas percepciones —dijo Tabitha—. Recorremos juntos el largo camino hacia la iluminación, aprendiendo los unos de los otros y de aquellos que ya han discurrido por este sendero. Las habilidades que aquí estudiamos parecen sencillas de adquirir, pero la realidad nos enseña que lo que parece más simple es, en verdad, lo más difícil de aprender y comprender.

Tabitha apoyó las manos sobre las rodillas, con las palmas hacia arriba, y todos la imitaron.

—Cerrad los ojos y abrid vuestros sentidos. Observad el mundo desde lo más profundo de vuestro ser. Id a ese lugar tan especial de vuestra mente, donde la luz es pura, limpia y cálida. Ése es vuestro espacio más privado, un sitio donde no existe el estrés ni la tensión, un lugar donde no es necesario pensar, ni planear, ni sentir.

Zoé cerró los ojos y trató de ponerse en situación, pero al cabo de unos minutos el aburrimiento se apoderó de ella.

—Intentad vivir el momento, sed conscientes únicamente del presente.

Zoé vio a través de sus pestañas que Lindsey Voyle estaba haciendo un gran esfuerzo por concentrarse. Era evidente que aquella mujer ni siquiera lograba relajarse en medio de un ejercicio de meditación.

Luego observó furtivamente la espaciosa habitación, sintiendo la energía que fluía por ella y sopesando algunas ideas que se le iban ocurriendo para amueblarla.

—Libraos del pasado y del futuro. Flotad en la cresta de esa ola que es el presente. Sed conscientes de que sois parte de la gran marea cósmica.

El tema de las ventanas y la pared de cristal iba a ser especialmente difícil de abordar, pensó. La casa se había construido con la idea de que se viese todo el paisaje circundante, sin atender a cuestiones como la calefacción y la refrigeración. La intensa luz que arrasaría la casa en verano iba a suponer un verdadero problema. Era obvio que el arquitecto había decidido dejar la temperatura interior en manos del aire acondicionado.

—Dejad que vuestro ser flote hacia el horizonte. Estamos en el plano astral. Aquí, las percepciones son completamente distintas.

Era una casa enorme. Tabitha seguramente querría seguir aferrada al color blanco. Sin embargo, Zoé tal vez lograría hacerle entender que había otros colores neutros que podían funcionar igual de bien pero evitarían que en verano todo brillase tanto.

—Fundámonos con el universo.

La sesión, que duraba cuarenta y cinco minutos, se le estaba haciendo interminable. Sin embargo, en un momento dado, Tabitha ordenó a sus alumnos que regresaran a sus cuerpos.

—Hemos utilizado más energía psíquica de lo que pensáis —dijo, levantándose de su silla con elegancia—. Así que os invito a beber un poco de la infusión de hierbas que he preparado especialmente para vosotros.

La rubia sentada junto a Zoé sonrió y se puso de pie.

—Bueno, ¿qué te ha parecido? —le preguntó con entusiasmo—. ¿Has sacado algo de esta experiencia?

—Me parece que no se me da muy bien meditar —reconoció Zoé, preguntándose por qué lo decía como si se sintiera culpable.

—Hace falta práctica, como en todo. Asisto a estas sesiones desde el mes pasado y siento que he progresado mucho. Me he pasado la vida preocupándome por cualquier cosa, pero la meditación me está enseñando a relajarme y a tomarme la vida de otra manera.

—Me alegro por ti.

—Todavía me queda un largo camino por recorrer —añadió la mujer, haciendo una mueca—. Por ejemplo, aún no he conseguido reunir el valor necesario para contarle a mi marido que me he apuntado a estas clases, porque no estaría de acuerdo en absoluto. Es un buen hombre pero muy estrecho de miras, ya sabes.

—Recela de todo, ¿verdad?

—Exacto. Y cualquier cosa que esté remotamente relacionada con la metafísica le parece un fraude o una estafa, o producto de la imaginación.

—Mi marido piensa de forma parecida —dijo Zoé—, pero al menos acepta que… bueno, que me interese la metafísica.

—Es una suerte.

—No quiero meterme donde no me llaman, pero si no le has dicho lo de las clases, ¿cómo justificas el coste? Es un curso bastante caro.

—Por fortuna las cuentas las llevo yo, porque desde que nos casamos él siempre está ocupado dirigiendo su empresa. No te rías, pero estas últimas semanas me he visto obligada a extenderme cheques a mi favor y luego pagarle a Tabitha en efectivo, para que no quede ninguna prueba documental que pueda encontrar mi marido. Tendré que decirle la verdad un día de éstos, pero no me atrevo. Estoy segura de que no se lo tomará nada bien.

—¿Prueba documental?

—Bueno, de algo me ha servido estar casada con un detective privado todos estos años. Cuando vives con uno, acabas por hablar igual que él. Por cierto, creo que no me he presentado. Soy Daria Radnor. —Zoé se echó a reír—. ¿Qué te hace tanta gracia?

—Esto ha de ser cosa del destino —dijo, tendiéndole la mano—. Soy Zoé Truax, la esposa de Ethan Truax, de Investigaciones Truax.

—Claro; encantada de conocerte. Nelson me ha hablado de tu marido. Por lo visto, parece que han tenido alguna que otra disputa, pero, si te soy sincera, creo que mi esposo envidia un poco la vida del tuyo.

Antes de que Zoé pudiera responder, Tabitha se acercó para saludarlas.

—Zoé, estoy encantada de que hayas venido. Tenía muchas ganas de que asistieses a una de mis sesiones antes de comenzar a elaborar tu propuesta. Es la única manera de que veas la clase de energía que quiero para este espacio.

—Ha sido una experiencia enriquecedora —mintió Zoé amablemente, consciente de que Lindsey Voyle las estaba mirando desde el otro extremo de la sala.

Tabitha entornó los ojos y escrutó a Zoé con una intensidad incómoda.

—A menudo nos limitamos a ver el mundo desde una perspectiva estrecha —dijo—. Eso nos impide abrirnos a otras realidades y posibilidades.

—Tienes mucha razón —coincidió Daria.

—Tengo una teoría —comentó Tabitha y tocó el brazo de Zoé, pero instantáneamente apartó los dedos como si se hubiera quemado. Miró a Zoé un instante, como sorprendida, tragó saliva y esbozó una sonrisa que curiosamente denotaba comprensión—. Bien, como decía, es el miedo lo que nos hace evitar esas otras perspectivas. Debemos superarlo si queremos encontrar las respuestas a nuestras preguntas.

Por primera vez, Zoé percibió el leve indicio de una energía psíquica extraña en aquella enorme habitación. Sin embargo, la sensación desapareció al cabo de un instante.

Tabitha se volvió, agitando sus ropajes dorados y plateados, y fue a reunirse con el resto del grupo.

Zoé sintió un ligero mareo. Le palpitaban las manos y le costaba respirar.

«Es el miedo lo que nos hace evitar esas otras perspectivas».

* * *

-GEstás de broma —dijo Ethan, sosteniendo el tenedor sobre el plato—. ¿Daria Radnor está yendo a clases de meditación?

Zoé, sentada enfrente de él, sonrió sin molestarse en esconder su satisfacción.

—Todos los martes y jueves por la tarde, desde hace un mes.

—Pues vaya —repuso Ethan, pensando en Radnor—. El pobre hombre se piensa que tiene un amante.

—No supe qué decirle. No podía contarle que su marido está obsesionado con la posibilidad de que ella lo esté engañando y que quiso contratarte; así que opté por mantener la boca cerrada.

—Sabia decisión —opinó Ethan, y tomó un poco de ensalada.

—Bueno ¿qué vas a hacer al respecto?

—¿Yo?

—Sí, tú, Truax. Debes hacer algo.

Ethan se quedó escuchando el ruido de fondo del restaurante, que aquella noche estaba lleno de gente. Singleton había sugerido aquel lugar cuando Ethan le había dicho que no quería llevar a Zoé a Las Estrellas, estando fresco aún el altercado con Dexter Morrow.

¿Qué iba a hacer con Radnor? Menudo engorro.

—Su mujer acabará por contarle lo de las clases —adujo.

—Eso puede ser dentro de mucho tiempo. Puede que semanas. O meses. Está claro que Daria ignora que Nelson está sufriendo. Y las sospechas de él pueden tener un impacto muy negativo en su relación.

—Oye, cariño, no creo que…

—Tabitha dijo algo sobre que nuestros miedos no nos dejan ver las cosas con otros enfoques. Creo que tiene razón. Nelson está atrapado en el peor pensamiento que podía ocurrírsele y no puede superarlo.

—Como regla general, no suele ser aconsejable inmiscuirse en la vida privada de los demás.

—Pues tú te pasas todo el rato haciendo eso. Te dedicas a inmiscuirte en la vida de los demás.

Ethan respiró hondo, distanciándose de la situación.

—Lo cierto es que el hecho de pensar que su mujer tiene un amante lo está carcomiendo.

—Si fueras tú el que se encontrase en esa situación, ¿qué harías?

Ethan se puso nervioso.

—No le pediría a nadie que averiguara la verdad por mí —dijo.

—¿Y bien?

Ethan se encogió de hombros y tragó saliva.

—Hablaría contigo.

—¿En serio? —repuso Zoé.

—Tú nunca me mentirías —dijo él, y se sorprendió de la lógica de su respuesta—. Lo cual significa que nunca me hubieras engañado.

—Claro que no.

—Lo cual convierte tu pregunta en algo totalmente hipotético, así que cambiemos de tema.

—Vale. ¿Sabes?, he de admitir que esto de descubrir cosas es divertido.

Ethan sonrió.

—De vez en cuando hay casos que acaban bien —dijo.

—Y hace que todo valga la pena, ¿no?

—Pues sí.

—Lo cual me recuerda que tengo un regalito para ti —añadió Zoé, y sin más cogió su bolso, sacó un paquetito envuelto para regalo y se lo tendió.

Ethan se tomó su tiempo abriéndolo y sonrió en cuanto vio de qué se trataba.

—Justo lo que siempre he querido —dijo—. Un spray de defensa personal.