Capítulo 43

-¿Van a operar a Robyn? —preguntó Arcadia—. ¿Cuándo?

—Pasado mañana —contestó Zoé—. Ethan y yo nos vamos a Phoenix para acompañarla después de la operación.

Eran un poco más de las diez de una mañana soleada y calurosa, y Fountain Square estaba lleno de gente por todos lados.

—Seguro que está muerta de miedo —comentó Arcadia, estremeciéndose—. Por lo menos, yo lo estaría si fueran a operarme del cerebro.

—Está aterrorizada, pero menos que cuando creía estar volviéndose loca. Estaba con ella cuando le dieron los resultados del escáner. Se puso a llorar. Tendríais que haber visto la cara del médico cuando se dio cuenta de que lloraba de alegría, no por el diagnóstico.

—Seguramente nunca había tenido una paciente que llorase de alegría al enterarse de que tiene un tumor cerebral —dijo Arcadia.

—Supongo que no. Por supuesto, no le dijimos el motivo, sólo que estábamos muy contentas de que pudiera operarse.

—¿No le contasteis lo de sus poderes psíquicos?

—No. Cuando tuvo los resultados, nos comunicó que estaba seguro casi al cien por cien de que el tumor es la causa de los ataques de Robyn. Nos dijo que debía de llevar ahí bastante tiempo.

—¿Es benigno?

—No lo sabrá hasta tener las pruebas de laboratorio después de la operación, pero dijo que tiene todo el aspecto de ser un tipo de tumor que crece muy lentamente y que es bastante sencillo de extraer.

—No concibo que las palabras «sencillo» y «tumor cerebral» puedan estar en la misma frase, pero supongo que todo es posible.

—Bueno, existen muchos riesgos, es verdad; pero, si queréis que os diga la verdad, ahora que ha superado su mayor miedo, lo que más le preocupa a Robyn es perder su trabajo.

—«Nacida para administrar Casa de Oro» —dijo Arcadia, que no salía de su asombro por la frase de Robyn—. Imaginaos.

—¿Quieres saber lo peor de todo? Pues que no se le da nada mal. El complejo nunca ha tenido mejor aspecto, y todos los apartamentos están alquilados —reconoció Zoé, y bebió un sorbo de té—. De todas formas, me alegro de que Ethan y yo vayamos a mudarnos pronto.

—¿Treacher por fin te ha prometido que mandará los pintores a Nightwinds?

—Han comenzado a trabajar esta mañana, a las siete en punto. Ethan fue hasta allí para asegurarse de ello.

—¿De qué color la pintaréis?

—Ethan dice que ahora le da igual el color —contestó Zoé, sonriendo—. Sólo desea acabar cuanto antes para poder mudarnos pronto.

Las paredes del hospital no dejaban de gritar. Sin embargo, aquello era habitual en los hospitales, pensó. No iba a estar allí demasiado tiempo. En aquella sección, las horas de visita solían ser más cortas de lo normal.

—¿Estás bien? —le preguntó Ethan en voz baja.

Doblaron en una esquina y llegaron al pasillo donde estaba la habitación de Robyn.

—Puedo soportarlo —dijo Zoé—. Sólo espero que las facultades psíquicas de Robyn hayan vuelto a la normalidad.

Ethan se encogió de hombros. A Zoé le hizo gracia darse cuenta de que su marido se tomaba el sexto sentido de Robyn igual como se tomaba el suyo. Ethan podía aceptar que las dos se salían de lo normal, pero no necesitaba hacer uso de la metafísica para darle una explicación.

Tal vez él tuviera razón, pensó Zoé. ¿Quién podía decir con certeza dónde estaba la frontera entre la intuición y una verdadera sensibilidad extrasensorial? Incluso a ella misma comenzaba a darle igual eso.

La espera mientras operaban a Robyn el día anterior se había hecho interminable. Se habían pasado la mayor parte del tiempo en el patio que había en el exterior de la sala de espera, ya que Zoé no aguantaba las malas vibraciones demasiado tiempo. Finalmente, el cirujano salió para decirles que la operación había salido bien.

Sin embargo, unas horas después, cuando habían podido visitar a Robyn, se habían dado cuenta de que no se encontraba bien en absoluto.

—No siento nada, Zoé —le había dicho Robyn con lágrimas en los ojos y apretándole la mano con fuerza—. Esto es un hospital. Debería percibir todo tipo de cosas en estas paredes.

—Acaban de extirparte un tumor cerebral, por el amor de Dios —le contestó Zoé—. Date tiempo.

Zoé se había pasado la mayor parte de la noche rogando que Robyn recuperase sus poderes psíquicos. Pero la verdad era que eso no podía saberse.

Sin embargo, una cosa sí era segura: no pensaba preguntarle al neurocirujano por su opinión sobre el efecto que tendría la operación en el sexto sentido de Robyn. El doctor Grange tenía el aspecto de ser un buen hombre y un médico excelente, pero no todo el mundo tenía la habilidad de Ethan para mantenerse en la delgada línea que separaba lo altamente improbable de lo absolutamente imposible.

Entraron en la habitación. Lo primero que Zoé advirtió fue que Robyn, que tenía la cabeza vendada, estaba sonriente. Era increíble que alguien que acababa de ser operado de un tumor cerebral estuviese tan alegre, pensó. No cabía duda de que Robyn tenía lo que había que tener para ser la administradora de un complejo de apartamentos como Casa de Oro.

Lo segundo que advirtió fue que Robyn no estaba sola. Una pareja mayor y de cabello gris se encontraba junto a la cama. El hombre se apoyaba en un andador con ruedas. La mujer usaba bastón, y en los dedos le brillaban unos anillos de diamantes del tamaño de pelotas de ping pong.

—Zoé, Ethan —dijo Robyn, y gimió un poco al girar la cabeza para mirarlos, pero los ojos le brillaban de dicha—. Os presento al señor y la señora Shipley. Son los propietarios de Casa de Oro.

—Encantado de conocerte, querida —dijo la señora Shipley, inclinando la cabeza con elegancia.

—Le estábamos diciendo a Robyn que no tiene que preocuparse por su puesto en Casa de Oro —dijo el señor Shipley—. Es todo suyo.

—Ayer le dijimos a nuestro chofer que nos llevara a Whispering Springs para echarle un vistazo a Casa de Oro —contó la señora Shipley—. No nos podíamos creer cómo ha mejorado. Habíamos pensado ponerlo en venta, ¿sabe? Pero ya no.

—Robyn es, de lejos, la mejor administradora que hemos tenido nunca en esos apartamentos —dijo su marido—. Lo último que querríamos sería perderla.

—Estoy seguro de que el señor Hooper, del 1.º B, estará encantado cuando se entere —comentó Ethan.

En ese momento alguien entró en la habitación. Zoé se volvió y vio un ramo de flores tan grande que casi no pasaba por la puerta. El hombre que lo llevaba miró a través de los tallos, dudando de ser bien recibido.

—Hablando de Roma… —dijo Ethan.

—¡Buenas! —saludó Hooper, moviéndose con torpeza mientras buscaba un sitio para dejar su presente.

—Señor Hooper —dijo Robyn, radiante—, ¿ha venido desde Whispering Springs expresamente para verme?

—Sí, bueno… es que me dijeron que iban a operarla. No sabía que estaba enferma —reconoció Hooper, e hizo una mueca—. A mí también tuvieron que operarme hace un par de años. Sé lo que se siente. Bueno, espero que le gusten —dijo, señalando el ramo.

—Son preciosas. Es la primera vez que me regalan flores. No sé qué decir. Muchas gracias.

Hooper esbozó una sonrisa, satisfecho.

—Oh, tranquila; no hay de qué —dijo.

Zoé carraspeó.

—¿Cómo te sientes hoy? —preguntó.

Robyn hizo una mueca, pero era obvio que estaba bastante mejor.

—Todo ha vuelto a la normalidad, como tú dijiste. No veo la hora de salir de aquí —declaró mirando la puerta.

Zoé rió.

—Sé a lo que te refieres.