Capítulo 24

Ethan se sentó en el sofá y observó cómo su esposa servía el té que había preparado para los cuatro. Zoe se había recogido el cabello y puesto unas zapatillas negras de ballet y una bata azul marino que llevaba atada a la cintura.

Él se había puesto un pantalón y una camiseta y tenía el rostro más áspero de lo habitual, ya que a Zoe no le agradaba su costumbre de afeitarse antes de acostarse.

Arcadia y Harry, sin embargo, eran almas nocturnas. A pesar de que pasaba de la una y media de la madrugada, tenían un aspecto de lo más elegante. Arcadia llevaba un vestido largo y estrecho del color un pálido amanecer desértico, y Harry, aunque lucía una camisa estampada con palmeras y tablas de surf, estaba sorprendentemente apuesto.

—Vamos a ver —dijo Ethan, apoyando los codos en los muslos y enlazando las manos entre las rodillas—. ¿Viste a la misma anciana del sombrero y las gafas de sol dos veces en dos días y perdiste el bolígrafo que Harry te regaló? ¿Eso es todo?

—No creo que sea como para preocuparse, ¿verdad? —dijo Arcadia con tono de disculpa—. Lo siento. Ha sido idea de Harry venir a verte.

—Y ha sido muy buena idea —dijo Zoe—. Si relacionamos a la viejecita con la inquietud que padeciste a principios de semana, no hay para menos.

Ethan frunció el entrecejo.

—Nadie me ha dicho que Arcadia estuviese inquieta a principios de semana.

—Estaba un poco nerviosa porque Harry se había ido y, bueno… —explicó Arcadia, y las uñas pintadas de plateado le brillaron cuando cogió su taza—. Pero se me pasó, así que no vi la necesidad de explicarlo.

—Por lo que a mí respecta, lo que más me preocupa es la cuestión de la cámara —dijo Zoe—. Según has dicho, no sólo era cara sino también el tipo de cámara que llevaría un fotógrafo profesional, no una turista de esa edad.

—Lo del bolígrafo puede no significar nada —dijo Harry—, pero si alguien está vigilando a Arcadia, sería lógico pensar que podría haber entrado en su despacho. Tal vez ese alguien usó el bolígrafo para abrir un cajón y se rompió, y supuso que era mejor librarse de él que dejarlo tirado por ahí.

—Era un boli barato —añadió Zoe—. Debió de pensar que nadie notaría su ausencia.

Ethan miró a Arcadia.

—¿Has observado algo más que te haya llamado la atención? ¿Alguna otra cosa que hayas echado en falta? —dijo.

Zoe, que estaba a su lado, se puso tensa. No dijo nada, pero Ethan vio que la taza le temblaba ligeramente entre los dedos. «¿Qué diablos está pasando?», pensó.

—No —respondió Arcadia—. Y lo he comprobado.

Ethan se volvió hacia Harry.

—¿Y en el apartamento? —preguntó.

—Nada —contestó Harry—. Si alguien hubiera burlado el nuevo sistema de seguridad me habría dado cuenta.

—De acuerdo. —Ethan cogió la libreta y el bolígrafo que había dejado encima de la mesita—. Esto es lo que hay: puede que alguien éste vigilando a Arcadia. Y de ser así, tal vez tenga relación con Grant Loring.

—Que se supone que está muerto, cosa que nunca he acabado de creerme —comentó Arcadia—. Ésa es sin duda la peor posibilidad, pero también cabe que los federales me hayan descubierto.

Harry miró a su mujer.

—¿Piensas que están desesperados por encontrarte? —preguntó.

Arcadia suspiró.

—Sinceramente, no creo que sea tan importante para ellos. Pero supongo que han de creer que si Grant sigue vivo yo podría llevarles hasta él.

—Pero no puedes —replicó Zoe—. No tienes ni idea de dónde está. Además, esta posibilidad implica que los federales te suponen con vida.

Arcadia se encogió de hombros.

—Vale. Hagamos un alto en el camino —propuso Ethan, tomando notas—. Lo mejor que podría pasar es que fueran los federales. Pero no parece cosa de ellos.

Harry encogió los hombros.

—¿Lo dices por lo de la anciana con la cámara? —preguntó.

—Sí. No es el estilo de los federales. Suelen usar tecnología avanzada, además de poner micrófonos a la gente y grabar conversaciones. —Miró a Arcadia—. Supongo que nadie te ha preguntado recientemente por tu pasado, ¿no?

—No —contestó ella frunciendo el entrecejo—. Tienes razón; es probable que no se trate de los federales, lo cual nos lleva a Grant o a uno de sus socios.

—Por fortuna para ti, tu compañero es un guardaespaldas de élite —dijo Ethan—, y tienes un amigo que es un detective de primera. Harry y yo nos repartiremos el trabajo. Él se encargará de cuidar de ti mientras yo me dedico a despejar algunas incógnitas. También necesitaremos que Singleton nos ayude con la parte informática.

Zoe miró a su marido.

—¿Crees que Harry debería llevarse a Arcadia fuera de la ciudad mientras llevas a cabo la investigación? —le preguntó.

—Es una opción.

—Ni hablar —saltó Arcadia—. Si Grant me ha encontrado a pesar de mi nueva identidad, puede encontrarme donde sea. Desaparecer unos días sólo retrasaría lo inevitable. Prefiero enfrentarme a él ahora y acabar de una vez por todas.

Harry asintió.

—Hay que decir algo a favor de que se quede en Whispering Springs —comentó—. Es un lugar relativamente pequeño, y es nuestro terreno. Por aquí nos movemos mucho mejor que Loring.

—Además, las cosas han cambiado bastante en las últimas semanas —señaló Arcadia—. Ahora tienes conexiones con la policía local, Ethan. Conoces a gente de Radnor.

—Ninguno de esos contactos servirá de nada si alguien pretende meterte una bala en el cuerpo —repuso Ethan sin inmutarse—. Harry es bueno, pero nadie es perfecto.

Arcadia sostenía su taza con las dos manos y observaba el fondo como si fuera a predecir el futuro en el poso del té.

—No lo sé con certeza —dijo con cautela—, pero no creo que contrate a alguien para matarme.

Todos la miraron.

—¿Por qué? —preguntó Ethan.

—Por dos razones —contestó Arcadia—. Primero, porque Grant es un estratega; eso era lo que le permitía dirigir su imperio financiero. Y no es la clase de persona que cambia su modo de ser; de hecho, es casi obsesivo cuando se trata de planificar algo. Recuerda que tiene un motivo para ser prudente. Lo último que querría es darles a los federales o a sus antiguos asociados una pista para que piensen que todavía está vivo.

—Tienes razón —dijo Zoe.

—Sería más apropiado de él atropellarme o provocar un misterioso incendio para matarme —dijo Arcadia.

Ethan vio que Harry apretaba los dientes, un gesto que lo inquietó.

—¿Cuál es la segunda razón? —preguntó Ethan.

—Antes de desaparecer, me hice con una especie de póliza de seguros.

—¿De qué tipo?

—Tengo algo que Grant quiere —reconoció Arcadia, dejando la taza en el platito—, y la única forma que tiene de conseguirlo es preguntándome dónde está.

Nadie dijo nada. Ethan observó la expresión de Zoe, mezcla de preocupación y curiosidad, y se dio cuenta de que Arcadia no le había contado todos sus secretos.

—Cuando comprendí que lo mejor era esfumarme —continuó Arcadia con calma—, hice algunos arreglos. Deposité dinero en diversas cuentas bajo varias identidades y traté de borrarme del mapa ingresando en Candle Lake. Cuando Zoe y yo escapamos, cambié de nombre una vez más.

—Sigue —pidió Harry en voz baja.

—Sin embargo, tomé otra precaución. Grant guardaba todo lo que consideraba importante en un archivo secreto que no sabía que yo conocía. Mucha de la información que había allí era de carácter financiero, cosas que podrían haberlo llevado a la cárcel unos cuantos años. Pero, como supe más tarde, también había algo más peligroso. Conseguí dar con la contraseña, lo copié todo y luego lo escondí.

—Cuéntame qué era —jadeó Ethan.

—Detalles sobre varias estafas que Grant le hizo a unos tipos que no son tan benévolos como los federales cuando se trata de su dinero —dijo Arcadia, tensa—. Hacia el final de nuestro matrimonio, descubrí que había estafado a gente realmente peligrosa. Si llegasen a descubrir que Grant está vivo y que les ha robado tantísimo dinero, seguro que querrían vengarse.

Harry silbó.

—Si Loring sigue vivo no descansará hasta destruir la copia que hiciste de aquel archivo.

—Como he dicho —continuó Arcadia—, escondí la copia del archivo; pero no se lo dije a Grant. Pensé que ya tendría tiempo de hacerlo. Estaba tratando de decidir mi próxima jugada, cuando él intentó matarme.

—¿Cómo? —preguntó Ethan.

—Trató de fingir un accidente. Ya sabéis, a Grant le gusta ese tipo de cosas. Tenía una cita con un cliente que vivía en las afueras de un pueblo, en la montaña. Grant sabía que la carretera que yo debía tomar reseguía la orilla de un lago. Me esperó y me sacó de la carretera, haciéndome caer al agua desde una altura considerable.

—Dios mío —dijo Zoe, y acarició a su amiga en el hombro.

Harry estaba estupefacto.

Ethan no dijo nada y siguió tomando notas.

—Era de noche y llovía mucho —prosiguió Arcadia—. Por suerte, el coche cayó en una zona poco profunda del lago. Conseguí salir por la ventanilla y cuando emergí me aferré a una ramas. Eso fue probablemente lo que me salvó la vida.

Ethan dejó de escribir.

—¿Loring no te encontró?

—No. Supe que era él cuando bajó del coche y los faros lo iluminaron. Tenía una linterna, pero no pudo verme porque me escondí entre las ramas. Pensé que iba a morir de hipotermia.

Harry apoyó una mano en la rodilla de Arcadia y se la apretó ligeramente.

—Cuando se marchó, salí del agua y encontré una cabaña abandonada en la que pasé la noche. Por la mañana, decidí que lo mejor era desaparecer hasta que la policía atrapase a Grant.

—Pero eso nunca sucedió —observó Harry.

—No, porque Grant se marchó del país a la mañana siguiente. Dos semanas más tarde fue dado por muerto en un accidente de esquí en Europa.

—¿Por qué no acudiste a los federales? —preguntó Ethan.

—La verdad, no creí que fueran capaces de protegerme de Grant. Sin embargo, hice público lo del archivo que había escondido.

—¿Cómo? —quiso saber Harry.

—Envié varios correos electrónicos a la prensa económica, en los que contaba cómo, antes de morir, la esposa de Grant Loring había copiado los archivos privados de su marido. Di a entender que la trágicamente desaparecida señora Loring había puesto a buen recargo dichos archivos, pero que, por desgracia, se había llevado el secreto a su tumba submarina.

Harry ladeó la cabeza ligeramente.

—¿Tumba submarina? —repitió.

Arcadia enarcó las cejas.

—¿Crees que suena demasiado literario para la prensa especializada?

—No, qué va; es perfecto. Tumba submarina. Sí, me gusta; seguro que lo publicaron.

—Pues sí —confirmó Arcadia—. Y también la prensa normal. Ésa era mi intención. Sabía que, allá donde estuviese, Grant leería los periódicos, vería los informativos y trataría de averiguar por internet si habían encontrado mi cuerpo y se habían tragado lo de su muerte. Mi estrategia no me iba a proporcionar una protección total, claro, pero dispondría de un as si a Grant se le ocurría buscarme.

Ethan releyó las notas que había tomado.

—Bien; esto es lo que vamos a hacer —anunció—. Supondremos que Loring está vivito y coleando y que, por tanto, constituye una amenaza para Arcadia. Pero recordad que es sólo una suposición.

—O sea que estamos dando palos de ciego —observó Zoe.

Ethan se encogió de hombros.

—Quizás —admitió.

Zoe carraspeó.

Ethan conocía aquel sonido. Su mujer lo emitía cada vez que iba a contarle algo que a él no le agradaría oír.

—¿Qué ocurre? —le preguntó.

—No estoy segura de lo que pueda significar —dijo Zoe, pronunciando cada palabra con cuidado—, pero creo que hay algo que deberíais saber.

—Pues dilo ya —murmuró Ethan—. No me gusta el suspense.

Zoe miró a Arcadia, pero Ethan no logró interpretar el mensaje que se transmitían. Luego Zoe cruzó los brazos y lo miró con los ojos entornados.

—Esta tarde sentí algo en el despacho de Arcadia —dijo por fin.

—Zoe… —susurró Arcadia con sorpresa—. ¿Por qué no me lo has dicho?

—Es difícil de explicar —reconoció Zoe.

Harry pareció muy interesado.

—Vale —dijo Ethan—. Te escuchamos. ¿Qué te sugirió tu intuición?

—De eso se trata —murmuró Zoe—; no estoy segura de lo que me dijo. Por eso no te lo comenté, Arcadia; pero sí sé una cosa: sentí lo mismo que ayer en la biblioteca de La Casa Soñada por los Diseñadores.

—Sigue —pidió Ethan.

—Fue algo muy leve —dijo ella, encogiéndose de hombros—, como pequeñas huellas. Sin embargo, me tiene preocupada porque sólo he percibido esa clase de energía en otra ocasión…

—¿Cuándo? —preguntó Harry.

—Una noche en que estaba recorriendo los pasillos de Candle Lake —contestó Zoe, mirando de nuevo a Arcadia—. Venía del pabellón H.

—Mierda —masculló Arcadia en voz baja.

Ethan miró a Harry, que sacudió la cabeza en silencio. Era evidente que, para él, aquello tampoco tenía sentido.

—¿Queréis explicarnos qué era lo que tanto os asustaba del pabellón H? —les urgió Ethan.

Zoe suspiró, por lo que su marido supo que se estaba preparando para revelar algo que le costaba un gran esfuerzo admitir.

—Ya sabéis que Candle Lake es una clínica mental privada para ricachos —dijo—. Se fundó como un lugar donde, por un precio más que considerable, la gente adinerada pudiera ingresar a sus parientes con enfermedades mentales y problemas psicológicos.

Ethan asintió.

—Eso ya lo sabíamos —dijo—. Sigue.

—Pues el pabellón H era donde estaban alojados los locos de atar.

—Locos de atar —repitió Ethan—. No suena nada bien.

—Zoe se refiere a los pacientes potencialmente peligrosos —explicó Arcadia— los que estaban locos de verdad, los que ponían los pelos de punta al personal del hospital.

—Vaya, vaya —murmuró Harry—. Después de todo, los ricos no son tan distintos, ¿eh? Pero ¿qué hay de esa extraña sensación que tuviste en el despacho de Arcadia y en la biblioteca de la casa, Zoe?

—Empiezo a creer que esa energía psíquica tan rara fue dejada por Lindsey Voyle —dijo Zoe.

—Genial —dijo Ethan—. Lo que faltaba; una decoradora diabólica.