Capítulo 22

Al cabo de un rato, Zoe bajó del todoterreno de Ethan, que rodeó el vehículo para reunirse con ella y caminar por el aparcamiento recién asfaltado, hacia la entrada de la casa Kirwan, que acababa de ser reformada. Tan sólo había media docena de coches aparcados, ya que la casa todavía no había sido abierta al público.

—Bonnie me ha dicho que la Sociedad Histórica no ha escatimado gastos en la casa y, por lo visto, no se equivocaba —dijo Zoe—. Impresionante, ¿no?

—Desde luego —respondió Ethan—. Y ni siquiera es rosa.

—De eso no hay duda —sonrió Zoe—. Es muy bonita.

Era evidente que la casa construida por Kirwan valía todo el dinero que había hecho falta para reformarla. Se trataba de una elegante estructura pintada de un bonito y cálido marrón con tonos dorados, precedida por un largo patio sombreado y flanqueado por columnas; en otros tiempos probablemente había servido como una extensión del salón en las noches de verano; sus muros estaban decorados con intrincados apliques de hierro forjado.

—¿Sabes? —dijo Zoe—. El color de este lugar se parece al de la pintura con que pretendo pintar el exterior de Nightwinds. Me dijiste que te costaba imaginarte cómo quedaría tu casa pintada de otro color que no fuera el rosa. —Extendió la palma de la mano y añadió—: Pues esto debería darte una idea; ¿qué te parece?

Ethan se quitó sus gafas de sol lentamente y contempló la casa.

—No está mal —dijo.

Zoe se cruzó de brazos y miró con detenimiento las paredes del caserón.

—Vamos; tienes que admitir que está más que bien.

Ethan no contestó enseguida.

Zoe era consciente de que la estaba observando a ella, no a la casa.

—Sí, vale —reconoció él finalmente.

Zoe descruzó los brazos y se volvió hacia su marido, sorprendida por su inesperada respuesta.

—¿Estás seguro? El color de Nightwinds sería un par de tonos más tirando a ocre.

Ethan se encogió de hombros.

—No puedo imaginarme Nightwinds un par de tonos más tirando a ocre; pero si te gusta, adelante. Cualquier cosa antes que rosa.

Zoe sonrió.

—Gracias, Ethan. Te gustará, ya verás —le aseguró.

Él esbozó una sonrisa.

—Tarde o temprano, hay que tener un poco de fe en el decorador —dijo.

—Es la primera vez que te oigo decir algo así; me lo tomo como un cumplido.

Zoe se puso de puntillas con la intención de darle un beso cariñoso. Sin embargo, él la sujetó por la nuca y la apretó contra su pecho.

—No me habías dicho que había premio por coincidir con el gusto del decorador. —Ethan le dio un beso lento y ardoroso.

Cuando hubo terminado, a Zoe le fallaban las rodillas.

—Que te quede clara una cosa, Ethan Truax —jadeó casi sin aliento—. No pienso comprarte con sexo.

—No pasa nada; el sexo funciona. Ya avizoro diversas áreas de nuevos compromisos abriéndose ante nosotros.

—Mmm…

Ethan la cogió de la mano y echaron a andar hacia la entrada de la casa, grande y en forma de arco.

Como siempre que se hallaba ante una nueva casa, Zoe se preparó antes de entrar. Ethan no hizo ningún comentario al respecto, ni trató de meterle prisa por entrar en el fresco interior, sino que se limitó a esperar pacientemente.

Puesto que la habían pillado desprevenida dos veces en los últimos días, Zoe aguzó sus sentidos al máximo. Sin embargo, no se encontró con el típico zumbido psíquico de bajo nivel de las construcciones antiguas. A lo largo de los años, las paredes habían acumulado varias capas de emociones humanas, pero no se trataba de nada fuera de lo normal, pensó, nada que ella no pudiera ignorar.

Traspuso el portal con Ethan, haciendo caso omiso de las tenues energías psíquicas que había en al ambiente, de la misma forma que solía ignorar el ruido de fondo propio de cualquier calle de la ciudad.

Era una casa de grandes ventanas y techos altos. Los cuadros y las obras de arte de la Colección Kirwan estaban elegantemente dispuestos en lo que sin duda había sido el salón principal.

En un extremo se encontraba Paloma Santana, hablando con dos hombres vestidos con ropa de trabajo y sendos cinturones de herramientas.

La alcaldesa miró hacia la entrada e inclinó la cabeza en señal de bienvenida. Les dijo una última cosa a los obreros y luego cruzó el salón para reunirse con Zoe y Ethan, haciendo resonar los tacones de sus sandalias de marca en el suelo embaldosado.

—Ethan, me alegro de que haya venido a echarle un vistazo a la casa —dijo con una sonrisa.

—La verdad, no suelo visitar la escena del crimen en casos antiguos, pero aquí me tienen —repuso Ethan—. Ésta es mi esposa Zoe. El tono de posesión de Ethan fue inequívoco. Zoe se sintió ruborizar.

—Es un placer, señora Santana —dijo tendiéndole la mano con cortesía.

—Llámeme Paloma. Tengo entendido que es usted diseñadora de interiores, Zoe. ¿Qué piensa de la remodelación de la casa?

—Es una maravilla. Será algo fantástico para la comunidad, y una gran atracción turística.

—Estoy de acuerdo; todos estamos muy satisfechos. —Miró a Ethan—. Supongo que está aquí para ver el estudio de Kirwan, ¿no es así?

—Si es posible —dijo Ethan.

—Por supuesto. Síganme.

Paloma los condujo a través del salón, el comedor y la cocina hasta una habitación llena de estanterías repletas de libros; en la pared del fondo había un enorme hogar de piedra.

Zoe vaciló antes de entrar en el estudio, preparándose para lo que pudiera encontrarse, pero sintió alivio al comprobar que su sexto sentido no percibía nada fuera de lo común. Ya estaba bien de encuentros traumáticos por aquel día.

—Uno de nuestros objetivos era recrear la biblioteca de Kirwan —dijo Paloma—. Afortunadamente hay un catálogo de la colección original, y hemos podido reproducirlo casi por completo.

Zoe observó a Ethan adentrarse en la habitación, percatándose de la curiosidad de depredador propia del cazador nato que se había despertado en él.

Ethan recorrió el estudio, examinando las estanterías, el escritorio y el enorme hogar. Luego se detuvo y miró a Zoe, esperando a ver si ella entraba. Zoe sondeó el ambiente una vez más y entró. Percibió rastros de emociones viejas y leves, pero nada violento, fuerte ni preocupante.

—¿Cómo va la investigación? —le preguntó Paloma a Ethan.

—Todavía estoy recopilando información —contestó él—. He revisado varios artículos de periódico sobre la muerte de Kirwan, y Singleton Cobb me ha ayudado a localizar algunas cartas escritas por el biógrafo de Kirwan, por su agente Exford y por algunos amigos. Por lo visto, Kirwan era un hombre difícil y temperamental.

Paloma asintió con seriedad.

—Eso es algo que ya me confirmó mi abuela, pero ella siempre decía que sabía cómo tratar con él. ¿Qué hay de Exford? ¿Ha podido dar con él?

—Murió en un accidente de coche años después de que Kirwan falleciera.

Tenía problemas con la bebida.

—Supongo que no ha encontrado nada que indique que fue él quien robó el manuscrito, ¿verdad?

—Esa línea de investigación aún sigue abierta.

El aplomo profesional de su marido hizo sonreír a Zoe. Una vez de vuelta en el aparcamiento, Zoe subió al todoterreno y se abrochó el cinturón de seguridad.

—¿Así que «esa línea de investigación aún sigue abierta»? —preguntó.

—Es lo que suele decirse cuando no estás seguro de nada. Sin duda los decoradores tenéis frases similares para tratar con los clientes.

—Bueno, siempre he sentido debilidad por frases como «pensaba que le había quedado claro que los encargos especiales a Italia tardan unos cuatro meses».

—Recuérdame que no encargue nada especial a Italia —repuso Ethan, poniendo en marcha el vehículo—. Bueno, ¿has notado algo especial en esa habitación?

Zoé lo miró sorprendida.

—Oye, pensaba que no creías en mis poderes.

—Pero siento un gran respeto por tu intuición, ya lo sabes —aclaró él, dirigiéndose a la salida—. ¿Y bien?

—No he notado nada especial, pero ya te he explicado que sólo percibo emociones oscuras e intensas, ¿recuerdas? Rabia, miedo, pánico, lujuria… ese tipo de cosas.

—O sea, la sal de la vida.

—Exacto. Creo que no percibiría nada en caso de que Kirwan haya sido envenenado.

—¿Por qué?

Zoe pensó cómo explicar algo que ni siquiera ella comprendía del todo.

—Tal vez no se liberó una energía violenta. Es posible que Kirwan no se diese cuenta de que lo habían envenenado. Quizá se sintió mal, se desmayó y murió en calma. En ese caso habrían quedado muy pocas vibraciones que yo pudiera percibir.

—En otras palabras, no puedes contarme nada de nada.

—Míralo por el lado positivo: te estás aprovechando de mis servicios extrasensoriales gratis.

—Ya, claro, supongo que si no pagas por algo no recibes nada a cambio.

—Vale, señor detective sabelotodo, ¿qué crees tú que ocurrió en esa habitación?

—Bueno, para empezar, estoy bastante seguro de que María no robó el manuscrito.

A Zoe le llamó la atención aquella afirmación.

—¿Por qué no se lo has dicho a la alcaldesa? —preguntó.

—Porque no puedo probarlo.

—¿Qué te hace pensar que el ama de llaves no se hizo con el libro?

—Si ella hubiera matado a Kirwan y robado el manuscrito, se habría descubierto tarde o temprano. Era algo demasiado valioso como para mantenerlo escondido todos estos años.

—A no ser que María lo haya quemado aquella misma noche.

Ethan negó con la cabeza.

—¿Por qué iba a hacer algo así? Había trabajado para Kirwan durante años, lo bastante como para saber que el manuscrito valía una fortuna. Además, seguramente escuchó la discusión entre Kirwan y su agente y descubrió que, al menos, había un comprador potencial.

—¿Y si Exford mató a Kirwan y robó el manuscrito?

—No, por el mismo motivo por el que María no lo robó. El agente de Kirwan tenía problemas económicos. Si hubiera cogido el manuscrito lo habría vendido o se hubiera ocupado de publicarlo.

Zoe pensó en aquella posibilidad.

—Eres muy bueno cuando se trata de pensar con lógica, ¿sabes? —dijo finalmente.

—Gracias. Seguro que es más interesante tener poderes psíquicos, pero he aprendido a arreglármelas con el sentido común.

—Todos tenemos algún don, por pequeño que sea.

Ethan soltó una carcajada, la primera en muchos días. Por alguna razón, Zoe lo hacía sentir seguro de sí mismo.