Capítulo 10
Estaban sentadas en la terraza de uno de los varios cafés de Fountain Square. Arcadia había pedido un café y Zoe un té. Era media tarde y hacía una temperatura de lo más agradable. La mañana había sido un poco fría, pero Zoe, como de costumbre, se había puesto protector solar. Llevaba en Whispering Springs lo suficiente como para saber que había que ser respetuosa con el sol del desierto.
A Zoe siempre le habían intrigado y atraído los contrastes y los colores intensos, pero nunca había esperado encontrar tantos en aquel lugar tan aparentemente crudo y descarnado. El desierto de Sonora era una auténtica amalgama de tonos opuestos y siempre cambiantes, un paisaje que, a primera vista, parecía imposible que pudiera acoger alguna forma de vida y que, sin embargo, era asombrosamente rico en cuanto a flora y fauna.
Y la luz era increíble. Encandilaba la vista y creaba sombras seductoras. Los gloriosos tonos amarillos, violetas y dorados del amanecer daban paso al brillo inmisericorde del sol de mediodía, para luego difuminarse en las suaves sombras del crepúsculo. La transición del calor de la tarde al aire fresco y sedoso del anochecer todavía seguía fascinando a su ojo de fotógrafa.
Zoe bebió un sorbo de té, dejó la taza en la mesa y miró a Arcadia.
—¿Puedes decirme qué te pasa? —preguntó.
—No me pasa nada.
—Arcadia, soy yo, Zoe, la que escapó de Xanadú contigo. —Xanadú era la palabra con que denominaban a Candle Lake. De alguna manera, ese nombre parecía describir la extraña realidad de aquel lugar.
—Todo va bien, Zoe; en serio.
—Espera un momento —dijo Zoe, levantando una mano—. Soy tu mejor amiga, exceptuando tal vez a Harry, y ahora da la casualidad de que él no está aquí. Y sé que te pasa algo.
Arcadia esbozó una mueca.
—Tuve problemas de insomnio a principios de semana; me sentía un poco inquieta, pero ya estoy bien.
¿Qué pasaba aquel año con el mes de noviembre?, se preguntó Zoe. Era como si la mayoría de ellos tuviera problemas esos días. Bonnie, los chicos y Ethan estaban lidiando con el aniversario de la muerte de Drew, ella misma estaba preocupada por el futuro de su matrimonio y por los cambios de humor de su marido, y ahora Arcadia, por alguna razón, estaba inquieta.
Arcadia cogió la taza de café con ambas manos. Sus uñas, largas y pintadas a juego con su corto cabello rubio platino, brillaban a la luz del sol. Sólo alguien que la conociera desde hacía tiempo habría detectado la tensión que ocultaba. A Arcadia se le daba muy bien esconder sus emociones.
Zoe suponía que su amiga rondaba los cincuenta, pero poseía la elegancia atemporal de una estrella de cine de los años treinta. Incluso irradiaba el aire de sofisticación distante y hastiada propia de aquella imagen. Aquel día, Arcadia, una mujer alta y esbelta, iba vestida con su habitual ropa de marca en fríos tonos pastel; unos pantalones de seda turquesa y una túnica blanca, también de seda, que lucía con una gracia lánguida, a lo Greta Garbo.
Zoe se había colocado una servilleta en el regazo, pero Arcadia no se había tomado esa molestia. Tomaba su café y su croissant sin fijarse en las migas que le iban cayendo encima, y Arcadia no solía dejar que le cayera nada sobre sus caros atuendos.
—¿Quieres decirme de una vez qué te impide dormir? —preguntó Zoe—. Y no me digas que es a causa de que estás disfrutando de interminables noches de sexo, porque Harry todavía sigue fuera.
—Estoy empezando a pensar que tal vez ése sea el problema —dijo Arcadia muy seria.
—¿La falta de sexo?
—No, que Harry esté fuera de la ciudad.
Zoe arrancó uno de los cuernos de su croissant y lo untó con mantequilla.
—No te sigo —dijo.
—Me parece que me estoy acostumbrando a tenerlo siempre cerca de mí.
—¿Y qué? A él también parece que le gusta estar a tu lado; no veo que haya ningún problema.
Arcadia apretó la taza con fuerza.
—Creo que me estoy volviendo un poco… dependiente de él.
Zoe comió el trozo de croissant.
—Explícate —dijo.
—Comencé a tener dificultades para dormir justo después de que Harry se fuera por este último trabajo. —Entornó sus ojos azules y prosiguió—: Fue como si volviese a tener miedo de la oscuridad; hace tres noches lo pasé realmente mal.
—¿Qué te pasó?
—Había estado todo el día muy nerviosa y tardé mucho en dormirme. De repente, me desperté sobresaltada y estuve un momento desorientada. Pensaba que estaba en Xanadú.
—Pues me parece una reacción totalmente comprensible —opinó Zoe—. Siempre que sueño con ese lugar me levanto empapada de sudores fríos.
Arcadia meneó la cabeza.
—Ése es el problema, que no parecía un sueño. Me desperté de golpe y sentí mucho miedo. Tuve la sensación de que alguien había entrado en casa.
Zoe arrugó la frente.
—Pero no había señales de ello, ¿no?
—Claro que no. Habría llamado a Ethan inmediatamente si hubiera encontrado la mínima señal de que alguien se había saltado el tema de seguridad de Harry. Me sentí muy rara hasta que…
—¿Sí?
Arcadia esbozó una leve sonrisa.
—Hasta que llamó Harry.
—Y entonces te sentiste mejor —comentó Zoe, aliviada.
—Sí.
—Piensas que esa extraña sensación cuando Harry no está contigo significa que le has permitido acercarse demasiado a ti, ¿verdad?
—Sólo sé que hace un mes, antes de conocerlo, no me pasaba esto. —Arcadia dudó un instante y añadió—: Creo que Harry tuvo el presentimiento de que yo estaba nerviosa. Además, ahora me llama dos veces al día en vez de solo por la noche.
Zoe sonrió.
—Y ya duermes mejor, ¿no?
—Mucho mejor.
—Por lo tanto, temes estar enganchándote a Harry Stagg.
—Hace mucho que no confío en un hombre —dijo Arcadia—. Y lo cierto es que todavía me da un poco de miedo.
—Es natural —le aseguró Zoe, dándole una palmadita en la mano—. Pero Harry Stagg no es Grant Loring.
—Lo sé.
Arcadia, visiblemente más tranquila, se acabó el café.