Epílogo

 

Unos días más tarde, Keeley estaba en la puerta del salón, mirando al interior e intentando no sentirse abrumada. Aquella era su primera comida familiar. Todos los Señores y sus familias estaban allí.

Y ellos eran su familia. Aunque había formado un vínculo con ellos, nadie había enfermado. El demonio de Torin no era parte de ese vínculo. Enfermedad la había traicionado tantas veces, que ella no tendría que preocuparse nunca por si se formaba un vínculo con él. No había nada que el demonio pudiera hacerles a los demás.

Por otra parte, aquellos vínculos eran lo que le había proporcionado el poder para vencer a Hades. Él había sido como masilla en sus manos antes de que Lucifer hubiera herido a Torin. Los vínculos alimentaban su fuerza y, a cambio, ella podía hacer que todos los sueños de los Señores del Inframundo se hicieran realidad. Encontraría y destruiría la caja de Pandora. Tomaría posesión de la Estrella de la Mañana.

Pero esos planes eran para otro día.

Pandora era la única que estaba ausente de aquella celebración. Se había marchado sin decir una palabra en cuanto había despertado de su coma. Sin embargo, incluso William y sus hijos estaban allí. William no podía apartar la mirada de Gillian. Casi resultaba embarazoso.

–¿Puedes creerte esto? –le preguntó Galen.

Estaba a su lado, observando a todo el mundo con la misma reverencia que ella. Solo Torin le había perdonado, pero nadie estaba intentando matarlo, así que Keeley lo consideraba una victoria. Sin embargo, no parecía que a Galen le importara mucho la falta de entusiasmo con la que había sido recibido.

–No, casi no puedo. Es como si todo lo que siempre he soñado se haya convertido en realidad en un solo día.

–Los míos no. Todavía –dijo él, y miró a Honey. Era su única preocupación.

Ella había vuelto aquella mañana, pero se había negado a hablar con él y a estar a solas con él. Galen no la estaba presionando, motivo por el cual todavía seguía allí. Además, Torin le había invitado a la celebración y, aunque había habido algunas protestas iniciales, todo el mundo había cedido cuando él dijo:

–Es un deseo de la Reina Roja.

No la tenían miedo; simplemente, sabían hasta dónde podía llegar Torin con tal de hacerla feliz.

Se le hinchó el corazón de amor al ver cómo le pasaba el cuenco de guisantes a Urban, que se estremeció al ver la verdura y, después, a Ever, que tuvo la misma reacción. Torin se echó a reír. Ya no era tan severo a la hora de mantener las distancias. Tampoco sus amigos. Era una imagen asombrosa.

Kane y Josephina habían ido a pasar la velada con ellos, gracias al poder de teletransporte de Keeley, y estaban conversando con Gideon y Scarlet sobre los embarazos de las mujeres.

Como siempre, la atención de Keeley volvió a fijarse en Torin. Antes, había hecho un streaptease mientras él estaba sentado en su butaca. Después, se había sentado en su regazo y habían hecho el amor. Después, habían tomado una ducha juntos, y no habían podido dejar de acariciarse. Ella se estremeció al recordar lo que le había susurrado al oído:

–¿Necesitas tu inyección de vitamina D, princesa? ¿O prefieres que le llame «tu medicina»?

Qué gracioso. Estaba tan orgulloso de su semen mágico… Keeley tenía la sensación de que iba a tomarle el pelo con eso durante toda su vida y, al pensarlo, sonrió.

En aquel momento, Torin se puso en pie y se acercó a ella. La abrazó, y le preguntó:

–¿Por qué no comes nada? Sé que no estás pensando en que te vamos a envenenar.

–Como si alguien se atreviera. Solo estoy disfrutando de la escena.

Él le besó la sien, y susurró:

–¿Te he dado ya las gracias por concederme otra oportunidad?

–Mil veces.

–¿Y te he dicho que, sin ti, estaría perdido?

–Sí, también.

–¿Que lo eres todo para mí?

–Sí.

–Bueno, pues entonces soy un magnífico novio.

Ella se echó a reír.

–Pues sí, lo eres. Y también, muy modesto.

Él la soltó, y ella gimió al notar su pérdida. Sin embargo, no tendría que esperar mucho para estar con él de nuevo.

Torin puso una rodilla en el suelo y le tomó una mano. La miró con intensidad.

–Te quiero con toda mi alma, y quiero pasar el resto de mi vida contigo. Porque, si el hogar está donde está el corazón, entonces tú eres mi hogar, Keeleycael. Así que espero que me concedas el honor de convertirte en la señora de Torin.

Le tendió un anillo, y a ella se le cortó la respiración. El anillo tenía una pequeña esfera en lugar de un diamante, y Keeley vio que dentro de la esfera había una pareja abrazándose. Una pequeña pareja tallada en madera. Él había hecho aquella figura para ella.

A Keeley se le cayeron las lágrimas de la emoción, y dio un saltito.

–¡Sí! Seré la señora de Torin, y tú serás el señor de Keeley, y celebraremos una boda que superará con mucho la de Lucien y Anya.

–¡Eh! –exclamó Anya–. Te estás exponiendo al fracaso.

Torin se puso en pie, y Keeley se arrojó a sus brazos. Siempre había deseado que la quisieran y la adoraran, y había pensado en casarse con un hombre agradable y gobernar su reino. Ahora, la adoraban y la querían. Sin embargo, no tenía a su lado a un hombre agradable, sino a un feroz guerrero. Exactamente lo que necesitaba.

–Voy a hacerte feliz –le prometió.

–Princesa, eso ya lo has conseguido.