Capítulo 19

 

Torin observó a Keeley, que estaba tendida en su cama, inmóvil. Él llevaba siglos durmiendo en aquella habitación, soñando siempre con el día en que pudiera haber una mujer a su lado. Sin embargo, aquello no era su sueño. Era una pesadilla.

Las sábanas estaban empapadas con su sangre. Keeley se estaba muriendo.

–No. ¡No! Me niego a perderte. ¿Me oyes? –le gritó, aunque estuviera inconsciente.

Si él quería tener la posibilidad de ser feliz alguna vez, Keeley tenía que sobrevivir. Era tan simple como eso.

Le aplicó presión a la herida… y ella dejó de sangrar. Sin embargo, su pecho quedó inmóvil. Ya no subía y bajaba con la respiración.

Él le hizo el masaje cardíaco durante tres minutos. La herida de su cuello volvió a abrirse, y Keeley empezó a sangrar de nuevo. Él se retiró, y gritó:

–¡Vamos, Keeley! ¡Cúrate!

El silencio le partió el alma.

–¡Por favor! ¿Tienes idea de lo importante que eres para mí?

De nuevo, el silencio.

No, ella no podía saberlo, porque él no se lo había dicho nunca.

Con un grito salvaje, Torin dio un puñetazo a la pared y sintió un dolor tremendo en los nudillos. No tenía que haber permitido que Keeley se quedara allí. Tenía que haber sido fuerte para alejarse de ella una segunda vez. Para siempre.

Su debilidad les había salido muy cara a los dos.

–¡Keeley! ¿Me oyes? Estás en mi cama. Dijiste que aquí podía darte órdenes. ¡Ya te he dicho lo que tienes que hacer, así que hazlo!

Pero ella no lo hizo.

Torin cayó de rodillas. Se sentía como un animal hambriento y desesperado. Salvaje e inconsolable.

–Tranquilízate –le dijo Lucien, que acababa de aparecer a su lado.

¿Que se tranquilizara?

–¿Por qué no te callas la boca…?

Antes de que él pudiera insultar a su amigo, se abrió la puerta de la habitación y entró Danika, que llevaba una jarra en las manos. La jarra estaba llena de… ¿tierra?

–Sienna me ha traído –dijo, y se acercó a la cama.

Parecía que iba a arrojar la tierra sobre la herida de Keeley, y Torin se lo impidió.

Al darse cuenta de lo mucho que se había aproximado a ella, dio un paso atrás.

–Será mejor que tengas una buena razón para hacer esto –le dijo.

Danika abrió mucho los ojos con una expresión de miedo.

–Sí la tiene –dijo alguien desde la puerta. Era Reyes, su hombre–. Danika ha tenido una visión en la que se le mostraba cómo ayudar a tu mujer –dijo su amigo, el guardián del demonio del Dolor. Tenía los brazos cruzados sobre el pecho y miraba a Torin con expectación–. Apártate de Danika o vamos a tener un problema, amigo mío.

Torin apretó los dientes y se alejó.

Danika exhaló un suspiro de alivio y continuó.

–Voy a inclinarme para cerciorarme de que la tierra cae en la herida, ¿de acuerdo?

–¿Por qué? –ladró él.

Ella se estremeció ante su vehemencia, y dijo:

–Porque Keeley es una Curator, y está vinculada a la tierra y a sus estaciones. Eso significa que también está vinculada a los elementos. La ayudan.

Torin se dio cuenta de que eso tenía sentido. Tomó la jarra de manos de Danika y se arrodilló junto a Keeley. Entonces, empezó a meter la tierra en la herida cuidadosamente. Por primera vez, desde que había visto cómo la atacaba el Innombrable, empezó a tener esperanza.

–Torin –dijo Danika–. ¿Estás seguro de que debes hacerlo tú? Estás…

–Llevo los guantes –dijo él, con un rugido.

No iba a poner en peligro a Keeley otra vez, pero necesitaba tocarla.

Los siguientes minutos de silencio fueron una tortura. Esperó, pero Keeley no dio muestras de mejoría. Él metió la tierra más profundamente en la herida, pero no ocurrió nada.

–No lo entiendo –dijo Danika–. Esto debería funcionar.

Torin se levantó y llenó la jarra de agua. Si un elemento debía funcionar, dos de ellos tenían que ayudar aún más. Con delicadeza, echó agua en la herida de Keeley.

Ella siguió quieta e inmóvil.

La esperanza murió.

Enfermedad empezó a carcajearse.

Torin posó la frente en el colchón. La había perdido. Aquello no era justo. Eran los monstruos quienes debían morir, y no los ángeles. Sin embargo, ¿cuándo había sido justa la vida?

«¿Y cómo voy a seguir viviendo?».

–Torin… –dijo Danika.

–Salid –les dijo a todos–. Dentro de unos segundos no voy a ser responsable de mis actos.

–Espera –insistió ella–. Creo que está respirando.

Él alzó la cabeza de golpe. Keeley tenía los ojos cerrados, pero.. ¡su pecho subía y bajaba! Sí, estaba respirando.

¡Estaba viva!

–Keeley, cariño.

Su cabeza giró hacia él por la almohada mientras ella gemía.

–Estoy aquí, princesa. Estoy aquí. No voy a volver a irme a ninguna parte.

 

 

Keeley se estiró y abrió los ojos. Cuando se dio cuenta de que estaba en un dormitorio desconocido para ella, frunció el ceño. La luz del sol entraba por el enorme ventanal e iluminaba de lleno la cama doble en la que descansaba. A su lado había un pequeño hueco, como si alguien hubiera pasado la noche a su lado.

¿Torin?

Aquella idea le entusiasmó. Pero ¿dónde estaba él?

Una voz suave respondió a su pregunta desde las sombras.

–Está con sus amigos. Ellos quieren interrogarte cuando te despiertes, pero él no se lo va a permitir.

Ella sonrió al reconocer aquella voz, y dijo:

–Galen.

Él asintió y se acercó a ella.

–Exacto.

–Te has arriesgado mucho viniendo aquí. ¿Lo has hecho para enfrentarte a Torin?

–No. Torin no tiene nada que ver con esto –dijo Galen, y se sentó a su lado en el colchón–. Ni siquiera la venganza.

«Interesante», pensó ella. «Estoy necesitada de contacto físico y de afecto, y la cercanía de Galen debería causarme algún efecto, aunque él no me atraiga». Sin embargo, ella no notaba ningún cosquilleo, ningún temblor.

–¿Ya no lo odias? –le preguntó a Galen.

–Sí, lo odio –respondió él, con una sonrisa fría–-. Siempre lo odiaré. Una vez fue uno de mis mejores amigos, pero no confió en mí, y todavía cree que yo soy uno de los que reveló nuestro plan de robar la caja de Pandora.

–Así que tú, el culpable, se enfada con el inocente por atreverse a reaccionar ante una traición con dolor e ira. Típico.

Galen asintió sin remordimientos.

–Es un buen resumen, sí.

–Y tú, el culpable, todavía tienes resentimiento.

Él volvió a sonreír, aunque, en aquella ocasión, con algo de calidez.

–Me gusta que me entiendas.

–Ya. Bueno, y ¿por qué has venido? Si me dices que es porque quieres tener algo conmigo, te destripo. Le pertenezco a Torin. Él lo ha dicho.

–Me alegro, porque tú no eres mi tipo.

–¡Eh! ¿No te gustan las chicas valientes con problemas de temperamento?

–Tú no eres Legion, así que no –respondió él, y frunció el ceño–. Creo que debería llamarla Honey. Así es como la llaman los Señores ahora. Parece que se ha reinventado como parte de su recuperación.

Keeley recordó fragmentos de conversaciones que había oído, y suspiró.

–Esta Legion, o Honey…

Una enemiga que le había entregado su virginidad y, después, había intentado matarlo envenenándolo. Entonces, había huido de él, pero él la había perseguido para vengarse. La guerra contra los Señores se lo había impedido. Durante aquel tiempo, Legion, o Honey, había terminado en el infierno, donde la habían torturado sin piedad.

–¿Vas a llevártela?

Galen se encogió de hombros.

–No lo sé. Quizá. Antes quiero hablar con ella.

–Bueno, pues hazme un favor: espera. Esta gente acaba de recuperar a Torin y acaba de conocerme a mí. Están un poco abrumados, y no creo que reaccionen bien a otra alteración más en sus vidas.

–Yo no le voy a hacer daño. Ya le han hecho bastante. Y nadie más va a saber que estoy aquí, te lo prometo. Pero necesito tu ayuda. En su habitación hay algún tipo de bloqueo que no me deja entrar.

Una cosa era ayudarlo a que llegara a un lugar seguro, pero permitirle que se paseara libremente por casa de Torin era otra muy diferente.

–Dame algo de tiempo. Muy pronto, Torin me deberá algunos favores y podré arreglar un encuentro entre Honey y tú que tenga la aprobación de los Señores del Inframundo.

Galen entrecerró los ojos.

–Tu plan tiene un ligero fallo: no quiero esperar.

Ella le dio unos golpecitos en la cabeza.

–Pobrecito. ¿Es que pensabas que te estaba dando a elegir?

Él iba a responder, pero ella le indicó que guardara silencio. ¡Oía pisadas! Alguien se estaba acercando al dormitorio.

–Más tarde –le dijo a Galen, y lo teletransportó al otro lado del mundo.

Después, se arregló el pelo con los dedos y se alisó la camiseta que llevaba, preparándose para recibir al nuevo visitante. Esperaba que fuera Torin, porque tenían unas cuantas cosas de las que hablar. De Galen, sí. Pero, también, de su relación: las cosas habían cambiado, y los dos lo sabían. Muy pronto iban a tener que tomar decisiones mucho más difíciles.

¿Estaría él decidido a conseguir que aquello funcionara entre los dos?

¿Qué querían el uno del otro?

¿Cómo deberían proceder?

Estaba muy impaciente por obtener respuestas, pero también tenía miedo de que él hubiera cambiado de opinión una vez más.

Bueno, ¡pues iba a demostrarle que no podría!

Keeley teletransportó el mobiliario fuera de la habitación y empezó a sustituirlo con sus cosas. «Me vengo aquí, y punto».

«Intenta librarte de mí, encanto. Te reto a que lo hagas».