Capítulo 29

 

Keeley y Torin se pasaron el día en la cama, manteniendo relaciones sexuales sin tocarse la piel, interrumpidos tan solo por algunas visitas ocasionales.

Paris y Sienna habían ido a hablar con ella, y Keeley sabía que hubiera sido una crueldad no atenderlos. Les había explicado la forma de crear un vínculo: Sienna tenía que dejar de pensar que los poderes que poseía eran de Cronus, y tenía que empezar a considerarlos suyos. Por ejemplo, el cuerpo en el que habitaba Keeley se habría descompuesto si ella no hubiera reclamado su posesión.

Keeley les detalló minuciosamente los pasos que tenían que dar para que Sienna retuviera y fortaleciera sus poderes, y ellos escucharon absortos. Cuando parecía que habían entendido todo lo que tenían que hacer, Torin los había echado. Se había divertido un poco más con Keeley, pero, pronto, habían aparecido Gideon y Scarlet, que querían darle las gracias a Keeley por haber teletransportado a Gideon lejos del Innombrable antes de que el monstruo pudiera asestarle el golpe fatal.

Aunque las interrupciones irritaban a Torin, para Keeley eran un deleite. Aquel grupo de inmortales la había aceptado, por fin. Deseaban su ayuda y su aprobación. «Se han hecho realidad todos mis sueños».

El único obstáculo del día fue cuando, después de otro arrebato de pasión, Torin se había quedado callado y pensativo.

¿Acaso estaba pensando en el ofrecimiento de Hades?

El miedo le provocó pensamientos desagradables. ¿Sería solo cuestión de tiempo que Torin decidiera que aquello no era lo suficientemente bueno para él, ni para ella? Keeley cabeceó. Ella era el tesoro de Torin. Eso no iba a cambiar. Debía tener fe en él.

Reyes llamó a la puerta aquella noche, y dijo que Danika se había recuperado y que estaba lista para usar de nuevo los artefactos.

Keeley se vistió de manera cómoda, y le dijo a Torin:

–Tal vez debiera intentar encontrar la caja otra vez. Con la Estrella de la Mañana, no necesitaríamos ningún portal para encontrar a Viola y a Baden.

Él lo pensó un momento.

–Si Danika se queda sin fuerzas, y nosotros no tenemos éxito, estaremos fuera unos cuantos días.

–Merece la pena correr el riesgo –dijo ella.

Sin embargo, cuando todos se reunieron en la sala de los artefactos y Danika dio todos los pasos, el portal no se abrió.

¿Podía haber algún bloqueo místico en la jaula?

¿Quién tenía el poder necesario para hacer algo así? Muy pocos inmortales.

–No lo entiendo –dijo Keeley, mirando a Torin con una expresión de disculpa–. Pero no me voy a preocupar por ello.

Entonces, le dijo a la chica:

–Piensa en Viola.

Danika, que ya estaba un poco fatigada, cerró los ojos. Inmediatamente, el extremo superior de la Vara Cortadora empezó a brillar e iluminó la habitación.

Torin se acercó a Keeley y le rodeó la cintura con el brazo. De camino a la sala, sus amigos habían intentado convencerlo de que permitiera que otra persona acompañara a Keeley al cruzar el portal. Alguien que no provocara una plaga si las cosas iban mal. Como Anya, o Kaia, o Strider. Sin embargo, él se había negado en redondo. Él iba con Keeley, y punto.

Al recordarlo, Keeley se estremeció de emoción.

«Me estremezco mucho últimamente, y me encanta».

«Lo amo».

Cuando la luz que irradiaba la Vara Cortadora bajó de intensidad, el aire se separó y apareció otro reino, una puerta. Claramente, Viola estaba en el mismo lugar en el que había estado Cameo: era el salón del trono, con hogueras y demonios que pululaban por todas partes. Lucifer estaba sentado en un trono de calaveras que, una vez, había pertenecido a Hades, tamborileando con los dedos en el brazo del asiento, esperando algo. ¿O a alguien?

Y ¿dónde estaba…?

A Keeley se le encogió el estómago al ver a la chica. Tenía que ser Viola, porque era tal y como la había descrito Torin: rubia, con los ojos castaños y la piel bronceada. Sus curvas eran perfectas. Estaba encadenada a una pared, con los brazos y las piernas estirados y sin ropa. Tenía una mordaza en la boca.

¿Qué crímenes habrían cometido contra ella?

«Antes de salvarla, voy a matar a sus torturadores. Puede que incluso la convierta en mi mejor amiga».

Todo el mundo necesitaba un buen apoyo.

Torin agarró a Keeley con fuerza.

–¿Preparada?

Ella asintió, desplegó la Capa de la Invisibilidad y los cubrió a los dos. Atravesaron juntos la puerta y entraron en el salón del trono. El aire estaba lleno de humo, y se oían gritos de dolor y risotadas de alegría por todas partes.

Aquel lugar era más grande de lo que ella recordaba, el humo era más espeso y los gritos, más fuertes. Junto a Viola había otra mujer, con el pelo oscuro y corto, con la esbelta musculatura de una guerrera. También estaba encadenada. ¿Quién era?

Al verla, Torin se puso tenso.

–Es Pandora.

Bajo la capa, nadie oía sus conversaciones, así que no tenían por qué hablar en voz baja.

–Si Pandora está aquí, seguramente Baden también anda cerca. Pero no tengo los brazaletes de serpentina, así que no voy a poder tocarlos. Tendremos que volver por ellos más tarde.

–No es necesario. Yo he traído los brazaletes –dijo Torin.

Era un hombre con muchos recursos.

–Pero parece que no será necesario. Pandora lleva un par de ellos.

Keeley la miró, y vio que la chica llevaba dos bandas de metal en las muñecas.

–Bien. Vamos a terminar esta misión de rescate. Sigue hacia delante, alineando tus pasos con los míos. Así.

A medida que se acercaban a las muchachas, Keeley fue inspeccionando sus cuerpos en busca de heridas. No tenían lesiones visibles, pero sí tenían manchas de hollín en el estómago y en los muslos, lo cual sugería que habían sido maltratadas.

«Alguien lo va a pagar caro», pensó Keeley, apretando los puños, y los muros del palacio empezaron a temblar.

Lucifer, que seguía sentado en su trono, miró a su alrededor y frunció el ceño.

Keeley notó la respiración cálida de Torin en la mejilla.

–¿Sabías que el estómago humano tiene que producir una nueva capa de mucosidad cada dos semanas porque, de lo contrario, se digeriría a sí mismo? Además, he buscado información y he descubierto que los escarabajos saben a manzana, las avispas, a piñón, y los gusanos, como el beicon frito.

–Estás al tanto de unas cosas muy raras –dijo ella, y el temblor cesó–. Pero, en realidad, los escarabajos saben a cacahuete.

–Lo tendré en cuenta.

–Tenemos que provocar una distracción para poder llevarnos a las chicas a casa sin que se produzca una batalla –dijo Keeley. Y solo había una forma de hacerlo–. Yo me ocupo de Lucifer. Tú atraviesa el portal con las chicas y vuelve a buscarme después. Y mañana vamos a tener una seria discusión sobre tus cicatrices de azufre. ¿Y si necesito teletransportarte a un lugar seguro cuando vuelvas?

–Considéralas desaparecidas –dijo él, sorprendiéndola–. Pero no me gusta tu plan. No me gusta la idea de que tengas nada que ver con Lucifer.

–Torin.

–Sin embargo, sé que eres muy lista y muy poderosa, así que espero que tengas cuidado. Si te haces un solo arañazo, me voy a enfadar.

–Ojalá pudiera besarte –dijo ella. «Después», pensó. Una recompensa para los dos, y al cuerno las consecuencias–. Y tú también, ten cuidado, o me enfadaré yo.

Después, ella se teletransportó al exterior del salón del trono y le dejó la Capa de la Invisibilidad a Torin.

Los demonios la vieron y se dirigieron rápidamente hacia ella. Sin embargo, Keeley abrió las puertas del salón y entró como hacía cuando Hades la llevaba a visitar a su hijo adoptivo.

Lucifer se puso en pie de un salto con una sonrisa triunfante.

–Keeleycael. Qué extraordinario. Había oído que estabas libre, y esperaba que vinieras a visitarme. Pero no esperaba que vinieras tan… horrible.

Ella alzó la barbilla. No llevaba ninguno de sus vestidos, ¿y qué?

–Me he enterado de tus planes para destruir a Hades.

Él asintió.

–¿Te gustaría que te ayudara? –le preguntó ella.

Él no vaciló un segundo.

–Sí.

Entonces, Keeley pasó la mirada por el salón. Ni siquiera ella podía ver a Torin, que estaba debajo de la capa. ¿Qué estaba haciendo?

–Ven aquí –le dijo Lucifer, haciéndole un gesto para que se acercara–. Vamos a ponernos al día.

Qué formalidad y qué cortesía. Era un mentiroso.

–Me siento impresionada –dijo Keeley, sin moverse–. Si quieres hablar aquí conmigo, es que has hecho algo que Hades nunca consiguió: dominar absolutamente a los demonios, de manera que nunca te traicionen y divulguen en público lo que te oyen hablar en privado.

Él apretó la mandíbula. Ella acababa de recordarle que no podían hablar abiertamente delante de sus soldados, porque los demonios irían a contárselo todo a Hades.

–Tienes razón –dijo él–. Lo he conseguido. Pero acabo de darme cuenta de que no hay ningún sitio para que tú te sientes cómodamente.

–Eso es cierto.

Cuando Lucifer se acercó a ella, Keeley vio el brillo y la dureza de sus ojos oscuros, un brillo que no podía disimular. ¡El brillo de la maldad!

Él le ofreció el brazo.

Aunque hubiera preferido sacarse los ojos, Keeley lo tomó. Él se la llevó por un laberinto de pasillos donde los demonios fornicaban de la manera más vil, y la hizo pasar a un gran dormitorio. La estancia estaba dedicada al hedonismo: satén negro, terciopelo negro, cuero negro. Había juguetes y armas colgados de las paredes, y espejos por todas partes. Las velas brillaban en la oscuridad.

Unos demonios entraron tras ellos portando bandejas de comida. En pocos minutos había una mesa preparada en el centro de la habitación. Lucifer siempre guardaba las apariencias. Le gustaba que la gente pensara que era solícito y galante, y representaba el papel de persona servicial, o de lo que su víctima quisiera, hasta que había conseguido engañarla por completo y la tenía bien enganchada. Entonces, cambiaba a su verdadera personalidad de psicópata. Era su juego.

Él le sacó una silla, y ella se sentó.

–Gracias –le dijo.

Lucifer le sirvió un vaso de algo que parecía vino pero que, seguramente, era sangre, y le preparó un plato, pero ella no pudo identificar lo que había en él. De todos modos, no pensaba probar bocado.

Él se sentó frente a ella, sin dejar de mirarla.

–Mis fuentes me han dicho que te has unido a los Señores del Inframundo.

Tenía un tono de odio, y ella sabía por qué. Lucifer pensaba que los Señores debían seguirlo y que debían permitir que los demonios a los que acogían en su cuerpo rigieran sus vidas. El hecho de que no lo hicieran era una afrenta para él.

–Sí, lo hice –dijo ella. ¿Para qué iba a negarlo?–. ¿Te han dicho también tus fuentes que el Guardián de Enfermedad me infectó una y otra vez? Que me abandonó en varias ocasiones? Y, de todos modos, ¿por qué te interesa todo esto?

–A mí no me importa nada –respondió él, riéndose–, pero me gusta tener opciones, guapa. Eso es todo.

La fulminó con la mirada, y ella se dio cuenta de que tenía que actuar con más cuidado, porque no podía restregarle por la cara algo que nunca iba a alcanzar. Lucifer llevaba marcas de protección. Si decidía que no la necesitaba más, ella no podría usar su poder contra él.

De repente, las puertas del dormitorio se abrieron violentamente y entró un demonio con apariencia de gorila.

–Tres prisioneros trataron de escapar, mi señor, pero no llegaron lejos. Aguardan vuestro castigo.

Keeley se puso rígida. ¿Torin, Viola y Pandora? Seguramente. ¡La misión había fracasado! Era hora de controlar los daños.

–¿Dónde están? –preguntó Lucifer, con calma.

–En la sala del trono, mi rey.

–Traedlos aquí.

El demonio salió corriendo.

Keeley preguntó, con la garganta seca:

–¿Qué vas a hacer con ellos? ¿Y por qué tienes a dos mujeres encadenadas junto a tu trono?

Lucifer la miró con los ojos brillantes.

–¿A ti qué te gustaría que hiciera? Y porque me agrada tenerlas allí.

–¿Soltarlas?

Él sonrió y negó con la cabeza.

–Siempre tuviste un corazón demasiado blando. Esperaba que, con lo que te hizo Hades, te hubieras endurecido un poco.

Y eso habría sucedido, sin duda, de no ser por Mari y por Torin.

–¿Sabes? Tu visita me parece muy oportuna. Llegas aquí y, de repente, hay un intento de fuga.

–Pues a mí, lo que me parece raro es que tus prisioneros no intentaran escapar antes.

–Umm…

Los prisioneros llegaron ante Lucifer, y Keeley suspiró de alivio al constatar que no eran Torin, Viola y Pandora, sino un guerrero pelirrojo, Baden, seguramente, y los espíritus de Cronus y Rhea. Los tres llevaban brazaletes de serpentina.

Keeley miró a Cronus. El antiguo rey la había tenido encarcelada durante siglos y había propiciado la muerte de Mari. Aunque no podía vengarse de él físicamente, puesto que no tenía cuerpo, había muchas cosas que podía hacerle a su espíritu…

Las paredes comenzaron a temblar.

Cronus debió de sospechar lo que estaba pensando, y forcejeó contra sus captores.

–He cambiado de opinión –anunció ella–. No los dejes marchar. Podemos jugar a torturar a los muertos.

Los pensamientos racionales se abrieron paso entre la oscuridad de sus deseos, como luces brillantes que no pudo ignorar. ¿Sabía Torin que Baden estaba allí? ¿Se había dado cuenta alguien de que se escapaba con Viola y Pandora? Esperaba que lo hubiera conseguido.

Si lo habían atrapado… si le habían hecho daño…

«Quemaré este reino y todo lo que hay en él».

–¿Dónde está Pandora? –gruñó Baden–. ¿Qué le has hecho? ¡Dímelo! –gritó. Después, la miró a ella, miró a Lucifer y, de nuevo, a ella, y abrió mucho los ojos–. La Reina Roja. ¿Por qué estás aquí?

¿Él la conocía?

¿Y ella lo había olvidado?

–Sería un placer mostrarte exactamente lo que he hecho con tu preciosa fémina –dijo Lucifer, y se puso en pie. Ayudó a Keeley a levantarse, y ella no pudo pensar en ningún motivo para protestar por aquel regreso al salón del trono. Seguramente, Torin ya se había marchado.

Pero, entonces, ¿por qué nadie había dado la alarma?

Lucifer los guio por los pasillos sin soltarla un solo instante. Primer problema: si no conseguía zafarse de él, no podría teletransportarse a ningún sitio en el inframundo. ¡Aquellas estúpidas cicatrices de protección!

No era un buen momento para sucumbir al pánico.

Las puertas se abrieron, y Lucifer no tuvo que detenerse. Al entrar, dijo con despreocupación:

–Esta noche, Keeleycael, tú calentarás mi lecho, y te marcaré como concubina mía.

Eh… segundo problema.

–No.

–¿Acaso piensas que tienes la capacidad de elegir? Lo siento.

–¿Y acaso piensas tú que tienes la fuerza necesaria para violarme?

Él se echó a reír.

–Recientemente, he capturado a dos féminas amadas por los Señores del Inframundo. Puede que las recuerdes; estaban encadenadas aquí. Tenía pensado destrozarlas y culpar a Hades por ello. Los Señores habrían ido por él, lo habrían distraído y yo habría podido atacar. Si hubiera sabido que tú ibas a aparecer en la puerta de mi morada, no me habría molestado. Tú serás una distracción mucho mejor.

Lucifer se detuvo en seco al comprobar que Viola y Pandora habían desaparecido. Ninguno de sus demonios se había dado cuenta.

Impresionante. Magistral. ¿Cómo lo había conseguido Torin?

Lucifer dirigió su rabia contra ella.

–Vaya, parece que te he subestimado. Mi propia distracción. Bravo. Pero no importa –dijo, sonriendo con frialdad.

–¿Y qué puedes hacer al respecto? –preguntó ella, y le dio un golpe tan fuerte en el pecho que le partió el esternón.

Mientras él trataba de respirar, ella le dio un puñetazo en la cara. Se giró y, agachándose, agarró por el cuello a uno de sus sirvientes más pequeños, se giró de nuevo y golpeó a Lucifer con la criatura. Los cuernos envenenados del demonio le rasgaron la piel y le rompieron el fémur, el hueso más grande de su cuerpo.

Lucifer gruñó, y se desvaneció en el aire. Ella se giró, esperando que se materializara a su espalda, e hizo aparecer una daga en su mano para apuñalarlo. Sin embargo, él la había engañado. Volvió al mismo sitio con una piedra de azufre, y se la clavó a Keeley en la parte superior de la espina dorsal. A ella se le escapó un grito de dolor mientras la debilidad se apoderaba de su cuerpo.

–Y esto, Keeleycael, es solo el comienzo de lo que puedo hacer.