Wilhelm Waiblinger
FRAGMENTOS DE SU DIARIO

Si se le dice que su Diótima tuvo que ser una noble criatura, contesta conmovido: ¡Ay, mi Diótima!… No me hable usted de mi Diótima. Trece hijos me ha parido. El uno es Papa, el otro Sultán, el tercero Zar de Rusia…

¿Y sabe usted lo que le ha pasado? Se ha vuelto loca; loca, loca, loca.

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Cuando Schwab leyó su Hiperión le dijo: «No mires tanto ahí dentro, es canibalesco».

Le hicieron entrega de un ejemplar de sus poemas, dio las gracias, hojeó el libro y dijo: Sí, los poemas son auténticos, son míos, pero el título es falso. En mi vida me he llamado Hölderlin, sino Scardelli, o Salvator Rosa o algo así.

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Si se le pide que escriba unas líneas pregunta: ¿Han de ser sobre Grecia, sobre la Primavera o sobre el Espíritu del Tiempo? Y entonces, este hombre siempre encorvado, se mantiene erguido ante su escritorio, toma un folio, una pluma de ganso, mide cada uno de los versos con la mano izquierda, le brilla la mirada y la frente, abre la ventana, echa una ojeada al campo y escribe:

Cuando pálida nieve embellece los campos

y un alto resplandor la inmensa llanura ilumina,

seduce el Verano que pasó, y delicadamente

se acerca la Primavera mientras la hora declina.

Espléndida aparición, el aire es más puro,

claro está el bosque, ningún hombre

camina por las calles, ya tan lejanas, y el silencio

se hace majestuoso y todo ríe.