42. BALANCE
El tiempo esfumado no resucita, y no podemos revivir una infancia evaporada. Y sin embargo…
Lo que narro en estas páginas no es forzosamente la realidad, sino mi infancia tal como la he percibido y reconstruido a tientas. Todos tenemos recuerdos diferentes. Ahora, esta infancia reinventada, este pasado recreado, es mi única verdad. Puesto que lo que se escribe se vuelve realidad, esta novela cuenta mi verdadera vida, que ya no cambiará, y que a partir de hoy dejaré de olvidar.
He ordenado mis recuerdos como en un armario. Ya no se moverán de aquí. Ya no los veré más que con estas palabras, estas imágenes, en este orden; los he fijado como cuando, de pequeño, jugaba a Mako moldeo, esculpiendo personajes con yeso rápido.
Todo el mundo piensa que a menudo he contado mi vida, cuando apenas acabo de comenzar. Me gustaría que se leyera este libro mío como si fuera el primero. No digo que reniegue de mis obras anteriores, al contrario, espero que un día se percibirá… bla, bla, bla. Pero hasta aquí he descrito un hombre que no soy, el hombre que me habría gustado ser, el seductor arrogante que hacía fantasear al pijo reprimido que llevo dentro. Creía que la sinceridad era aburrida. Es la primera vez que he intentado liberar a alguien mucho más encerrado.
Se puede escribir como Houdini deshacía sus ataduras. La escritura puede servir de revelador en el sentido fotográfico del término. Por eso me gusta la autobiografía: me parece que, oculta dentro de nosotros, hay una aventura que espera a ser descubierta y que, si llegamos a extraerla de nuestro interior, es la historia más sorprendente jamás contada. «Un día, mi padre conoció a mi madre, y luego nací yo y viví mi vida.» ¡Guau!, es de chiflados, si lo pensamos bien. Probablemente al resto del mundo le importa un pepino, pero es nuestro cuento de hadas particular. Ciertamente, mi vida no es más interesante que la vuestra, pero tampoco lo es menos. Es una vida y nada más, y es la única de la que dispongo. Si este libro tiene una posibilidad entre mil millones de volver eternos a mi padre, a mi madre y a mi hermano, entonces merecía ser escrito. Es como si plantara en este bloc de papel una pancarta que dijera: «A PARTIR DE AQUÍ, NO ME ABANDONA NADIE».
Ningún habitante de este libro morirá jamás.
Una imagen que era invisible se me ha aparecido de pronto en estas páginas como cuando era un chiquillo y colocaba una hoja blanca de papel sobre una moneda de un franco y la pintarrajeaba con un lápiz para ver cómo se dibujaba la silueta de la sembradora con su esplendor translúcido.