Yo, el cronista

Desde Jerusalén

UN mensajero trae una carta que transcribo en el libro. Escrita para Darío, no podemos saber si llegó a él.

La trajeron los soldados desde Jerusalén. Fue redactada en Egipto, enviada a Jerusalén y de allí llegó a Susa como documento incautado.

 

A nuestro señor Bigvai, gobernador de Judá, tus siervos Jedonías y sus colegas, los sacerdotes que están en Jeb, la fortaleza. Que el Señor del cielo cuide exageradamente en todo momento de la salud de tu señoría, y te conceda favor ante Darío, el rey y los príncipes del palacio, y mil veces más que ahora, y que te conceda larga vida y que seas feliz y próspero en todo momento.

Ahora tu siervo Jedonías y sus colegas declaran lo que sigue: En el mes de Tammuz del decimocuarto año de Darío el rey, cuando Asarmes se marchó, encaminándose hasta el rey, los sacerdotes del dios Jnub, que está en la fortaleza de Jeb, formaron una alianza con Waidrang que era gobernador aquí, diciendo: «El templo de Ya'u, el dios que está en la fortaleza de Jeb, que lo quiten de allí». Entonces ese Waidrang, el réprobo, envió una carta a su sobrino Nefayan, que era el jefe de la guarnición de la fortaleza de Syene, diciendo: «El templo que está en Jeb, la fortaleza, deja que lo destruyan». Entonces Nefayan sacó a los egipcios con las demás fuerzas. Vinieron a la fortaleza de Jeb con sus armas, entraron en aquel templo, lo derrumbaron hasta los cimientos, y las columnas de piedra que había allí se rompieron. También pasó que los cinco portales construidos con bloques de piedra tallada que había en aquel templo los destruyeron, y las puertas las levantaron, y las bisagras de aquellas puertas que eran de bronce, y el techo de madera de cedro, todo, con el resto del mobiliario y otras cosas que allí estaban, las quemaron con fuego, y las vasijas de oro y plata y todo lo que había en aquel templo, todo lo tomaron y se lo apropiaron. Y en los días de los reyes de Egipto, nuestros padres habían construido ese templo en la fortaleza de Jeb, y cuando Cambises llegó a Egipto encontró el templo edificado, y a pesar de que los templos de los dioses de Egipto a todos ellos los derribó, nadie le causó ningún daño a aquel templo.

Cuando esto ocurrió, nosotros, con nuestras esposas y nuestros hijos, nos vestimos con sayales y ayunamos y oramos a Ya'u, el señor del cielo, que nos permitiera ver nuestro deseo sobre aquel Waidrang. Los perros le arrancaron las tobilleras de las piernas, y todos los hombres que habían buscado hacerle mal a ese templo, todos ellos, fueron muertos, y vimos nuestro deseo sobre ellos.

También antes de eso, en la época en que se nos hizo este mal, enviamos una carta a tu señoría y a Yohanan, el sumo sacerdote, y a sus colegas, los sacerdotes que están en Jerusalén, y a Ostanes, hermano de Anani, y a los nobles de los judíos, pero no recibimos respuesta alguna. También a partir del mes de Tammuz, en el decimocuarto año de Darío el rey, hasta este día hemos llevado sayal y ayunado; nuestras esposas han sido como viudas, y nosotros no nos hemos ungido con aceite y no bebemos vino. También desde aquel tiempo hasta el presente día del decimoséptimo año de Darío el rey, ni ofrenda de alimento, ni incienso, ni sacrificio han ofrecido en ese templo.

Ahora tus siervos Jedonías y sus colegas, y los judíos, todos ellos habitantes de Jeb, decimos como sigue: si le parece bien a su señoría, toma idea de ese templo para construirlo, por cuanto no nos permiten construirlo a nosotros. Mira a tus bienintencionados amigos que están aquí en Egipto y haz que te envíen una carta tuya para ellos referente al templo del dios Ya'u, a construir la fortaleza de Jeb, tal como estuvo construida antes, y ellos harán la ofrenda de comida e incienso y sacrificios por el bien del rey.

 

Con la conquista de Israel por los babilonios, en tiempos del profeta Jeremías, muchos judíos se refugiaron en Egipto. La carta escrita en arameo informa de una colonia militar judía desde hace ya muchos años, muy importante, tanto como para construir un templo.

Pienso en la relación de los hombres con lo divino, los hombres construyen templos, otros los destruyen; el templo es el lugar donde el hombre cree no en el poder divino sino en el suyo propio, en el mundo que le rodeaba. Dios no necesita templos, sólo es el hombre quien quiere ofrecérselos.