Yo, el cronista

Los que vienen de Jerusalén

DICE NATHAN que los exiliados de Jerusalén dirigen hacia allí sus oraciones para no olvidar la ciudad. Su templo fue edificado por sus reyes David y Salomón. Su destrucción les había dejado un nuevo vacío espiritual. Agradecieron a Darío poder construirlo, y piden a nuestro rey que reconsideren el impedimento de continuar, nada hay que haga peligrar el reino persa si se llega al final de la obra. Dice Nathan que Jerusalén no es una calle, no es ni siquiera el templo. Se pregunta: ¿hay un lugar que sea el lugar? Sólo en Jerusalén, en su cruce entre cielo y tierra, se puede entender el mundo, es el mundo. Y se pregunta: ¿por qué destruyeron el templo? Hay, dicen, mentiras que le llegan al rey y le hacen temer. Mi amigo no quiere manipular, quiere enfrentarse con la verdad. Nathan admira a Ciro. Recuerdo una conversación al atardecer de hace unos meses. Nathan ese día parecía cansado y sus ojos parecían luchar por mantenerse abiertos, mientras leía en un libro a mi lado con la mano apoyada en su rostro, entre una barba con zonas aún grises.