Anotaciones privadas

PREFIERO no decir nada más acerca de esta relación, porque no es conveniente escribir lo demasiado concreto para no confundir el sentido de la historia. Una nueva idea podría alterar el orden, cierto orden interno de los acontecimientos. ¿Cómo actuar? ¿Qué debía hacer y escribir? ¿Cómo seleccionar la información adecuada? Éste es mi escrito, pero hay otros, a ti lector te corresponde buscar la versión oral y contrastar con la escrita para encontrar tu parte de la historia.

Se celebró el banquete, aunque no es necesario detallar los alimentos y bebidas que fueron servidos en él.

—Séame concedida mi vida ante mi petición y la de mi pueblo ante mi demanda porque hemos sido vendidos, yo y mi pueblo, para ser destruidos y exterminados.

Esther, con voz delicada pero a la vez firme, le contó al rey los últimos acontecimientos. El rey salió de la sala, yo observaba la escena desde la ventana de la sala de lectura que da hacia ese lugar del patio cercano a las habitaciones del rey. Era una noche fresca, descubrí tres estrellas, el viento movía los sauces, y las mujeres reían en su parte del palacio; cuando regresó se detuvo delante de Haman, que en ese preciso momento se había arrojado a los pies de la reina.

Reclamaba perdón sin autoridad, sin convicción, perdió su fuerza, sólo sabía elaborar un discurso desde la autoridad. A pesar de que el que va a morir quiere la vida, Haman sabía que no había nada que pudiera cambiar la determinación del rey, los judíos morirían, porque estaba sellado, porque el rey no podía dar marcha atrás a una orden dada, pero aún así moriría él antes.

Conociendo al ministro, creo que lamentó no morir después de los judíos. Se le negó el placer de ver morir a aquéllos a quienes creía que merecían la muerte.

Me pregunto cómo Heródoto contaría la muerte de Haman. Seguramente se detendría en el deseo de poder de este hombre, hubo un instante que todo pudo cambiar, ése es el poder de la historia escrita, los acontecimientos son, pero pudieron ser otros.

La noche de la muerte de Haman, mi esclava, Laya, me esperaba en mi habitación con agua templada y perfumada para bañar mis pies y mis manos. De nuevo temí el cálido contacto de su piel y la aparté. ¿Cómo anular el edicto? Si se llevaba a cabo la matanza, el exterminio, nada sería igual. Ahora sí veía los ojos de mis hijos.