Yo, el cronista
El pueblo que discute con Dios ¿Cómo anular una sentencia real irrevocable?
Y cuando los adversarios del Eterno, Dios de Israel, se aproximaron a Zorobabel y a los jefes de las casas paternas y les dijeron: «Edifiquemos con vosotros, porque buscamos a vuestro Dios como lo hacéis vosotros, y le ofrecemos holocaustos desde los días de Asaradón, rey de Asiria que nos trajo aquí». Pero Zorobabel y Josué y los demás jefes de las familias de Israel les respondieron: «Nada tenéis que ver con nosotros para que edifiquéis una casa a nuestro Dios, sino que nosotros solos construiremos para el Eterno, el Dios de Israel, como nos ha ordenado Ciro, el rey de Persia». Sucedió entonces que las gentes de aquella tierra intimidaron al pueblo de Judá y los hostigó mientras construían, y contrataron consejeros contra ellos para frustrar sus propósitos, todos los días de Ciro, Rey de Persia, hasta el reinado de Darío, rey de Persia.
El pueblo había mantenido la palabra de su rey. Persia estaba comprometida con un pueblo y su Dios. Ahora eran acusados. Los habitantes de Judá y de Jerusalén eran acusados. Una terrible sentencia pesaba sobre ellos.
Palacio. Atardecer.Reunión del consejo
En esta ocasión el consejo se reunió para redactar un documento que determinara la manera de formular las creencias. Hay dos fuerzas muy importantes representadas por dos familias persas.
Un acalorado debate surgió cuando el ministro, Haman, representante de una de las familias más poderosas e influyentes en todo el reino, formuló una petición acerca de la necesidad de restringir la permisividad hacia otras creencias del reino, lo que produjo un debate acalorado a favor y en contra de restringir la libertad de credo.
Palabras de Haman:
—Es peligroso que otros pueblos influyan en nuestras ideas, pudiendo contaminarlas. Por el bien del futuro hay que prohibir algunas prácticas peligrosas.
El rey escuchó en silencio. El anciano Méres fue el único en manifestarse claramente, el resto no llegaba a finalizar sus argumentos, simplemente murmuraban y debatían con susurros entre ellos. El anciano, poniéndose de pie y marcando sus palabras con movimientos de su mano, mirando al rey, dijo:
—Nuestra única creencia esencial es precisamente ese respeto y la búsqueda de la verdad. No podemos traicionarnos. Si prohibimos para protegernos, entonces a la vez perdemos nuestras ideas esenciales, ¿no lo veis? Eso es precisamente lo que puede llevarnos a la desaparición.
El rey guardó silencio de nuevo. Sin tomar ninguna decisión, se ordenó a los esclavos que sirvieran vino y frutos diversos, era la época de los dátiles y los higos, pero había también uvas griegas y almendras.
Mientras comían, Haman propuso organizar medidas especiales dirigidas a mantener un cierto orden y que los persas pudieran sentirse tranquilos, medidas como separar a los pueblos, prohibirles vestirse como los persas, vivir en otros lugares y vigilar los matrimonios. Leyes protectoras que no dañarían a nadie. Se decidió que debía convocarse una nueva reunión.
Y como si no fuera importante, añadió:
—Si al rey le parece bien, decrétese que sean desunidos, y yo pagaré diez mil talentos de plata, los depositaré en las mismas manos de quienes están a cargo del tesoro real para que los ingresen en él.
Desgraciadamente, el rey se quitó el anillo de su mano y se lo dio a Haman, hijo de Hamdata, Apaguen, enemigo de los judíos, y le dijo:
—La plata te es dada, y también la gente para que hagas con ellas lo que te parezca bien.
Entonces fueron llamados los otros escribas. Se cumpliría la sentencia el día trece del mes primero. La fecha se decidió echándola a suertes, Purim, como se dice en Persia.