Anotaciones personales
ES en el atardecer cuando, después de mantenerme firme durante el resto del día, aparece un breve instante de dolor. Un rayo de pensamiento doloroso que no tardo en controlar. La presencia de Nathan, con quien camino por los pasillos del palacio, por los jardines, calma mi dolor, él se mantiene a mi lado en silencio hasta que ese instante pasa.
Nathan me dijo que pensaba que la llegada de Ciro como rey tenía que ver con algo poderoso. Como nuestro David, parecen guiados por un designio desconocido.
Los magos dijeron a Astiages, el rey de Media, que el niño Ciro debía reinar. Ciro era hijo de Cambises y de Mandane, la hija de Astiages.
El niño ha sobrevivido y vive, y ahora, que mora en el campo, los niños de la aldea le proclamaron rey, y él ha llevado a cabo lo que hacen los reyes auténticos.
El rey, que había mandado matar a ese niño, que era su nieto, a causa de un sueño, sorprendido de que viviera, preguntó a los magos qué era más seguro para él mismo y para los magos, y éstos respondieron:
Rey, para nosotros mismos es de máxima importancia que se consolide tu poder; este niño es persa y si reina, las cosas para nosotros cambiarían, porque somos medos, y entonces desgraciadamente seríamos dominados.
Los magos aconsejaron mandar al niño de vuelta a su hogar con sus padres. Porque ya no amenazaba al rey el peligro por el que se vio obligado a alejarle.
También sus padres le daban por muerto.
Al volver a su hogar los padres felices hicieron correr la voz de que su hijo se había salvado milagrosamente gracias a que fue amamantado por una perra.
Astiages le había mandado matar porque se sintió amenazado. No se conocen exactamente los hechos, pero parece que fue por causa de un sueño que interpretaron los magos. Veía a su hija, que al dar a luz salían de su cuerpo sin parar aguas frondosas que inundaban toda Asia. Por eso al nacer el niño le mandó matar, pero el emisario, Harpado, un familiar, no lo hizo y le escondió con una familia que le cuidó.
Nada hubiera cambiado si hubiese pasado desapercibido, pero, hay una fuerza en el muchacho que le hace singular frente a los demás. Por eso se entera Astiages de que Ciro no murió; Harpado, que le ayuda siempre a resolver sus problemas confiesa que salvó a su nieto y que es ese niño que destaca sobre los demás.
Cuando Ciro vuelve a casa, Harpado teme por su vida. Pero parece que Astiages le ha perdonado, le invita a un banquete. En el banquete, con horror y dolor, Harpado descubre que como castigo es la carne de su hijo de trece años lo que les ha sido servido para comer. Ésa fue la venganza de Astiages.
Transcurrido algún tiempo, Harpado, sin olvidar la muerte de su hijo, le pide a Ciro que se subleve contra su abuelo. Ciro pensó que la manera más eficaz de vencer a Astiages era reunir a todas las tribus persas contra él. Así, congregó a las tribus de agricultores (pasargadas —de ellos procede la dinastía actual de los aqueménidas—, marafios, maspios, pantialeos, derusieos y germanios) y de pastores (daos, mardos, drópicos, sagartios), y les dijo:
—Yo creo que por disposición divina he nacido para tomar esta empresa por mi cuenta, y he llegado a convencerme de que vosotros sois hombres no peores que los modos, desde todos los puntos de vista, también en cuanto a la guerra. Ante esta situación, desertad de Astiages cuanto antes mejor.
Y después de la lucha, los persas que hasta entonces habían sido esclavos de los medos, se convirtieron en sus amos.
A Nathan le gusta pensar en Ciro. Comenta que su líder Moisés también se salva milagrosamente. Y libera a su pueblo. Pero su pueblo no somete a los egipcios sino que emprende el camino de la libertad por el desierto.
Hablamos de las historias de los pueblos y cómo las decisiones que se toman determinan el futuro. Así, un sueño y la interpretación de los magos hacen que el temor se haga verdad porque, si no se hubiera mandado asesinar a Ciro, tal vez nunca se habría sublevado.
Nathan y yo, siempre, cuando nos separamos, nos miramos a los ojos durante un rato en silencio. Yo sé y él sabe que hay mucho que decirse, mucho de qué hablar y desahogar. Pero es como si ninguno quisiera en verdad conocer con detalle el drama del otro, lo intuimos, es cierto, pero no queremos profundizar. Preferimos callar.