Yo, el cronista
Junto a la puerta del palacio
HAY mujeres que son templos para adorar lo femenino. Así es Esther. Nos cruzamos al atardecer de cada día y sonríe, no es indiferente.
Imagino el terror de la noche iluminada por el incendio. Y los gritos y súplicas a ese dios sin nombre.
Si alguien puede ayudar a Vashtí, ésa es Esther, los demás prefieren —debería decir preferimos— ignorar. Pero al menos alguien debe escuchar su relato.
Al llegar mi señor a conocer a su pueblo, sorprendió a mi pensamiento cómo los persas asimilan las costumbres de otros pueblos. Costumbres que pasan a formar parte de las propias. Se visten con indumentaria meda y en la guerra usan coraza egipcia. Por eso, este escita, entregado a la causa del rey persa, observa a este pueblo poderoso, un pueblo que es como sus flechas lanzadas al aire, que no se detienen sobre un soldado, sino que van más allá. El pueblo del dios sin nombre dice que su dios les habló en el desierto, pidiéndoles que no se vanagloriasen.
Nathan de Jerusalén llegó a Susa tras un largo y dificultoso viaje. Es médico, y en nuestras conversaciones en la puerta del palacio me contó algo sorprendente. Me dijo que Su Dios les pide que no se vanaglorien por haber recibido esas leyes, eso no los convierte en mejores que los otros. No las han recibido gracias a sus méritos, sino, al contrario, por el escaso mérito de los demás.
Nathan, para no olvidar su ciudad, dirige hacia allí sus oraciones. Su templo fue construido por un rey llamado David y por Salomón. Cuenta que sus reyes fueron David, Salomón, Roboam, Abiyyam, Asa, Josafat, Joram, Ocozías, Joás, Amasias, Ozías, Jotam, Ajaz, Ezequías, Manasés, Amon, Josías.
Siendo Joaquim rey, Nabuconodosor sitió Jerusalén y su rey, junto a muchos otros, fue llevado al exilio. Sucedió pocos años antes del gobierno de Ciro, el fundador de nuestro Imperio.
Es el tiempo de reconstruirlo, dicen, de colocar piedra a piedra de nuevo. Dice mi amigo —puedo llamarle ahora amigo— que esa ciudad no es una calle, ni el color de la piedra. Se pregunta si es posible que un lugar sea el lugar. Porque cree que sólo en Jerusalén se produce un cruce entre cielo y tierra, donde se experimenta la sensación de sentir el mundo más mundo, como si la tierra tuviera su propio ser.
Se pregunta Nathan por qué fue destruido su templo, pero su pregunta no busca la respuesta de los acontecimientos, de la batalla que se explica; su pregunta quiere otras respuestas más allá de la propia historia. Muchos reyes usurpan las ciudades y templos de otros pueblos, pero no los destrozan, vencen sin destruir, quemar, asesinar, derrumbar, profanar, pero destruir así va más allá de vencer.
—Volveremos una y otra vez, volveremos a levantarlo, porque es nuestro lenguaje, queremos seguir siendo —dice Nathan con la mano apretada a una piedra de Jerusalén—. A nosotros nos mantiene ese deseo de ser, de vernos en el futuro, a ellos les destruirá su imposibilidad de crear, el deseo de conquista puede aniquilar a un pueblo.
Cuando Ciro conquistó Babilonia y permitió a este pueblo retornar a Judá, ejecutó el acto más valeroso de su reinado, dice Nathan. A pesar del fracaso de instaurar la casa de David con Zorobabel. Nathan y su gente agradecen a nuestro rey de Persia de hoy y recuerdan a Ciro.
Hay un hombre llamado Mordejai que cada día se queda junto a la puerta del palacio. No quiero apuntar su origen porque no tengo datos exactos para asegurar quién es. Pero su insistencia en permanecer ante la puerta de esa manera recuerda a aquellos que acuden valientemente a solicitar clemencia al rey, aunque este hombre no dice nada.
Recuerda a una situación narrada en un texto antiguo que encontré: cuando Darío encarceló a Intafrenes porque sospechaba que intentó organizar su asesinato, lo condenó a muerte a él y a su familia. Pero su mujer fue a la puerta del palacio noche y día, día y noche, reclamando la vida de sus familiares, de su esposo e hijos, de sus hermanos. Hasta que el rey, conmovido, le concedió el deseo de salvar a uno, a un solo miembro de toda la familia, y ante la sorpresa del soberano, la mujer solicitó que perdonaran a su hermano. Sí, al hermano. La razón que dio la mujer es que maridos podría tener más, también hijos, pero sus padres habían muerto y sus hermanos eran lo único que quedaba de ellos, y que no podría tener más. Así, la mujer decidió salvar a su hermano. Imagino su dolor, lo difícil de su decisión. El rey lo entendió y decidió liberar a un hermano y a un hijo. A veces un poder como ése de decidir y elegir requiere firmeza, en sí parece cruel.
Las puertas del palacio siempre han sido lugares abiertos para los persistentes que permanecen en busca de algún requerimiento, por eso Mordejai, que no solicita, que simplemente está en la puerta, a veces parece su guardián, el guardián de la puerta del palacio. Aunque se sabe que es en realidad el guardián de una mujer.