19
Este sueño me gusta. Mucho. Muchísimo.
Pequeñas cordilleras de helado de limón adornan, de manera diseminada, el cuerpo desnudo de Cosimo. Le doy un lengüetazo a una montañita situada justo encima de su pezón derecho y me relamo del gusto.
—Mmmm. Sabes delicioso —murmuro golosa—. ¡Quiero más!
Me preparo para atacar la otra tetilla, pero… me despierto de golpe.
«¡Qué mal! Me encantaba esta fantasía», me lamento.
Lo único que me gusta más que el ensueño que acabo de vivir es saber que puedo hacerlo realidad en cualquier momento que me apetezca. Tengo a Cosimo pegado a mi espalda, estrechándome con fuerza entre sus brazos. Su olor entra por mi nariz y me dan ganas de darme la vuelta y enterrar la nariz en su pecho para recoger mejor su aroma a hombre.
«¿Su olor a hombre? Joder, Simonetta, el amor te está cambiando. Y no precisamente a mejor…», me reprocho a mí misma por ser tan ñoña.
Me restriego un poco contra él, solo por el placer de hacerlo, y me alegra comprobar que no le soy indiferente ni siquiera dormida. Mi sueño me ha dejado bastante caliente y tengo intención de ponerle remedio. Que Cosimo esté activo por debajo de la cintura juega en mi favor.
—¿Qué coño haces todavía aquí? Te dije que te marcharas. Que después te llamaba… —el susurro enfadado de Cosimo me descoloca. ¿Se está dirigiendo a mí?
—Estaba preocupada por ti. No es lógico que faltes al trabajo. —La voz preocupada de Tazia disuelve todas mis dudas sobre si me estaba echando de su cama—. Dijiste que hoy irías más tarde, pero no cuanto más tarde sería. Y como no dabas señales de vida desde ayer por la mañana, pensaba que estabas enfermo o algo peor.
—Ya ves que no es así. Vete de una vez, por favor. Vas a despertarla.
—Demasiado tarde —farfullo, incorporándome hasta quedar sentada—, ya lo estoy. Por cierto, ¿qué hora es?
—Las seis de la mañana —contesta Tazia, tapándose los ojos con la mano—. Netta, tienes los pechos al descubierto. Tal vez quieras cubrirte.
Miro hacia abajo por mi cuerpo y me encuentro con que, efectivamente, sigo desnuda.
—No. Estoy cómoda así, gracias —digo, encogiendo los hombros—. Puedes mirar, no soy tímida. Además, todas tenemos lo mismo.
—Mejor tápate —me pide en un susurro Cosimo—. Mi hermana parece que se vaya a desmayar.
—No tendría por qué. Pero está bien. Me cubriré —digo al tiempo que me subo la sábana pudorosamente hasta las axilas, aguantándola con mis manos y escondiendo mis turgentes provocadoras de vergüenza ajena.
—¡Ey, Tazia! —llamo a la tímida rubia. Cuando aparta las manos de la cara y me aseguro de tener toda su atención, suelto la dichosa tela y la dejo caer hasta mis caderas. Comienzo a bambolear los pechos al mismo tiempo que le pregunto—. ¿Tú no eras bailarina? —Al ver su cabeceo afirmativo y su rostro rosa, continúo—: No sé por qué te sonrojas, has tenido que ver más tetas que tu hermano en toda su vida. Por ver un par más, no te vas a quedar ciega.
—¡Es verdad! —Se ríe—. Pero no puedes comparar ver chicas desnudas en un vestuario con verte a ti desnuda, en la cama de mi hermano, con él todavía dentro, y seguramente —balbucea—, igual de desnudo. Es… incómodo.
—A él no le has visto nada, y respecto a mí, no lo entiendo, la verdad —digo intentando que vea las cosas con normalidad—. Imagina que estamos jugando al juego del espejo. Tú también tienes un buen par, y fijo que te las has tenido que ver en más de una ocasión en una cama… acompañada o no —bromeo.
Su cara ha pasado del rosa al magenta. Y aunque tengo que admitir que disfruto una barbaridad ruborizando a esta chica, me vuelvo a cubrir. No está acostumbrada y tengo que aceptarlo. Por otra parte, la noto muy tranquila con el hecho que sea yo la que esté en la cama con su hermano.
—Demasiada información —interrumpe Cosimo—. Aún pienso que mi hermana está lisa como una tabla de surf y que esas dos montañas que tiene ahí —dice señalando la delantera de su hermana—, son debidas a que se pone calcetines en el sujetador.
—¡Yo no uso relleno! —grita la aludida ofendida. Seguido de una retahíla de insultos en italiano.
—Como iba diciendo —continúa, ignorando los gritos histéricos proferidos por Tazia—, en lo que respecta a todo lo que tenga que ver con mi hermana como mujer, quiero seguir siendo un feliz ignorante.
—Muy mal hecho —lo reprendo—. Ya te dije en su momento que no trataras a tu hermana como a una niña. Es una mujer, asúmelo de una vez.
—No la trato como a una niña —se queja.
—Sí lo haces —decimos Tazia y yo al unísono.
—¿Qué quieres que haga? ¿Qué la aliente y deje que me cuente todos los sucios detalles? —pregunta, girando su cuerpo hacia mí—. ¿Eso me haría mejor hermano? Creo que no y, ¿sabes qué? Tampoco creo que tu hermano lo haga contigo.
—Primero: Se trata de poder hablar a su hermano con libertad, no de contar intimidades… sería un poco asqueroso. ¡Es tu hermana, por Dios! —contesto enumerando las respuestas con los dedos en alto, haciendo que la sábana, otra vez, resbale por mi cuerpo—. Segundo: Marco no lo hace, pero tampoco me trata como a un bebé. Simplemente, me deja vivir mi vida tal y como quiero. Si necesito su apoyo, sé que estará ahí para mí.
—Me lo pensaré —gruñe con irritación al verse derrotado por mi lógico discurso—. Aunque no aseguro nada. Y ahora, por favor, tápate de una vez. No quiero que Tazia vea cosas que no tiene que ver, y tu constante rebote me está haciendo cosas en el cuerpo. —Esto último lo dice en un bajo balbuceo.
Levanta la sábana y me deja ver su incipiente y hermosa erección matutina. «Es hora de que Taz se marche», decido con la boca haciendo un trabajo extra produciendo saliva.
—Taz, querida, es hora de que te marches —repito en alto mi sugerencia/orden—. ¡Ah! Y no olvides que a mí sí que me puedes contar hasta el más mínimo detalle sexual o de lo que sea. Entre más sucio mejor —le recuerdo mientras la veo alejarse hacia la entrada—. ¿Quién sabe?, tal vez lo use con tu hermano —Rio al ver la manera en la que Cosimo se ha tensado a mi lado.
—¡Puaj! Repugnante. —Oigo que dice la rubia antes de salir y cerrar la puerta a su paso.
Girándome hacia Cosimo, me pongo de rodillas sobre la cama.
—Perdone, señor Olivetti —digo con voz inocente mientras lo destapo, dejándolo como Dios lo trajo al mundo—, antes de que su hermana abandonara la sala, usted me informó sobre una parte de su cuerpo que se había inflamado. —Mi chico limón levanta una ceja al escucharme—. No se preocupe, soy enfermera. Trataré su afección con total profesionalidad.
—Así que enfermera, ¡eh? —observa—. Le advierto que siento mucho dolor y que solo dejaré que me traten expertos en la materia. ¿En qué tipo de medicina está especializada?
—Soy técnica en besar pupas —contesto—. Ya verá que cuando acabe con su tratamiento, su aflicción habrá disminuido de manera significativa y se sentirá mucho mejor. No se arrepentirá de haberme contratado.
—Está bien. Prosiga con el análisis de la zona —Con voz grave, Cosimo me insta a continuar—. Estoy segura que se muere de impaciencia.
Acerco mi cara a su entrepierna y lo observo con detenimiento. Le agarro con firmeza el miembro con una mano, y con la otra le sopeso los testículos con aire profesional. El siseo erótico que suelta mi paciente me anima a continuar con mi concienzudo escrutinio.
—Sí, señor. Es lo que me temía… —afirmo para mí misma como si fuera de verdad una maestra en el tema—. Se le ha infectado y a consecuencia de ello se le ha inflamado la zona. Voy a tener que drenarlo hasta que quede totalmente libre de fluidos dañinos para su organismo.
Dicho esto, me lanzo a matar. Mi turno de juegos ha comenzado.
Par de condones radiactivos después y completamente saciada, me encuentro apoyada de forma relajada sobre el pecho de Cosimo oyendo el firme retumbar de su corazón. El sonido me calma al igual que si estuviera escuchando cómo rompen las olas en la orilla de una playa de piedra. Su mano acaricia mi pelo, que me cae suelto por la espalda.
—Estoy tan contento de que estés aquí —murmura.
—Yo estoy contenta de estar aquí —contesto—. ¿Quién me habría dicho la primera vez que nos vimos que acabaríamos enredados en tu cama? No es que no lo pensara en aquel momento. Estás muy bueno —aclaro divertida—. Pero tuviste que abrir tu bocaza y lo estropeaste todo.
—¡Eh! No fue culpa mía —se defiende—. Me intimidaste.
—Por eso que acabas de decir, casi te perdono el que fueras tan imbécil. Casi —digo riendo—. Pero solo porque tienes razón, soy una belleza intimidante…
—Cierto —coincide—. Sin embargo, no fue solo eso. Nada más verte supe que me traerías problemas. —Levanto la cabeza y lo miro ofendida—. Entiéndeme. Todas mis alarmas internas decían que tenía que huir lo más lejos posible de ti, pero como has podido comprobar, no pude. Eres magnética. Me intrigabas con tu forma de ser, tan opuesta a como estaba convencido que serías.
—Sigue hablando —lo animo, curiosa por saber qué es lo que pensaba sobre mí.
—A primera vista me pareciste lo peor —confiesa—. Una chica guapa y creída, con el cerebro de un mosquito.
—Sigo siendo una creída —contesto sincera.
—Eso no voy a discutírtelo —concuerda, sonriendo—. Mas no eres tal y como esperaba. Eres mejor.
—No sé a qué te refieres. Solo soy yo, una chica normal.
—No lo eres. Te he visto interactuando en la gelateria con tus clientes, con tu hermano, con Sandra, con Óscar e incluso con mi propia hermana. No te crees superior a nadie y siempre tienes una sonrisa en la boca.
—Ser amable con la clientela y amigos es algo lógico, natural —razono.
—Sí. Lo es, pero tú no lo haces por obligación. Lo haces porque te sale de dentro.
—Me gusta que la gente se sienta cómoda conmigo y a mi alrededor. No sé… solamente, procuro ser agradable —farfullo con timidez—. Trato a la gente como me gusta que me traten. ¿Es razonable, no?
—Es más que simple educación o el quid pro cuo. Eres buena persona, Simonetta —afirma de manera categórica—. No quedan muchos de tu clase por el mundo.
Ahora estoy roja como un tomate. Se nota que no estoy acostumbrada a que me halaguen por algo que no sea el físico.
—Para ya, anda. No hace falta que me hagas la pelota para meterte entre mis piernas… —bromeo en un intento de aligerar el tema de la conversación para dejar de sentirme tan incómoda.
—Deseo entrar mucho más profundo dentro de ti, Fragola —puntualiza—. No sería un hombre inteligente si solo me contentara con eso.
Me empuja boca arriba y se acuesta encima de mí. Abro las piernas para hacerle hueco y envolverme a su alrededor con ellas, aprisionándolo en mi contra.
—Si solo me conformara con esto —prosigue, al tiempo que se balancea, dejándome sentir el roce de su excitado miembro contra mi núcleo desnudo—, estaría desperdiciando una de las mejores oportunidades que la vida me ha brindado. No todos los días se tiene la suerte de conocer a una mujer que no solamente es guapa, sino que, además, es más lista que el hambre y le encantan mis postres. Por no mencionar tus otros talentos… como el baile. —Me besa en el cuello y me susurra al oído—: Pero sin lugar a dudas, lo que más me apasiona de ella es su corazón. Me conformaría con ser el receptor de la centésima parte del cariño que dedica a los que tienen la suerte de haber sido capaces de traspasar su escudo protector.
—Me das más crédito del que merezco. No soy perfecta, y lo sabes.
—No he dicho que lo seas, solo que lo eres para mí.
No consigo distinguir entre si estoy incómoda o, simplemente, estupefacta por sus palabras. Pero lo que más me asombra es la convicción que desprende al hablar. Lo que dice lo piensa de verdad, y eso hace que mi cerebro esté dando un giro de 360º dentro de mi cráneo.
Estoy acostumbrada a que los hombres me halaguen. Que regalen los oídos con lo hermosa que soy, cosa que siempre me ha gustado y he necesitado para subsistir (¿a quién no le gusta sentirse deseada?). O, llanamente, que me digan lo que ellos creen que necesito oír… a esos nunca les he creído. Sus comentarios han circulado por mis orejas sin hacer ninguna parada significativa en mi mente.
Y teniendo todo eso en cuenta, yo me pregunto: ¿Por qué me es tan fácil creer en Cosimo? ¿Oír sus palabras y convencerme de que soy esa persona a la que describe con tanto entusiasmo?
«Porque te gusta de verdad y es la primera vez que en realidad te pasa. Los demás no cuentan», me respondo, sincerándome conmigo misma.
Seguimos tumbados un rato más, compartiendo un cómodo silencio.
—¿Qué hora es? —pregunto de forma distraída, pero sin olvidarme que el tiempo pasa.
Cosimo, sin soltarme, gira el cuerpo y arrastrándome con él, llega hasta la mesa de noche para virar el despertador y comprobar la hora.
—Las ocho menos cuarto —responde.
—¡Joder! —grito, levantándome de un salto de la cama y buscando mi bolso como loca por la casa.
—¿Por qué estás tan obsesionada con la hora? Antes también lo preguntaste. ¿Tienes prisa?
—Se me ha olvidado avisarle… —digo como si nada, agachándome para mirar debajo del sofá.
—¿A quién? —curiosea—. Si no te conociera, diría que tienes a alguien esperándote en casa. No lo tienes, ¿verdad?
—¡Qué…? ¡No! —niego, levantado la vista del suelo un instante y mirándolo desconcertada—. Estoy buscando mi móvil, tonto. No le preparé a Iván el desayuno ni le dejé dinero para que se comprara algo —le aclaro—. Tengo que avisarle para que entre en casa y coja dinero de la lata que reservo para las compras.
Sigo buscando despatarrada por el suelo, ignorante de mi propia desnudez. Siento como un dedo me sube por la costura de mi sexo expuesto, la hendidura de mis nalgas hasta pararse en la parte baja de mi espalda. Un escalofrío me recorre por entero y mi piel se vuelve de gallina. Tengo que respirar profundamente para encontrar las fuerzas que me ayuden a ignorar las deliciosas sensaciones que me ha provocado ese pequeño roce.
—En otro momento, te diría que añadieras otro par de dedos al juego, pero ahora no puedo. Como puedes ver, estoy un pelín ocupada —le digo sin apartar la cara del suelo. Si lo miro, sé que cederé y, en este momento, Iván es la cosa más importante.
—¡Eres una tentación, Simonetta! —gime—. Toma. Llámalo desde el mío. Si te sigo viendo menear el trasero de esa forma, voy a acabar padeciendo de priapismo —me dice, poniéndome su teléfono delante.
—¡Gracias! —le digo por sus palabras y por prestarme su móvil, que acepto como si se tratara de un vaso de agua en medio del desierto.
Me levanto y marco con rapidez el número. Suspiro satisfecha cuando Iván responde al segundo tono.
—¿Diga?
—Iván, entra en casa y pilla dinero del bote para el desayuno —le digo con rapidez sin ni siquiera identificarme. Sé que comenzará con el interrogatorio de un momento a otro y no quiero olvidarme del motivo de mi llamada.
—¿Netta? —pregunta—. ¿Dónde estás? ¿Este es el número de Cosimo?
—Como si no conocieras mi voz… —lo acuso con sorna—. Y sí, es su número. Estoy en su casa.
—¿Quieres que vaya a buscarte?
—Aunque es un detalle muy tierno por tu parte, no, gracias. Obviando el hecho de que no tienes ningún vehículo con el que pasar a recogerme, tienes que ir a clase.
—Puedo coger un taxi —insiste.
—¡Estoy bien! —le aseguro—. Deja ya de preocuparte, cariño. Después nos vemos.
Cosimo se acerca, se pega a mi espalda y apoya la cabeza en mi hombro al lado de la oreja en donde sostengo el teléfono.
—¡Ey, chico! —dice lo bastante alto para que lo oiga.
—Hola, Cosimo —lo saluda.
—Dice que «hola» —le repito en alto.
Cosimo parece que no se ha satisfecho con mi pobre imitación de un loro porque me quita el móvil de la mano.
—Hola, Iván —dice al auricular—. No. No es molestia. Yo la llevaré al trabajo. Sí. Llegará a tiempo —oigo que afirma y sigue escuchando—. De acuerdo. Llámame. Adiós.
Se gira y me abraza por delante.
—Dice que «adiós» y «que no te olvides de sus clases de baile. Que queda poco para la fiesta» —me dicta con voz monótona y añade ya con otro tono más parecido al que usa normalmente—. ¿Qué fiesta?
—Su equipo de futbol organiza día de actividades —le comento—. Un picnic familiar durante el día, y por la noche, un baile. Estamos ensayando unos movimientos que dejarán a cierta chica, hermana de un compañero, loca por sus huesos.
Entierro la cabeza en su pecho y lo siento retumbar de la risa.
—Espero que no le estés enseñando algo muy femenino. Al final se van a pensar que es de la acera de en frente.
Le doy un golpe suave en el estómago.
—Si lo vieras bailar, hasta tú te pondrías cachondo —afirmo—. Imagínate a Channing Tatum con quince años y las orejas perfectas. Si no fuera como mi hijo, hasta yo me plantearía hacérmelo con un menor.
—Vale, veo tu punto. Pero tengo que aclarar una cosa, como mucho, apreciaría sus movimientos, nada más. Nunca, pero nunca jamás, me he puesto por un hombre —aclara—. Y es una pena, porque soy un imán para los gays. Si por lo menos fuera bisexual, mi vida sería más activa, por lo menos de cintura para abajo.
—Yo sí que te voy a dar a ti movimiento… —le digo mientras le aprieto las nalgas con las dos manos—. Si quieres probar cosas nuevas, puedo ir al Sex shop a por un arnés sexual, coloquialmente llamado cinto-pene.
Se aparta de un salto y me dedica una mirada de puro horror masculino.
—Dejemos que, en esta relación, seas tú la única que use los aparatitos… yo estoy bien como estoy.
Me río con ganas y lo atraigo otra vez hacia mí. Se agacha para ponerse a mi altura y me da un beso en la nariz.
—Todo va a salir bien, Simonetta. Ya lo verás —me dice con dulzura—. Iremos paso a paso y que sea lo que Dios quiera. Preocúpate después. Por ahora, vive el momento.
Me arrimo contra su cuerpo desnudo y me derrito. ¿Cómo sabía que necesitaba palabras de ánimo? ¿Cómo es posible que aun no regalándome los oídos, dándome vanas esperanzas, me haya dado el empujoncito de confianza que me hacía falta?
Será que su total honestidad para conmigo me ha cautivado. Hoy en día, eso es difícil de ver, es un regalo raro, precioso y escaso.
—¿Qué es lo que te dijo Iván? —pregunto al recordar su «llámame» de antes de colgar.
—Cosas de hombres —contesta resuelto, dándome una palmada en el culo—. A la ducha, signorina23. Prometí a cierto chico sobreprotector que entrarías a trabajar a tiempo.
—Como da la casualidad de que hoy no trabajo, voy a tomarme mi tiempo para jugar con tu cosa de hombre —digo, tomándolo en mi mano—. No quiero que llegues tarde al trabajo. Tazia me mataría.
—Nombrar a mi hermana mientras me provocas una erección es algo muuuuy raro —me dice alargando la palabra—. Pero te entiendo. Mi hermana puede ser una pequeña tirana. Ojalá nunca tengas que verla enfadada. De todas formas —dice, cogiéndome y colocando mis piernas a su alrededor—, todavía no estoy preparado para cumplir con mi deber. Quiero ver cómo me bañas, y luego, hacer unas cuantas llamadas.
Lo miro confusa. ¿Está pensando en hablar con alguien mientras estoy desnuda y envuelta a su alrededor?
—Quiero llamar al centro y quitarnos eso ya de encima —aclara—. Un punto a tachar de la lista y menos por lo que te comerás la cabeza.
Que se acuerde de mi niño mimado en un momento como este es digno de admirar. Lo beso con gratitud, con pasión, con amor. Pero sobre todo, lo beso con toda mi alma.
—Vamos a la ducha, Limone24. Voy a sacarte todo el jugo.
23 Señorita.
24 Limón.