17

Soy una persona escéptica por naturaleza. No creo en milagros ni en fantasías. Por eso, aunque me gusta la literatura romántica, nunca me he creído cómo los protagonistas de las historias pierden el norte, no son conscientes del tiempo y del espacio o, simplemente, se olvidan hasta de respirar por un simple beso. No lo creía… hasta ahora.

No cuando estoy siendo devorada por Cosimo. Alias limón, capullo, sexi, irresistible, tentador… nunca, y cuando digo nunca, lo digo muy en serio, me han besado de esta forma. Me siento como si hubiera perdido el norte, no soy consciente de cuánto tiempo ha pasado ni de dónde me encuentro y creo que se me ha olvidado cómo respirar.

Sus labios juegan con los míos, su lengua acaricia el interior de mi boca, sus dientes mordisquean y hacen las cosas más deliciosas. Sus manos no han abandonado mi cara, su cuerpo se pega al mío arrinconándome contra la pared, haciendo que parezca que estamos en una burbuja privada.

Al acabar, pega su frente a la mía. Sus ojos están cerrados mientras intentamos recuperar el aliento.

—¡Guau! —acierto a decir.

—¡Guau! —repite.

—Si llego a saber que eras tan buen besador, te habría atacado mucho antes. —Me río—. Bueno, pensándolo mejor, tú fuiste quien me atacó a mi… no sé si provocarte un poquito para que lo repitas.

—Simonetta, si quieres que te vuelva a besar, solo hace falta que lo digas. De todas formas, creo que lo haré de igual manera. Tengo toda la intención de besarte, y mucho, además. Tengo un montón de tiempo perdido que compensar —me dice—. Pero si hablamos de provocar, te diré que eres una experta. No hay día desde que nos conocemos en el que no me hayan entrado ganas de estrangularte. Sobre todo cuando sueltas una de tus perlas por la boca.

—¡Eh! No te pases —reclamo—. Jamás digo nada inapropiado y soy correcta en todo momento. Soy una flor delicada —afirmo con la dignidad de una reina, para acabar como una niña de guardería—, y tú eres un capullo. Ya no quiero que me beses.

Mentira más grande jamás se ha dicho. Me muero por repetirlo. A poder ser: sin público, «eso es opcional», sin ropa, «no es un requisito obligatorio. Sin embargo, parece indispensable para mi salud mental», con sus nalgas entre mis manos, «este requisito, tiene máxima prioridad».

—Tampoco iba a hacerlo. He decidido que no te lo mereces. —Se ríe. La verdad es que se descojona el muy cerdo. Se está riendo de mí, no me lo puedo creer.

—Ja, ja, ja. Eres un graciosillo. Ya veremos quién ríe el último —lo amenazo— Además, ya no pretendo que seas tú el que me bese a mí. Si yo quiero hacerlo, si me apetece besarte, tocarte o pellizcarte, lo haré. Con o sin tu permiso.

—¿Me estás amenazando con abusar sexualmente de mi cuerpo? —pregunta con una sonrisa que me deja entrever que se lo está imaginando y le gusta lo que ve—. Te recuerdo que es un delito, pero, y es un gran pero, no me importaría jugar un poco al esclavo sexual. Ya sabes… obedecer todas tus ordenes sin rechistar, darte placer una y otra vez, dejar que juegues conmigo como te venga en gana.

—Hacer que lamas mis tacones de trece centímetros —lo interrumpo.

—Si la cosa va de lamer, se me ocurren sitios que te podrían resultar mucho más interesantes que unos zapatos.

Hasta hace media hora, rectifico, hasta hace tres segundos, desconocía que poseía la capacidad de crear en mi mente fantasías tan vívidas que juraría que puedo oler el aroma a sexo. Una imagen de Cosimo agachado entre mis piernas, dando una lenta y profunda lengüetada a mi coño, mientras sujeta mis muslos para evitar que los cierre se está proyectando ante mis ojos en este momento.

Ahora entiendo a los hombres cuando dicen padecer dolor de huevos. Yo siento dolor. Me duele todo el cuerpo y creo que la cura la tiene mi acompañante embutida en un ajustado pantalón, a par de centímetros de mi mano.

—Ni lo sueñes. —Otra mentira más. Me estoy volviendo una experta. O lo sería si Cosimo no me mirara como diciendo te pillé—. Me prometiste una noche de seducción y baile. Lo quiero.

—Está bien. Si insistes, te llevaré a bailar. Comprendo que tienes que estar ansiosa por ver cómo meneo la pelvis… —El muy puñetero y sus dobles sentidos. ¡Me está volviendo loca!—. La parte de la seducción ya la he comenzado, pero te haré un bis para que recuerdes esta parte —me dice al levantarse de la mesa.

Me tiende la mano y me ayuda a ponerme en pie. Casi al instante, como salido de la nada, aparece un camarero con nuestra cuenta. «¿Se creía que íbamos a irnos sin pagar o qué? Aunque para ser sinceros, lo había olvidado».

Saco la tarjeta con un rápido movimiento y echo al camarero con un gesto. Victoriosa, miro a Cosimo esperando verlo con el ceño fruncido, pero se está guardando su cartera en su bolsillo trasero, tan tranquilo.

—¿No tienes nada que decir? ¿No te molesta que haya pagado?

—Si buscas indignación, a mí no me mires. Estoy de acuerdo con la igualdad de la mujer. Si quieres pagar, allá tú. —Me toma por la cintura y me acerca a su cuerpo—. No empieces a buscar pegas, Simonetta. En este momento estoy tan contento que nada me molestaría.

—Vale. De acuerdo —digo, aprobando su actitud. Es verdad que esperaba alguna queja—. No estoy acostumbrada a pagar sin tener que tener una lucha antes o ver caras largas después.

—Conmigo jamás pasará eso —sentencia—. Es más, si me quieres convertir en un mantenido, lo aprobaría sin rechistar. Incluso te daría algunas sugerencias.

Me río con ganas mientras niego con la cabeza.

—¿Qué te ha hecho tanta gracia? —me pregunta—. Lo que te acabo de decir es completamente en serio. Te doy permiso para pagarme todos los caprichos.

—Estás loco —le digo sin perder el tono feliz en mi voz—. Solo estaba pensando en cómo has cambiado. En cómo hemos cambiado los dos y nuestra relación desde que nos conocimos.

—¿Qué? No pensabas que sería tan encantador, ¿verdad?

—No. Ni se me pasó por la cabeza —contesto con sinceridad—. Creía que serías el típico hombre que cae en mi red nada más conocerme, no que fueras un capullo que aprovechaba cualquier ocasión para ponerme en mi sitio. Casi siempre sin razón —termino con una mueca.

—Lo siento por eso. No era precisamente yo mismo en esos momentos.

—Eso ya lo sé. Déjame acabar, por favor —le pido—. En mi mente te apuñalaba en tus partes una y otra vez y, sin embargo, ahora solo tengo ganas de mimarte en esa zona en particular. —Su pequeño gemido me anima a continuar—. Al principio, solo vi tu físico y mala leche, y todavía así me tenías cautivada.

—Tú sí que me tienes cautivado.

Le doy un rápido pico en los labios porque se lo merece al ser tan dulce, seguido de un suave bofetón por interrumpirme.

—No sé a dónde nos llevará todo esto. Lo que sí sé es que estoy como loca por descubrirlo.

Las cervezas me deben de haber vuelto más melosa de lo normal. Y aunque no es típico de mí decir este tipo de cosas, me siento bien al hacerlo.

El camarero elige el momento perfecto para regresar con mi tarjeta y el recibo. Lo firmo y, con Cosimo entrelazando su mano a la mía, salimos del restaurante. Ya en la calle, mi chico limón coloca un brazo por mis hombros, mientras que yo le paso uno por la cintura. No me quedo contenta con ese contacto y subo mi otra mano para volver a unir nuestros dedos. Me es raro pasear de esta manera con alguien, ya que solo lo he hecho con contadas personas y ninguno era mi amante. No es que Cosimo lo sea, no obstante, tengo intenciones de cambiar eso en breve. «¡Ohh, sí». Mi motor interno ya está en marcha y quiere que este italiano caliente lo ponga a punto.

«¿En serio acabo de comparar mi cuerpo con un coche? Deja de flipar, Simonetta. Pasa a la acción. Sé descarada. Sedúcelo», me digo. Decido hacerme caso y pasar al ataque. Bajo mi mano de su cintura, la meto en su bolsillo trasero y le amaso un poco el duro trasero. Tiene las nalgas como piedras. Me dan ganas de darle un bocado y después hacerle un sana, sana con mi lengua.

—Podemos saltarnos el baile e ir directamente a mi casa —sugiero sin perder el paso.

—Me encantaría, pero te prometí un baile y pienso cumplirlo —dice—. No quiero darte razones extras (ahora que estamos bien) para que empieces a insultarme.

—Podrías hacerme un baile privado —insisto—. No me desagradaría tener mi propio show privado tipo Magic Mike.

—No, Simonetta. Vamos a dar una vuelta.

«Me está rechazando. No me lo puedo creer».

—¿No quieres tener sexo? —quiero que me salga como una pregunta, sin embargo, no puedo evitar un tono de ofensa que lo convierte en una afirmación.

Se detiene y se posiciona delante de mí.

—Ahora me estás ofendiendo. Sabía que no tardarías mucho… —me reclama—. Te he deseado desde el primer momento en que te vi. Tan solo no quiero terminar la noche tan pronto. Quiero divertirme un poco contigo.

—La noche no tiene por qué acabar. Al contrario, empezaría la parte divertida. Y como eso es lo que quieres, nos vendrá fantástico.

—Sabes que eso no es lo que quiero decir —protesta.

—Me haces sentir como un viejo pervertido. Solo me hace falta una bolsa de chuches y ofrecértelas a cambio de que me enseñes las peras —me quejo. Soy una infantil, pero es que me muero de ganas por verlo desnudo. Si tanto quiere salir, podemos hacerlo tras echar un rapidito en mi sofá. Es muy confortable.

—¿No lo entiendes, verdad? —demanda—. No quiero un revolcón en tu sofá.

«Y… ¡Pillada!».

—Mi sillón es muy cómodo. Y cuando estoy desnuda encima, me vuelvo muy creativa… vale. Está bien —desisto al ver su cara de no me convencerás—. Al contrario que muchos otros, soy consciente que no significa simplemente eso, no.

—Ni te atrevas a pensar que te estoy rechazando. Digamos que es un tal vez…

—¿Tal vez? —pregunto esperanzada.

—Sí. Siempre y cuando me invites a tu cama.

—Las camas están sobrevaloradas —murmuro.

—Lo sé —concuerda—. No obstante, ir a la tuya es importante para mí.

—Te estoy ofreciendo mi cuerpo, y tú solo piensas en mi cama. Si tanto te interesa, te la regalo —digo enfadada y dolida.

—Tu colchón no es lo que quiero, pero es la única forma que se me ocurre de poder estar seguro de algo —explica—. Considéralo una especie de prueba.

—No comparto mi habitación con nadie del sexo masculino. Ya lo sabes —le recuerdo—. Es algo muy íntimo.

—¿Más íntimo que el sexo? —pregunta ansioso.

—Para mí, sí —respondo sin vacilar ni un instante.

Debo de haber contestado de manera correcta porque me ofrece otra de sus sonrisas matadoras.

—Ese es el motivo por el que insisto en saltarnos la parte del sofá —aclara—. Lo que quiero contigo va más allá del sexo.

Sé lo que me está pidiendo. Lo que pasa es que no creo estar preparada para poder dárselo. Mi corazón (aunque él no lo sepa y yo aún tenga que terminar de creérmelo) ya es casi suyo, pero eso no es lo que me exige. Él quiere que le entregue algo que es mucho más difícil de dar: mi confianza. Y eso no estoy segura de poder hacerlo. No tan pronto.

—Lo pensaré —miento, deseando cambiar de tema—. Vamos a bailar, Cosimo.

—Una cosa más —dice—. Esta noche es solo tuya y mía. No quiero conocer a nadie más ni que tú lo hagas tampoco.

—¿Te pondrías celoso si flirteara con otros? —curioseo coqueta.

—No, Simonetta. Me sentiría dolido —contesta vehemente.

—No te preocupes. El único que me interesa eres tú. —Acerco mi cara a la suya y lo beso. No quiero que se sienta inseguro. Puedo ser una loquilla, pero no soy como la zorra de su ex. El respeto ante todo—. Y, para tu información, yo sí que me pondría celosa. Tal vez, incluso llegarías a ver algún tirón de pelo o algún puñetazo nada femenino dedicado a alguna de esas chicas que se atrevan a intentar ligar contigo delante de mí.

Lo que me desconcierta un poco es la verdad de mis palabras. A lo mejor no le pegaría a nadie, «bueno, a lo mejor un codazo (o dos) disimulado caería», pero me sentiría celosa. Yo, que nunca he celado por nadie.

—Me acabas de quitar un peso de encima —confiesa con un suspiro para devolverme el beso—. Si te digo la verdad, sufría un poco por cómo quedaría mi integridad física tras esta noche… me alegro que seas mi guardaespaldas.

Empiezo a reír y con muchas ganas. Este hombre me asombra cada vez que abre la boca. Primero, no salta de cabeza a tener sexo conmigo y, segundo, se ríe de mis recién descubiertos instintos posesivos.

—Pillemos un taxi, limón —le pido—. No quiero cansar mis piernas por si acaso nos crucemos con una banda de albano kosavares o alguna despedida de soltera y tenga que pegar un par de patadas voladoras…. Aunque creo que debería de calentar y practicar un poco, mis movimientos de kárate están un poco oxidados.

—Si vas a pegarle a alguien —dice sonriente—, avísame un poco antes. Necesito algo de tiempo para preparar la piscina de barro y los tangas de hilo.

—Todos los hombres son iguales —sentencio.

—Cómo si las mujeres no pensaran en lo mismo —replica.

—El día que te imagine junto con otro hombre dentro de una piscina de barro con solo un minúsculo tanga de hilo, donaré de forma voluntaria mis glóbulos oculares.

—Eres una graciosilla.

—Lo sé.

Paramos un taxi y dejo que Cosimo le dé la dirección. Que me lleve a dónde quiera. A lo mejor, con un poco de suerte, me guía directo a su casa. Pierdo las esperanzas al oírlo decir al chófer que nos lleve al barrio en donde se encuentra la zona de marcha. Al final será verdad que el único movimiento que tenga de cintura para abajo sea el que yo misma me dé en la pista de baile. Bueno, no se puede tener todo en esta vida.

Lo que sí que no me esperaba, mientras me distraía hablando y besando a Cosimo durante el trayecto en coche, era que paráramos justo en frente del Diamond. La discoteca en donde se celebró el cumpleaños de Óscar y de la cuál Germán (mi ex amante, rollo o lo que fuera) es el propietario.

—¿Qué hacemos aquí? —pregunto confusa al bajar del vehículo. De todos los locales que existen en Madrid, teníamos que venir precisamente a este. No es que me importe mucho. Germán y yo no nos juramos fidelidad eterna ni nada de eso. Solo espero no tener problemas, y mucho menos del tipo en que dos hombres se golpean el pecho mientras gritan: «¡mujer, mía!».

—Me gustó bastante la otra noche. Pensé en repetir. Ir a lo seguro. No estoy muy puesto en locales de moda —me dice, pero su respuesta no me convence.

—Me lo podrías haber preguntado. No creo que hayas olvidado mi vena fiestera. O, ¿me estás escondiendo algo? —lo acuso.

—No te escondo nada. Ya sabes que mis intenciones para contigo son totalmente deshonestas —se burla—. Simplemente me ha parecido adecuado venir aquí —dice para después añadir bajito—. Y, de paso, quitarme de encima a molestos rivales.

—¿Qué has dicho?

—Que no te molestes en intentar convencerme —responde—. Nos quedaremos un ratito. Solo una copa, por favor.

—Está bien —cedo—. Pero después iremos a mi casa o, mejor dicho, a la tuya.

¡Qué lista que soy! Con esta frase me acabo de asegurar de dos cosas importantísimas: sexo y evitar mi cama. «¡Ole por mí!».

—Ok —dice, y yo estoy a punto de darme un par de palmadas en la espalda—. Iremos a la tuya.

—¡No! —digo soltando un gritito. «Que no note tu histeria, Simonetta»—. Tengo curiosidad por ver tu casa. No es justo que tú hayas visto la mía y yo no sepa ni en dónde vives. —Bien. Eso está mejor. Segura y controlada.

—Es verdad, no es justo —dice de forma conciliadora—. Mañana te llevaré a verla.

Este hombre es imposible. No hay por donde pillarlo.

—Mira, ¿sabes qué? He cambiado de idea —digo quemando mi último cartucho—. No recordaba que mañana tengo que ir a trabajar y… no quiero acostarme tarde.

—No nos iremos muy tarde. Solo una copa —reitera.

—Está bien, pero después cada uno por su lado —digo. Es inútil discutir (o tratar de hacerlo) con este italiano. Su voluntad es firme como un muro de piedra.

Entramos al local cogidos de la mano y al pasar junto al portero, no puedo evitar decirle: «Que tengas buena noche» mientras le dedico una sonrisa coquetona.

Seguimos andando y veo que Cosimo agita la cabeza en un gesto divertido.

—¿Qué? —pregunto.

—¿No puedes evitarlo, verdad?

—Mmm… No sé a qué te refieres —respondo algo perdida.

—Al ser tan provocadora.

—Hay cosas que no puedo ni quiero cambiar —digo dolida. Si no le gusta como soy, ya puede irse a dar una vuelta de duración indefinida.

—No quiero que lo cambies. Me resulta encantador.

—No puedes decir eso. —Nos acercamos a la barra y me siento en un taburete—. Hasta hace poco me odiabas, pensabas que me aprovechaba de la gente.

—No te conocía y tan solo veía lo que quería. Sin embargo, ahora lo hago. —Con un gesto de su mano, me obliga a abrir las piernas y se coloca de pie entre ellas—. Cautivas a la gente con tus palabras y gestos, ¿y qué? No le haces daño a nadie, al contrario, los haces sentir bien consigo mismos, importantes.

—Eso no es del todo verdad. Algunas veces me aprovecho —agradezco la escasa iluminación porque me acabo de poner roja como un tomate. Parece que le estoy confesando mis pecados, y eso me avergüenza muchísimo—. Ya sabes, conseguir copas gratis, que me hagan la declaración, no pagar la multa por retraso en la biblioteca…

—Conseguir copas gratis es casi un deporte olímpico para las mujeres, Simonetta. —Se ríe—. Y respecto a lo demás, estoy seguro que la gente lo hace porque quiere y porque siempre eres amable con ellos. La gente no es tonta. Una vez podría caer, dos no.

Bueno, eso es verdad. Al chico que me hace la declaración, Fran, siempre le llevo algún regalito, y la bibliotecaria, la vieja señora Paca, tiene los cafés gratis de por vida en la gelateria.

—Tal vez sí que soy buena persona —coincido—. Le deseé buena noche al portero…

Se agacha un poco y acerca su boca a la mía.

—Cada minuto que paso contigo, hace que me gustes más y más. Eres lista, divertida, cariñosa, descarada, sexi, orgullosa, a veces infantil y creo que estás un poco obsesionada con el sexo —recita contra mis labios—. Sin embargo, no cambiaría nada de ti. Sobre todo la parte del sexo —añade con una risita.

—Tú tampoco eres perfecto, ¿sabes?

—Estoy al tanto.

—¿Y estás bien con ello?

—Sí. No me molesta ser defectuoso… tras pasar treinta y un años conmigo mismo, he llegado a acostumbrarme —responde con seguridad. Me aprieta contra su cuerpo. Puedo sentir como mis duros pezones se clavan en su pecho. Acerca su boca a mi oído y susurra—. Lo único que me importa en estos momentos es lo perfecta que eres tú para mí. Lo bien que te noto entre mis brazos.

Me mordisquea el lóbulo mientras se pega mucho más a mí. Percibo a la altura de mi vientre un bulto duro y rezo en mi interior para que no sea una pistola. «Al final va a ser verdad que estoy obsesionada con el sexo…».

Las palabras de Cosimo son un potente afrodisiaco. Me estoy encendiendo por momentos y tengo que luchar por la necesidad de mecerme en su contra. Le paso las manos por la cintura, haciéndole ver que me gusta lo que me hace, al mismo tiempo que suelto un pequeño gemido que estoy segura que ha oído aunque la música esté a todo volumen.

Estoy tan absorta en él y en su boca en mi cuello que me llevo un susto tremendo al sentir que me sacuden ligeramente por el hombro. Suelto su cintura a regañadientes y me encuentro de frente con la cara divertida de mi Óscar.

—Mira qué ha traído la marea… —dice guasón—. Ya sabía yo que eso de odiarse era pura fachada.

—¿Qué coño haces aquí? —le pregunta Cosimo, girando la cabeza, pero sin llegar a soltarme. Aún sigue pegado a mí. Intentado esconder su erección, seguro.

—Eso te lo tendría que preguntar yo a ti, Don no me gusta la noche —se burla—. Este local es de un amigo, ¿lo has olvidado?

—No lo he hecho. Pero no conozco muchos sitios y este me pareció perfecto.

—Mónica Belluci —me llama—. No tendrías que haber venido. Germán está pululando por aquí y no creo que le haga gracia verte con otro.

—En mi defensa, diré que no sabía a dónde me llevaba —digo—. De todas formas, no le debo explicaciones a nadie, Óscar. Solo quedamos una vez.

—Vale, pero no es muy agradable ver que la chica que te interesa está en tu propio negocio con otro hombre.

—No seas dramático, caramelo. El chico tendrá mujeres a patadas. Yo solo fui una de tantas.

—Si tú lo dices… será verdad —farfulla.

—Espero que sea verdad eso que dices, Simonetta —dice Cosimo entrometiéndose en la conversación con la vista clavada al frente—. De todas formas, aunque siguiera interesado, ya sabe que no estás disponible.

Giro el cuerpo para seguir la dirección de su mirada y veo a Germán dirigiéndose con paso firme hacia nosotros. Cosimo me agarra con más fuerza. Tanta que casi me impide moverme.

—Mira quienes repiten la experiencia Diamond —le dice Óscar cuando el dueño del club se coloca a su lado—. Has llegado a tiempo para las despedidas, creo que ya se iban.

—Hola, Netta. Tanto tiempo sin verte —me saluda.

A Cosimo lo ha ignorado completamente. Forcejeo un poco para que me suelte y poder levantarme. Me acerco a Germán y le doy dos besos. No he hecho nada malo, no voy a avergonzarme.

—Hola —le digo. Y aunque acabo de decir que no lo haría, me avergüenzo. No tendríamos que haber elegido este local—. Vinimos a tomar una copa rápida, pero ya nos vamos.

—No has tomado nada. Deja que te invite —dice, mirando a la vacía barra a nuestro lado.

—No, gracias. La verdad es que me duele un poco la cabeza —me justifico, incómoda con toda esta situación—. Además, mañana me tengo que levantar pronto.

Cosimo se acerca y me pasa el brazo por el hombro.

—Vamos. Te llevaré a tu casa —me dice sin dejar de mirar a Germán—. Prometiste enseñarme tu habitación.

Óscar pasea la mirada entre nosotros tres. La tensión es evidente y yo solo tengo ganas de salir corriendo.

—No —niego—. Óscar me llevará. Tú te puedes quedar aquí o hacer lo que quieras.

—Te llevaré yo —refuta.

—Déjalo, Cosimo. No me importa alcanzarla a casa —dice Óscar.

Me dirijo hacia la salida murmurando un seco adiós a Germán, que me detiene agarrándome del brazo.

—Estás preciosa —me dice al oído.

—¡No la toques! —grita Cosimo, apartándolo de un empujón de mi lado.

Me giro y lo enfrento.

—No te confundas. El que no tiene derecho a tocarme ni un solo pelo eres tú —le reprocho—. Me equivoqué contigo. Sigues siendo un capullo.

—Espera, Simonetta —me pide.

—Me trajiste aquí adrede, ¿verdad? —le pregunto, aunque ya sé la respuesta.

—Sí.

—Ya hemos terminado. Te agradecería que de ahora en adelante cualquier cosa referente a los negocios lo tratemos a través de tu hermana.

Y dicho esto, me voy sintiéndome utilizada. Me llevó allí para demostrar un punto: que yo estaba con él. Quería marcar su territorio y, de paso, ahorrarse futuros problemas con otros hombres.

¡Tonto! No se dio cuenta que yo solo estaba por él… Qué pena que ya sea demasiado tarde.

Adiós, Cosimo.