29

—No me había dado cuenta que eras una maquinadora tan astuta… —me dice Cosimo, paseando sus dedos por mi espalda mientras estamos acostados en mi cama. Nuestros cuerpos desnudos y entrelazados en pleno descanso postcoital.

—No tengo ni idea a qué te refieres —disimulo. Sé perfectamente de lo que habla. Me restriego contra su pecho, al igual que haría una gatita mimosa en busca de más caricias, deseando que deje pasar el tema.

Como es lógico en mi Limone, no lo hace y sigue insistiendo.

—¿Ah, no? Entonces, ¿cómo explicas el que Aleksandr tuviera el currículum de Sandra en su bandeja de entrada?

—Mmmm… ¿Spam? —Me río.

—Lo que sí que es una casualidad, y una suerte para tu amiga, es que él tuviera la bandeja de entrada abierta y el correo le llegara casi al instante en el que saliste de su despacho y desde tu dirección personal.

—Imagínate… estos hackers modernos son capaces de conseguir cualquier cosa —le explico, fingiendo asombro—. Se pueden meter dentro del Pentágono, Cosimo, saber mi contraseña y enviar un simple e-mail, es una tontería para ellos.

De repente, nos gira, quedando acostado encima de mí, encajado entre mis muslos.

—Estoy muy orgulloso de ti. Lo que has hecho por tu amiga. Lo que haces por las personas que quieres… Eres maravillosa, Fragola.

No lo puedo evitar. Me sonrojo desde la raíz a las puntas.

—No ha sido nada. Solo he reenviado un e-mail desde el teléfono —digo incómoda.

—¿Por qué siempre te quitas el mérito? —me pregunta con curiosidad.

—Porque no tiene importancia.

—Sí que la tiene —protesta—. Si no hubieras sacado el tema (he insistido en él), Sandra no estaría ahora tan entusiasmada. ¿Viste su cara cuando se subió en el coche?

—¿Te refieres a cuando nada más sentarse me dio un golpe en la cabeza y me llamó perra? —interpelo con sorna, intentado disimular lo molesta que me siento en realidad con todo este tema. Es muy raro pensar que lo hice simplemente porque sí. No necesito que me lo agradezcan—. Lo siento, estaba demasiado ocupada esquivando sus golpes como para girarme a mirar su expresión. —Aunque nada me impidió verla mientras simulada retocarme el lápiz de labios a través del espejo del parasol del coche.

—¿Por qué siempre haces esto? —me interroga y, esta vez, suena realmente intrigado por saber mi respuesta.

—¿El qué?

—Recurrir a la broma para eludir una conversación o responder a algo que te da vergüenza o contraría —responde—. Cada vez que intento elogiarte por algo, me contestas con evasivas o utilizas el humor.

—Eso es una absoluta mentira —contesto muy seria—. Cada vez que me dices lo guapa que soy o lo bien que te hago sentir, no pongo ninguna pega.

—No me refiero a piropos sobre el físico, y lo sabes —se queja. Me mira a los ojos con intensidad, intentando ver en ellos lo que no le digo con palabras—. Siento como que no me dejas conocerte del todo.

«¡Pillada! Hora de la ofensiva. Necesito acabar con este diálogo».

—Cosimo, hay otra cosa en la que te has equivocado… —susurro con voz coqueta—: yo nunca recurriría al humor para escaparme de cualquier tipo de charla contigo, y mucho menos si los dos estamos desnudos y en la misma cama. —Cruzo las piernas en su cintura, pegándolo aún más a mí, y me empiezo a balancear en su contra—. El sexo da mejor resultado y es mucho más satisfactorio.

Noto como se endurece al mismo tiempo que su determinación a hacerme a hablar se esfuma. Comienza a mecerse el también, añadiendo su propio movimiento al mío.

—Por ahora, lo dejaré estar —me dice cambiando de postura para que su sexo esté alineado con el mío—. Pero de esta noche no pasa. Tenemos una conversación pendiente, Simonetta.

Tiempo después, cuando ya he perdido la cuenta de todos los orgasmos que he tenido, y ya no tenemos más de nosotros para dar, estamos demasiado cansados como para hablar.

«Punto para mí. Me he ganado un prórroga».

Hoy es el cumpleaños de Iván y, para celebrarlo, le he organizado una mañana especial. Y digo mañana y no día porque he sido relegada a esa franja horaria… La tarde planea pasarla con su nueva novia y sus amigos. Ante esta situación, me debato entre sentir unos celos irracionales y la alegría más extrema. «Al final no van a ser necesarios los servicios de una profesional…».

Este mes juntos ha sido una pasada. He notado en primera persona los cambios que ha sufrido. He comprobado lo relajado que se ha vuelto, sobre todo porque Aleksandr cumplió su promesa y le informa casi cada día de la situación de Mónica. No se deja nada en el tintero y aunque no todo es bueno, mi niño aprecia la sinceridad. Eso hace que valore mucho más las mejoras de su madre.

He visto su cambio de mini-adulto a adolescente despreocupado. Durante las primeras noches lo sentía deambulando por mi casa y cuando me levantaba de mi cama y le preguntaba qué estaba haciendo, me respondía que no estaba acostumbrado a dormir hasta muy entrada la noche; se quedaba despierto esperando a que su madre llegara y dependiendo de en qué situación se encontrara, cuidar de ella… que era difícil perder el hábito. Ahora, por muchas horas que duerma, me cuesta despertarlo. Y por mucho que pelee con él por las mañanas, en el fondo me alegro de que se pueda relajar tanto como para dormir a pierna suelta. O la vez en la que estaba tumbado en el sofá, oyendo música y bebiéndose un zumo mientras yo organizaba una cena para la noche. Se levantó y me dijo: «Netta, ¿te puedo decir una cosa? Es la primera vez que estoy relajado de verdad. Mi cerebro se ha desconectado y solo me he quedado recostado en el sillón oyendo música. Normalmente, siempre que intento relajarme, me agobio pensando en el futuro, pero hoy no».

Se lo veía tan asombrado por algo tan simple como vegetar en calma que me dieron ganas de llorar.

Por eso, hoy, en este día tan especial, solo hace falta que piense en este tipo de cosas para que se me pase el enfado porque me haya privado de organizarle un súper dulces 16, iguales a los que celebra la MTV. Casi. Sin embargo, como no soy una persona negativa, no voy a dejar que esto me desanime. Tengo un par de ases guardados en la manga.

Armada con una carta de su madre en una mano y con las llaves de mi recién alquilada y reluciente moto, voy a su encuentro. Voy a despertarlo y decirle que por ser un día especial puede fugarse de las clases y nos iremos a recorrer la ciudad los dos juntos hasta la hora del almuerzo, en la que iremos a la pasticceria para presumir del vehículo e ir a un bareto cercano a por el almuerzo con Cosimo y Tazia. Mi querida amiga Sandra no se ha podido apuntar al plan. Ahora es la sombra de una embarazadísima psicóloga. Se pasa el día estudiando expedientes y conociendo el funcionamiento del centro, un poco estresada, pero la mar de feliz.

Así que, como mi única empleada me ha medio abandonado, hoy he decretado festivo en el trabajo. De algo tiene que servir ser la jefa, ¿no?

Pico en la puerta y entro. Estoy segura de que estará roncando como un descosido y que no le importará que entre a despertarlo. «Bueno, no mucho más de lo habitual».

Recojo un cojín del suelo al lado de su cama y le doy con él en toda la cara.

—¡Feliz cumpleaños, Iván! —grito a pleno pulmón al mismo tiempo que sigo golpeándolo por todos lados de su cuerpo hasta que no solo se despierta, sino que se queja y se cubre la cabeza con su almohada—. ¡Despierta de una vez, gandul! Tenemos mucho que hacer.

—Eres una abusadora, Netta —protesta aún escondido—. Lo único que quiero para mi cumple es dormir.

—Nada de dormir, señorito. Tengo una agenda muy apretada para esta mañana, y ni siquiera tú vas a estropeármelo.

—Es mi cumpleaños —dice, asomándose con cautela desde su almohada protectora—, tendré algo que decir, ¿no?

—Pues no.

Se vuelve a acomodar boca abajo y se tapa hasta las orejas para seguir durmiendo. Ni loca voy a dejar que me ignore… Me lanzo encima y lo aplasto con mi peso.

—Iván… —lo llamo—. Iván, ¿de verdad que no quieres saber qué es lo que tengo preparado para ti? Te advierto que el día iba a comenzar con una vuelta en moto y un desayuno con muchas calorías.

—¿Moto? ¿Comida? —pregunta, girándose y dejándome acostada a su lado—. No podemos dejar que todo eso se desperdicie.

Pasamos una mañana espectacular. Nada más bajar a la calle, le enseño mi fantástica bomba de dos ruedas: una reluciente Vespa 125 color blanco. Mi pequeño homenaje a Vacaciones en Roma.

Le paso un casco al cumpleañero y me subo con seguridad al aparato.

—Netta, ¿estás segura de esto? —inquiere nervioso—. No se puede decir que tengas mucha estabilidad…

—Mira, niño, soy italiana (o por lo menos una mitad de mí lo es). Llevar una moto está grabado en mis genes —le digo en un intento por tranquilizarlo, a él y a mí—. No es la primera vez que llevo una. Relájate de una vez, parece que te vaya a dar un infarto.

—Está bien —cede a regañadientes—. Espero que me hayas traído un chaquetón extra acolchado. Contigo al volante nunca se sabe lo que puede pasar.

—Deja de quejarte y sube de una vez. Tal vez debería de haber alquilado un triciclo —lo espoleo para que se suba de una vez—. Los ruedines te habrían dado más seguridad. O, tal vez, un sidecar… todavía estamos a tiempo de ir a buscar uno.

—Ya me subo, pesada —dice—. Pero olvídate del sidecar ese, ni loco me subo yo a una cosa de esas.

Cuando lo tengo abrazado a mi cintura con tanta fuerza que parece que me vaya a romper, decido ser mala. Le doy al acelerador al mismo tiempo que le pregunto:

—¿Estás preparado?

Y no dejo que me responda, porque me introduzco en medio del tráfico como alma que lleva el diablo. Lo último que lo oigo decir es: «Padre nuestro que estás en los cielos».

Decido ir a lo seguro y retomar una vieja tradición. Me lo llevo a desayunar a la chocolatería San Ginés. Lo bueno de levantarse temprano e ir en moto es que llegas rápido a todas partes sin aguantar las aglomeraciones en la carretera, así que conseguimos mesa tan pronto como llegamos y nos hinchamos a churros con chocolate caliente.

Le doy el regalo de su madre, el cual le hace muchísima ilusión y que lee con lágrimas en los ojos; le paso una tarjeta regalo para que se compre él mismo cualquier cosa que quiera, y lo interrogo sobre su tarde.

—Netta, tienes que decirme la última cosa para que una mujer se enamore perdidamente de mi —me dice como si nada.

—No me he olvidado de eso, Iván. Tan solo ha habido un pequeño cambio de planes. Será Cosimo quien te lo explique después.

Al ver que no protesta, me doy cuenta que el muchacho que tengo delante no es tan inocente como yo creía. Bueno, al fin y al cabo, tiene dieciséis años y existe Pornotube. Muy casto no será…

Las horas pasan rápido y cuando me quiero dar cuenta, ya es casi mediodía. Cosimo y Tazia nos tienen que estar esperando. Como si lo hubiera conjurado, mi teléfono suena, y es mi novio el que llama.

Limone, ya vamos para allá —le digo nada más descolgar.

—Hola, preciosa. ¿Cómo ha ido el día? —me saluda en respuesta a mi directa frase de bienvenida al aparato.

—Lo siento. Se nos ha echado el tiempo encima —me disculpo y para que me perdone por ser tan seca, añado—: Solo digo una cosa, la mañana solo podría haber sido mejor si tú nos hubieras acompañado.

—Quien nos viera a los tres encima de la moto… —se burla.

—Me pido ir subida en el volante —digo riendo.

—Manillar —me corrige.

—Manillar, volante… ¿qué más da? —me aparto un poco para que Iván no me oiga y le susurro—. Gracias por ir a buscar la moto esta mañana y dejarla aparcada debajo de casa. Eres mi persona favorita en el mundo, Cosimo, y estoy deseando demostrártelo después… con todo mi cuerpo desnudo.

—Joder, Simonetta —gruñe—. Gracias por darme una erección en el trabajo. Mis clientas lo agradecerán.

—Ellas mirarán, y yo la disfrutaré —puntualizo.

—Ven ya, anda. Te echo de menos y quiero darle mi regalo al chico.

—En breve nos vemos —me despido.

—Ten cuidado, Fragola.

—Siempre. Hasta ahora.

Cuelgo y me subo a la motocicleta. Iván se acomoda (esta vez sin apretujarse en mi contra) y arranco. Llegamos en un santiamén a la tienda en donde nos reciben los dos hermanos más Óscar, con el local ya cerrado. Este último, se acerca y nos abre.

—Menos mal que llegan —se lamenta al igual que lo haría una mamá de las de antes—. No he estado cocinando toda la mañana para que todo esto se desperdicie.

—Sigue soñando, Óscar… —le dice Tazia, que se acerca—. Lo más cerca que has estado de una cocina es para utilizar el microondas. Y eso no cuenta como cocinar.

—Sabelotodo —se queja el aludido—. El microondas es el mejor invento, junto con el mando a distancia creado por el hombre.

La rubia nos besa y abraza a mi Iván deseándole feliz cumpleaños. Este se sonroja como si nunca la hubiera visto en la vida. Bueno, si me gustaran las mujeres y una chica como Taz se me acercara y me pegara esos pechotes, yo también lo haría, y esa sería una reacción de las normalitas. Seguro que tendría que irme al baño a ocultar mi tienda de campaña. Pensándolo mejor, mi chico se ve un poco incómodo en este momento… menos mal que tiene el casco colocado de forma estratégica.

Al pasar al interior de la pastelería, nos quedamos parados ante la puerta, asombrados por lo que vemos ante nosotros: la mesa preparada para el almuerzo en la cual Cosimo sigue añadiendo fuentes. No se ha olvidado de nada. Ha hecho todos los platos favoritos de mi niño al que parece que se le van a salir los ojos de las cuencas al ver tal cantidad de comida preparada expresamente a su gusto. Hay de todo, desde carnes a pasta, pasando por la famosa albondipizza. Cuando nota que me la quedo mirando, me dice:

—No sé si estará tan buena como la original, pero lo he intentado.

Por este tipo de detalles es por lo que lo quiero tanto. Me atuso el pelo en un gesto coqueto y le lanzo un beso de agradecimiento por todo lo que tengo delante y por el tiempo que ha gastado preparándolo.

Me dirijo con seguridad ante él y le doy pequeños besos en la boca, que me abraza con fuerza dejándose hacer. En el fondo es un Oso Amoroso y le encanta que lo mime.

—Muchísimas gracias, Limone —le digo sin despegar mi boca de la suya.

—No hay de qué, Simonetta —me responde y me regala otra de sus sonrisas. «¡Dios, estoy taaaan enamorada!».

—¡Ey, tortolitos! —nos llama Óscar—. Algunos de por aquí queremos comer. Menos besos y más traer platos.

—Estás disfrutando dándome órdenes, ¿verdad? —le pregunta Cosimo—. Pues no te pongas muy cómodo, después vas a ayudar a recoger, escaqueado. Menos mandar y más ayudar —le replica, riendo.

—Te has quedado con una de mis dos chicas, por lo menos dame el gusto de disfrutar de una pequeña victoria personal mangoneándote delante de ella.

—Óscar, siempre serás mi cuarto chico preferido —le digo—. Confórmate con eso.

—Bueno, menos da una piedra —menciona, encogiéndose de hombros—. Me contento con estar entre los cinco primeros. Además, nunca se sabe cuándo este hombretón de aquí puede tener un accidente desafortunado…

—Parafraseando a mi cuñada: sigue soñando, Óscar.

Nos sentamos a la mesa y comenzamos a zampar como si fuera a acabarse el mundo este mismo día. Todo está delicioso, tanto que no creo que quede nada para repartir en tuppers.

«¡Qué pena!», me lamento glotona.

Al acabar el almuerzo, Tazia se levanta y va hacia la cocina, reaparece al poco tiempo con una gran tarta de tres pisos adornada que tiene una pinta de muerte. Parece una obra maestra de la repostería. Una pena que vaya a durar tan poco intacta.

Mi niño sopla las velas y lo veo contento, relajado, feliz… Sé que le falta la madre, pero está bien tranquilo porque es consciente que está en buenas manos. Los anfitriones reparten los regalos y cuando los abre, Cosimo le hace una seña para que lo acompañe a la parte de atrás. Me guiña un ojo antes de desaparecer por la puerta. Estoy segura que le va a explicar que significa la O final de RACGRO.

Mientras mis dos chicos hablan, vamos limpiando el desaguisado restante de la mini-fiesta. Al poco, aparecen los dos con cara de satisfacción masculina, aunque la de Iván está sazonada con un brillo pícaro en los ojos. No tengo idea de lo que Cosimo le habrá dicho, aparte de lo evidente, pero mi niño está entusiasmado con ello. Se acerca a mí y me abraza con fuerza.

—Gracias por este día, Netta. —En el oído me susurra—. Sobre todo por dejar que Cosimo me dijera lo último. Me habría muerto de vergüenza si me lo hubieras dicho tú.

—¿Te ha aclarado todas las dudas? —le pregunto en el mismo tono.

—Sí… y me ha explicado algunas cosas que espero poner en práctica pronto. Ahora tengo novia.

—¡Iván! —grito ante lo que me acaba de dejar caer. No soy tonta. Sé que él ha hecho cositas por ahí, solo que antes no me hablaba sobre ello de una forma tan abierta—. Usa condón. Es más, ahora vamos a pasar por una farmacia a comprar un par de cajas.

—No hace falta… —protesta y estoy absolutamente convencida de que lo hace de forma figurativa. El símbolo de Durex se le ha grabado en la mirada—. Pero si insistes, los acepto.

—Pues, decidido. Antes de ir a entregar la moto, iremos a por preservativos. —Me acuerdo de algo y levanto la voz para añadir con malicia—. Los de color verde son los favoritos de Cosimo.

El aludido sabe perfectamente de lo que hablo y hace una mueca de horror.

—¿Nunca vas a olvidarte de eso, verdad?

Nos marchamos de allí con el tiempo justo para hacer esas últimas compras y entregar la moto antes de que Iván tenga que irse con los amigos. Está entusiasmado por ver a su novia en bikini… Típico de un hombre. Voy un poco apurada porque quiero llegar a casa para que pueda darse una ducha y cambiarse de ropa con calma. Reconozco que voy un poco más rápido de lo habitual, pero no sobrepaso el límite.

Vamos rumbo a la agencia de alquiler, dando voces en la carretera para hacernos oír entre nosotros y riéndonos de alguna tontería de las nuestras cuando un coche aparece de la nada. Todo se mueve a cámara lenta y sé lo que va a pasar: nos va a golpear. Nos embiste con la fuerza de un tren en marcha y salimos despedidos como una bala hacia un lado. Tengo la impresión de haber emprendido el vuelo hasta que, finalmente, me estampo contra algo sólido y mi pequeña fantasía voladora se acaba al mismo tiempo que mi avance se detiene mientras el ruido de cristales rotos me ensordece.

Me encuentro en el suelo, y lo primero que me viene a la mente es Iván. Intento incorporarme y buscarlo, pero no tengo las fuerzas necesarias para ello. Me duele todo el cuerpo. Tomar una pequeña siesta no suena tan mal en este momento.

Mi último pensamiento es: espero que no deje marca.