11

Gracias a mi hermano, la mañana se me pasa deprisa y corriendo. Sus historias sobre su aventura helada no solo me cautivan a mí, sino a todo el que entra por la puerta. Sus avistamientos de morsas, búhos nivales y de sus amados osos polares nos dejan a todos con la boca abierta.

Estoy tan entretenida que ni siquiera pienso en Cosimo y en su reto sobre llegar a conseguir mi perdón. Bueno, sí que he pensado en él un poquito. Pero solo un poquito muy chiquitito…

Me encuentro sirviendo una porción de panforte19 a una señora junto con un té de frutas del bosque, cuando un chico con una bonita cesta de mimbre cubierta por una tela verde entra por la puerta. La deja en el suelo y espera a que termine de atender para dirigirse a mí.

—Perdone, señorita, estoy buscando a Simonetta Copano.

—Soy yo —le respondo confusa. No lo he visto en mi vida y me extraña que sepa mi nombre.

—Esto es para usted —dice, poniendo el canasto sobre el mostrador.

Lo descubro y me encuentro con su interior lleno de unos jugosos y hermosos limones amarillos. Miro al chico aturdida.

—¿Gracias? —le suelto de manera interrogante y sin saber que más decir. Es el regalo más extraño que me han hecho en la vida.

—Aún no ha terminado. —Se saca una tarjeta del bolsillo trasero de sus pantalones y me empieza a leer con voz monótona—. Perdóname, Simonetta, soy un gilipollas integral. Seamos amigos. Cosimo.

Me alcanza una pequeña bolsa, un recibo para que firme y se marcha, dejándome como a una estatua en medio de un parque.

—¿No vas a ver qué hay dentro de la bolsa? —me pregunta la señora del panforte.

—Sí, la bolsa… —contesto aturdida. Me ha dejado sin palabras. La abro y dentro me encuentro con dos libros: Los 7 pasos del perdón, de Daniel Lumera, y El idiota, de Dostoievski—. Este chico está loco —murmuro con una sonrisa, enseñándole los libros a la mujer.

—Alguien busca tu perdón desesperadamente —me dice Marco, que se asoma por encima de mi hombro.

—Pues no se lo merece, por mucho que me haya regalado unos limones y unos libros que no estoy segura si leeré —respondo—. La amistad hay que trabajarla; si no se cuida, se marchita.

—No te equivoques, hermana. Esto no es un regalo de: «perdón, seamos amigos», ni siquiera es uno de: «perdón, déjame meterme en tus bragas» —declara, muy seguro de sí mismo—. Esto, querida hermana, dice: «soy un capullo y lo sé, pero quiero que veas mi lado tierno porque me gustas mucho». Hazme caso sobre esto. Soy un hombre, los hombres solo trabajamos tanto cuando algo nos importa realmente.

—Hazme un favor y cuida del fuerte un rato, ¿sí? —le pido a mi hermano—. Necesito pensar en todo lo que esto significa.

Las palabras de Marco incendian algo en mi interior. ¿Será verdad que le gusto o solo busca mi perdón como amiga? Veo todo lo que me ha regalado y sonrío como una tonta. Nadie, nunca, se había tomado tanto (y tan raro) esfuerzo para conmigo. Flores, joyas, bombones, un cactus…, pero nada tan rocambolesco como esto. Agarro la cesta para llevarla a mi oficina y me percato de que dentro hay algo más. Aparto la fruta y veo un sobre, torcido de estar metido allí.

Entro en mi despacho, suelto todos los bultos, pero conservo el pequeño y arrugado rectángulo de papel en la mano. Me siento, lo abro y saco de su interior una pequeña nota en papel envejecido color azul.

Simonetta:

Como una de otras tantas veces, me he vuelto a equivocar contigo. No hay palabras que puedan describir lo imbécil que me siento y lo mal que me encuentro al hacerte daño, otra vez.

Solo espero que puedas perdonarme, aunque para ello tenga que perseguirte por todo El Retiro con la dichosa chaqueta de Blade, consiguiendo con ello parecer un verdadero pervertido y que te rías de mí hasta el final de los tiempos. Cualquier cosa con tal de que me perdones.

¿Te han gustado mis regalos? Te confieso que estaba bastante descolocado con lo de limón. ¿A qué persona coherente se le ocurre llamar por el nombre de un cítrico a otra? No lo comprendí hasta que Óscar, tu chico caramelo (disfrutó muchísimo presumiendo de su título ante mí), muy amablemente, y después de algunas amenazas tras oír sus risotadas, me lo explicara. Espero que me bautizaras con ese nombre por el color de mi pelo, aunque comprendería que lo hubieras hecho por mi ácida actitud para contigo.

¿No he ganado puntos por darte una sorpresa? ¿Por comerme el coco y buscar como loco en internet esos libros para ti y correr a la librería a comprarlos? Di que sí. Seamos amigos, Simonetta. Estos dos últimos días me lo he pasado muy bien contigo, hacia tanto que no me reía que ya casi ni recordaba cómo hacerlo, y todo te lo debo a ti.

No me rendiré, sabes que soy un cabezota y lo seré mucho más en este caso. No me rindo fácilmente.

Llámame si sientes una urgente necesidad de golpearme o de liberarme de mis remordimientos.

Besos, Cosimo.

P.D. Los limones son de mi huerto personal. Huélelos mientras piensas sobre perdonarme. Nos vemos mañana para nuestra carrera matutina.

¿Soy tonta porqué considero todo esto romántico? Que en pleno siglo XXI, la era de la tecnología, alguien se tome la molestia de hacer algo así es digno de emocionarme, ¿no? Me ha enviado regalos y una carta (vale, no es una carta de amor. Pero que se haya tomado la molestia de hacerlo lo honra), y no puedo estar más feliz.

Lo perdonaría al instante si no fuera tan orgullosa y no tuviera tan buena memoria. Además, se merece sufrir un poco… o mucho. Un poco más sincero y me llama puta a la cara, y eso no es fácil de perdonar. Eso sin contar con las demás perlas de sabiduría equivocada sobre mí con las que me deleitó: devora-hombres, niña malcriada, no te acerques a mi hija del demonio (esto último, no estoy segura si me lo dijo o es solo parte de mi imaginación).

Me como la cabeza intentado idear una réplica perfectamente antagonista a su regalo, pero, desgraciadamente, lo que se me ocurre no es muy sutil. Por fin, la inspiración llega a mi persona y me afano como loca en terminar mi no muy maquiavélico plan.

Escribo una breve nota y, cesta en mano, me dirijo a la zona de trabajo donde, con saña, me dedico a exprimir todos y cada uno de los limones que me ha regalado. Utilizo el jugo para preparar un rico sorbete que, estoy segura, cuando esté terminado, mis clientes apreciarán. Ya se sabe, el sabor de la venganza es muy dulce. Acabará siendo un éxito.

Vuelvo a meter las destrozadas cáscaras dentro del canasto y retorno la liviana tela verde a su lugar de origen cubriendo el interior. Con un trozo de cordel del que utilizo para las bolsas de los productos para llevar, le ato mi misiva al asa y me apresuro a buscar a mi hermano.

—Necesito que hagas una entrega a domicilio —le digo a Marco—. Quiero devolverle la cesta a su legítimo dueño, y tú eres el único con tiempo libre para llevarlo. Antes de que te quejes, tómalo como el regalo de cumpleaños que aún me debes.

—Eres una chantajista —me acusa mientras me la arrebata de las manos—, pero dado que no te he comprado nada, aceptaré el trato.

Sostiene la nota para leerla y, al terminar, retira la tela lo suficiente como para ver el interior.

—Veo que sigues siendo fiel a tu estilo tan suave como lo puede ser el papel de lija —me dice irónico—. Joder, Simonetta. El chico lo está intentado, y tú le devuelves esta basura. Y si eso no fuera poco, le envías un mensaje nada sutil: «Hice lo que me dijiste. Pensé en ti mientras olía, pero mucho más al estrujarlos». Me duelen las bolas solo de pensarlo, mujer.

—Solo piensa esto: me he desahogado con lo que hay ahí dentro y no con sus partes más preciadas, que es lo que realmente quería hacer. ¿No debería estar agradecido por mi indulgencia?

—Sor Netta, la virgen de la misericordia —invoca burlón—. Sálvame de las mujeres rencorosas… Está bien, ya me voy. No obstante, te advierto, no me hago responsable de lo que mi boca suelte cuando esté allí.

Le dicto la dirección y lo empujo para que se marche de una vez. Esto de la solidaridad masculina es un asco. Echo de menos los tiempos en los que el honor lo significaba todo. Marco tendría que correr y darle con su espada a Cosimo sin rechistar. «¡Uy! Eso ha sonado mal incluso para mí. Un poco gay para mi gusto». Rectifico, Marco tendría que apuñalar profundamente con su espada a Cosimo… «Mejor cállate, Simonetta. Lo estás empeorando todavía más».

Nuevamente la puerta se abre y cuando estoy a punto de gritarle a mi hermano que se vaya de una puñetera vez, mi mejor amiga me grita:

—¡Mi madre se ha ido!

—¡¿Qué, cómo, cuándo…?! —le pregunto contagiada por su histeria, hasta que recuerdo una cosa—. Tu madre está escayolada, Sandra. No creo que se haya ido muy lejos.

—No soy idiota, Netta. Por supuesto que sé que está escayolada, soy la que ha estado cuidando de ella como una esclava —responde con resignación—. Han venido algunos de sus amigos y se la han llevado. Dice que no la trato con la suficiente cortesía.

Me duele en el alma ver a mi amiga tan derrotada, pero ya debería estar acostumbrada a lo egoísta y ególatra que es Marta.

—Lo siento mu…

—Eso no es lo peor —me interrumpe y murmura—: Me ha robado todo el dinero que tenía en casa y las joyas… otra vez.

Baja la cabeza para que no note lo avergonzada que se siente.

—¡Mierda, Sandra! ¡¿Otra vez?! —Estoy indignada. Siento ganas de ir a buscar a su madre y romperle la otra pierna—. ¿Cuántas veces te lo ha hecho ya? ¿Tres, cuatro…? Te he dicho muchísimas veces que no la dejes entrar. Denúnciala y que se busque la vida, joder.

Lo último que necesita mi amiga en estos momentos es una charla de «ya te lo advertí», pero las palabras se han escapado de mi boca sin querer. El subconsciente me ha ganado la partida. Me acerco y la rodeo con mis brazos y mi cuerpo. Sandra se pega a mí, apretándome con fuerza, tomando de mí todo lo que le ofrezco: amor, comprensión, compasión…

—¿Por qué me hace esto a mí? No creo que haya sido una hija tan mala —farfulla en el hueco de mi cuello. Levanta la cabeza para así mirarme a los ojos y dice la frase que me ha roto cada vez que la he escuchado salir de sus labios—. ¿Por qué no me quiere, Netta?

¿Cómo es posible que una simple frase como esa me siga afectando tanto tras once años de escucharla? Verdad es que al pasar el tiempo, la he ido escuchando cada vez menos, pero la profundidad, el dolor que encierra, hace que quiera derramar lágrimas y sangre por mi amiga. Ya es duro escucharlo de una chica de diecisiete años, sin embargo, que una mujer hecha y derecha las diga, te destroza por dentro.

—Amiga, sé que no te consuela, pero yo sí te quiero. Si tu madre no te aprecia, allá con ella. —No voy a insultar su inteligencia regalándole los oídos con palabras como: tu madre sí te quiere, ya se dará cuenta de que se ha equivocado, etc. Además, ni yo misma estoy convencida de que Marta sepa amar—. Arreglaremos toda esta situación. ¿Has comprobado las tarjetas?

—Sí. No las ha cogido, pero porque las llevé conmigo. De eso estoy segura —responde más calmada y separando su cuerpo del mío—. Tienes que ayudarme, voy a cambiar la cerradura. Bueno, rectifico, miraré mientras tú cambias la cerradura de mi casa. Sabes que soy una negada para esas cosas.

—Por suerte para ti, no te quiero por tus habilidades con un destornillador. Compra la cerradura y espérame en tu casa. No quiero que tu madre haga otra de sus rondas de saqueo por sorpresa. —No me replica. He dicho la verdad, no hay nada que refutar en mi frase. Marta ya ha hecho otras veces (dos para ser exactas) rondas de todo lo que veas es tuyo en casa de Sandra—. No sé qué haces aquí todavía. Marta puede estar ya allí.

Se oye la puerta y entra Marco. Va directo hacia mi amiga, que está de espaldas a él, y la levanta en volandas. Sandra grita del susto y me mira desconcertada. Se retuerce en los brazos de mi hermano hasta que la vuelve a dejar en el suelo. Se gira y cuando lo ve, se queda quieta durante un mínimo instante antes de empezar a darle golpes en brazos, estómago y pecho.

—Para ya, rayo de sol. Vas a terminar por hacerte daño. Así solo me estás dando un masaje. Cosa que te agradezco, me sentía los músculos cargados. —Mi hermano es un engreído, siempre lo ha sido y siempre lo será. Sobre todo, en presencia de mi mejor amiga.

—Eres un capullo. Me has dado un susto de muerte —lo acusa y hace una cosa nunca vista: se lanza y lo abraza con fuerza, con mucha fuerza. Al momento, se da cuenta de lo que ha hecho y se aparta avergonzada—. ¿Cuándo has regresado?

—Hoy de madrugada. Solo tuve tiempo de ir a casa, dejar mis cosas, ducharme y venir a ver a mi hermana. Sin embargo, me arrepiento enormemente el haber venido por aquí sin dormir nada. Mi hermana ha abusado de mí sin compasión. —Me mira y se echa a reír—. Tu mensaje fue entregado y recibido con risas. Me ha dicho una chica rubia muy mona que te manda besos y abrazos cariñosos… Joder, me siento menos masculino tan solo por repetirlo. ¿Las mujeres no pueden solo enviar saludos? No. Las chicas tienen que adornarlo todo con lazos y palabras pegajosas…

—Deja de divagar y dime, con exactitud, cómo y qué dijo Cosimo al verte llegar con mi regalo —digo muy seria y centrándome en el asunto que me interesa.

—¿Qué regalo? —interrumpe Sandra.

—Cállate, anda. Después te lo contaré todo —la corto ansiosa por saber lo que tenga que decir mi hermano—. Vete a comprar la cerradura y espérame en casa. Iré en la hora del almuerzo para cambiarla en un momento.

—¿Cerradura? —Ahora es Marco el que se mete en la conversación, y por la cara que ha puesto, sabe la respuesta a su pregunta incluso cuando él la ha formulado—. Espérame un segundo, Sandra, y yo mismo te la cambiaré. No es seguro que vayas tu sola.

Sandra se ríe con ganas.

—No te preocupes, Marco. Mi madre está escayolada y no puede moverse bien ella sola. No creo que con las muletas pueda ir a robarme la televisión

—Eso es verdad, pero nada le impide ir con alguno de sus compañeros de juerga a buscarla.

Las risotadas de Sandra se cortan al instante y se vuelve pálida como el papel. No sería la primera vez que recibe visitas no deseadas de parte los amigos (y de los que no lo son tanto) de su muy querida y amorosa mamá. Pasea el peso de su cuerpo de un pie a otro en un movimiento nervioso que conozco muy bien.

—Mejor nos vamos ya —le pide a Marco—. Más me vale hacer todo lo posible para evitar sorpresas.

Mi hermano hace el ademán de salir, pero lo agarro del brazo, deteniéndolo.

—No te puedes marchar sin contarme lo de Cosimo —digo—. Por favor.

—No es nada del otro mundo, mujer. Tras descojonarse durante algunos minutos, me mostró su solidaridad por tener que aguantar a una hermana como tú —me lo dice con toda la sorna del mundo—. Es un chico listo, Netta. Me dijo que te dijera que acepta el desafío. Me parece que no te vas a librar de este tan fácilmente.

Me quedo parada en medio de la sala, sonriendo como una estúpida, mientras asimilo el reto que me acaban de dirigir. Oigo de fondo como Marco y Sandra mantienen una extraña discusión sobre ferreterías y bates de beisbol, sin embargo, mi cerebro lo registra como algo no importante y lo descarta.

Atisbo por el rabillo del ojo el gran reloj de pared y veo que ya casi es la hora de marcharme. Me dirijo en modo piloto automático a indicar a la señora que ya vamos a cerrar y noto que aunque me sonríe, está reticente a la idea. No me extraña, en poco tiempo se ha gozado una telenovela en directo con todo lo que eso implica: regalos confusos, actos extraños de venganza, llantos y risas. Yo tampoco me querría ir.

Les doy un beso a los dos pelmazos que tengo al lado y prácticamente intento echarlos de la gelateria. Necesito que se vayan para intentar aclararme la mente. Esta historia con Cosimo ha llegado en el peor de los momentos: se acercan los aniversarios de dos muertes y una deserción… no tengo tiempo para tonterías ni amenazas de ningún tipo «aunque podría buscarlo».

—Netta —la voz de Sandra interrumpe el hilo de mis pensamientos—. Tal vez sea bueno que Cosimo sea tan insistente. Céntrate en él y en sus limones, y deja los problemas del pasado a un lado.

Y con esa frase, mi amiga me da la excusa perfecta para centrarme (sin sentir remordimientos) en ese chico, ácido e increíblemente sexi, que no ha abandonado mis pensamientos desde el día que lo conocí.

—Tienes razón —coincido—. La distracción me vendrá de maravilla.

Y tanto que sí.

19 Dulce tradicional italiano hecho a base de frutas y frutos secos.