27
Los siguientes días fueron agotadores. No solo a nivel físico, sino al psicológico también. Descubrí que Mónica (o alguien) me había nombrado persona de contacto en caso de emergencia médica. Desconozco cuándo o cómo, pero desde que ocurrió, todo el mundo se ha dirigido a mí para tratar todos los temas médicos y pedir autorizaciones para esto y aquello.
He establecido una rutina: primera hora, obligar a Iván a ir a clase y visita al hospital para que me actualicen el estado de su madre. Tras eso, voy al trabajo y hago lo que tengo que hacer; al mediodía hago la comida para mi chico y (otra vez) lo obligo a que se la acabe. Vamos al hospital y de allí se va al entrenamiento. Yo me quedo hasta que se acaba la hora de visita y regreso a mi casa a descansar. Casi siempre me encuentro con Cosimo y con Sandra, e incluso Tazia dentro. Aunque la mayoría de las veces los ojos se me cierran solos, una vez que estoy duchada y sentada en el sofá, me alegra que vengan. Me hacen sentir que existe vida fuera de la rutina que he creado y, lo más importante, que todavía formo parte de ella.
Mónica, pese a que se encuentra relativamente mejor, se pasa durmiendo casi todo el día. Cosa que, aunque suene cruel, agradezco. No es una persona amable, sobre todo desde que frustramos su último intento de escape del hospital en busca de drogas. Había rehusado tajantemente a tomar los medicamentos necesarios para tratar su bipolaridad, alegando que no la dejaba pensar con claridad. Eso la metió de lleno en una fase depresiva en la que se quejaba constantemente de que allí se aburría o en la que se las pasaba llorando como una magdalena sin dirigirle la palabra a nadie… Intento que su hijo lo sufra en la menor medida, pero no puedo evitarlo. Y cuando entra en la habitación y la ve con el rostro hinchado por las lágrimas, su cara se descompone de dolor. Por suerte, el médico ha creído oportuno tratarla de su trastorno, y la ha empezado a medicar informándole de ello, pero sin que tenga que dar ella su consentimiento. Cree que ayudará a su recuperación, ya que la hará más racional y no supondrá un problema para sí misma.
Por otro lado, a pesar de que la encuentro más lúcida y tranquila, me han asegurado que eso no la ha curado de su adicción a las drogas. Que no me extrañe si sale y vuelve a la vida de antes. Bueno, eso lo dejó claro ella misma con su intento de fuga al más puro cutre-estilo de las películas quinquis de los 70… Así que nuestro plan original de intentar que ingrese en desintoxicación sigue en pie.
Me han comunicado que si acepta desengancharse y buscamos un centro adecuado que la siga tratando de la malnutrición pueden darle el alta en pocos días y transferirla de allí a la clínica que elijamos. Esa es la señal que necesito. Creo que ya ha llegado el momento de poner los puntos sobre las íes, de cambiar y ponerse serios. La hora de la verdad ha llegado. Voy a hablar con ella de una vez.
Pico en la puerta y entro sin esperar permiso. No creo que esté dormida y quiero acabar con esto antes de que pase algo que me haga perder el empuje.
La encuentro acostada en la cama, despierta, pero con la vista perdida. Aunque he hecho ruido al abrir y cerrar y al apartarle la pequeña mesa cubierta con una merienda a base de frutas y yogurt, que no ha tocado, no parece reconocer mi presencia. Me siento a su vera, hundiendo el colchón bajo mi peso, y todavía así no se digna ni a mirarme.
—Mónica —la llamo—, tenemos que hablar.
Si no hubiera visto las pequeñas arrugas que se le han formado alrededor de la boca, podría decir que está soñando despierta, por el contrario, ese gesto me indica que me ignora deliberadamente.
—Tienes que tomar una decisión sobre el futuro. No puedes seguir así. Piensa en Ivá…
—Cuando era pequeña —me interrumpe—, me gustaba acostarme en la hierba del jardín trasero de casa de mis padres y mirar las nubes. Me podía pasar horas allí tumbada —me dice sin hacer contacto visual—. Hacerlo me relajaba y distraía mi mente. Conseguía abstraerme lo suficiente de la realidad como para olvidar lo triste que me sentía casi siempre. Mi madre solía bromear conmigo diciendo que debí nacer en otra época. En una de esas en la que la gente melancólica como yo triunfaban como poetas o dramaturgos… —Gira la cabeza y enfrenta mi mirada—. Pese al chiste, notaba que estaba preocupada por mí. Al contrario de lo que la gente piensa, siempre he sabido que algo estaba mal conmigo, pero ¿no? conseguía averiguar el qué y al crecer, cuando las nubes dejaron de ejercer ese efecto tranquilizador, busqué otro tipo de cosas que me hicieran sentir normal. Un porrito de vez en cuando, saquear el mueble bar de mis padres… No quería ser la rarita, la loca o la chiflada. Quería ser como todos los demás. Y colocarme me daba esa impresión de normalidad que tanto necesitaba.
»Conocí a Fran en una de esas fiestas que se hacían para recaudar fondos para el viaje de fin de curso, era el primo de uno de los chicos de último año. Desde el primer momento, no me juzgó. No se extrañaba con mis cambios de humor. Al contrario que los demás, no me juzgaba al notarme triste o eufórica, tan solo hacia lo posible para calmarme. Casi sin pensar, se convirtió en mi nube del cielo. Por él es que fui al médico por primera vez. Me llamarón bipolar y me pre-escribieron unas pastillas que tomé durante poco tiempo. Me embotaban la mente y al quedar embarazada, decidimos que debía dejar de tomarlas. No queríamos que el bebé sufriera daños.
Estoy hipnotizada con sus palabras. Creo que es la primera vez que la oigo hablar tanto y de manera tan racional. Reconozco que me gusta escucharla, tiene una voz dulce y algo ronca que hace que te involucres de lleno con la historia que cuenta.
—Nos casamos y nos dedicamos de lleno a formar una familia. Queríamos hacer las cosas bien por nuestro hijo —continúa—. Yo dejé de estudiar, y Fran comenzó a trabajar en el negocio familiar como aprendiz de fontanería. Éramos tan felices… por lo menos yo lo fui. Ahora me doy cuenta de lo difícil que tuvo que ser vivir conmigo. Pasaron los años y notamos que mi estado iba empeorando. Mis cambios de humor iban de mal en peor. Intenté tomar la medicación, pero no era como esta. No me dejaba pensar… así que volví a estar como al principio, solo que mi marido ya no conseguía calmarme.
»Me escapaba de casa y dejaba a Iván solo mientras dormía para meterme en algún bar cercano. Al regresar, lo hacía apestando a alcohol, drogas e incluso, a veces, sexo. Fran me recibía con una triste sonrisa y me decía que todo iba a salir bien. Cuando enfermó, volví a medicarme. Parecía un zombi, pero por lo menos estaba a su lado y cuidaba de nuestro hijo. —Se recuesta y cierra los ojos—. Cuando murió, mi mundo se desmoronó. Me peleé con su familia y con la mía, quería que me dejaran en paz. Me creía capaz de cuidar de Iván y de mí misma. —Suelta una triste carcajada—. Era una ilusa. ¿Crees que no me he dado cuenta que ha sido solo gracias a ti que no me han quitado a mi hijo?
Aunque creo que es una pregunta retórica, respondo:
—No. Creía que no. —No sé si me conviene ser sincera en estos momentos, solo sé que no puedo mentirle a alguien que se acaba de sincerar conmigo de la forma en que ella lo ha hecho—. Pensaba que no me tenías en cuenta.
—Has sido para Iván más madre que yo, ¿por qué no iba a reconocer ese detalle?
—No sé… ¿Tal vez porque esta es la primera conversación civilizada que tenemos en años? —«¿O porque antes estabas demasiado colocada como para darte cuenta de mi existencia y cuando lo hacías, era para insultarme o pedirme dinero?». Omito esta última parte, dejándola dicha solo en mi mente—. Pero esto tiene que cambiar. Iván se merece que mejores. Se merece una madre sana y fuera de las drogas. Es una gran chico, Mónica, uno que ha visto cosas que nadie, y mucho menos un niño, debería de ver.
—Lo sé y quiero cambiar. De verdad. —Se frota la cara con las manos de forma desesperada—. ¿Qué está mal conmigo que incluso ahora, acostada en esta cama y hablando de mi hijo, en lo único que puedo pensar es en que necesito pillar algo? ¿Por qué no puedo dejar de pensar en eso?
—Eres una adicta —le doy la respuesta fácil—. Necesitas ayuda, y si de verdad quieres dejarlo, yo te la proporcionaré. Tu hijo y yo ya hemos estado hablando del tema, incluso tenemos una plaza reservada para ti en una clínica privada en las afueras.
—¿Un desintoxicarme? Estás exagerando… No creo que necesite llegar a tanto —protesta entre dientes—. No soy uno de esos yonkis que ves tirados por ahí.
—No, no lo eres —coincido—. A ti lo que te gusta es colocarte de todo lo que tengas a mano, dejar a tu hijo abandonado por días, meter a gente extraña en tu casa, (que da la casualidad que suelen ser lo más bajo de la sociedad) y convertirte en el alma de la fiesta mientras Iván huye de allí como alma que lleva el diablo —la acuso—. ¿Recuerdas por lo menos que cuando estás en ese estado tienes tendencia a follarte a todo lo que se mueva, da igual quién esté delante? Pues uno de esos espectadores involuntarios es tu hijo.
Me mira horrorizada.
—Creo que en casa y medicándome como lo estoy haciendo ahora, estaré bien —dice sin bajarse del burro.
—No te engañes a ti misma con esa idea —le digo tajante—. Tú misma me acabas de decir que te mueres por consumir. ¿Qué te va a impedir hacerlo cuando te encuentres sola y las ansias vengan a ti?
—No estaré sola. Mi hijo me acompañará.
—Ni pienses en que vas a tener a Iván cuidándote todo el tiempo. Es un adolescente, no un perro guardián.
—Es mi hijo —afirma como si eso le diera derecho a robarle su vida.
—Sí, lo es. Y deberás demostrarle que lo quieres y que serás la madre que necesita a su lado —respondo con vehemencia—. Y perdona que te diga, obligándolo a que te vea sufrir y a que lidie con cosas que no debería ni siquiera imaginar, no lo estás haciendo.
—No quiero ingresar en ningún sitio… —refunfuña cual niña pequeña.
—Dentro de poco es su cumpleaños y lo único que me ha pedido como regalo es que te recuperes —le digo, atacándola con la verdad a ver si reacciona.
No lo consigo, así que sigo con mi perorata.
—¿Sabías que un equipo importante quiere fichar a tu hijo? —Su cara refleja desconcierto y orgullo. Me gusta que se sienta de esa forma porque ya es hora de jugar sucio con ella. Si tengo que machacar un poco su dignidad y orgullo personal para que haga lo correcto, lo haré—. Va a decir que no. Por lo visto, los padres tienen que ser un punto de apoyo activo en lo que al club concierne, yendo paso a paso en el proceso de fichaje y adaptación en el club. Tendrías que asistir a algunas reuniones, y no quiere que lo hagas… he intentado decirle que iré yo en tu lugar, pero es imposible. Tienes que ser tú.
Veo como asimila mis palabras y el significado no tan oculto en ellas.
—Mi hijo se avergüenza de mí —susurra. Enfrento su mirada con firmeza. Confirmando de manera indirecta, con ese gesto, sus sospechas—, y no lo culpo. Yo también lo haría.
—Puedes cambiar, Mónica. Lo sé. Haz que tu hijo se sienta orgulloso —le digo—. Te quiere más que a nada en el mundo. Es más, su mundo gira en torno a ti… No dejes que se vuelva un chico resentido con la vida que le ha tocado vivir. Eres joven, lista, guapa. Lo tienes todo en tu mano para ser una persona mejor.
—Pero ¿y si no lo consigo? Estoy dañada por dentro.
—Lo conseguirás —afirmo absolutamente convencida, y más viendo lo bien que le sientan las nuevas pastillas—. Vas a ser una persona feliz, Mónica, y tendrás a tu hijo a tu lado como testigo de ello.
—¿Te ocuparás de Iván mientras esté lejos? —me pregunta, mordiéndose el labio inferior en un gesto nervioso
—Por supuesto —contesto—. Me encargaré de él y lo llevaré a visitarte desde que se pueda. No te preocupes por nada, Mónica. No se olvidará de ti. Eres su madre y te ama. Yo solo soy una sustituta temporal que no quiere ni necesita quitarte ese puesto.
—¿Cuánto tiempo tengo para decidirme? —inquiere.
—No hay tiempo límite. No existe una caducidad para la oferta. Es de tu salud de lo que estamos hablando, no un paquete de galletas —respondo—. Desde que los médicos me digan que puedes trasladarte y tú me des el sí, todo irá muy rápido. Tan solo tengo que hacer una llamada, empacar una maleta con tus cosas y estaremos listos.
—Está bien. Acepto —al decir esa última palabra, suelta un sonoro suspiro—. Solo espero que el médico me dé el alta antes de que me arrepienta o antes de que trate de escaparme de aquí otra vez…
Su tono de desamparo me hace reír. Mi chico se va a poner muy contento. Como dicen por ahí: existe luz al final del túnel.
—Si pretendes hacer un intento como el de la otra vez, avísame con antelación. Quiero tener el móvil con la batería cargada para que el video que pienso hacerte no se me corte a la mitad.
Sonríe, y se parece tanto a su hijo al hacerlo que me encuentro devolviéndosela con ganas.
—Voy a enviarle un mensaje a Iván para que al salir del entreno venga derecho hasta aquí —le digo, cogiendo el teléfono para hacerlo y, de paso, otro a mi novio dándole las buenas noticias—. No sabes lo contento que se pondrá cuando le digas que vas a ingresarte.
—Ojalá no acabe decepcionado… —farfulla entre dientes.
—No seas negativa. La predisposición a querer recuperarte ya la tienes, y ese es el mayor de los pasos —expongo con vehemencia—. Si crees firmemente en ello, lo lograrás.
—Tienes más confianza en mí que yo misma —afirma—. Gracias. Eres una buena persona, Netta. Me hace falta alguien positivo al lado. Una persona que me aliente a seguir adelante.
—Si lo que quieres es una animadora, soy tu mujer. —Le guiño un ojo—. Cualquier excusa es buena para poder disfrazarme, y será un buen cambio hacerlo fuera de un contexto sexual…
Mónica comienza a reírse. De su boca salen unas verdaderas y estruendosas carcajadas. Nunca la había visto y conseguir que lo haga me llena de un tonto orgullo.
—Ya entiendo el por qué mi hijo está encandilado contigo —me dice entre jadeos en busca de aire—. Si siempre eres así de ocurrente, se lo tiene que pasar bomba contigo.
—Soy como su hermana mayor consentidora.
—¡Eh! No te pases. No soy tan vieja como para tener un hijo de tu edad…
—Verdad —coincido—. No sé la edad que tienes, pero no puedes ser mucho mayor que yo.
—Treinta y dos quemados años —suspira—, aunque parece que tengo veinte más.
Se pasa las manos por la cara, restregándose los ojos de paso. De repente, parece cansada y, como ella dice, mucho más mayor que la edad que tiene en realidad.
—¿Sabes que es lo más triste de todo? —Toma una botella de agua de la mesita de noche y le da un largo trago—. Hace tanto que no me río que creí que no sería capaz de hacerlo sin las drogas pululando por mi cuerpo, y todavía así, me muero por probarlas de nuevo.
—Normal. Has dependido de eso durante mucho tiempo. Solo tienes que aprender a vivir sin ello. En la clínica tienen personas que te ayudarán a conseguirlo.
No se me ha pasado el hecho de que ha llevado la conversación a su terreno, hacia lo que le provocaba toda la mierda que se metía en el cuerpo, ni la manera en que mira con disimulado anhelo la puerta, como si deseara escapar de aquí.
La tarde pasa en calma. Mónica se vuelve a dormir, y yo me dedico a leer un ratito.
Iván aparece por la puerta, seguido por Cosimo, que parece haberlo ido a buscar al entreno. Viene a mi lado y me aprieta la punta de la nariz con el índice.
—Hola, Netta —me saluda.
Se para al lado de la cama y le da un pequeño beso a su durmiente madre en la chupada mejilla que, al sentirlo, se despierta y levanta la mano para acariciarlo en la cara.
Cosimo me abraza por detrás y apoya su barbilla en mi hombro
—Hola, Limone —lo saludo—. Te he echado de menos.
Cambiando mi atención a mi niño mimado y a su madre, empiezo a hablar:
—Tenemos algo que decirte, Iván —le digo, dándole pie a Mónica para que continúe ella con la conversación.
Ella no contesta inmediatamente. Cosa que comprendo, porque ¿cómo le dices a una persona que quieres, pero con la que casi no has tenido una conversación coherente en años, que vas a entrar en desintoxicación? Yo también me lo pensaría antes de hacerlo.
—Bueno… —comienza dubitativa. Toma una respiración profunda y sigue hablando—: Sabes mejor que nadie que no estoy bien. Que necesito ayuda.
—Sí —contesta Iván, constatando que sabe a lo que se refiere, pero sin saber muy bien por donde va su madre.
—Voy a ingresar en desintoxicación —suelta, de repente, Mónica. Lo dice tan rápido, que da la impresión de que si no lo saltaba a la de ya, se arrepentiría de hacerlo y se echaría para detrás.
—Espero que no te importe quedarte una temporada conmigo —intervengo al ver la cara de sorpresa del adolescente al que le han empezado a caer las lágrimas.
—¿Esto es en serio? —me pregunta.
—Y tan en serio, chico —responde Cosimo mientras yo asiento frenéticamente con la cabeza porque no me veo capaz de articular palabra.
—Dentro de poco es tu cumpleaños —dice su madre—, y por una vez, quiero ser capaz de regalarte algo que quieres.
Iván se lanza a abrazarla, con cuidado de no tocar la vía que tiene puesta en el brazo, y la aprieta contra sí mismo.
—Gracias, gracias, gracias —farfulla contra su cuello.
Ver la cara de felicidad de mi vecina mientras su hijo la abraza con todo el amor que siente por ella me emociona aún más y no tardo en darme la vuelta y envolver a mi chico buscando consuelo.
—Shhh, Simonetta… —me calma al igual que haría con un bebé—. Todo va a ir bien, Fragola. A partir de aquí, solo podemos ir en línea recta.
Pero mi parte derrotista me dice que todo camino, por muy derecho que esté, puede estar plagado de baches… Sin embargo, me niego a ser pesimista, sobre todo ante la imagen que tengo delante: Mónica e Iván, con las manos entrelazadas y hablando del futuro.
De un futuro que pinta ser prometedor y maravilloso. De un futuro en el que, por fin, serán una familia unida.