7

Casi sin darme cuenta, llega el domingo. Esta noche se celebra el cumpleaños de Óscar, y me encuentro ansiosa esperando la hora en la que empezar a arreglarme.

Mi chico caramelo ha estado toda la semana fustigándonos, a Sandra y a mí, con comentarios sobre lo bien que lo pasaremos, y ya no puedo más… Necesito una fiesta. Esa fiesta.

Solo espero que no me haya creado demasiadas expectativas al respecto. Óscar me ha asegurado que sus amigos no son unos críos…, pero conociéndolo como lo hago, no me fío ni un pelo de su palabra. Por si fuera poco, queda el último detalle: las chicas.

Necesito que acudan mujeres. Otras mujeres que no seamos Tazia, Sandra o yo. En otra ocasión podría disfrutar de la atención masculina recibida, pero en una disco en la cual el alcohol va a correr como la pólvora, no sería el coqueteo simple, se echaría a un lado para dejar paso al acoso y derribo más duro.

Rezo porque Óscar sea tan ligón como pretende ser y porque esa jauría de mujeres que (según él) lo persiguen haga acto de presencia.

Tazia me ha asegurado (en una de nuestras habituales charlas desde que nos hemos conocido) que el cumpleañero está muy tranquilo. Todo el mundo ha confirmado su asistencia. Sin embargo, yo no me fio. Al final, me veo en una sala llena de globos de colores pegados en las paredes, rodeada por mesas decoradas con manteles de Bob Esponja y cargadas de botellas de refresco, patatas fritas y mini bocadillos… La tarta, para seguir con la racha de buena suerte, seguro que estará adornada con una foto de Mickey Mouse o con un par de enormes pechos desnudos. No sé cuál opción me espantaría más.

Olvidando mis miedos momentáneamente, empiezo a prepararme con el mismo esmero que para una boda de revista. Pelo: perfecto. Maquillaje: sofisticado. Vestido: rompedor. Cuerpo… fabricado para el pecado.

Esta noche follo. Sí o sí. Ninguna opción diferente a esa me vale. Hace mucho tiempo que no estoy con ningún hombre, espero que eso de que el sexo, al igual que el montar en bici sea, no se olvida sea verdad. Porque si no, estoy apañada.

Tampoco me ayuda lo caliente que me encuentro últimamente. Dicen que el limón refresca, pero a mí me sube el cuerpo de grados. Porque, seamos serios, toda la culpa es de él, Cosimo. Ese hombre que me enerva la sangre y que me hace querer explorarlo con mi lengua hasta que me quede sin saliva. Espero encontrar a alguien que me relaje de toda esta tensión que siento entre mis piernas acumulada durante estas últimas semanas. No hace falta que me invite a cenar, con que me proporcione varios orgasmos, de esos que hagan tambalear mi mundo, me conformo. No pido mucho, ¿no? A la larga les salgo barata.

Ya mentalizada y preparada para lo que pueda surgir esta noche: cero pelos en mi cuerpo de cuello para abajo, ropa interior sexi y casi inexistente, condones… «¡Sexo, por favor!», pillo un taxi que me deja en la misma puerta del local. A las diez en punto, estoy parada frente a la entrada de la disco. Su nombre, Diamond, refulge contra la noche oscura.

Doy mi nombre en la puerta, asombrada por la seguridad con la que me encuentro. «Es domingo y se celebra un cumpleaños, no un maxi-evento social. ¡Por el amor de Dios, que exageración!».

Entro, dedicándole una gran sonrisa al portero, de aspecto gigante y amenazador, «viendo a este hombre, ya comprendo por qué los llaman gorilas», que me deja pasar al interior.

—Que tengas buena noche —le digo al pasar por su lado. Siempre es bueno ser amable con los porteros. Nunca se sabe de qué lio te pueden sacar: colarte en las largas colas, salvarte del típico maniaco salido o incluso invitarte a alguna copa.

Ya dentro del local, me saluda un entusiasmado Óscar. Me abraza con fuerza, elevándome en el proceso y estampándome un sonoro beso en la mejilla al posarme de nuevo en el suelo. Está guapísimo. Se ha puesto un traje negro entallado al cuerpo y camisa blanca sin corbata y desabrochada en el cuello.

—¡Mmmm! Caramelo, ¡estás para comerte! —Me aparto de su cuerpo para mirarlo de arriba abajo—. Nunca te había visto tan elegante. Si esto es lo que te pones para salir, no me extraña que ligues tanto —afirmo.

—Tú sí que estás espectacular, Netta. —Me coge de la mano y me hace girar—. La palabra perfección se queda corta para describirte. Y, encima, has venido como te pedí que hicieras. Has ganado puntos solo con eso.

—Gracias, pelota —digo más que feliz al oír sus palabras que me regalan los oídos—. Me he vestido según tus indicaciones. El cumpleañero es el que manda este día.

—Ven, sígueme —me dice, guiándome hacia delante con su mano en mi cintura—. Ya han llegado todos.

—¿Soy la última? —pregunto inquisitiva. No me gusta nada llegar tarde a los sitios—. ¿Me confundí de hora?

—No, mujer. Llegaron hace poco. La pobre Sandra no podía ni caminar con el peso de los paquetes que traía consigo. —Una sonrisa se extiende por mi cara. El ganar a piedra, papel tijera contra Sandra y, por consiguiente, salvarme de traer los regalos, y el imaginarme la cara que pondrá Óscar al verlos, me la provoca—. ¿Por qué sonríes de esa forma tan siniestra? ¿Qué maquina tu preciosa cabecita, Netta? —La voz de mi caramelito me saca de mis pensamientos.

—Yo no sonrío de forma siniestra. En todo caso, lo hago de manera oscura y sensual. No lo olvides.

—Lo que tú digas. Pero no me fio de ti ni un pelo. Recuerdo la última vez que me dedicaste ese gesto oscuro y sensual, acabé en una fiesta gay en la que pensaban que era el stripper. —Menea la cabeza de un lado a otro—. Algunos de los chicos que conocí allí vendrán esta noche, y por cierto, no te he perdonado. Siempre que los veo tengo que aguantar las bromas sobre que me desnude.

—No te quejes. Te hice un favor…. Si no recuerdo mal, saliste de allí con el número de una camarera de escándalo y con muchos amigos.

—Pero tuve que aguantar que me sentaran en una silla y el cumpleañero se subiera en mi regazo y me plantara un besazo en los labios… eso puedo aguantarlo, las risas son las risas. Pero joder, Netta, ¿tuviste que sacar una foto? Quiero que la borres.

—¡Ni lo sueñes! —grito entre carcajadas—. Es mi póliza de seguros contra ti. Nunca se sabe si tendré que extorsionarte para que me guardes algún secreto…

Seguimos andando entre risas y recuerdos de aquella noche en que lo engañé para que fuera a la casa de mi amigo Eduardo con la excusa de una fiesta de celebración de un divorcio. El muy pervertido casi rogó con que lo invitara. «Las divorciadas son muy activas en la cama», me dijo el muy seguro de sí mismo… Cuando llegó a la casa y se encontró con que casi todos eran hombres y encima gays, casi me mata. Menos mal que Óscar es un chico que se adapta a todo y acabó divirtiéndose como el que más.

—¿De qué se ríen tanto? —La voz de Sandra nos llega nada más entrar al reservado.

—Solamente recordábamos su breve experiencia como animador nocturno. —Mi amiga levanta una ceja, y me obligo a aclararle la frase—. La falsa fiesta de divorciada.

Nada más acabar, mi amiga empieza a descojonarse. Se echa hacia delante y se agarra el estómago con fuerza.

—Joder…, Óscar —logra articular entre carcajadas—. Esa noche fue la bomba. Cada vez que veo la foto en la pantalla del ordenador de Netta, me la parto… Lo único que lamento es no haberte sacado otra foto cuando llegaste y viste el percal que te rodeaba. ¿Y cuando te pidieron que empezaras a desnudarte…? ¡Fue bestial!

Sigue riéndose sin parar mientras Óscar me fulmina con la mirada. Yo pongo mi pose más inocente, le toco la cara con las dos manos y le digo:

—Es que estabas muy guapo esa noche, y ver esa foto siempre me anima. No me hagas borrarla, por favor.

—Eres insufrible, Netta. No sé ni por qué te aguanto… —Me agarra por los antebrazos y me los aparta de su rostro—. Esto me lo vas a pagar muy caro. Que lo sepas…

Se acerca con rapidez hacia mí y pasea su lengua desde mi mentón hasta la frente sin hacer ninguna pausa. Me alejo asqueada y un poco confundida.

—¿Lo has grabado? —Oigo que le pregunta a alguien—. Ahora, estamos en paz.

—Eres un cerdo, caramelo. —Me lo merezco, lo reconozco. Por lo tanto, voy a dejarle disfrutar de esta pequeña victoria—. Da gracias de que no te huela mal el aliento, de lo contrario, te demostraría lo rápida que soy en una carrera con tal de golpearte un poco. —Sonrío y paso mi atención al resto del grupo congregado en el reservado—. Hola a todos.

Sentada alrededor de una mesa baja se encuentra Tazia junto con un grupito de personas que no conozco, que al ver que la miro, se levanta a abrazarme. Está guapísima. Pelo recogido en un moño despeinado y maquillaje Nude; lleva un mono enterizo naranja estridente, de manga mariposa, ceñido al cuerpo, cuello redondo, con un gran escote a la altura del pecho, y pata de elefante. «Ahora que tenemos confianza, está bien que le pida ropa, ¿verdad?». Cosimo, al contrario que su maravillosa hermana, no se levanta. Me hace un gesto con la cabeza en forma de reconocimiento, pero puedo sentir su mirada recorriendo las curvas marcadas por mi ceñido vestido negro y las piernas desnudas… Solo alcanzo a ver de él su pelo alborotado, su cara y su torso embutido en una camisa azul con cuello Mao de la cual lleva el primer botón abierto. Sus ojos verdes parecen refulgir en la semioscuridad de la disco, y yo me muero por sentarme en su regazo y esconder la cara en su cuello.

«No. Con Cosimo, no. Con otro tal vez… Déjate de pensar en tonterías, Netta», me recrimino a mí misma.

En un intento de borrar esos pensamientos extraños de mi mente, me dedico a saludar y conocer a la gente que me va presentando Óscar. La música fluye, y las copas, también. Sandra y yo arrastramos a una reticente Tazia a la pista de baile. Nos lo estamos pasando súper bien. Lo estamos dando todo.

Me acerco a la cabina del DJ a pedirle una canción especial. Una canción que a mi hermano siempre le gustó mucho, me hacía oír una y otra vez en mi niñez, y a la que he terminado por cogerle un cariño especial… Con una gran sonrisa en los labios y una auténtica voz melosa, se la pido a un asombrado pincha. Sé que es inusual, pero esta noche me siento nostálgica.

Regreso a la pista y cuando empieza a sonar Don´t stop (Wiggle-wiggle), de The Ourthere Brothers, Sandra, que sabe mi apego por esta canción, comienza a dar saltos de un lado a otro, riéndose mientras baila. Me muevo como las locas, imitando los pasos que Marco y yo hacíamos en el salón de casa. «Como te echo de menos, hermano. Se acerca el día y no creo que estés aquí para ayudarme a sobrellevarlo…».

Terminado el homenaje a mi hermano, y con un, sorprendentemente, entusiasta público que me pide más de esas canciones antiguas, me acerco a la cabina del DJ otra vez para llevarlo a cabo. Me doy cuenta, mientras camino, que un chico guapísimo está justo en frente, parado entre las sombras, creo que indeciso sobre acercarse a hablar con el Disc Jockey. Yo, tan resuelta como soy, me dirijo segura hacia él.

—Si quieres que el DJ te haga caso, esa —le digo señalando a sus brazos cruzados sobre el pecho y su ceño fruncido—, no es la actitud correcta.

Me mira divertido y me enseña dos hileras de dientes blancos y perfectos.

—¿Y cuál sería el modo correcto de hacerlo? A lo mejor, podrías explicármelo. Tengo curiosidad por tus tácticas, ya que, por lo que he podido ver, te has camelado a una persona que no suele salirse de su estilo por nada ni nadie, y no solo eso, lo has convencido para que ponga una canción de los 90… Una bastante mala, por cierto. —Se acerca a mi oído y susurra—. No estoy seguro de qué siento al respecto. Me has dejado intrigado. Tendré que quedarme cerca de ti para enterarme de todos tus secretos.

Huele bien. Es moreno y, por lo que intuyo debajo de esa ceñida americana que lleva, con un cuerpo duro… Me parece que he encontrado un nuevo sabor. Aún no sé cuál, pero no tardaré en averiguarlo. Esta fiesta se pone cada vez mejor.

Le sonrío coqueta. Y mientras lo observo, decido desplegar todas mis armas de seducción en él. Si tengo que deshacerme me mi auto-impuesto celibato, no hay nada mejor que hacerlo con alguien como este morenazo que tengo enfrente de mí.

—A ver… ¿por dónde empiezo? —pregunto más para mí misma que para él. Me doy golpes con el dedo índice en el mentón de forma calculada, para que su atención se centre en esa zona. Mi lengua ha salido a pasear y moja mis labios con deliberada lentitud. Siento sus ojos sobre cada uno de mis movimientos y me siento poderosa. «Esto es a lo que estoy acostumbrada. La reacción que espero que un hombre sienta hacia mí: embeleso»—. Tu postura no es la correcta. Tienes que relajarte. No estás trabajando, estás de fiesta. Se supone que tiene que ser divertido. —Hace un gesto con la boca mientras yo le quito las manos de delante de su pecho para dejarlas caer a los lados—. Tienes que dirigirte a la cabina con resolución y ritmo en el cuerpo. Que el DJ sepa que te estás divirtiendo. Eso le hará entender que lo está haciendo bien y lo pondrá contento y, por lo tanto, más asequible a demandas musicales.

—Entonces, si sigo todas tus instrucciones, ¿sonará la música que yo quiera? —pregunta divertido.

—Si pides algo razonable, sí. Eficacia demostrada nueve de cada diez veces. Pero solo si lo haces bien.

—En tu plan falla algo. No todos disponemos de una figura como la tuya. Creo que eso es lo principal, por lo que tu estrategia tiene éxito. —Posa su mano caliente en mi cintura—. Aunque, si yo tuviera a mano un cuerpo como el tuyo, tampoco dudaría en usarlo a todas horas.

El doble (y sexual) significado de la frase, no me ha pasado desapercibido. Mi mente me bombardea con imágenes bastante gráficas de mí siendo usada, y mi cuerpo, en consecuencia, se ha preparado para ello. Esto va demasiado rápido…, pero me gusta.

—Volvamos esto divertido —me dice aun sin soltar mi cuerpo—. Si consigo con mi, según tú, rígida actitud que el DJ ponga cualquier canción estrafalaria que se me ocurra, cenarás conmigo. Si, por el contrario, no lo hace, entonces, yo cenaré contigo. ¿Qué dices?

—Me gusta este juego. Así que jugaré, pero con mis propias condiciones. Si ganas tú, cenaremos. Sin embargo, si gano yo… desayunaremos. ¿Aceptas? —Le tiendo la mano, y me da un firme apretón—. Corre. El tiempo pasa y no tengo toda la noche. Además, me muero de hambre… —Esto último lo digo pasando mi mirada por su cuerpo lo más descaradamente que he sido capaz. Yo también sé lanzar dobles sentidos y, además, soy muy buena con ello.

Se acerca hacia la cabina con los brazos cruzados sobre el pecho. Le hace una seña con la cabeza al pincha y le dice algo al oído. Se da la vuelta con el semblante serio y regresa a mi lado.

—Siento que pasará de ti —le digo con fingida amabilidad—. Bueno, por lo menos te queda el des… —no puedo seguir hablando porque el Ice, Ice baby, de Vanilla Ice, se oye en toda la sala. Lo miro asombrada, y él, simplemente, se encoge de hombros como si nada.

—Por cierto, me llamo Germán. —Me da dos besos en mi estupefacta cara y me pasa una tarjeta—. Escríbeme desde que puedas diciéndome quien eres y te llamaré mañana, tenemos una cena pendiente. Ahora tengo cosas que hacer, pero, si quieres, podemos seguir conversando después. Te acompañaré a la mesa con tus amigos.

Me guía por el local y se dirige directo a donde estamos todos reunimos. No me resulta raro que lo sepa porque el sitio no es tan grande y está lleno por la gente del cumpleaños de Óscar. Lo que sí me extraña es que sepa exactamente el reservado donde estoy yo.

Al llegar, una alegre Tazia me abraza. Creo que está un poco borracha. Su hermano está ocupado hablando con unas chicas bastante monas cerca de nuestro reservado, pero puedo notar que no le quita la vista de encima a su hermana, y ahora que he llegado, a mí. Posa sus ojos en el brazo masculino que envuelve mi cintura y los desvía, descartándome. Eso me molesta, y mucho.

—Vamos a dar los regalos —me grita Tazia demasiado alto para mi gusto y tambaleándose un poco. Al final va a ser verdad que está bebida—. Estamos esperando por Óscar.

—Ok. Muy bien, cariño. Esperaré aquí contigo —le hablo como a los niños pequeños porque aunque tenga mi edad, en estos momentos la veo tan entusiasmada, «y borrachina», que lo parece. Me giro hacia Germán y le digo—: Gracias por acompañarme, no sé qué habría hecho sin ti… —Le doy un casto beso en la mejilla y lo despido cómicamente con un gesto de la mano.

Se ríe al ver el ademán que le he dedicado y se va.

—¡Germán! —le grito para que no se marche—. Soy Netta. —Y le vuelvo a hacer el mismo gesto de antes.

Se marcha dedicándome antes una reverencia de despedida. Observo cómo se mueve, lamentando que su americana me impida comprobar si su culo es tan firme como me imagino.

—Está buenísimo —oigo murmurar a Tazia.

—Ni que lo digas… —replico. «Y estoy deseando probarlo…».