21
El viaje de regreso no es tan ameno como el de ida. La visita y la charla con Aleksandr nos ha dado que pensar a todos. Cosimo va concentrado en la carretera, y Sandra, en la parte de atrás, con la mirada clavada en el techo del vehículo sin casi parpadear. Estoy absolutamente segura de que está pensando en su madre y en que si hubiera sido un poco más como Iván, podría haberla salvado. O, por lo menos, haberlo intentado.
—Sandra, puedo ver como los engranajes de tu cerebro sueltan humo por el sobre uso —le digo—. Tu madre eligió su propio camino. No te comas la cabeza.
Como respuesta, recibo un encogimiento de hombros, y eso me asusta. Es malo cuando se cierra en sí misma. Prefiero a la pelirroja descarada que a la que no dice nada. A la primera me la veo venir de lejos; a la segunda la veo, pero no sé a dónde se dirige ni que hará para paliar con sus remordimientos. Tengo que encontrar una solución para ella. No puedo dejar que se autodestruya por cosas de las que no tiene la culpa.
—Esta noche, después del trabajo, vamos a ir a tomar algo —le ordeno más que sugiero—. No puedes negarte. Y no me vale la excusa de que es tu tarde libre. Pasas a buscarme y se acabó.
—¿Puedo apuntarme? —pregunta Cosimo.
—Lo siento, limón. Noche de chicas —le respondo mientras le acaricio la rodilla y un poco más arriba—. Solo espero que no te importe recibir una visita nocturna. No hace falta que me esperes despierto ni nada. Ya me ocuparé yo solita de conseguir de ti todo lo que necesito.
—Mientras no te vayas tras acabar, puedes hacer lo que quieras conmigo —dice brincando cuando le doy un suave pellizco en sus partes nobles—. Tu plan tiene un fallo, ¿cómo piensas entrar en mi casa sin despertarme?
—Muy fácil —respondo—. Tazia vendrá con nosotras. Ella me abrirá la puerta del edificio, y tú dejas entreabierta la de tu casa. Todo solucionado. Cuando te quieras dar cuenta, tendrás a una desnuda y escultural morena pegada a tu cuerpo. Te usaré como osito de peluche.
—No hace falta que invites a mi hermana para eso. Después te llevaré una llave a la gelateria.
—No puedes evitar comportarte como un capullo, ¿verdad? Incluso creo que lo has echado de menos… —le reprocho—. Invito a tu hermana porque nos cae bien, no para tener una portera a mi disposición.
—Eres tonto, Cosimo —dice mi amiga desde atrás—. ¿De verdad crees que nosotras iríamos con alguien que no nos cayera bien?
—Lo siento —se disculpa—. Es que me parece raro que queráis estar con ella.
—¿Por qué? —pregunto de forma retórica—. Es lista, guapa, divertida, sabe cocinar unos pasteles de muerte y ha prometido enseñarme algo de ballet.
—Tiene una ropa increíble y se puede hablar de todo con ella —continúa Sandra—. Es algo tímida en cuestión de hombres, pero resulta muy entretenido hacerla sonreír y sonrojarse como una colegiala —explica—. Vamos a hacer una sexcapada para conocer a sus antiguos compañeros de compañía. No me creo que sean todos gays… ¿Has visto los paquetes que se gastan con esas mallas cortadoras de circulación?
—Comprendo que estés preocupado, pero eres un paranoico. Tu hermana es una niña grande, Cosimo —le digo cariñosamente para, a continuación, añadir una de mis burradas—: Hace mucho tiempo que le crecieron las tetas y que evolucionó como mujer. Seguro que ni es virgen analmente.
—¡Joder! Eso sobraba… Ahora, cada vez que la vea, no podré dejar de preguntarme si necesita una rosquilla de esas que se ponen los que padecen de hemorroides —se lamenta.
Mientras Sandra se descojona en su sitio, yo me suelto el cinturón de seguridad, me arrimo en su contra y le acaricio el cuello.
—Lo que te quiero decir es que dejes de ver a Tazia solamente como tu hermana menor. A lo mejor tiene una vida secreta que tu ni siquiera intuyes. Protegerla está bien. Sobreprotegiéndola, lo único que lograrás será cortarle las alas y que haga todo a escondidas de ti. Te tratará como a un padre no como a un hermano.
—No es fácil para mí.
—Lo sé. Sin embargo, se pone menos complicado con el tiempo.
—Haz caso a la voz de la experiencia, Cosimo —le dice Sandra—. Netta es la persona con la mejor relación filial que conozco.
Ahora, la que me río soy yo. Es verdad que tengo una estupenda relación con Marco, pero me la he ganado a pulso.
—Mi hermano aprendió a las malas que soy una mujer hecha y derecha —digo entre risas—. Aprendió a no meterse en mis asuntos el día que entró de sopetón en mi cuarto cuando estaba haciendo como que estudiaba Historia con un compañero de clase y nos pilló con la cabeza de él enterrada entre mis piernas.
—¿Y cómo reaccionó? —pregunta atónito.
—Primero, se quedó en shock —narro—, pero tras recordarle que yo lo pillé en la misma situación, solo que a la inversa, unos días atrás en la trastienda de la heladería, se fue para regresar al instante, arrojar unos condones dentro de la habitación y cerrar con cuidado la puerta.
—¡Qué situación más incómoda…! Para tu hermano —grita. He conseguido escandalizar a Cosimo de nuevo. Hoy estoy en racha.
—¿Incómoda? Más bien surrealista —digo mientras sigo riendo—. El pobre chico, asustado porque mi hermano nos había pillado, se pasó todo el tiempo con la cabeza escondida en mi sexo como si fuera un extraño tipo de avestruz sexual —me carcajeo—. Lo único bueno que saqué de todo esto fueron condones gratis hasta que Marco se independizó, y que mi hermano se diera cuenta de que por debajo de mi cintura también existía vida.
—No soy tan liberal como tu hermano. Yo lo hubiera sacado a patadas de mi casa.
—¿Y arriesgarte a verle el chichi a tu hermana? —se mofa Sandra—. No lo creo…
—En lo menos que habría pensado sería en eso —dice el hermano sobre protector que tengo al lado—. Estaría demasiado ocupado metiéndole una bota por el culo al que se lo estaba comiendo.
—Eres un carca… —le comento para picarlo—. No te quiero ni imaginar cuando tengas hijos, y ni mucho menos si tienes hijas. Te harás accionista de una fábrica de burkas.
—Por lo que veo, serás una madre liberal —conjetura—. Seguro que les dejarás la casa libre a tus hijos para que hagan lo que quieran. Una de esas que dicen: ¿para qué lo van a hacer en la calle teniendo un techo?
—Estás confundiendo libertad con libertinaje —le reprocho—. No haría ninguna de esas cosas, pero les haría entender el sexo como algo normal e incluso les compraría condones.
—Que sepan que cuando tengan hijos, voy a ser una asidua espectadora dentro de su casa —suelta mi amiga—. Va a ser muy divertido verlos pelear hasta por el color de la habitación infantil.
—¿Eh? ¿De qué hablas? —Esta chica está loca. Acabo de descubrir hace unas horas que tengo novio. Los niños no han pasado por mi cabeza.
—Ya me los imagino. Pequeños niños rubios y niñas morenas correteando por la heladería —divaga Sandra—. Siento decirlo, Cosimo, pero me temo que vuestros críos serán mini polvorines. Te van a faltar manos.
Giro la cabeza hacia el supuesto padre de mis futuros hijos y lo encuentro con una sonrisa pintada en la cara. Por lo que parece, le gusta la idea.
—No te emociones —le digo. Sin embargo, el verme embarazada de este hombre un tanto huraño que tengo al lado hace que mi estómago gire. En el buen sentido—. Aún queda mucho para eso.
—Pero no niegas que sea una posibilidad —dice, y se le pone, si eso es posible, una sonrisa todavía mayor que la de antes.
—Eres imposible —le recrimino—. Y tú —digo, girándome en el asiento para enfrentar a la culpable de que de mi mente no salgan imágenes de bebés adorables con la cara manchada de helado—, eres una traidora. Olvídate de ser madrina de alguno de mis retoños.
—No importa. Me conformo con ser la tía consentidora —dice con chulería.
—¡Perra! —la insulto y vuelvo a mi sitio.
Empiezo a juguetear con la radio hasta que encuentro una emisora que tenga alguna canción que no incite a la procreación. Al final, la dejo en una que emite música clásica. ¿Quién me iba a decir que era tan difícil buscar una canción sencilla que hablara de la amistad o de los animalitos del bosque?
«¡Puto reggaetón de los cojones!», pienso mientras oigo alguna sinfonía tristísima de alguien muerto, seguramente, de forma trágica y que me dan ganas de rematarlo solo de escucharla.
Nada más llegar a la gelateria, llamo a Iván para decirle que toda ha ido bien y preguntarle por su madre. Con la promesa de que almorzará en condiciones y que vendrá hasta aquí tras el entrenamiento de fútbol, le cuelgo.
Después de un día y medio sin trabajar, tengo cosas que hacer. A ver si toda esta actividad física hace que mi mente se centre y dé con soluciones para las diferentes cuestiones que quiero resolver: encontrar el momento adecuado para hablar con Mónica, vengarme de Sandra por implantar en mi cerebro pequeños bebés rubios, de ojos verdes y con pecas, ayudar a la susodicha a encontrar estabilidad mental, volver a poner en la cara de Cosimo una sonrisa como la del coche sin que hayan pequeños mini-nosotros de por medio.
No es una lista muy extensa, ¿no? No obstante, sí es complicada.
El trabajo está siendo frenético. Los días primaverales están comenzando y la gente parece hambrienta de calle y de cosas fresquitas. Para mí, mejor, la verdad. Estoy haciendo una de las mejores cajas del mes y aunque ha sido un ir y venir, el local es pequeño y lo llevo bastante bien. Como suponía, el ejercicio me ha venido de maravilla para pensar, sin embargo, estoy completamente agotada. El viaje en coche (aunque no fue muy largo) y el estrés me han pasado factura. Si a eso le sumas el ir de aquí para allá que he sufrido toda la tarde, lo único que queda es una Simonetta agotada.
Estoy tan hecha polvo que ni siquiera tengo ganas de salir por ahí. Soy consciente de que fue idea mía lo de ir a tomar algo, una copita para distraer a la auto destructiva de mi amiga, pero como siga la jornada con este ritmo demoledor, lo único que tomaré esta noche será un cacao calentito antes de irme a la cama. O mejor aún, cuando esté dentro de la cama tapadita y a gustito, con alguna peli romántica en la televisión.
Le mando un mensaje a mi amiga diciéndole lo cansada que estoy y lo mala empleada que es por librar una tarde de tanto ajetreo. La respuesta me llega casi al instante.
¿Quieres que vaya a ayudar? No estoy haciendo nada interesante.
Me estoy pintando las uñas mientras veo un programa de subastas.
No. Lo tengo controlado. Solo me apetecía quejarme un poco. (Respondo a mi vez).
Estoy rota. ¿Podríamos tomar esa copa en mi casa?
Me hace falta salir y despejarme. Avisaré a Tazia de que solo vamos nosotras dos. Mejor quédate tranquila en tu piso y descansa.
Gracias, amiga. Eres un amor.
De amor, nada. Mañana abres tú.
Pienso cogerme una cogorza de las grandes,
ligarme a algún semental y dormir gran parte de la mañana.
Vale. Yo abro. Cuidado con quién te vas. Recuerda que la noche te confunde…
Escribo con un intento de humor que disimule mi preocupación por ella.
Descuida. Voy con Tazia. Ella me defenderá de los malos.
Ok. Hasta mañana entonces. Y no olvides las llaves de casa.
Me despido recordando su descuido de la última vez que salimos juntas y tuve que prestarle unas bragas porque se había olvidado las llaves dentro de casa.
¡No! No quiero verme en la calle otra vez y depender de si traes contigo tu bolso mágico para un par de bragas limpias. Eso fue cosa de una sola vez.
Y dale con el bolso… pues bastantes veces que le ha salvado el culo, y lo digo de manera literal. Una vez, íbamos andando por la calle y se cayó al suelo raspándose las nalgas. Si no llego a llevar tiritas en el susodicho, habría manchado toda la parte trasera del vestido que llevaba.
Por cierto.
Me vuelve a escribir.
No le digas a la jefa que salgo de fiesta. Sabes que es una envidiosa y que mañana empezará a quejarse de que si huelo a alcohol, de si parezco un oso panda…
No hay problema. Esa información la guardaré en el archivo mental de sobornos a Sandra. Déjame ya, pesada. Estoy trabajando. Besos.
Con una sonrisa, aparto el teléfono y sigo con lo mío. Los helados no se sirven solos.
Sobre las ocho menos cuarto, mientras estoy limpiado las vitrinas, todavía vistiendo la ropa del entrenamiento, aparece por la puerta un muy sudado Iván. Me da un beso en la mejilla y se deja caer en la silla más cercana, apoyando la cabeza sobre la mesa. Ese simple gesto me indica que algo le pasa. Normalmente, llega de entrenar eufórico y aseado, y esta noche parece que no se encuentra de ninguna de las dos formas.
—¿Qué pasa? —inquiero con voz tranquila. Como le haya pasado algo malo, que se vaya preparando quien sea el responsable. A mi niño nadie lo toca. Bastante tiene ya con lo suyo.
—Hoy ha venido un hombre al entrenamiento.
—¿Un hombre…? ¿Qué hombre? —le pregunto, ahora de los nervios. Hay mucho pervertido suelto por ahí.
—Un ojeador —me responde con indiferencia. Fingida por supuesto. A mí no me engaña y sé, solo por su tono, que es alguien importante.
—No sé qué es eso. ¿Es un hombre que cuenta hojas? —le digo en un pobre intento de broma. Una muy mala, por cierto.
—Un ojeador de fútbol —me explica aún sin levantar la cabeza—. Ha ido al entrenamiento expresamente por mí. Quiere que fiche por su equipo.
—¡Que estupenda noticia! ¿O no? —dudo al ver su pésimo entusiasmo—. ¿Es un buen club?
—Uno muy bueno. Aunque eso da igual, le he dicho que no.
—¿Me puedes explicar por qué? Te encanta el fútbol. Me extraña que te hayas negado. Algo malo tuvo que ocurrirte —le digo intentado no presionarlo para que me cuente de una vez qué es lo que en realidad le preocupa.
—Es de las mejores cosas que me han pasado, Netta —me confiesa, alzando por fin el rostro—. Necesitan la firma de mi madre. Tiene que ir hasta allí y firmar consentimientos de viaje y otras cosas que no recuerdo. Mi madre no puede ir, me dejaría en ridículo.
—¿No puedo acudir yo o traerte los papeles a casa? Firmaré por ella. Puedo llamar a quien sea e inventarme una excusa. Decir que por motivos laborales no puedo presentarme —sugiero.
—No, Netta. Esta vez no podemos librarnos de esta forma. Tiene que ser ella.
—Pues qué estupidez que tenga que acudir solo ella —refunfuño de manera incoherente—. Ni que fuera el Manchester ese o el Madrid.
—Es el Real Madrid —confirma y vuelve a esconder la cara. Esta vez, contra sus manos.
Me está matando verlo tan derrotado. Es un buen chico, joder. Se merece oportunidades como estas.
—Aún no te he contado sobre mi visita a la clínica. Así que no seas pesimista —le digo con el tono más positivo del que soy capaz de mostrar en estas circunstancias—. El director es súper majo, y antes de que lo digas, no es caro. Bueno, no mucho.
Durante los siguientes minutos, y mientras terminamos juntos de recoger, le voy explicando las normas del centro y su forma de aplicar el tratamiento. Le digo que su madre estaría rodeada de expertos en la materia: psiquiatra, psicólogo, médico, enfermeras, educadoras sociales… gente que estaría a su lado en el proceso de desintoxicación y que la ayudarán con su bipolaridad.
Los ojos de mi muchacho se iluminan con esperanza. Esta es la cara que quiero ver.
—Tengo un plan, Iván —digo con seguridad—. El administrador tiene que venir dentro de poco, ¿verdad?, y tu madre empieza a tomar su medicación algunos días antes de su llegada, lo que le permite controlarse un poco durante los minutos que dure su visita. Ese será el momento idóneo para decírselo. —Voy a su encuentro y lo abrazo con fuerza—. No vamos a fallar en esto, Iván.
—Vale —dice, asintiendo ansioso—. Desde que me pida que le vaya a comprar las pastillas, te aviso e intento allanar el terreno con ella.
Me devuelve el achuchón, y yo no puedo evitar sentirme optimista.
—Gracias, Netta.
—¿Por qué me das las gracias? —le pregunto con indiferencia, dejándome querer—. Deja los agradecimientos para cuando seas un futbolista famoso y multimillonario y te pida que me des dinero para costearme una operación de tetas o para limarme la papada. En ese momento, estaremos en paz.
Comienza a reírse, apretándome todavía más fuerte. Me río con él al notar como mi cuerpo vibra al ritmo de sus carcajadas.
—Vámonos ya, anda —le digo risueña, escapándome de su apretón—. Te quiero, Iván. Pero apestas. No quiero que tu olor se quede impregnado en mi local. Los helados sabrían fatal.
—Eres una exagerada —me recrimina, levantando el brazo para olerse de forma exagerada el sobaco—. O tal vez no… —se carcajea.
—¡Venga! De aquí, directos al primer auto-lavado abierto que pillemos de camino a casa.
—Si la cosa va de coches, hay un Mc-auto por ahí cerca, Netta —se agarra el estómago de forma dramática—. Tengo hambre.
Su risa es mi pago. «No existe nada que no haría por este chico».