18

Nada más salir por la puerta, me arrepiento de haber sido tan drástica. Vale, es verdad que se pasó tres pueblos. Sus palabras y acciones sobraron… Con lo bien que lo estábamos pasando, ¡tuvo que estropearlo! No estoy segura de qué lo impulsó a comportarse de esa manera, sin embargo, de una cosa estoy segura: Cosimo no es así.

Sigo caminado calle abajo. Mi mente tan confusa como nunca ha estado. Simplemente, no entiendo qué ha pasado.

Entre Germán y yo solo hay, había, atracción física, y por mi parte, eso quedó olvidado hace bastante… ¿Por qué Cosimo ha querido que nos viera juntos? Creo que esto va más allá de un, absurdo y repleto de testosterona, concurso de meadas masculino. No es lógico. No sé… no logro entenderlo.

Rezo para que aparezca un taxi y que Cosimo me detenga de subirme en él. No, así no era. Rezo para que aparezca un taxi y que Cosimo no llegue a tiempo para detenerme de subirme en él. Eso está mejor… o no. No lo sé... ¡Argh, estoy tan confusa!

Al final, una fuerza superior desoye mis suplicas (o las convierte en realidad) y, doblando la esquina, aparece un taxi libre. Elevo el brazo para captar su atención al mismo tiempo que oigo los gritos de Cosimo al llamarme cada vez desde más cerca; muevo el brazo arriba y abajo desesperada, como si ese gesto pudiera hacer que el conductor se diera prisa. «No existen los milagros». Cosimo llega a mi lado y me baja la mano, agarrándome con fuerza para que no vuelva a subirla.

—Simonetta, espera un segundo —me dice con la respiración entrecortada debido a la rápida e improvisada carrera para llegar hasta mí—. Deja que me explique.

—No tienes por qué hacerlo. Todo ha quedado bastante claro.

—Por favor. Tan solo te pido cinco minutos —ruega—. No tienes nada que perder al escucharme.

Algo en su mirada me dice que necesito escucharlo, o tal vez es que solo necesitaba encontrar una excusa para hacerlo sin sentirme una tonta.

—Tienes hasta que aparezca otro taxi.

—Lo que te tengo que contar puede llevarme un poco más de tiempo. Es un algo largo.

—Pues, resúmelo —exijo con la vista perdida en la carretera.

—No creo que esa sea la solución —afirma—. Si lo hago a tu manera, solo acabaré peor contigo.

—No soy tonta, ¿sabes? Puedo entender cualquier tipo de explicación por muy corta que sea —digo indignada—. Tú solo inténtalo.

—Germán es el hombre por el que me abandonó mi ex —suelta sin más.

Estoy tan sorprendida (y no de la mejor manera) por lo que acaba de decir que ni siquiera protesto cuando un taxi desocupado pasa por nuestro lado.

—¿Eh? —acierto a decir cuando mi mente procesa lo que acaban de oír mis oídos—. Por tus palabras, supuse que no sabías quien era el chico.

—Y no lo conocía.

—Entonces, ¿cómo? —pregunto dudosa—. ¿No te habrás equivocado de persona?

—Es él —asegura—. La noche del cumpleaños de Óscar, poco después de que te fueras, me lo confirmó.

—No lo entiendo, Cosimo —confieso aturdida.

—El señor Germán, muy amablemente, me hizo una seña para que me acercara hasta él. Yo, pensando que me iba a preguntar sobre ti (ya que nos había visto hablando), lo hice —explica—. Lo que menos me esperaba era que me dijera que conocía a Jennifer, y por su tono, supe que no solo mantenían una simple amistad.

—¿Y te lo dijo así, sin más? —lo interrumpo—. No sé… ir haciéndote algunas preguntas sobre el local, Óscar o incluso sobre mí. Ya sabes, sacarte el tema poco a poco.

—No, Simonetta. Me lo soltó a quemarropa.

—Lo siento —le digo compungida.

—A ver… no me afectó. Si eso es lo que estás pensando —me dice al ver mi cara de pena—. Simplemente, me impactó un poco que me hablara de mi ex y que me reconociera. Sobre todo, eso. Estoy seguro que no lo he visto en mi vida.

—Tal vez vio alguna foto tuya —señalo, cortándolo otra vez.

—¿Me dejarías acabar? —suplica de manera falsa—. Tengo un tiempo limitado —añade como si no hubiera visto (y contado) los taxis que he ido dejando pasar. «Cínico», pienso derrotada.

—Continúa —exijo con el tono que utilizaría una princesa y escondiendo una sonrisa al saber que aunque él ha ganado esta batalla, la guerra de voluntades todavía sigue en pie.

—Le dije de buenas maneras que sí, pero que no me interesaba hablar sobre esa persona; que era parte de mi pasado y que quería que siguiera estando allí —narra—. Al muy cabrón no le tuvo que hacer mucha gracia que no le siguiera el juego, ya que me contestó: «Normal que Jenny te dejará por mí. Entre lo aburrido que pareces y lo pobretón que me aseguró ella que eres, es normal que no te aguantara».

—¡Qué cabrón! —murmuro. Germán es un hombre cruel. Muy, pero que muy cruel.

—Ahí no acaba la cosa —continúa—. Me di cuenta que este tipo no valía la pena, así que pasé de replicarle. Cuando me daba la vuelta para irme y dejarlo con la palabra en la boca, ya para rematar, me soltó: «Pastelerito, la morena que se acaba de marchar, esa con la que estabas hablando muy juntitos cuando os interrumpí… olvídala. No es para ti. ¿La has visto? Una chica como esa se merece más. Más que tú».

¡Qué tío más descarado! Y pensar que me gustaba e incluso me acosté con él… «¡Argh, que asquito que me da en este momento!».

—«… solo piensa que dentro de poco estaremos en la cama juntos y desnudos riéndonos de ti a mandíbula batiente. Por cierto, con Jenny hice lo mismo, con la única diferencia que teníamos fotos de tu cara de panoli enamorado».

—¿Cabrón? ¡Es un hijo de puta! Menudo bastardo —exclamo al acabar Cosimo. Estoy muy enfadada. Tanto, que incluso siento ganas de regresar y darle una bofetada a esa escoria de hombre—. Dime que no dejaste que te avergonzara.

—No lo hizo —afirma serio—. Ofende quien puede, no quien quiere, Simonetta. Y yo no voy a dejar que un tipejo como ese lo hiciera.

—¿Le pegaste? Yo lo habría hecho… —le pregunto para romper la tensión generada debido a la conversación.

—No. No tuve ni ganas… —niega para, a continuación, dedicarme una sonrisa matadora—. Me conformé con darle las gracias por quitarme de encima a ese parásito succionador de almas y dinero.

—Ese es mi chico —digo con orgullo—. La lengua más afilada de España, Italia y, casi, el resto de Europa.

Lleva su mano a mi cara y me acaricia con suavidad la mejilla.

—Lo siento —dice con sentimiento.

Al oír esas dos palabras mi cabreo regresa. Con fuerza. Recuerdo el porqué de mi enfado y me pongo furiosa.

—¿Por qué lo sientes? ¿Por haberme metido en medio de una guerra sin avisarme? ¿Por usarme para vengarte? —Aparto su mano de mi rostro—. ¿Por fingir que te gustaba para algo más que una simple amistad? —inquiero dolida.

Ya no tengo ganas de sonreír, más bien, todo lo contrario. Por fin he entendido muchas cosas, sobre todo su negativa a tener sexo. Me siento usada y estafada… dolida, humillada. ¿Qué es lo que tengo que hacer para que me elijan? «Si mi padre no lo hizo y era mi padre, no creo que nadie lo haga».

—Llevaste tu engaño demasiado lejos. Si me lo hubieras dicho, te habría ayudado con lo que fuera —le digo con tristeza. Ya he perdido la esperanza de hacerme la fuerte. Mi voz refleja lo perdida que me siento—. No te hacía falta aparentar que te gustaba. —«O besarme como si te importara».

—Eso no es así, Simonetta. No todo es blanco o negro.

—¿Ah, no? ¿Acaso pensabas contármelo? —replico y, al no contestarme, añado derrotada—: Quiero irme a casa, Cosimo. Por favor, esta vez, no me detengas.

—No dejaré que te vayas sin que hayamos hecho las paces. Sin que sepas que todo lo que te he dicho, lo que me haces sentir, es verdadero.

Voy a protestar, pero me tapa la boca.

—No te lo pensaba contar hoy. Quería esperar a que lo nuestro estuviera más consolidado. —Admiro la seguridad de este hombre. Se le nota completamente confiado en que íbamos a ser una pareja—. Te traje aquí, no para vengarme, sino para demostrarle a ese gilipollas que no te iba a dejar escapar. Que esta vez sí que lucharía por lo que quiero.

Escucharlo me sume en una nube de placer auditivo. Parece ser que, al final, sí me eligen. Sin embargo, por mucho que me guste lo que dice, no quiero que olvide un detalle:

—Aunque Germán se merezca lo peor, no me gusta sentirme utilizada ni hacer daño a los demás —digo ya más calmada. «Soy así de fácil de convencer. Un par de palabras bonitas y ya soy suya de nuevo»—. La próxima vez, rétalo a un duelo al amanecer, como corresponde a todo hombre hecho y derecho.

—Te compensaré, Fragola —promete. Que me llame por ese apodo tan personal siempre consigue que mi estómago se revuelva, en el buen sentido—. Aún no sé cómo, pero lo haré.

—Se me acaban de ocurrir un par de sugerencias —digo, acercándome a su cuerpo, pero sin llegar a tocarlo—. Por ahora, quiero que me lleves a tu casa. No me he olvidado que me debes un baile. De ti depende que sea desnudo o con ropa.

—¿Qué tal si te bailo mientras me desnudo? —negocia al mismo tiempo que me toma por la cintura y me pega contra su duro torso.

—¿Y si mientras bailas nos desnudamos los dos? —replico a mi vez.

—Mujer, veo que nos vamos a llevar muy bien.

Se acerca a mi boca y me besa. «¡Joder! ¡Por fin!», pienso eufórica «En breve, tendré a un Cosimo desnudo y complaciente solo para mi uso y disfrute. La noche promete», y aunque no puedo reírme sin dejar de besarlo (y ni loca que voy a parar), solo en mi cerebro se oye la risa malvada que se me escapa al terminar la frase mental. Porque sí, hoy seré muy mala.

Durante el trayecto en el taxi nos atacamos mutuamente. Vamos tan concentrados el uno en el otro que ni siquiera somos conscientes de lo que nos rodea. No nos preocupa que nos puedan invitar (y no de una forma educada) a abandonar el vehículo.

El taxi se para y, al bajarnos, descubro con sorpresa que vive justo encima de la pasticceria, en un viejo edificio de tres plantas. Al subir por las escaleras, ya que no tiene ascensor (cosa que no me importa en este momento. El deseo debe haber disuelto el dolor de pies asociado al subir uno o varios tramos de peldaños con tacones de aguja), Cosimo me cuenta entre beso y beso que la vivienda pertenece a la familia Olivetti. La primera planta es su antigua casa y es en la cual se quedan los padres cuando vienen de visita a España; la segunda le pertenece a Tazia, y la tercera, a él.

No recuerdo haber entrado al piso. Ni siquiera me acuerdo de oír el sonido de llaves, cerraduras o puertas al abrirse. Estoy siendo consumida por Cosimo, y eso es lo único que me importa. Lo más extraño es que sus manos no han abandonado las zonas seguras merodeando por mi cuerpo con libertad, sino que se ha limitado a mi cara cuello y espalda. No obstante, nunca he estado más excitada ni tan segura del poder de seducción que ejerzo en un hombre.

Nos separamos con la respiración entrecortada.

—Espera un momento —me dice.

Se aparta, dejándome sola. La estancia se encuentra en penumbras, pero, por una vez, no temo a lo desconocido. Sobre todo, no siento miedo a mostrarme tal y como soy con él. Lo he estado haciendo todo el tiempo desde que nos conocimos. Sabe de mi lado bueno, el loco, el triste, y ahora quiero, necesito, que conozca mi yo sensual. Esa parte de mí que ni siquiera yo conozco.

Porque si de una cosa me he dado cuenta, es que ser sexual y ser sensual no significa lo mismo. En el primero solo se trata de dos cuerpos interactuando en busca gozo, y con el segundo, no solo se trata de eso, sino de regalar a tu pareja una parte de ti misma. No es solamente un juego para ver quien llega antes al clímax, sino que se trata de retenerlo para, de esta manera, obtener más placer. No es hacer lo que se espera que hagas, sino dejarte llevar y que sea lo que Dios quiera…

Inesperadamente, todo a mi alrededor se ilumina y me encuentro dentro de un piso tipo loft. Mi limón maduro se encuentra en el extremo opuesto de la gran sala con dos vasos en la mano, mirándome. Sin dejar de hacerlo, camina hasta detenerse en el centro de la habitación. Sus ojos desprenden un brillo depredador que parece incitarme a lanzarme en su contra y escalar de manera ascendente por su cuerpo llenándolo de besos hasta acabar en sus labios para después volver a bajar.

—Ten. Acércate. —Me tiende uno de los vasos—. Es agua.

De repente, siento la garganta pastosa y quiero estar hidratada para lo que va a pasar. Me aproximo y le quito el vaso de las manos como si fuera ambrosía en vez del líquido transparente más corriente del mundo, sin embargo, no lo bebo. La excitación me tiene paralizada.

—No hemos bebido mucho, pero no quiero arriesgarme ofreciéndote alcohol —explica—. Pretendo que seas totalmente consciente de lo que va a ocurrir aquí. Quiero que mañana al despertarte recuerdes cómo me he alimentado sin parar de tu cuerpo y de tus gritos diciendo mi nombre.

Engullo el agua de un solo trago. Cómo de curioso es el cuerpo humano: la boca se me seca y los labios se me humedecen. Y cuando digo «labios», no me refiero a los que están situados en la cara.

—Por desgracia, no tengo ninguno de esos aparatitos tan interesantes que encontré en tu casa —prosigue jocoso—, pero creo que podré arreglármelas —termina moviendo las cejas de arriba a abajo.

—¿Trucos de magia? —pregunto, riendo de lo payaso que es—. ¿Vas a sacar flores de un sombrero de copa?

—Precisamente no pensaba en eso —dice muy serio—. Prefiero los trucos tipo encontrar al conejo escondido. Estoy especializado en búsquedas bajo faldas.

Comienzo a carcajearme de forma exagerada. Todos los nervios que podría haber sentido se esfumaron. El huraño italiano ha hecho esto por mí. Ha intentado tranquilizarme con sus bromas. Un gesto dulce pero innecesario. No siento nerviosismo, sino anticipación. Cada vez estoy más segura de que estar con Cosimo será tan bueno como me imagino, y eso que tengo una mente muy vívida.

Retrocedo para dejar el vaso en una mesita baja y empiezo a desabrocharme lentamente la camisa mientras me acerco a él, otra vez, bamboleando las caderas suavemente. Llego a su lado con la prenda abierta, mostrando mi sujetador negro y lo poco que cubre.

«Espero que le guste lo que ve», pienso, desviando la mirada. Inesperadamente, y contra todo pronóstico, me siento insegura.

—Eres preciosa —dice con seguridad, como si me hubiera leído la mente.

Lo miro a los ojos necesitando ver cómo devora, milímetro a milímetro, lo que alcanza a descubrir de mi cuerpo. Deleitarme con su expresión de fascinación ante la poca carne que enseño y odiándome por no mostrar un poco más.

Sin embargo, una vez más, me sorprende. No me mira al escote, sino al rostro. No puedo evitarlo y, con un salto, me lanzo hacia su boca. Me enrollo a su cuerpo cual boa constrictor, obligándolo a aguantar mi peso sujetándome por las nalgas. Las amasa al ritmo que su lengua juega con la mía… ¡Me encanta!

Aún sin parar de besarnos, siento que nos movemos, pero no abro los ojos para ver a dónde nos dirigimos. Súbitamente, paso de estar en la gloria, apretadita contra un cuerpo duro, a verme rebotando contra un firme colchón.

—¡Eh! Eso no es justo —me quejo.

—La vida no es justa. —Se ríe—. Grábatelo en esa cabecita tuya.

Cosimo me está seduciendo. Con cada acción, gesto, mirada… es lo que consigue incluso si no lo hace aposta. Está logrando que me olvide de todo y que solo me centre en él. Me quita los zapatos y me masajea brevemente la planta del pie, me desabrocha el pantalón y, mientras, me da lentos lengüetazos en el estómago, que hacen que mi piel se ponga de gallina. Me lo saca por las piernas y, de rodillas en la cama, me observa con detenimiento.

Juguetona, pongo mi pie desnudo contra su pecho vestido. Me lo agarra y mordisquea suavemente mi tobillo, rodilla y muslos, dejando a su paso agradables sensaciones por todo mi cuerpo. Al llegar a la parte izquierda de mi cadera, se detiene y se coloca a horcajadas.

—Continuas vestido —le reprocho, aunque verlo así, vestido sobre mí, me resulta súper erótico.

—Déjame contemplarte un poco más. Nunca imaginé que te vería de esta forma conmigo. Excitada pero tranquila, ansiosa y al mismo tiempo calmada… Estás preciosa —dice con suavidad para, a continuación, soltar una pequeña carcajada—. Te he mentido. Si supieras cuantas veces fantaseé contigo en mi cama, me tacharías de pervertido.

—Yo también lo he hecho —confieso con la intención de que mi pequeño gesto lo motive a continuar su exploración—. Tras este momento juego de la verdad, toca que te desnudes.

—Tendremos paciencia —me dice, y me dan ganas de matarlo… o violarlo—. Estoy completamente seguro de que cuando me desnude, no podré tomármelo con calma. La primera vez quiero saborearla. Quiero saborearte.

—Dejemos la calma para el bis. Estoy ardiendo, Cosimo —imploro anhelante—. Te necesito.

Comienza a soltar botón a botón de su camisa, dejando ver de a poco su bronceado torso. Al empezar a desabrocharse el pantalón con la misma parsimonia, estoy hiperventilando y me dan ganas de arrancárselo. Sobre todo cuando deja al descubierto la goma de sus slips negros.

Lo está haciendo adrede, pero yo también sé jugar al juego de la provocación. En realidad, soy toda una experta.

—Como veo que no tienes prisa, tendré que empezar sin ti —menciono como si nada.

Inicio un suave balanceo de caderas con el que rozo mi sexo contra la parte de inferior de sus nalgas al mismo tiempo que bajo las copas de mi sujetador y juego con mis pezones. Reprimo una mueca de triunfo al ver su expresión de asombro mezclada con la del crudo deseo.

—¡Joder! —gime. Y se lanza a por mí como si no pudiera evitarlo, como si el verme así hubiera roto de un golpe el hilo de su autocontrol.

Moldea mis pechos con sus grandes palmas y se agacha para besarlos con ansia. Mordisquea mi pezones. Los lame, los succiona. Sin dejar de trabajarme con su boca, se quita de encima, colocándose entre mis piernas y arrancándome mis pequeñas braguitas. Empuja mis rodillas hacia arriba y, sin avisar, pasa de devorarme las tetas a tener la cabeza enterrada en mi húmedo coño.

Sollozo de placer. La lengua y los dientes de Cosimo hacen maravillas en mi sexo. Absorbe mis labios vaginales, dejándome temblorosa. Chupa mi clítoris con fuerza y lo atrapa en su boca para darle rápidos lengüetazos que me hacen vibrar.

—¡Joder! —grito, repitiendo la última palabra que me dedicó al sentir como de golpe introduce dos dedos en mi interior al mismo tiempo que pasa de lamer a morder mi hinchado capullo.

Con un grito, me corro con fuerza. Sin embargo, no me da tregua. Sigue metiendo y sacando sus dedos de mi coño empapado, y yo, en este momento, no puedo ni respirar. Llego al orgasmo una y otra vez. No puedo parar. Es tal el placer que siento que si muriera en este instante, lo haría con una sonrisa.

«Ya comprendo por qué los franceses lo llaman la petite mort», pienso al calmarme un poco.

Le tiro del pelo apartándolo, instando a que se detenga. Acabo de vivir el clímax más potente de toda mi vida y me encuentro agotada. Solo me apetece acurrucarme en posición fetal y dormir como un cachorrito satisfecho tras toda una tarde de juegos.

Levanta la cabeza y apoya la barbilla en mi, casi carente de vello, pubis. Su boca brilla y no solo por la sonrisa de orgullo masculino que muestra. Sus dedos siguen quietos dentro de mí, sin embargo, no me siento llena… plena. Ya he salido de la bruma de satisfacción sexual y tengo ganas de más. Solo que, esta vez, no me conformaré con sus manos y boca para complacerme.

Una instantánea de Cosimo con solo sus apretadas mallas de deporte tintinea en mis pensamientos. «Si ese paquete que marcaba era todo suyo, me daré un banquete», me digo con gula. Pensar en su miembro hace que las ganas de dormir se marchiten y sean sustituidas por unas profundas ansías de darle tanto placer como el que él me acaba de proporcionar a mí.

—Me toca —digo contenta con la idea de meterlo en mi boca.

—Después —replica—. Estoy demasiado excitado, Simonetta. Tengo que tenerte ya.

—¡Yo quería tocarte! —protesto.

—Podrás tocarme… más tarde.

Quiero volver a quejarme, pero empieza a mover los dedos al tiempo que se eleva por mi cuerpo y me devora los pechos. Ya no me acuerdo ni de mi nombre….

Me corro otra vez. El orgasmo me llega rápido y con fuerza, pero mi cuerpo demanda más.

—Fóllame, Cosimo —suplico—. No aguanto más.

Para de tocarme y se baja los pantalones hasta medio muslo, dejando al descubierto lo bien que le quedan (y los tirantes que se encuentran en la zona delantera) los calzoncillos negros que lleva puestos.

Me recreo en su cuerpo. En sus duros pectorales y en su definido abdomen, bajo la vista para intentar ver el contorno de la erección a través de la tela, pero llego tarde, él ya se los ha bajado dejándolos arremolinados junto a los descartados vaqueros.

«¡Joder con Cosimo!», pienso al ver su duro y grueso miembro, seguido de: «podría estar chupando esta piruleta, sin cansarme, durante toda mi vida».

Me está observando. Quizás esperando que diga algo, pero yo no puedo ni parpadear, y mucho menos hablar. No puedo apartar la mirada de esa serpiente que parece estar hipnotizándome.

—Di algo, mujer. Te has quedado en trance —dice, agarrándose el miembro. Menos mal que lo ha hecho, el movimiento consigue que salga de mi ensoñación tipo mil y una noches sobre su pene.

—Tienes una polla enorme… y bonita —añado, sonrojándome por lo que acabo de decir. Yo ruborizándome… ¡Qué locura!

—Mmm, ¿gracias? —dice divertido. Se sienta sobre sus cuclillas y me toma por las rodillas para colocar mi parte inferior sobre muslos. Siento en el sexo el calor que desprende su cuerpo y eso me hace desearlo todavía más.

—Dime que tienes condones —le exijo excitada.

—Sí que tengo —contesta—, pero aún no los vamos a necesitar. Antes quiero que te corras así.

Empieza pasar la punta de su miembro contra mi clítoris, masturbándome, masturbándonos, con el movimiento. Lo miro, y nuestros ojos se conectan. Me está fulminando, fundiéndome con sus preciosos ojos verdes que me dicen sin palabras lo que mi corazón está deseando oír. Veo su cara trasformada por el placer y no pongo en duda que me correré en breve, y no solo por lo que me hace, sino por cómo me observa, por lo que me hace sentir en el alma…

Cierro los ojos y me dejo llevar por las sensaciones que recorren mi cuerpo. El éxtasis me reclama y con un gemido, se lo hago saber al causante de que mis hormonas estén bailando un Rock and Roll sexual.

—Me encanta verte así, Simonetta. Eres la mujer más sensual que he conocido en mi vida. —Escucharlo hace que vuelva a estallar. Noto como su verga hace presión en la entrada de mi sexo sin penetrarlo, y eso me vuelve loca. Los espasmos de placer me recorren por entero y tengo que agarrarme los pechos con fuerza para canalizar las sensaciones.

No dudo ni por un segundo de él. No creo que Cosimo me suelte eso de «solo la puntita» como excusa para no ponerse el condón. Simplemente lo dejo hacer. Que juegue con mi cuerpo todo lo que quiera.

Se aparta y se levanta de la cama. Todavía tumbada, oigo el ruido de ropa al caer al suelo, cajones abrir y cerrarse, envoltorios rasgados y jadeos masculinos. Siento el colchón moverse y me incorporo sobre los codos para no perderme ni un ápice del cuerpo de Cosimo totalmente desnudo.

Lo encuentro como quería, desnudo, de rodillas sobre la cama con tan solo un preservativo de color verde enfundado en su miembro.

—Por lo que veo, te va el color… —digo sonriendo. ¿Un condón verde lima? Este hombre nunca deja de sorprenderme, ni de divertirme. Ni siquiera en la cama.

—Déjate de coñas, Simonetta. No sabes lo difícil que resulta parecer varonil cuando tu polla parece una de esas barritas radioactivas de los Simpsons.

—No me burlo. Bueno, sí —rectifico—. Tan solo no me esperaba eso… —señalo— tan colorido.

—Agradécele a Óscar y a su raro sentido del humor que tengamos protección esta noche —dice—. Me los regaló alegando que al paso que iba, con la única mujer que me acostaría sería con una extraterrestre verde. De ahí el color.

—Mi chico caramelo es mucho… —comento risueña, para terminar con la verdad que veo detrás de ese gesto—. Se preocupa por ti.

—Me resulta muy raro estar desnudo y hablando de otro hombre. Pensaba que a estas horas estaríamos haciendo otras cosas más interesantes.

—¿Te he dicho alguna vez cual es mi color favorito? —pregunto—. Porque ahora mismo estoy viendo una muestra larga y dura y me están dando ganas de saborearlo.

—Después —vuelve a repetir, gateando por la cama—. No ha acabado mi momento.

Me revuelvo y me posiciono a cuatro patas. Quiero que me tome así. Rápido y con fuerza.

Se acerca por detrás, rozando con su miembro la hendidura de mis nalgas. Con su mano entre mis omoplatos, me empuja hacia abajo, dejando mis hombros y cabeza en el colchón y mi culo en pompa. En esta postura lo sentiré al máximo… me espera una buena cabalgada.

Vuelve a pasar la polla, ahora enfundada, a lo largo de mi sexo, lubricándolo con mis fluidos a su paso. La presión que ejerce en la entrada de mi cuerpo hace que comience a temblar de anticipación y cuando poco a poco me penetra, me corro con un grito de agonía.

Comienza a moverse como un pistón, y yo solo puedo dejarme llevar. Mis orgasmos se suceden uno tras otro. Cosimo se corre murmurando algo inteligible y, sin salirse de mí, se deja caer encima, dejándonos a los dos acostados. No me pesa, es más, agradezco su calor, me hace saber que lo que acaba de pasar en esta habitación es verdadero y no un producto de mi exorbitada imaginación.

No he sido coqueta. No he jugado todas mis bazas de seducción con él y, aun así, he disfrutado como nunca. Porque no me voy a dejar engañar, lo que acaba de ocurrir entre nosotros no es solo sexo estratosférico… es amor. Lo demuestra su forma de tocarme antes y ahora, sus palabras, nuestras agitadas respiraciones.

—No dejaré que escapes de mí, Simonetta —me dice. Se gira y llevándome con él, nos coloca de lado—. Tal vez pienses que voy demasiado rápido, pero estoy convencido que, al igual que yo, sientes nuestra conexión.

¡Vaya si la siento! Tanto, que ya no tengo ninguna duda ni ningún reparo en admitirlo: Estoy enamorada de Cosimo.

Cierro los ojos y dejo que sus palabras me acompañen al mundo de los sueños. Hoy no soñaré con madres que abandonan y padres que no aman lo suficiente, lo haré con el hombre que me acaba de catapultar al cielo.