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Al entrar al amplio espacio que dedicamos mayormente al frío, se quita las gafas. No puedo ver el color de sus ojos porque no dirige la mirada hacia mí ni una vez. Su atención enfocada en la jefa.
—Hola. Soy Cosimo Olivetti —se presenta, tendiéndole la mano de manera formal.
—Soy Sandra —le responde mi amiga. Señalando a su espalda, dice—: Y esta es Netta, mi ayudante.
El señor agrio parece que se niega a considerar mi presencia. No se vira o hace el ademán de tenderme la mano, solo un breve gesto con la cabeza en señal de reconocimiento.
—Siento llegar tarde, pero hoy no hemos dado abasto. Parece que a todo el mundo le apetecía algo dulce hoy —se disculpa—. He estado a punto de no venir, pero Óscar insistió en que son muy buenos clientes, que nunca nos han fallado y que saben apreciar lo bueno.
Hace una pausa, creo yo, para que asimilemos sus palabras un tanto pelotilleras, «no es el rencor el que me impulsa a pensar esto…».
—Como Óscar está de día libre, he tenido que trabajar sin parar para poder abastecer a todos los locales a los que servimos y hacer los repartos, y aun así, he descuidado un poco el mío —explica—. Mis otros clientes se tendrán que conformar con lo de siempre, pero para ti he traído algo nuevo. Eres la primera que lo probará, espero que te guste.
—Mmm. Cosimo, ¿verdad? —interroga Sandra pasando por alto su anterior explicación—. Hace mucho que trabajamos juntos, ¿cómo es que no nos habíamos conocido?
—La verdad es que no me gusta mucho la parte social del negocio. Eso se lo dejamos a Óscar, que es el que posee el don de la palabra… —explica—. Gracias a él, hemos aumentado nuestros encargos. Me temo que si fuera por mi hermana o por mí, seguiríamos centrados solo en nuestro pequeño negocio. Me va más la harina que la gente…
—Se nota —murmuro a sus espaldas.
Me doy cuenta de que me ha oído porque tensa la espalda. Mejor, a ver quién es el que se incomoda ahora.
—Bueno —carraspea—, tenía entendido que el negocio lo llevaba tu hermano y que tú trabajabas por fuera, creía que iba a tratar con él.
Sin poder evitarlo, suelto una pequeña carcajada. Aunque a mi hermano Marco siempre le gustó estar aquí conmigo, su gran pasión es la fotografía. Viajar por el mundo haciendo lo que más le complace: sacar fotos de paisajes… y, de paso, conocer los paisajes privados de toda mujer que se encuentre.
—No. Me parece que lo entendiste mal. El negocio lo heredé yo sola. Marco es fotógrafo —contesta seria—. ¿Tienes algún problema con eso?
—No, ni mucho menos. Solo estoy sorprendido.
Observo como saca unos pequeños contenedores de su nevera portátil y los coloca en paralelo sobre la encimera. Solo cuando ha alineado los seis perfectamente, se dedica a abrirlos, dejando las tapas en igual orden.
Sabrosos olores invaden mi nariz, provocando que mi boca segregue más saliva de lo normal… Tengo que esforzarme en contenerme, estoy a punto de abalanzarme sobre esos deliciosos postres.
—Esto no es precisamente pastelería clásica italiana —explica, para después añadir con timidez—: Son creaciones totalmente mías, espero que no te importe.
Sandra me mira con disimulo buscando mi aprobación. Doy un breve asentimiento con la cabeza afirmando que sí.
—No, en absoluto —aprueba mi amiga—. Pero si no te importa, mi catadora oficial es Netta. Si a ella le gusta, será un éxito. Nunca falla.
Me adelanto con una sonrisa y me posiciono al lado de Sandra. Sin prestarle atención al hombre que tengo en frente, observo el interior de los recipientes. Rojo, rosa, amarillo, naranja, blanco… un arcoíris se extiende ante mí. Mis ojos se pasean ansiosos de los dulces al hombre parado en frente, que de repente se ha vuelto imposible de ignorar, esperando que me dé el visto bueno para abalanzarme.
«¿Cómo una persona tan sosa puede crear estas maravillas?», pienso confusa.
Algo en mi cara ha debido delatar lo ansiosa que me encuentro por probar estos dulces porque Cosimo señala con su dedo índice al primero y me explica lo que contiene. De todo lo que me dice, yo solo oigo: bla, bla, blá, chocolate blanco, bla, bla, blá, naranja… «¡Termina ya, joder!».
Cuando acaba su nerviosa diatriba, corto un pedacito y me lo introduzco en la boca sin apartar la mirada de sus ojos verdes (¡por fin se los he visto!). Al sentir el sabor cítrico pero dulce, un gemido de dicha se escapa de entre mis labios al mismo tiempo que mis ojos se cierran en éxtasis, como queriendo disfrutar de este placer en solitario. Al abrirlos y salir del mundo del sabor en el que me perdí durante un momento, lo primero que veo es a Cosimo, que tiene las mejillas sonrojadas y las pupilas dilatadas mientras me observa casi sin parpadear.
Paseo mi lengua por mis labios. Lo hago despacio, recreándome… saboreando hasta la última gota del manjar que acabo de degustar. Es un gesto seductor, y más cuando el hombre que tengo en frente me observa con una mirada hambrienta al mismo tiempo que parece inclinarse poco a poco hacia mí.
—Por lo que veo, te ha gustado —declara una de repente divertida Sandra.
Cosimo y yo parpadeamos, alejándonos de lo que acaba de pasar, «sea lo que sea».
—Sí. Está muy bueno —afirmo.
—Gracias —dice Cosimo en tono seco.
El señor agrio ha vuelto, no es que se hubiese ido nunca… Adopto una pose profesional y acabo de probar todo lo demás, reprimiendo, cada vez que tomo algo nuevo, los gemidos de placer que luchan por salir de mis labios.
Al oír la campana de la entrada, tras reiterar a Sandra que todo está exquisito, huyo de la cocina lo más rápido que puedo. Ella conoce el negocio y lo hará bien.
«¿Qué ha pasado ahí dentro?». Recuerdo esos ojos verdes y mi corazón corre un sprint instantáneo. Mis pezones se aprietan y mi sexo se contrae. «No le des más vueltas de las necesarias. Estas cachonda, eso es todo. Hace un mes que no estás con nadie y tu cuerpo reclama atención y acción…». Razono conmigo misma mientras atiendo a una pareja.
Noto aire a mi espalda al mismo tiempo que Sandra se para mi lado. Cosimo pasa de largo murmurando un «hasta luego» y sale por la puerta del local, deteniéndose a dedicarme una última mirada desde detrás de sus gafas, para irse calle abajo con paso rápido.
—¿Desde cuándo le haces el amor a la comida? —pregunta una alegre Sandra—. Solo te faltó acariciarte los pechos mientras comías… ya sabes, tipo peli porno gastronómica.
—No pude contenerme. Estaba buenísimo.
—¿El postre o Cosimo?
—Los dos, pero en este caso, me refiero al postre —digo—. El señor antipático no me interesa, gracias.
Le cuento lo de su entrada triunfal y de cómo me trató.
—Es una pena —dice Sandra—. Es un chico muy guapo, y me resultó agradable.
—El señor limón agrio no es mi tipo. Prefiero sabores más frescos —reitero, ya que sabe de mis símiles entre los hombres y la comida.
—Pues es una lástima. Cualquier limón, incluso el agrio, al final siempre deja una sensación refrescante en la garganta.
—Ya sabes lo fea que me pongo cada vez que chupo uno, así que optaré por la limonada. Es igual de refrescante, pero la acidez queda reducida por su dulzor.
Pone los ojos en blanco, dándome por perdida.
—¿Quién sabe? —le digo—, a lo mejor encuentro otro sabor esta noche. Uno moreno, atlético y con mucha resistencia en la cama.
Por la noche, sentadas en un apartado de nuestro pub favorito mientras el alcohol hace su efecto, no dejo de darle vueltas a mi cabeza, tantas, que incluso creo que me podría estallar. Necesito buscar una distracción. Un hombre. Sexo.
Sí. Eso es lo que me hace falta: sexo sudoroso y sin compromiso. Tal vez, mientras me dejo llevar por la pasión, logre borrar de mi mente la imagen de un dios rubio de la repostería. Un capullo, sí, pero uno de los tíos más calientes que he visto en mi vida. Un hombre que no solo pasó de mí, sino que también me desdeñó… No voy a permitir que mi enfrentamiento con este hombre mine mi confianza, no voy a dejar que el señor arisco pueda conmigo. ¡Soy sexi, joder! Puede que él no lo haya notado a primera vista, pero sí que lo hizo después…
Mi malvada y alcoholizada mente comienza a maquinar, los engranajes rodando para crear una idea descabellada: Voy a convertir a Cosimo Olivetti en mi reto personal, puede que tenga que estar comiendo cosas deliciosas siempre que lo vea…, pero nada es demasiado cuando mi orgullo está en juego. Tengo que definir los detalles de mi maquiavélico plan, aunque el final ya esté claro en mi cabeza: Seducirlo para después pasar de él. Simple, pero efectivo a la par que cruel. Mientras me tomo mi última copa (mañana hay que madrugar), pienso: «Cosimo, no sabes lo que se te viene encima…».
Correr con resaca es lo peor. Cada paso que me obligo a dar es una tortura para mi cansado y resacoso cuerpo. ¡Ojalá no hubiera salido anoche! No sé por qué lo hice… ¡Ah!, ya lo recuerdo: para animar a mi amiga, buscar un ligue y olvidarme de un limón.
Al final, mi amiga se animó, pero no gracias a mí y a mi pésimo humor, sino a un moreno espectacular… Yo no ligué. No por falta de oportunidades (de esas tuve muchas), sino por inapetencia. Los chicos que se atrevían a acercarse salían huyendo al notar mi pésimo humor.
No solo no conseguí olvidarme del chico-fruta, sino que acabé ideando un plan de venganza en su contra… Por supuesto, ahora que las copas y la depresión me han abandonado, me doy cuenta de lo estúpida que fui dándole más importancia a esa persona que la que realmente tiene… Me despreció, ¿y qué? Pero tengo que reconocer que me impactó que lo hiciera, será que no estoy acostumbrada…
Tras terminar Demons, de Imagine Dragons, me ajusto los auriculares en las orejas y acelero el ritmo. Acaba de empezar a oírse Dangerous love, de Fuse ODG ft Sean Paul, y esa canción siempre consigue levantarme la moral.
She kill it with that dance and she murder with waist.
Everybody watching when she turn up in the place…6
Una inyección de adrenalina para mis venas, corro como nunca lo he hecho. Me olvido de todo, excepto de la canción que estoy escuchando y de respirar correctamente. Este tema me recuerda algo que Cosimo casi logra que olvide: soy esa chica a la que todos miran al llegar…, por mucho que él no lo quiera admitir.
Llego a mi amada heladería y me encuentro a mi querida amiga sentada en la puerta de entrada. Levanta la cabeza al notar mis pies justo delante de su cara.
—No me juzgues, no he pasado por mi casa. Y las llaves las tengo allí.
—No iba a decir nada —le replico—. Aunque espero que te hayas duchado, a saber las cosas pegajosas que tendrás en las manos… Como vengan los de sanidad, me cierran el negocio.
—Eres muy simpática, amiga. Te recuerdo que has estado en mi lugar… Y, sí, me he duchado, pero no llevo bragas. Con suerte, espero que dentro de ese bolso de Mary Poppins que siempre arrastras tengas unas de más.
Le doy una patada (amistosa) para que se aparte de la puerta y le lanzo mi bolso al regazo para abrir cómodamente.
—No te metas con mi alforja mágica, su contenido nos ha salvado muchas veces —le digo picada—. Busca las bragas y, de paso, coge el cepillo de dientes. Te canta el aliento.
—Mentirosa. Mi aliento es fresco y mentolado… Perdona, no me acordaba que eres muy sensible con el tema de tu bolso-mochila de acampada… —dice, riéndose. No puedo evitarlo y le doy en la cabeza—. Vale, vale. Pero reconoce que no es normal…
—Cállate ya con el dichoso bolso de los cojones y empieza a contarme algo más interesante. Como, por ejemplo, tu noche.
—Me temo que no tengo nada interesante que contar. Me fui con el típico tío bueno que se piensa que solo por ser guapo, su cuerpo merece ser adorado y dejar a su pareja de la noche, o sea a mí, todo el trabajo pesado… Lo cabalgué durante un rato, tuve un orgasmo pensando en otra persona, se corrió, y me quedé dormida. Me desperté, me duché tratando de no hacer ruido y me fui cagando leches, temiendo que se despertara e insistiera en otra ronda. Fin.
—Mujer, eres la peor contando historias. Necesito detalles jugosos: si desnudo era tan espectacular como vestido, si besaba bien, el tamaño de su pene… la finalidad de esta conversación es alegrarme la mañana, no deprimirme.
—Vale, te contesto: le faltaba culo, besaba bien, aunque los he tenido mejores, la tenía larga y un poco curva… ¿He satisfecho tu curiosidad?
—Te doy por perdida… Los documentales soporíferos de La 2 son mucho más entretenidos que tú —sentencio—. Que sepas que hoy me caes mal.
Empiezo a encender luces y máquinas mientras Sandra se pone su ropa interior prestada por debajo de su corta falda.
—¿En quién pensaste? —la interrogo.
—¿En quién pensé… cuándo? ¿De qué estás hablando?
—No te hagas la loca. Sabes bien qué te estoy preguntando. Pero te lo repetiré para que no haya ninguna duda: ¿En quién pensaste para poder correrte?
Noto que se pone roja. No se había dado cuenta de su pequeño desliz.
—En el maravilloso y morboso vampiro de True Blood, Eric —responde, pasándose las manos por el cuerpo—. No me importaría que me chupara la sangre y todo lo que quisiera… Solo con imaginar sus colmillos sobre o dentro mi piel, estoy lista para un orgasmo.
—Amén a eso, hermana —digo, levantando la mano para chocársela—. Aunque si hablamos de actores… mi nuevo sueño imposible es hacerme un trío con los jóvenes Paul Newman y Robert Redford… Me gustan los clásicos, y mucho más si vienen envueltos en esos cuerpos de infarto.
—Si la cosa va de tríos, me pido a Ryan Gosling y a Michael Fassbender. Mientras uno me construye una casa con sus propias manos, el otro me puede imantar todo el cuerpo… Me gustan los hombres manuales.
—¡Ay, chica! Estás fatal. Nadie diría que has follado ayer… —logro articular entre risas—. Si tuviera que hacerme un trío con otra chica, que sobra decir que por supuesto esa chica afortunada serias tú… el tercero en discordia no podría ser otro que el único e inimitable…
—¡Johnny Deep! —gritamos las dos a la vez.
No falla. Nada une más a dos mujeres que su mutuo amor por el querido y vapuleado Eduardo Manostijeras. Si Johnny no te enamoró en esta peli, no eres una verdadera fan.
Entre cotilleos sobre hombres y otras cositas, casi nos alcanza la hora de abrir. Me tomo mi acostumbrado tiempo, mientras espero a que Óscar llegue como cada mañana con nuestro pedido habitual, sentada en el viejo sillón.
Como siempre que lo hago, los recuerdos invaden mi mente. Por suerte para mí, rememoro una nítida escena con mi abuelo:
—Algún día, todo esto será tuyo, Simonetta. Siento tus ganas de aprender, tus ansias de conocimiento…, pero aún eres joven. Tienes que centrarte en crecer y hacer lo que hacen las niñas de tu edad —dice con dulzura—. Por mucho que me guste, no puedes pasarte todo el tiempo con un viejo como yo.
—¿Por qué no, abuelo? —le pregunto con un hilo de voz—. No crees que sea lo bastante buena, ¿verdad? Me esfuerzo. Te juro que me esfuerzo muchísimo.
—Ya lo sé, Fragola7. Noto cómo te esfuerzas por mejorar… Solo tienes trece años, ya conoces todas mis recetas y me ayudas con los nuevos sabores. Eres la ayudante perfecta, la nieta perfecta… No tienes que trabajar tan duro para tratar de convencerme. No lo necesitas. —Me abraza con fuerza—. No tienes que demostrarle nada a nadie. Limítate a disfrutar, no a preocuparte por todo lo que pasa a tu alrededor… Mírame, tengo setenta y ocho años y estoy como una rosa. Y todo eso porque disfruto lo que hago, tuve una mujer a la que amaba con todo el corazón y tengo una familia que me quiere. ¿Qué más puedo pedirle a la vida?
Lo miro fijamente, sin entender.
—Por eso me esfuerzo tanto, abuelo. Para hacerte feliz. ¿No quieres que siga viniendo? —lo interrogo con temor a que me conteste afirmativamente.
—Simonetta, me encanta que estés aquí conmigo. Pero tienes que hacerlo solo porque te gusta, no para buscar mi aprobación —me dice—. La felicidad no se encuentra complaciendo a los demás, sino en sentirte a gusto contigo mismo. La felicidad se halla cuando estás con alguien y no te hace falta esforzarte para hacerlo feliz o para que te haga feliz a ti. Algún día lo entenderás. Por ahora, solo limítate a crecer sin preocupaciones. Quiérete a ti misma. Lo demás vendrá con el tiempo.
La campana de la puerta hace que me sacuda el entumecimiento que me embarga. No recordaba esta conversación, y aunque me alegro, me ha dejado un poco confusa. Mi abuelo siempre insistía mucho en que fuera feliz, pero esta conversación en concreto no entiendo a qué se debía.
Me levanto esperando encontrar al alegre caramelito de Óscar, pero para mí, «sorpresa», pesar, me encuentro con el señor amargo. Cosimo.
—Buenos días —dice al verme—. Traigo el pedido de hoy.
—Buenos días —le contesto a mi vez. No puedo evitarlo y le doy un repaso de arriba abajo. Lo hago para incomodarlo, sin embargo, también porque me apetece… es un cretino, sí. Pero uno muy guapo—. Puedes dejarlo encima de cualquier mesa, yo lo entraré ahora.
—No. Pesa mucho, y no quiero que te lastimes la espalda. Indícame por dónde, y yo mismo lo entraré.
Alguien se ha despertado de buen humor hoy… Y yo no voy a ser la boba en desaprovecharlo.
—Si insistes… sígueme —le pido mientras ando a través de las mesas hacia la parte trasera—. Puedes dejarlo encima de la encimera. A partir de ahí nos haremos cargo nosotras; tenemos que ver las existencias y después catalogar el orden de venta del producto.
—Creía que simplemente se limitaban a llenar los expositores.
—No es tan sencillo. Hemos comprobado que según la hora, se venden unos más que otros. Así que reservamos en nuestras cámaras frigoríficas lo que normalmente se consume más en horario de tarde —le explico—. De esta forma, nos cuidamos de que el producto no sufra, y a la hora de la merienda se consumen como si se acabaran de hacer… Nos tomamos muy en serio el agradar al cliente.
—No me esperaba que lo tuvieran todo tan estudiado —dice mientras coloca las bandejas.
—Si quieres minimizar las pérdidas de un negocio, hay que saber cosas como estas. No todo es tan fácil como parece. —Empiezo a cotejar que el interior concuerde con la factura—. Tú posees un negocio, deberías saberlo.
Noto como me observa mientras hago las comprobaciones.
—Te tomas muy en serio tu trabajo, ¿verdad? —pregunta.
—Por supuesto. Este negocio es mi pasión, no me imagino haciendo otra cosa… Puede sonar cursi, pero si me quitas esto, me quitas un pedazo de mí.
—Te comprendo, a mí me pasa lo mismo con la pastelería… Por cierto, soy Cosimo —comenta, tendiéndome la mano.
Le devuelvo el saludo y le digo:
—Yo soy Netta y, aunque parece que tú sí, yo no he olvidado tu actitud despectiva de ayer.
Lo noto ruborizarse y sonrío… Punto para mí.
6 Ella mata con ese baile y asesina con la cintura. Todo el mundo la mira cuando aparece en el lugar.
7 Fresa.