4

—¿Te puedo hacer una pregunta? —le pido a Óscar.

—¿Desde cuándo me pides permiso para eso o, ya que estamos, para cualquier otra cosa?

—¿Cosimo te ha comentado algo sobre su intención de ampliar el negocio? —lo interrogo—. ¿Sabes si le ha preguntado a alguna otra heladería?

—Cosimo no habla mucho de negocios. Pero sé que su intención era ampliar… No estoy seguro si le ha preguntado a otro establecimiento, sobre todo sin tener una contestación de tu parte —dice—. Además, es un enamorado de tus helados, bueno, de los de tu abuelo. Su madre los traía a Tazia y a él todos los domingos.

—Me lo temía…

Me siento peor que antes. Conoció a mi abuelo, eso quiere decir que parte de su infancia tiene sabor a helado italiano. Mi abuelo era un hombre encantador, al que los niños se le daban de fábula. No era raro ver un domingo la heladería llena a rebosar de críos pidiendo al señor Copano una de sus historias sobre gánster italianos (todas inventadas, por supuesto) que los dejaban durante horas sentados a su alrededor atentos a cada giro de su narración. Ahora que lo pienso, tal vez Cosimo y yo coincidimos algún día… «¿Qué harías tú, abuelo?».

—¿Por qué te crees que aun teniendo una heladería a la vuelta de la esquina, sigue pidiéndome que le traiga litros y litros de aquí? —Como mete el dedo en la llaga el puñetero…—. Me extraña que no se haya empachado con todo lo que consume diariamente. Incluso hacía colección de tarrinas… es un freaky de cuidado.

Espero, para beneficio de mi frágil estabilidad mental, que me ofrezca alguna alternativa viable porque me siento tan mal que estoy a punto de hacerle las entregas en bicicleta…

—Gracias por aclarar mis dudas —digo amargamente.

—Ha sido un placer… Todo lo mejor para mi Mónica Belluci. Por cierto, el día de mi cumpleaños te quiero vestida de negro, pelo suelto y labios rojos pasión… Esa noche serás mi italiana caliente.

Este hombre está completamente loco. Vive su juventud despreocupadamente. No se para a pensar en lo que dirán los demás sobre él, simplemente lo hace. Si solo fuera un poquito mayor…

—Espera un momento. ¿Cuántos años cumples? —le digo de manera apresurada—. No quiero ir toda divina y verme rodeada por la fiesta del pañal. Ya sabes qué es lo que dicen: «Quien se acuesta con niños, amanece meado».

—¡Por Dios! Eres una exagerada… cumplo veinticinco años, solo me sacas tres de ventaja —expone y moviendo las cejas de arriba abajo, añade—: Dicen que a los veinticinco, los hombres están en la cima de su capacidad sexual, ¿quieres comprobarlo?

Sandra aparece por detrás y le da una colleja.

—¿Cuando te vas a dar cuenta que para nosotras eres como ese hermano menor odioso que nunca tuvimos ni deseamos? —pregunta riendo—. Afróntalo de una vez: lo máximo que sacarás de nosotras es poder tocarnos el culo en tu cumple y tal vez, la fugaz visión de un pezón furtivo. Pasar de ahí sería incestuoso.

—Lo del pezón solo le pasará a ella, que se pone las camisetas tres tallas más pequeñas —digo, negando con la cabeza a modo de reprimenda—. Yo soy más como Britney Spears, casi siempre se me olvidan las bragas en casa… —Intento mantenerme seria mientras le hablo, pero se me está haciendo imposible—. ¿Quién sabe?, a lo mejor, algún día tienes suerte y verás mi depilación a lo Charles Chaplin.

—¡Callaos de una vez, mujeres! —exclama Óscar—. Es verdad lo que mi padre siempre me decía: «la mujer es el peor bicho que ha pisado la tierra». ¿Por qué las aguanto? —pregunta, mirando al techo.

Sandra y yo no podemos para de reír. Es tan fácil de provocar…

—Chicas, me voy de una vez. Doy gracias a que el pequeño Óscar ya se ha acostumbrado a vuestras brutalidades, porque si no, la erección me rompería la cremallera y serían ustedes las que os asustaríais…

—Adiós, caramelito. Envíame un correo electrónico con todos los datos de la fiesta de tus súper-dulces dieciséis, digo, veinticinco —le pido con la mirada fija en su bragueta—. No sé tú, Sandra, pero yo no creo que ahí —señalo a su entrepierna, la que Óscar ya se ha encargado de proteger con las dos manos—, haya algo que nos asuste.

—Enséñanosla, Óscar —le lloriquea Sandra—. No nos dejes con las ganas… nos portaremos bien y te diremos la verdad.

—¡Me rindo! No puedo con ustedes… —Se acerca y nos da un beso en la mejilla aun sin soltar su preciada mercancía—. Nos vemos mañana, monstruitos.

—¡Adiós, caramelo! —nos despedimos Sandra y yo a la vez.

—Óscar, espero que en tu fiesta hayan chicos guapos —le digo antes de que salga por la puerta—. Si me arreglo, quiero mi premio.

—Todos los amigos a los que he invitado son muy feos. Quizás de esta manera consiga que alguna de las dos sucumba por fin a mis múltiples encantos. —Tras atravesar la puerta, grita—: ¡Lo único que deseo para mi cumpleaños es hacer un trío con ustedes dos!

—¡Ni en tus sueños más calientes! —le replico sin saber si me ha oído.

Terminamos de colocar los dulces en el expositor y le doy la vuelta al cartel que cuelga del cristal de la puerta de entrada.

—Estamos oficialmente abiertas —enuncio irónicamente—, unas más que otras…

—¡Serás arpía! —exclama Sandra—. Solo estás celosa porque yo he tenido sexo, y tú no te has comido ni un colín… No tengo la culpa de que las pelirrojas estemos de moda. Puedes plantearte teñirte el pelo, con un color cobrizo estarías genial.

—Deja de intentar meterme ideas en la cabeza. Aún recuerdo cuando te pareció genial maquillarme los ojos con efecto ahumado, pero de color rojo… «Para cambiar», me dijiste… parecía que me habían pegado dos puñetazos —afirmo—. Por cierto, te la tengo guardada.

—No seas rencorosa, mujer. Yo lo hice con toda mi buena fe. —Entorna los ojos y me dice suavemente—: Lo que importa es la intención. ¿Cómo iba a saber que la policía te pararía en medio de la calle para preguntarte si necesitabas ir al hospital? Yo te veía maravillosa, toda llena de glamur hollywoodense. Te envidié, en serio. Sobre todo cuando el policía te pasó en una hoja de multa su número de teléfono.

¡Ay, mi chico melón! Nunca seré capaz de olvidarme de él. Jaime, al igual que esta fruta, era duro por fuera, pero muy dulce en el interior. Tan dulce que si lo comías muy seguido te subía el azúcar. Detrás de sus miradas atemorizantes, que dedicaba a todos menos a mí, se encontraba un chico muy sensible al que le gustaba pasear por la orilla del mar de la mano y darme suaves besos al atardecer… tenía treinta y un años, y yo, veintitrés. Yo iba todo el día caliente, y él… ¡se reservaba virgen para el matrimonio!

¿Qué chico de su edad hace eso hoy en día? Pues él. Un hombre de metro ochenta y cinco y hombros anchos como un armario, romántico y educado hasta más no poder. Cuando me cansé de que me apartara las manos cada vez que intentaba tocarlo, lo dejé. Podría llegar a aceptar lo de su virginidad y su necesidad de esperar, pero que no me acariciara por lo menos para aliviarme el picor… eso sí que no. Me negué a sentirme como una pervertida cada vez que ansiaba tocar y ser tocada. Soy una chica con necesidades muy normales: caricias y orgasmos.

El romanticismo está muy bien (ojalá encontrara a otro hombre que lo fuera la mitad Jaime), pero tiene que estar aderezado con un poco de picante. No solo de paseos cogidos de la mano se alimenta una relación… Gracias a mi melón, conocí un vínculo diferente con los hombres. Uno que me gustó, pero en el que no me encontraba completamente cómoda. La chispa no saltó entre nosotros, por lo menos, no por mi parte.

¿Soy rara porque le doy importancia a la parte física de una relación? Por mi bien, y por el de mis futuros descendientes, espero que no... Me aterra la idea de quedarme sola, de no encontrar a esa persona que me complemente. Cuando imagino mi futuro, veo niños por todas partes y a un hombre que me rodea entre sus brazos con amor, haciéndome sentir, solo con ese gesto, segura y querida hasta la extenuación.

Tengo veintisiete años (y medio), no tengo prisa por atarme, pero siempre es bonito soñar… Ya me llegará.

—Tienes razón, Sandra —digo dándole la razón—. Me hace falta un cambio, aunque vete olvidándote de cambiar mi pelo. Ni lo menciones… Desde que salgamos de aquí, nos vamos de compras.

Porque a falta de amor, la ropa es un buen sustituto. Por lo menos, hasta que encuentras a alguien que te la quite del cuerpo.

Hacer el inventario es muy aburrido, pero alguien tiene que hacerlo. He perdido contra Sandra al mejor de tres a piedra, papel o tijeras, así que me ha tocado de manera obligatoria, normalmente me encargo solo del papeleo, pero la tarde ha sido ajetreada y lo hemos echado a suerte.

Al acabar la comprobación, me siento frente al ordenador dispuesta a hacer el papeleo del día. Lo primero que hago es abrir mi programa de gestión de stock, introduzco los datos sobre los productos que tenemos y los que no, los gastos del día de ayer y las ventas. Este programa es la bomba, y para una chica como yo, que soy de las que se pelea con el Excel y nunca gano, parece mágico.

Con los datos que le he introducido me saca un baremo de gastos y ganancias e incluso me aparecen los productos que tengo que pedir junto con los números y correos electrónicos de mis proveedores.

Abro mi correo personal para empezar a enviar los pedidos cuando en la bandeja de entrada me encuentro con un mensaje recibido del que no tengo ni idea de quién es el remitente ya que por el nombre no me suena de nada. Lo abro con curiosidad, rezando para que no sea un virus o alguno de esos anuncios de publicidad sobre libros de cocina a los que casi me es imposible resistirme.

De: theoc@gmail.com

Para: fresasimonetta@gmail.com

Asunto: Oferta imposible de rechazar

Hola, Simonetta.

No he parado de darle vueltas a lo que requieres para asociarnos y creo que he encontrado una solución:

— Sabes que soy pastelero y, como tal, tengo buena maquinaria. Dispongo de congelador industrial, por lo tanto, el tema de la conservación del producto no será un problema.

— No me importa hacerte los pedidos con dos semanas de antelación, siempre y cuando me asegures que no tendré problemas en recibir el producto en la fecha señalada.

— Alguna vez, sobre todo hasta que averigüe qué sabores se venden más, puede que me haga falta algún sabor extra que te pediré con 2 o 3 días de antelación. ¿Tendrías algún problema con eso?

— El transporte lo he solucionado. Me comprometo a ir personalmente a buscar el pedido cada día.

— Si alguna vez te ves apurada, puedo acercarme y ayudarte con la elaboración.

Te adjunto un archivo con el pedido inicial, fechas y volumen del mismo incluidos. Espero haber resuelto todas las dudas y conocer tu respuesta a mi propuesta lo antes posible.

Saludos, Cosimo.

Mi mente no para de dar vueltas a varias cosas:

1. ¿Por qué Cosimo me ha contestado desde su dirección de correo personal, cuando sé que la pasticceria posee uno profesional?

2. ¿Por qué su correo tiene nombre de una serie sobre la vida de unos adolescentes ricos?

3. ¿Por qué es tan condenadamente eficiente y servicial?

Ha solucionado todo y no ha pasado ni siquiera un día entero. Para ser sincera, no puse muchas pegas, y con lo de la cámara frigorífica ya hecho, ya casi todo venía rodado. Que él venga a buscar el helado es un punto extra, ya que ni loca me iba a trasladar a la otra punta de la ciudad para llevarlo yo.

Decido contestarle inmediatamente.

De: fresasimonetta@gmail.com

Para: theoc@gmail.com

Asunto: Respuesta definitiva

Estimado señor Olivetti:

Tras haber leído sus soluciones a mis inconvenientes, me agrada comunicarle que ha ganado una socia comercial. Puede pasar por Los sabores de Copano durante el horario laboral para hacer una degustación de nuestros diversos sabores. Tendrá su pedido listo en la fecha señalada.

Atentamente, Simonetta Copano.

Suena lo bastante profesional como para que no confunda cual será nuestro trato a partir de ahora. Lejano y frío, así será. Aunque no puedo contenerme y le mando una postdata:

P.D.: ¿Me podrías explicar por qué tu dirección de correo electrónico se llama igual que una mala serie sobre adolescentes?

Le doy a enviar, satisfecha conmigo misma, y retomo los pedidos. Sigo ocupada cuando veo que me llega un aviso para iniciar una conversación en el chat. La acepto y me salta una ventana.

Cosimo: ¡Hola! ¿Estás por ahí? Soy Cosimo.

Este chico es muy extraño, de verdad. ¿Para qué me hablará?

Yo: Hola. Estoy terminando de enviar unos pedidos.

Cosimo: Perdón, no pretendo molestarte. Solo quería agradecerte el que hayas dicho que sí. Mi hermana está loca de contenta.

Yo: No pude negarme. Arreglaste todos los inconvenientes. Dile a tu hermana que puede venir a probar todos los helados, estaré encantada de atenderla.

«¡Por favor, que pille la indirecta! Mientras menos tratemos juntos, mejor».

Cosimo: Ya se ha apuntado. En el momento en que le dije tu respuesta se ofreció voluntaria…

Uff, menos mal.

Cosimo: …iremos juntos mañana, a eso de las 18:00.

Mi gozo en un pozo. Solo espero que su hermana no sea como él. Es hora de pasar a la ofensiva.

Yo: Ok. Los espero. Pero si viene ella sola, tampoco importa. No quiero que dejen el negocio desatendido.

Se lo piensa antes de contestar.

Cosimo: Yo también tengo que ir, Simonetta. Tenemos que elegir los sabores entre los dos.

Yo: No sé, si quieres le puedo dar muestras a Óscar y él se las alcanza.

Cosimo: A mi hermana, Tazia, le hace ilusión conocerte y ver la decoración de la heladería. Óscar le ha enseñado algunas fotos y está como loca por que llegue mañana. Por lo cual, nos presentaremos los DOS mañana allí.

Yo: Vale. Tenía que intentarlo. No me odies por ello. Nos vemos mañana.

Cosimo: Simonetta

Yo: ¿Qué?

Cosimo: Contestando a tu pregunta: mi hermana estaba enamorada del protagonista de la serie y la nombraba a todas horas. Me hizo gracia que concordara con mi nombre invertido, así que me lo quedé.

«¿De qué coño está hablando?».

Yo: Perdona, pero me he perdido, ¿aún estás hablando conmigo?

Cosimo: Sí, tonta. Te respondo a tu pregunta sobre el nombre elegido para mi dirección correo.

Yo: ¡Ah! Perdona, estaba distraída. Gracias por resolver mis dudas.

Cosimo: Cuando me lo propongo, puedo ser amable. Y parece que es más sencillo serlo por aquí.

Yo: No sé si sentirme halagada u ofenderme por eso que acabas de decir…

Cosimo: Me refiero que al no verte, es más sencillo.

Yo: No lo estás arreglando, más bien estás cavando un hoyo cada vez más profundo.

Cosimo: Olvídalo. No importa. Nos vemos mañana, adiós.

Yo: Adiós.

Este hombre es tonto, lo juro. Aunque un tonto muy guapo. Y viendo el nombre en su dirección de correo, uno que no tiene problemas en reírse de sí mismo. De repente, me salta otro mensaje:

Cosimo: Te pido perdón, no quería ofenderte. Aunque lo parezca, no soy tan malo.

Cosimo otra vez, me da hasta un poco de pena. El pobre está dolido con las mujeres por lo que le pasó con la ex… comprensible.

Yo: No pasa nada: no ofende el que quiere, sino el que puede. No nos conocemos tanto como para que tus palabras me afecten. No hay drama.

Cosimo: Me lo merezco. Pero tienes que darme una oportunidad de mostrarme agradable, no siempre soy tan gilipollas.

Yo: Si lo dices para que mañana me comporte delante de tu hermana, no te preocupes, lo haré. No hace falta que seas condescendiente conmigo.

Cosimo: No lo hago por eso, joder. Simplemente me he dado cuenta de que he sido injusto contigo. Me recordabas a alguien no muy agradable de mi pasado y actué en consecuencia contigo. Otra vez, lo siento.

Yo: No pasa nada, de verdad. No me debes ninguna explicación, y yo tampoco te la he pedido. Nos comportaremos de manera cordial. No somos amigos ni nada de eso.

Cosimo: Ok. Cordial. Me gusta.

Yo: Tengo que terminar los pedidos, Cosimo. Por lo cual, educadamente, te pido que te vayas para el carajo y me dejes trabajar tranquila.

Cosimo: Ja, ja, ja. Está bien, chica simpática. Sé reconocer cuando no soy bienvenido. Ya te dejo, nos vemos mañana.

Yo: Hasta mañana, señor Olivetti. Sea puntual.

Cosimo: Hasta mañana, Simonetta.

En una cosa tengo que darle la razón, hablar sin tenernos delante ha sido mucho más fácil de lo que creía. El no tener su mirada verde juzgándome ha ayudado mucho también al tono distendido que ha encauzado la conversación.

Por otro lado, me ha dicho que le recuerdo a alguien, y ese alguien tiene que ser, sin ninguna duda, su ex-novia. Ahora sí que estoy ofendida.

Le escribo sin poder evitarlo.

Yo: Me molesta que me compares con otra persona sin ni siquiera conocerme, y si encima esa persona es desagradable para ti, la ofensa es doble.

Su respuesta no tarda en llegar.

Cosimo: Sé que está mal, pero no he podido evitarlo. Solo puedo decir en mi defensa que soy un imbécil prejuicioso y que no hay cura para ello, aunque lo estoy intentando.

Yo: Pues inténtalo con más ganas, porque odio que me juzguen.

Cosimo: Vale. Pero pese a tu actuación y posterior burla hacia mí sobre la propiedad de la heladería, tus últimas palabras cara a cara y esta conversación han hecho que cambie ligeramente mi modo de verte.

No es una total rectificación, pero por ahora me vale.

Yo: No vuelvas a compararme con nadie. Porque las comparaciones son odiosas, y tú empiezas a recordarme a muchas personas odiosas. Como por ejemplo: PSY.

Cosimo: Ahora sí que me has hecho reír. ¿En qué me parezco yo a un coreano sin cejas?

Yo: En que lo odié nada más oírlo la primera vez.

«Joder, me he pasado».

Yo: Lo siento, eso estuvo fuera de lugar.

Cosimo: No te preocupes, yo te odié nada más verte. Por suerte, la sensación ha disminuido.

Yo: Gracias, el sentimiento es mutuo. Ahora sí que tengo que dejarte. El deber me llama.

Cosimo: Adiós.

Concentrarse en el inventario después de esta conversación me parece imposible. Es verdad que desde que soltó la primera frase le cogí manía, pero no era cuestión de decírselo en medio de una conversación.

«Simonetta, calladita estás más guapa… ¿Cuándo aprenderé a cerrar la boca?».

Apago el ordenador y salgo a la sala. Aún quedan algunas horas para cerrar, pero si la cosa está parada, cerraré antes. Estoy ansiosa por salir de compras, quiero estar deslumbrante en la fiesta de Óscar. Tal vez encuentre a alguien esa noche… y sin querer, la imagen de Cosimo, cerniéndose desnudo sobre mí, aparece en mi mente.

Este chico no es para ti. Y ni te atrevas a pensar lo contrario. «Jodida mente calenturienta».