10

Esto es lo que necesito para despejarme la cabeza: un baile vertical de cuerpos sudorosos.

A llegar a su piso, no hay ninguna zona de mi cuerpo que Germán no haya tocado, aun por encima de la ropa. Entramos besándonos, eufóricos por devorarnos el uno al otro. Le doy una última lamida juguetona, lo empujo contra el sofá y empiezo mi show, uno que no falla en dejar locos a mis amantes… empiezo a desnudarme sinuosamente, al ritmo de una melodía que oigo en mi cabeza, con esa seguridad que me da el ser guapa y saberlo; y al juzgar por el hinchado bulto que noto en la zona de la entrepierna de mi acompañante, él también lo cree.

Doy las gracias por tener un buen par de pechos que eclipsan mi sosa ropa interior negra. Los junto para que los vea, para que los imagine contra su cara, dentro de su boca…

Me quito los zapatos lanzándolos hacia un lado y desabrocho el botón de mi pantalón. Dándole la espalda, me los voy bajando por las piernas y, como haría una buena stripper para su cautivado y entusiasta público, me doblo casi tocando las puntas de mis pies, otorgándole con ello una buena vista de mi trasero y mi sexo enfundados en unas recortadas braguitas. A través de mis piernas, puedo ver su deseo por mí. Me enciende pensar que si lo hago bien, lo tendré a mis pies… me vuelve loca.

Me enderezo con la espalda bien recta y me doy la vuelta. Dejo a mis manos vagar por todo mi cuerpo hasta pararse en mi cabello. Elevo mi pelo por encima de mi cabeza con un brazo mientras que con el otro recorro un lento camino por mi cuello, busto y abdomen hasta llegar a mi caliente sexo por encima de mi ropa interior. Quiero que sepa que sé lo que quiero y que no me da miedo mostrárselo.

El brillo en sus ojos me hace consciente de cuanto me desea y de que no puedo seguir alargando este juego mucho más. Me acerco hasta que sus rodillas chocan con las mías, pero no hago ademán de tocarlo. Suelto mi sostén, pero antes de que se deslice por mis hombros, amaso mis pechos con suavidad por encima de la lisa tela del sujetador. Todo ello sin apartar mi mirada de sus ojos.

—¿Por qué te detienes? —pregunta con una brusquedad que, estoy convencida, es debido a la excitación.

—Estoy creando expectación —le respondo con una sonrisa burlona—. No tengo ninguna prisa. La noche sola ha comenzado.

—No es momento para juegos, cariño —dice—. No estoy expectante, estoy ansioso… y eso, en este momento, no es agradable. Quiero hacerlo bueno para ti, pero si sigues así, todo esto terminará mucho antes de que eso ocurra.

Una alarma multicolor resuena en mi mente, «qué no sea eyaculador precoz, por favor…».

Retiro el sujetador de mi cuerpo, me agacho entre sus piernas y tiro de su cabeza hacia mí. Nos besamos mientras sus dedos juegan con mis pezones, pellizcándolos y haciéndolos girar entre sus dedos.

Mi sexo vibra de anticipación cuando me levanta y hace rodar mis bragas por mis piernas. Se desabrocha el pantalón y se elevaba del sofá para sacar un condón de su bolsillo delantero, «alguien sabía que tendría suerte esta noche», y empujar la tela vaquera hacia sus rodillas, llevándose consigo los calzoncillos y dejando al a vista una larga y morena polla que cubre con el condón con una rapidez que me sorprende.

Me coloca a horcajadas encima suyo, me pasa un dedo para comprobar que estoy lo bastante mojada para la penetración y me presiona contra él introduciéndose en mí poco a poco. Al momento en que nuestros pubis se tocan, comienzo a moverme a un ritmo castigador que me lleva fácilmente al orgasmo. Solo busco satisfacerme y no me importa que lo note.

Tras esa repentina ola de placer, no me siento satisfecha, me he quedado con ganas de más. Estimulo mi clítoris frotándome con mayor fuerza contra él. Vuelvo a correrme con fuerza, hasta que ya no puedo moverme. Aún unidos, apoyo mi frente contra su hombro, intentando acompasar mi respiración. En el momento que lo consigo, levanto la mirada para enfrentarme con un silencioso Germán.

—¿Te has corrido? —le pregunto y lo hago por cortesía. Llegados a este punto, me da igual que me aparte de su cuerpo y se masturbe a mi lado (me ha pasado). Al fin y al cabo, yo hice todo el trabajo duro mientras el señorito se tumbaba a la bartola.

—Claro que lo he hecho, tonta —dice como si fuera una cosa indiscutible, cuando yo estaba tan concentrada en mí misma que si me la hubiera sacado y cambiado su miembro por un consolador, no lo habría notado—. Eres una máquina, nena. Estoy deseando repetir.

«Pues yo no», pienso. Me parece penoso que no se haya dado cuenta de que esta sesión de sexo ha sido unilateral, por lo menos por mi parte. Le dedico una sonrisa fingida, me levanto para apartarme de él, busco mi ropa interior y con ella en la mano me aventuro por el piso hasta el aseo más cercano para refrescarme.

La casa es grandiosa. Decorada de una forma impersonal pero moderna, se nota que ha contratado a un decorador al que dio carta blanca para que hiciera lo que quisiera. Me meto en el baño (que parece un vestuario de gimnasio) y decido darme una ducha rápida.

Ya con mis partes íntimas frescas y a resguardo, regreso a la sala a terminar de vestirme. Germán se encuentra en la misma posición en la que lo dejé, solo que su miembro ya no asoma por ningún lado.

—Ya sé que dije que la noche es joven, pero tengo que irme. Mañana madrugo —le digo mientras me coloco cada prenda en su lugar con algo de prisa, deseosa de salir de allí.

—¿Podrías quedarte? Tengo despertador y mi cama es mucho más cómoda que el sofá.

—No puedo, de verdad. Tengo cosas que hacer en casa.

—Está bien. —Se levanta y me abraza—. No sé dónde nos llevará esto, pero estoy deseando averiguarlo. —Me besa en la frente y me mira a los ojos—. Tenemos que ir a cenar pronto. Me gusta presumir de lo que tengo y si salgo contigo de mi brazo, seré el hombre más envidiado.

Para una chica superficial como yo, esas palabras suenan a gloria. Sé que no soy lógica, que el aspecto físico no da la felicidad…, pero mi mente racional no parece asimilarlo.

Es curioso cómo funciona la mente humana (por lo menos la mía), siempre he apoyado la idea que las personas tienen que gustarse tal y como son, sin embargo, yo busco el visto bueno (físicamente hablando) de todos a mi alrededor.

A ver, no me malinterpreten, soy totalmente consciente de que soy guapa, pero y es un gran pero, no parece ser suficiente para mí. No quiero solo ser guapa, necesito y ansío ser como mi madre y encandilar a todos a mi alrededor. Quiero que se enamoren de mí.

Nos despedimos en su puerta, prometiendo hacer el esfuerzo de vernos esta semana otra vez. Nuestros horarios no parecen coincidir ningún día, y con Sandra cuidando de su madre, no creo que tenga mucho tiempo libre y por las noches acabaré agotada. Sin embargo, Germán me asegura que se puede escapar del trabajo alguna vez. Para eso es el jefe, ¿no?

Llego a casa, me ducho y me acuesto sin ni siquiera vestirme. Mañana será otro día.

05.45 de la mañana. Me preparo como todos los días para salir a correr. Unas mallas corsario negras, una camiseta sin mangas del mismo color, un cortaviento fucsia, mis, eternas y usadas, Asics, y una coleta alta.

Lleno una talega con un pequeño desayuno, meto mi Ipod en el bolsillo de la chaqueta y salgo de casa. Cuelgo la bosa con la comida en la puerta de enfrente y bajo los dos pisos hasta la calle por las escaleras a modo de calentamiento, le doy al play a mi lista de reproducción preparada y echo a correr. Un trote tranquilo mientras la música de Ed Sheraan me da fuerzas para afrontar los kilómetros que me quedan por delante.

Llego a El Rretiro a buen ritmo, concentrada en la cadencia de la música que estoy escuchando, cuando me encuentro de frente con un madrugador y casi muerto de frío Cosimo enfundado en unos ajustados pantalones de color gris oscuro y una fina camiseta azul marino que le dan una apariencia más que comestible. El apagado color le acentúa su rubio pelo, y lo estrecho del pantalón le marca un paquete del que me es difícil apartar la mirada mientras troto hacia él.

Me saco los auriculares y detengo mi carrera al llegar a su lado, pero sigo dando pequeños saltos de un lado a otro para no perder el calor de mi cuerpo.

—Creía que ya no vendrías —me dice.

Tiene los brazos envueltos a su alrededor en un pobre intento de alejar el frío de la mañana de su piel. Me reiría de su estupidez al no traer abrigo, sino viera como le castañean los dientes.

—No recordaba que ibas a venir —le respondo con sinceridad—. Me retrasé un poco más de lo habitual preparando algunas cosas… lo siento. No volverá a pasar.

—No pasa nada, Simonetta. Han sido solo quince minutos —me disculpa—. Casi muero congelado y tenía el temor de que algún violador me viera con esta malla tan apretada y se animara a hacer una jugada…, pero estoy bien.

Le doy un repaso de arriba a abajo y decido tentar a mi suerte con él.

—¡Joder, Cosimo! Córtate un poco, hombre… normal que temas que te violen. Parece que vas pidiendo marcha con todo eso ahí marcado —le digo, riendo con la esperanza de avergonzarlo—. ¡Eres un provocador! Me parece que en breve vas a recibir una llamada del mundo taurino pidiendo la devolución de ese traje de luces… ¡torero!

—Es una coquilla —dice muy serio, tapándose sus partes pudientes—, tenía miedo a que me atacaras.

—Te habría pateado si me hubieras acusado de acosarte sexualmente… otra vez. Parece que estás aprendiendo —le digo mientras lo veo hacer ejercicios de calentamiento—. Además, si lo hiciera, esta vez, tendrías que perdonarme. Seré la única que se interponga entre eso —señalo el sospechoso bulto— y todos los corredores que vayan llegando. Te usarán como punto de encuentro: el tío con el calcetín en los pantalones. No tiene perdida.

Le disparo al paquete con mis pistolas imaginarias al mismo tiempo que hago ruidos de balazos con la boca.

—Sígueme, chico diana —lo reto—. A ver si consigues mantener mi ritmo.

Corremos a buen paso uno al lado del otro. Parecemos sincronizamos, y cuando Cosimo alarga la mano para pillar uno de mis auriculares, se lo permito, viéndolo de lo más normal.

Cincuenta y cinco minutos después, estamos sudorosos, cansados, pero, al mismo tiempo, vigorizados por el ejercicio. Hacemos los estiramientos y cuando me agacho para que mis dedos de la mano toquen la punta de mis pies, atrapo a mi acompañante mirándome el culo.

—Cosimo, no quiero insinuar nada, pero… te acabo de cazar mirándome el trasero —le susurro en intento un de sacarle los colores.

—No me avergüenzas, Simonetta. Ya te voy conociendo…

—¡Eh! Yo no hago nada. Solo constato un hecho. —Me río—. Te pillé mirándome. Pero no te preocupes, lo entiendo, es un culo precioso.

—Eres una descarada. Antes te faltó poquísimo para diseccionarme el paquete con tus comentarios. Yo por lo menos no te miraba, me fijaba si hacías bien los ejercicios. —Me guiña un ojo.

Este lado juguetón de Cosimo me encanta. Me alegro que haya bajado la guardia conmigo. Y el que esté a mi alrededor sin babear descaradamente es un plus. He descubierto que me lo paso muy bien con él.

—¿Nos vemos mañana? —le pregunto—. Si durante la tarde te encuentras cansado, avísame. Al fin y al cabo no estás acostumbrado a despertarte tan temprano.

—Soy pastelero, Simonetta. Despertarme temprano es parte de mi profesión. —Parece ofendido, y eso me divierte muchísimo—. Me da la impresión de que la que está cansada eres tú.

—Lo que tú digas, amigo. Llevo haciendo este circuito casi todos los días desde que me mudé a mi piso, cerca de siete años. Me verás aquí siempre que no sea domingo, lunes o haya bebido tanto la noche anterior que no oiga el despertador.

—Mañana nos vemos aquí a las 6.30. No llegues tarde.

—Ok, nos vemos mañana. Tráete abrigo, a poder ser, que te tape ese bulto sospechoso; la gente va a pensar que tienes una bomba oculta.

—Gracias por tus lecciones de estilo, Simonetta —dice con ironía—. Si mañana te encuentras con un corredor que lleva puesto un sobretodo, seré yo. Mi gran sueño es correr con la estética de Neo, el de Matrix

—Muy gracioso, Cosimo. Hasta mañana, capullo —le digo a modo de despedida—. Me voy ya, si sigo hablando contigo, se me echará el tiempo encima. Soy una mujer ocupada.

—Adiós, experta en moda.

Llego a mi casa a las prisas, me he acordado a última hora de que hoy temprano llegaban los proveedores de la fruta Me voy quitando la ropa y soltándola donde me pille. Mi cerebro se mueve a un ritmo más rápido de lo habitual, y todos esos veloces pensamientos se centran en el chico limón.

«Es simpático». Fuera la chaqueta.

«Es agradable». Camisa en el taburete de la cocina.

«Refrescante». Zapatillas volando por la sala.

«Tiene una sonrisa preciosa». Calcetines en el sofá.

«Un cuerpo de escándalo». Pantalones en el pasillo.

«Un culo para pellizcar». Sujetador sobre mi cama.

«Un paquete gigante». Bragas en el suelo del baño.

«Estoy cachonda». A la ducha, Simonetta, llegas tarde al trabajo.

Pero al ducharme dejo que el chorro del agua juegue con mi piel. Que empape mis pezones y se centre en mi sexo. Le doy a la llave para que salga con potencia y me centro en las vibraciones de mi cuerpo…

«Ha sido un placer correr contigo, Cosimo».

Los Sabores de Copano. Mi pequeño santuario refrigerado. Un paraíso para los amantes de los helados en el que estoy sola y cargando como una burra toda la mercancía porque mi amiga y empleada no se encuentra. «Te odio, Sandra».

La llamo, y me coge el teléfono al primer tono.

—¿Estabas buscando ligues por Facebook otra vez, verdad? —pregunto.

—Cállate, zorra —me responde—. Exploraba la red buscando formas de cometer un asesinato haciendo que parezca un accidente.

—No te preocupes por eso. Dale un golpe en la cabeza y la metemos durante dos años en las cámaras frigoríficas. Nadie mirará allí. Aunque no creo que exista alguien que eche de menos a Marta —le explico—. Si te entra nostalgia, siempre puedes abrir el congelador y sacarte un selfie con ella. Éxito asegurado. Serás trending topic en Twitter.

—No creo que esté preparada para recrear Frozen con mi madre…

—¡SANDRA, SE ME HA ACABADO LA CERVEZA. MUEVE EL CULO Y TRÁEME OTRA!

—… aunque, pensándolo mejor, el parricidio va ganando puntos por momentos —rectifica al oír a su madre en uno de sus habituales gritos histéricos y exigentes.

—¿Cómo estás? —le pregunto sinceramente preocupada—. Marta es una persona complicada, y por lo que acabo de escuchar, no te lo está poniendo fácil.

—Solo te digo que me están entrando ganas de darme a la bebida yo también. Es eso o tirarme por la ventana. Estoy desesperada, amiga, ven a hacerme compañía. Compartamos los insultos. Eso no falla en animarme.

—Es verdad. Que tu madre me insulte y me llame italiana come-pollas siempre te sube la moral, el problema está en que no estoy segura de ser incapaz de devolverle el insulto esta vez.

—Sé que tienes lo tuyo. No te preocupes, mujer. Solo lo dije para animarme… ven a verme, por favor. Eres mi persona favorita en el mundo —me suplica.

—Eres una chantajista… Está bien, iré —cedo—, pero tendrás que pintarme las uñas de los pies.

—¿DÓNDE COÑO ESTÁ MI CERVEZA?

—Tengo que colgar. Nos vemos esta noche. Trae la pintura que más te guste y algo de cenar. Chino. Menú para tres. Tengo hambre.

Y me cuelga. Mi mejor amiga es una caradura. Una caradura con una paciencia infinita.

Estoy apoyada en la barra, ojeando una revista de moda, esperando a que Óscar se digne a entrar, traer los dulces para hoy y salvarme del aburrimiento. Echo de menos a Sandra. Con ella nunca lo hago.

Me agacho a comprobar por enésima vez la temperatura de la vitrina de los helados por si hoy también se resiste a cooperar conmigo, a ver si tengo que llamar al técnico de una vez por todas. Cuando oigo la campana de la entrada, nadie habla, por eso sé que no es mi chico caramelo. Él estaría dando bramidos antes de pisar el rellano.

—Aún no hemos abierto —grito mientras me levanto—. Nuestro horario es de diez y media a cuatro, y de…

Me quedo muda al comprobar que el que ha entrado no es otro sino mi hermano Marco mirándome con simpatía grabada en la cara.

—¿Me puedes decir cuántas veces te han atracado? Si dejas el negocio desatendido, los ladrones harán cola por hacerte una visita.

No puedo contestar. Una gran sonrisa atraviesa mi cara mientras las lágrimas caen de mis ojos. ¡Joder! ¡Qué guapo que está! Le ha crecido el pelo hasta casi los hombros y una barba espesa adorna su cara, pero le sienta bien. No lo veo desde septiembre y casi no hemos hablado, pero parece que ha pasado toda una vida desde la última vez que escuché su voz.

Sin pensarlo, corro a sus brazos y me lanzo sobre él casi derribándolo. Me cuelgo de su cintura al igual que cuando éramos unos críos, en un intento por escalar por su cuerpo. Le agarro la cabeza con las dos manos y empiezo a marcarle la cara con grandes y sonoros besos.

—¡Netta, para, por favor! ¡Qué asco! —me dice, pero sé que le encanta. Soy su hermana pequeña y siempre nos hemos apoyado el uno al otro—. Esto no se siente mejor cada vez que lo haces. Ya somos adultos. Me estás manchando de carmín. Te huele mal el aliento. Eres una plasta.

Y sigue así, diciendo excusas estúpidas, hasta que no puedo aguantar mi propio peso y tengo que soltarlo.

—Te he echado de menos. La próxima vez vete a un sitio donde podamos llamarnos todos los días. Me tenías preocupada. Llegué a pensar que uno de esos peluches gigantes, a los que tenías que fotografiar, te había devorado.

—Yo también te he echado de menos, Fragola16 —dice llamándome por el sobrenombre que me dio mi abuelo—. ¿No pensarías que te iba a dejar sola este mes, verdad?

Me abraza con ternura. Mi hermano puede ser un cabrón con los demás, pero conmigo (cuando no me está sermoneando) se comporta como un oso amoroso.

—¿Tanto te costaba llamar más a menudo o contestar mis llamadas? —le reprocho.

—No llevaba el móvil encima, y el teléfono vía satélite era un engorro cargarlo, y más cuando una que yo me sé, me llamó y espantó con el sonido a una hembra con su cría. Menos mal que había sacado algunas fotos bastante buenas. Estaba dispuesto a atravesar el auricular y estrangularte a lo Homer Simpson.

—Nadie te manda a irte a la isla de Wrangel y olvidarte de quitar el sonido del teléfono —le contesto caprichosa—. La próxima vez, ¿por qué no te vas a un paraíso tropical a estudiar a los monos o algo parecido? Seguro que allí habrá más cobertura.

El sonido de la campana hace que eleve la mirada del hombro de mi hermano. Allí, parado ante la puerta, está Cosimo con cara de pocos amigos y las manos cargadas con bandejas.

—Hola, Cosimo —lo saludo sin soltar a Marco—, qué sorpresa verte por aquí. ¿Le ha pasado algo a Óscar?

—No vendrá durante un tiempo, le han retirado el carnet de conducir. Me olvidé de decírtelo esta mañana. ¿Dónde dejo esto? Tengo prisa.

Que cortante. Parece ser que el chico limón ha regresado en toda su agria plenitud.

Suelto a mi hermano, me dirijo a la trastienda y le indico a Cosimo que me siga.

—Puedes dejarlo sobre la encimera —indico.

—¿Cómo puedes ver a un chico ayer por la noche y hoy abrazar a otro como si te fuera la vida en ello? —me suelta sin más al dejar los bultos—. Creía que eras mejor persona, pero ya veo que eres como las demás.

Me quedo lívida. No me esperaba eso de él. La sensación de traición me llena. Después de todo lo que habíamos avanzado en nuestra relación ayer, y hoy me salta con eso. Estoy ofendida a más no poder porque veo que para Cosimo siempre seré una cualquiera. Una mujer que no es digna de su confianza.

—¿Tienes algo más que añadir? —le pregunto aparentando indiferencia—. Porque si ya acabaste con el juicio a Simonetta, no tenemos más que decirnos.

Al salir, encuentro a Marco mirando mi pared llena de fotos.

Señalando una en particular en la que salimos los dos junto a mi abuelo, me dice:

Stà con il nonno deve darla a me.17 Te quedaste con las mejores fotos. Non è giusto18 —me dice en esa mezcla de italiano y español que usa para confundir a los demás cuando no estamos solos y que no se enteren de lo que me dice. Es un juego que ideamos de pequeños.

Cosimo se para en seco al oírlo hablar. Se ha dado cuenta de quién es este chico al que abrazaba como si me fuera la vida en ello.

—Simonetta, yo…

—Adiós, limón —no puedo evitar decirle y de alegrarme por la cara de confusión que se le pone al oír cómo le he llamado—. Tenías prisa, ¿no? Que tengas buen viaje.

Me doy la vuelta, ignorándolo, para decirle a Marco que se aleje de mis fotos y de mi pared de los recuerdos, pero Cosimo me detiene agarrándome del antebrazo.

—Lo siento, Simonetta.

Mi hermano no sabe dónde meterse. Me mira a la cara evaluando mi estado de ánimo y el nivel del problema en el que me he metido. Tengo que reflejar tranquilidad, porque con un «voy al baño», deja la sala más rápido que el correcaminos.

—Estoy harta de que me humilles. Me temo que nuestra fingida amistad no va a funcionar —le digo sin darme la vuelta para enfrentarme a él.

—Perdóname. No es asunto mío con quien estás o no. No lo volveré a hacer.

—Esa es la clave, Cosimo. No eres nadie para meterte en mi vida, y mucho menos para tratarme como una buscona por abrazar a mi hermano. —Me giro y al encararlo siento como la rabia fluye de mí con fuerza y me hace soltar la lengua—. Si me quiero acostar, abrazar, besar o toquetear con cualquiera que entre por esa puerta, no te incumbe. Deja de inmiscuirte en mi vida y de compararme con la perra de tu ex novia, a diferencia de ella, a mí no me gusta hacer daño a las personas. No es mi estilo.

—¿Cómo sabes lo de Jennifer…? Da igual, eso no importa ahora —murmura—. Dame una última oportunidad. Seamos amigos que corren juntos y bromean sin malos rollos de por medio. Te compensaré por esto.

—Olvídalo, Cosimo. No hay nada que perdonar porque no quiero que sigas en mi vida. Casi cada vez que hemos hablado me has dejado hundida, haciéndome sentir miserable y mala persona. —Suspiro con frustración—. En estos momentos, no creo que mi ego pueda aguantar más de eso. Mejor vete y dejemos las cosas entre nosotros solo en el ámbito laboral. Será más seguro.

—Haré que me perdones, Simonetta. Ya lo verás —enuncia seguro—. Puedo ser muy persistente. Recuérdalo cuando te plantees ponerme una orden de alejamiento por ser tan pesado.

Sin dejarme replicar, me da un rápido beso en la mejilla que, a mi pesar, me sabe a poco.

—No te engañé cuando te dije que tenía prisa. Mi acoso tendrá que esperar hasta que termine mi ronda de reparto.

Se va por la puerta no sin antes enseñarme una gran sonrisa de suficiencia dibujada en su cara.

El muy cerdo se ha ido tan feliz, como si hace unos minutos no me hubiera ofendido hasta la médula. Pues está bonito si se cree que se lo voy a poner fácil para conseguir mi perdón.

—Me parece que el chico limón te gusta de verdad —oigo a Marco decir a mis espaldas.

—No digas tonterías, es un amigo. Bueno, ya no lo es. Es un gilipollas de campeonato.

—Pues ese gilipollas te acaba de dejar con una cara de tonta que es para retratarla —dice con ironía—. Y yo, de retratos, sé mucho.

Me miro en el reflejo del cristal de la entrada y por fin afronto lo que me negaba a reconocer pero que ya sabía: Cosimo me gusta más de lo que pensaba.

Es un capullo, sí. Sin embargo, cuando baja la guardia, es encantador. Hace dulces de ensueño, es protector con la hermana, simpático y, por lo poco que sé, leal mientras tiene pareja. Si a todo eso le sumas un cuerpo fantástico y una cara de fantasía… estoy perdida.

«Lo tienes jodido, Netta. La fresa y el limón no se mezclan».

16 Fresa.

17 Esta con el abuelo tienes que dármela.

18 No es justo.