2. Persia y el Occidente

También había sido señalada en el Occidente, y sus frutos se hicieron patentes al cabo de cinco años. El Estado griego que dominaba en ese momento, manifestando una ambición que ningún griego había delatado antes, envió a su rey, Agesilao, a través del Asia para seguir el establecimiento de la hegemonía espartana en las costas con una invasión del interior de Persia. No llegó a penetrar más allá de la mitad del valle del Meandro, y no causó a Persia ningún estropicio a que valga la pena referirse; porque no era él el jefe, ni tenía los recursos de dinero y hombres aptos para llevar a buen fin tan distante y azarosa aventura. Pero la campaña de Agesilao en el Asia Menor, entre 397 y 394, tiene la siguiente significación histórica: demuestra que los griegos habían llegado a considerar una marcha contra Susa como factible y deseable.

Sin embargo, no era realmente factible, ni aun entonces. Aparte de la carencia de una fuerza militar —en cualquiera de los estados griegos— suficientemente grande, suficientemente adiestrada, y conducida por un jefe del magnetismo y genio organizador necesario para emprender, sin ayuda de aliados en el camino, una marcha eficaz contra un punto a muchos meses de distancia de su base, aparte de esta deficiencia, decíamos, el imperio por conquistar todavía no se tambaleaba realmente. Lo más probable es que los Diez Mil nunca hubieran llegado a las órdenes de Clearco a Cunaxa ni a cien leguas de ahí, de no haber sido por el hecho de que Ciro iba con ellos y de que los partidarios de su estrella en ascenso satisfacían sus necesidades y les habían abierto el camino a través del Asia Menor y de Siria. En su retirada eran hombres desesperados, de quienes se libró el Gran Rey de buena gana. El buen éxito de esa retirada no debe cegarnos al hecho de que el avance se hubiera topado con un fracaso casi seguro de haberse intentado en condiciones semejantes.