7. Asia Menor

No tenemos razones para suponer que algún monarca asirio marchó en persona hacia el interior del Asia Menor, a través del Tauro, aunque varias columnas volantes visitaron Hanigalbat y Tabal, y los príncipes de estos dos países reconocieron con tributos el dominio asirio en la segunda mitad del reinado de Salmanasar. La parte más lejana y mayor de la península occidental estaba fuera del alcance del Gran Rey, y de ella sabemos tan poco en el año 800 a. C. como seguramente sabían los mismos asirios. Sin embargo, sabemos que contenía un gran principado situado hacia el centro en la parte sur de la cuenca del Sangario, y que los griegos asiáticos empezaban a conocer como Frigia. Esta potencia interior ocupaba en su mundo un sitio preeminente, de tal manera, que sobrepasaba a Asiria, y pasaba por la más rica del mundo. Con la sola base de su importancia en las leyendas griegas antiguas, podemos fechar con seguridad no solamente su surgimiento sino su ascenso a una posición dominante, en un período anterior a 800 a. C. Pero hay también otras buenas bases para creer que, antes de finalizar el siglo IX, este principado dominaba un área mucho más amplia que la Frigia de tiempos posteriores, y que sus fronteras occidentales se habían ensanchado casi hasta la costa jónica. Por ejemplo, en la Ilíada se habla de los frigios como de vecinos inmediatos de los troyanos, y un cuerpo considerable de leyendas helénicas primitivas se basa en la presencia temprana de los frigios ya no en la Tróada misma, sino en la costa central occidental en torno a la bahía de Esmirna y en la llanura del Caistro, puntos ventajosos desde los cuales mantenían relaciones directas con los inmigrantes griegos. Por tanto, parece seguro que, en alguna ocasión, antes del año 800 a. C., casi toda la mitad occidental de la península debió vasallaje a la potencia de Sangario y que aun los reyes Heracleidas de la Lidia no eran independientes de ella.

Si la Frigia era en el siglo IX lo bastante poderosa como para adueñarse del occidente de Anatolia, ¿domina también lo suficiente del este de la península como para considerarse heredera imperial de los hatti capadocios? La respuesta a esta pregunta (si acaso es posible darla con tan escasas pruebas) dependerá del punto de vista que tenemos sobre la posible identidad del poderío frigio y aquel otro oscuro, pero verdadero, de los mushki, de quienes ya hemos oído hablar. La identidad en cuestión está tan universalmente aceptada en nuestros días que se ha convertido en lugar común de historiadores hablar de los «mushki-frigios». Es muy posible que estén en lo justo; pero, a manera de advertencia, hay que hacer notar que la identificación depende, en último término, de otra, es decir, la de Mita, rey de los mushki, contra el cual lucharía Assurbanipal más de un siglo después, con Midas, último rey de Frigia mencionado por Heródoto y celebrado en el mito griego. Suponer esta identidad es cosa atractiva. Mita de los mushki y Midas de Frigia coinciden muy bien en fechas; ambos reinaron en Asia Menor; ambos fueron, en apariencia, importantes y poderosos; ambos lucharon contra los gimirrai o cimmerios. Pero hay también ciertas dificultades a las cuales quizás se ha prestado poca atención. Mientras que Mita parece haber sido un nombre común en el Asia, hasta Mesopotamia, en un período muy anterior a este de que tratamos, el nombre de Midas, por otra parte, llegó mucho más tarde a Frigia del oeste, si acaso en la tradición griega hay algo que indique que los frigios o brigas habían emigrado del sudeste de Europa. Y si consideramos que esta tradición se apoya no solamente en la presencia de nombres similares y parecidas consejas populares en Macedonia y en Frigia, sino también en la aparición en occidente del arte y la escritura frigios posteriores, apenas podemos negarle crédito. En consecuencia, si encontramos el origen de los frigios en los brigas macedonios, debemos conceder que Midas, como nombre frigio, llegó de Europa mucho después que la primera aparición de reyes llamados Mita en el Asia, y nos vemos obligados a poner en tela de juicio que este último nombre sea necesariamente el mismo que Midas. Cuando las alusiones que existen en los registros asirios sobre los mushki dan cualquier indicación sobre su localidad, la colocan al este, no al oeste, de la meseta central de la Anatolia, cerca de donde vivieron los mosqui en época histórica posterior. Por el momento, pues, debemos dejar abiertas las siguientes cuestiones: 1) si acaso los mushki se establecieron alguna vez en Frigia; 2) si, en el caso de que lo hubieran hecho, los reyes frigios que llevaron los nombres de Gordio y Midas pueden haber sido mushki o haber recibido vasallaje de los mushki; 3) si los reyes llamados Mita en los registros de Sargón y Assurbanipal fueron reyes más bien de los mushki occidentales que de Frigia. Sobre la base de lo que sabemos, no podemos admitir de ninguna manera (aunque no sea improbable) que los reyes frigios reinaron sobre los mushki de Capadocia, en virtud de lo cual gobernaron un imperio casi tan grande como el perdido de los hatti.

De todas maneras, fué el suyo un estado vigoroso, el más fuerte de la Anatolia, y la fama de su opulencia y de sus amuralladas ciudades deslumbraba y dejaba estupefactas a las comunidades griegas, que ya para esta época cubrían las costas del oeste y del sudoeste. Algunas de estas comunidades habían pasado por las pruebas de la infancia y se habían convertido en estados cívicos, habiendo establecido vastas relaciones de comercio por tierra y por mar. En el siglo siguiente, Cumas de Eólida daría una esposa a un rey frigio. Éfeso parece haberse convertido ya en importante centro social y religioso. Los objetos artísticos encontrados en 1905 en el piso del primer templo de Artemisa en la llanura (hubo uno anterior de las colinas) deben datar —algunos de ellos— de fecha no posterior al año 700, y su diseño y calidad de mano de obra dan pruebas de florecientes artes y oficios establecidos por largo tiempo en la localidad. También Mileto era ya, ciertamente, un centro adulto de helenismo a punto de convertirse en madre de nuevas ciudades, si es que no lo era ya. Pero, a estas tempranas alturas del año 800, poco sabemos sobre las ciudades griegas del Asia, fuera del hecho de su existencia; y lo prudente será dejarlas crecer otro par de siglos y hablar de ellas más detenidamente cuando se hayan convertido en poderoso factor de la sociedad asiática occidental. Cuando después de dos siglos volvamos a levantar el telón, veremos que se ha intensificado la luz sobre el escenario oriental; no sólo porque los registros contemporáneos habrán aumentado en volumen y claridad, sino porque podremos utilizar la lámpara de la historia literaria alimentada con tradiciones, que no había tenido que sobrevivir más lapso que el de unas cuantas generaciones.