3. La conquista del Egipto
Tal fué el imperio que heredó Senaquerib, hijo de Sargón. Insatisfecho, quiso emprender una conquista que nunca ha permanecido largo tiempo en poder de ningún imperio asiático. Sin embargo, lo que ahora empujaba a la Asiria contra el Egipto no era solamente la avidez del botín. Por largo tiempo el Gran Rey había visto que su influencia era menoscabada en el sur de Siria por la de los faraones. Los príncipes de ambos estados hebreos, de las ciudades fenicias y filisteas, y hasta ios de Damasco, habían recurrido en más de una ocasión al Egipto, y tras de las combinaciones defensivas de estos príncipes y sus revueltas individuales había sentido Asiria el poder del Nilo. Con todo, éste no había hecho por salvar a sus aliados más de lo que hizo por Israel cuando Salmanasar IV acosó la Samaria, que después Sargón tomó y ocupó. Pero aun la esperanza ciega y las vacuas promesas de auxilio pueden ser causa de agitaciones constantes. Por tanto, Senaquerib, después de escarmentar durante los estados del sur en el año 701 (aunque tanto Tiro como Jerusalén lo mantuvieron fuera de sus murallas) y de una larga pelea con la Babilonia caldea, se vió impelido a emprender, en el último año de su reinado, la guerra contra el Egipto. Como anteriormente, tuvo éxito en el sur de Palestina; pero, más adelante, algún terrible desastre se abatió sobre él. Probablemente estalló en su ejército alguna epidemia cuando acababa de cruzar la frontera, lo cierto es que volvió a Asiria para ser asesinado ahí.
La aventura pasó a su hijo, quien, después de derrotar a sus parricidas hermanos, se aseguró en el trono y reinó once años con un nombre que se ha convenido en escribir como Esarhaddon. Tan pronto como sofocó ciertos ataques en Urartu y en el sudoeste del Asia Menor y, lo que es más importante, después que hubo apaciguado a Babilonia a la cual había deshonrado su padre, Esarhaddon emprendió la interrumpida conquista. El Egipto, que por entonces estaba en manos de una dinastía extranjera originaria del alto Nilo y dividido contra sí mismo, le dió poco que hacer al principio. En su segunda expedición (670) llegó a la misma Menfis, la tomó por asalto, e hizo huir al cushita Tirhakah más allá de Tebas, hasta las cataratas. Los asirios proclamaron al Egipto territorio propio y extendieron sobre el país la red de la burocracia ninivita hasta la Tebaida, en el sur; pero ni él ni sus sucesores se preocuparon por adoptar el estilo y títulos de los faraones, como los persas y los griegos, más hábiles, harían más tarde. Luego sucedió que ciertos desórdenes provocados en Asiria por un hijo que se le rebelaba, de acuerdo con la práctica inmemorial del Oriente, hicieron volver a Esarhaddon. Al instante volvió a dirigirse Tirhakah hacia el norte. El Gran Rey regresó para enfrentársele y murió en el camino.
Pero Menfis fué reocupada por el sucesor de Esarhaddon, y como fué éste el que también tomó y destruyó Tebas, y el que, después de la muerte de Tirhakah, echó a los cushitas del Egipto, corresponde a Assurbanipal el dudoso crédito de extender los límites del imperio asirio al punto que ya no habría de sobrepasar. La misma Tiro cayó al fin, y la esfera de influencia del imperio se extendió por el Asia Menor, hasta la Lidia. Fué el primer rey sirio que pudo llamar suyo al Elam con su capital Susa (después del año 647) y en el este se jactaba de su señorío sobre toda la Media. Es el momento en que las artes y las letras mesopotámicas llegan a la más alta cumbre que habían alcanzado desde los días de Hammurabi, y la fama de la riqueza y el lujo de «Sardanápalo» llegó hasta las tierras griegas. Cerca del año 600 a. C. la Asiria parecía a punto dé convertirse en dueña y señora de todas las tierras codiciables.