6. Los judíos

Si consideramos de manera particular a los judíos —súbditos de Persia que necesariamente comparten nuestro interés junto con los griegos—, nos encontramos con que el dominio imperial persa, tan pronto como se estableció firmemente en el antiguo feudo babilónico de la Palestina, empezó a reparar la obra destructiva de sus antecesores. Esperando vanamente la ayuda del poder egipcio, Jerusalén se había sostenido contra Nebukhadnezzar hasta el año 587. Al ocurrir su captura, la dispersión de los judíos meridionales, que ya se había iniciado con emigraciones locales hacia el Egipto, se aumentó considerablemente con la deportación a Babilonia de un grupo numeroso. Sin embargo, ya en el año 538, año de la entrada de Ciro en Babilonia (sin duda como uno de los resultados de este suceso), empezó el regreso de los exilados a Judea y quizás también a Samaria. Hacia el año 520, la población judía en el mediodía de la Palestina era ya otra vez lo suficientemente fuerte como para suscitar dificultades a Darío, y en 516 el templo se hallaba en proceso de restauración. Antes de que mediara el siguiente siglo, Jerusalén era de nuevo una ciudad fortificada y su población se había reforzado todavía más con la vuelta de muchos exilados embebidos en la civilización económica, así como en la religiosidad, de Babilonia. De ahí en lo sucesivo, el desarrollo de los judíos hasta convertirse en pueblo comercial prosigue sin interrupción aparente de parte de los gobernadores persas que (por ejemplo, Nehemías) pueden haber pertenecido a la raza dominada. Aun cuando se tengan en cuenta grandes acrecentamientos de otros semitas, especialmente arameos —acrecentamientos fácilmente aceptados por un pueblo que se había convertido más bien en una iglesia que en una nación—, todavía queda como sorprendente testimonio de la tolerancia persa el hecho de que, después de sólo seis o siete generaciones, los insignificantes judíos se hubieran vuelto lo bastante numerosos como para contribuir como elemento importante a la población de varias ciudades extranjeras. Vale la pena hacer notar también que, aun cuando se presume que los judíos tuvieron libertad para volver al asiento de su raza, muchos de ellos prefirieron permanecer en partes distantes del reino persa. Ciertos nombres mencionados en las tabletas-contratos por Nippur demuestran que los judíos consideraron conveniente quedarse junto a las aguas de Babilonia hasta fines del siglo V; mientras que en otra distante provincia del imperio persa (como lo han revelado los papiros de Seine) persistió una floreciente colonia exclusivista de la misma raza hasta después del año 500 a. C.