4. Primer imperio asirio
Nos queda Asiria, la cual, antes del año 1000 a. C., había conquistado dos veces un imperio de la misma clase que el de la primera dinastía babilónica, y dos veces lo había perdido. Las primeras expansiones asirias son, históricamente, las más notables de los imperios primitivos del Asia occidental, porque, a diferencia de las demás, fueron preludios de una ocupación territorial que se aproximaría más que ninguna otra a lo que serían más tarde los sistemas macedonio y romano imperiales. La Asiria, mejor que Babilonia o Egipto, encabeza la lista de aspirantes al dominio del mundo.
Habrá tanto que decir de la tercera, y de las subsecuentes expansiones de Asiria, que podemos referir en pocas palabras sus primeros imperios. La cuenca media del Tigris parece haber recibido un vasto influjo de semitas de la oleada canaanita, por lo menos desde la época de Babilonia, y gracias a diversas causas —ausencia de civilización local anterior tan adelantada como la sumeria, mayor distancia de suscitadores de disturbios tan emprendedores como Elam y Arabia, y clima más salutífero— estos semitas se asentaron más rápida y completamente en sociedad agrícola que los babilonios, y la desarrollaron en mayor pureza. Su primer centro social fué Assur, en la parte austral de su territorio. Ahí, en la vecindad de Babilonia, cayeron inevitablemente bajo el dominio de ésta; pero a partir del derrumbe de la primera dinastía de Babilonia, y la decadencia subsecuente del vigor de los semitas meridionales, se manifestó entre los del norte una tendencia a desarrollar su nacionalidad en torno a puntos más centrales. Cale, río arriba, ocupó el lugar de Assur en el siglo XIII a. C., para ser reemplazada a su vez por Nínive, todavía más arriba del río; y al fin, Asiria, aunque había tomado el nombre de la ciudad austral, vino a consolidarse en torno a una capital del norte de Mesopotamia como potencia capaz de imponer vasallaje a Babilonia y de mandar merodeadores imperiales al Mediterráneo y a los grandes lagos de Armenia. El primero de los reyes asirios que alcanzó esta especie de posición imperial fué Salmanasar I, quien a principios del siglo XIII a. C. parece haber aplastado el último vigor de las potencias de la Mesopotamia del norte, Mitani y Kani, para abrirse el camino hacia las tierras occidentales. El poderío hatti, sin embargo, hizo lo que pudo por cerrar los pasajes, y no fué hasta que se derrumbó y se establecieron los que provocaron su ruina —los mushki y sus aliados— cuando, alrededor de 1100 a. C., Tiglathpileser I pudo llevar sus soldados asirios al interior de Siria, y quizás los llevó también a cierta distancia dentro del territorio del Tauro. Por qué murió con él su imperio, no lo sabemos exactamente. Una nueva invasión de semitas árabes, los arameos, a los cuales atacó en el monte Bishri (Tell Basher), puede haber sido la causa. Pero de cualquier modo el hecho es indudable. Los hijos del gran rey que había llegado a la Arvad fenicia, para embarcarse ahí orgullosamente y reclamar el señorío del mar occidental, quedaron reducidos a la posición de casi vasallos del antiguo vasallo de su padre, Babilonia; y todavía a fines del siglo XI Asiria no había resucitado.