4. Caída de la Lidia

Ciro debe haber encontrado poca o ninguna oposición en las provincias medas occidentales, puesto que lo encontramos al cabo de un año o dos de su reconocimiento por parte de medos y persas no sólo en su frontera extrema, el río Halys, sino también lo vemos cruzarlo y enfrentarse al poderío de Lidia. A esta acción lo provocó la Lidia misma. La caída de la dinastía meda, con la cual la casa real de la Lidia había mantenido estrecha alianza desde el pacto del Halys, fué un desastre que Creso, entonces rey de Sardes en lugar de Aliates, tuvo la audacia de querer reparar. Había continuado con éxito la política de su padre de extender el dominio lidio hasta el Egeo a expensas de los griegos jónicos; y, señor de Éfeso, Colofón y Esmirna, así como socio principal en la esfera milesiana, aseguró para la Lidia el control y el disfrute del comercio anatolio, quizás el más valioso y provechoso en el mundo en aquella época. Ejemplos de riqueza y lujo, los lidios y su rey se convirtieron en un pueblo blando, de lentos movimientos, tan incapaces de enfrentarse a los montañeses de las salvajes tierras fronterizas de la Persia como si, de estar bien fundada la historia de Heródoto, fuesen ignorantes de su calidad. Creso se demoró enviando a consultar oráculos próximos y lejanos. Heródoto nos cuenta que acudió a Delfos cuando menos tres veces y aun al oráculo de Amón en el Sáhara oriental. Cuando menos debe haberse tomado un año solamente en estas inquisiciones, para no decir nada de una embajada a Esparta y quizás otras al Egipto y Babilonia. Terminados al fin estos preliminares, los lidios reunieron las levas del Asia Menor y marcharon hacia el este. Encontraron el Halys crecido —debe de haber sido a fines de primavera—, y viendo el cruce muy difícil, se pasaron el verano saqueando con su caballería la antigua patria de los hatti. De esta manera dieron tiempo a Ciro para que enviara embajadores a las ciudades jonias a rogarles que atacaran a la Lidia por la retaguardia, y tiempo también para que fuera él mismo con todas sus fuerzas a su lejana provincia occidental. Creso se vió obligado a presentar batalla en los primeros días de otoño. El encuentro no arrojó ningún resultado decisivo, pero los lidios, que no tenían intención de pasar el invierno en las inhospitalarias tierras altas de los capadocios y se hallaban muy lejos de sospechar que el enemigo pensara en continuar la guerra antes de la primavera, volvieron a su holgura en el valle del Hermo, sólo para enterarse, en llegando a Sardes, que los persas les pisaban los talones. Una batalla final tuvo lugar a la vista de las murallas mismas de la capital lidia, batalla que Creso perdió; la ciudad baja fué tomada y saqueada, y el rey, que se había encerrado con sus guardias en la ciudadela y había llamado a sus aliados para que acudieran a su rescate en el plazo de cinco meses, cayó prisionero de Ciro al cabo de dos semanas. Éste fué el fin de la Lidia y de todos los parachoques que se interponían entre Oriente y Occidente. Oriente y Occidente estaban ya en contacto directo y los agüeros eran adversos al Occidente. Ciro negó todo término a los griegos, excepto a los poderosos milesios, y, volviendo a partir en dirección al oriente, dejó detrás a sus virreyes para que pacificaran la Lidia y para que sujetaran a todas las ciudades de la costa occidental, jonias, carias y licias, con la sola excepción de Mileto.