VALORACIÓN DEL SOBREPESO Y LA OBESIDAD
Aumentar de peso no significa que se tenga sobrepeso, ya que puede haber un incremento que provenga de la masa muscular en casos de personas que hagan mucho deporte o de problemas relacionados con enfermedades endocrinas, cardiacas o renales, como vimos en su momento. Luego, para definir el sobrepeso o la obesidad hay que valorar la grasa corporal y llevar a cabo lo que se conoce como un estudio de composición corporal.
La composición corporal se determina por métodos muy variados, pero hoy en día hay formas muy sencillas como es la impedanciometría tetra u octopolar que sirve para valorar la composición corporal de forma global y el contenido concreto de las diferentes partes del organismo. Mediante esta técnica se determina el porcentaje y el peso de la grasa corporal, no solo en su totalidad, sino la que corresponde a la subcutánea y a la visceral, junto con la masa muscular total y por partes, la cantidad de agua y el equilibrio muscular por segmentos de todo el organismo.
Un estudio de composición corporal de calidad ofrece cientos de datos sobre el cuerpo que es aplicable a infinidad de situaciones y, sobre todo, es valorable la evolución que tienen los diferentes datos obtenidos. Está información es de carácter clínico y debe ser valorada por el médico especialista, ya que se no puede diagnosticar el sobrepeso, la obesidad o cualquier alteración morfológica sin conocer todos los factores que se deben tener en cuenta.
El valorar una impedanciometría es un proceso complejo como lo es interpretar una radiografía. Al igual que esta no se trata de una simple fotografía sobre la que cualquier persona puede dar su opinión y deducir qué le ocurre al paciente, tampoco se puede evaluar esta técnica por parte de inexpertos. Lamentablemente esto ocurre muchas veces y se toman decisiones que a veces hay que lamentar. El sobrepeso y la obesidad no se «opinan», se «miden» y se «valoran» por quien tiene los conocimientos para poder hacerlo.
El peso ha sido hasta ahora el único referente para valorar el sobrepeso y la obesidad. Hace ya muchos años se estableció la estatura y el peso conjuntamente para marcar un punto objetivo y saber cuál debía ser el peso correcto de cada individuo. Con estos dos datos, peso y talla, se fijó un poco a la ligera que el peso de una persona debía ser más o menos el equivalente al número de centímetros que su estatura sobrepasase el metro. Así, si alguien medía uno setenta, su peso debería ser de setenta kilos; y si medía un metro cincuenta o uno ochenta y cinco se debería tener un peso de cincuenta y ochenta y cinco kilos, respectivamente.
Esto se usa habitualmente en el llamado índice de masa corporal (IMC) que establece una relación entre el peso y la talla, y que es el resultado de dividir el peso expresado en kilogramos por la estatura al cuadrado expresada en metros.
De forma que para una persona de ochenta y cinco kilos y un metro y setenta y cinco de estatura tendría que hacer el siguiente cálculo: 85 : 1,75 x 1,75 = 3,06. Luego, 85 : 3,06 = 27,7, que correspondería a su IMC.
Los valores que se toman como referencia para el índice de masa corporal fueron definidos por la Organización Mundial de la Salud en 2008.
CLASIFICACIÓN DEL IMC(OMS) |
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Valores límites de IMC por kg/m2 |
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Peso normal |
18,5 - 24,9 |
Sobrepeso |
25 - 29,9 |
Obesidad |
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Tipo I |
30 - 34,9 |
Tipo II |
35 - 39,9 |
Tipo III |
≥ 40,0 |
Como vemos, se acepta como punto de corte para definir la obesidad valores para el IMC ≥ 30 kg/m2.
Existen otras clasificaciones diferentes como la llevada a cabo por el consenso SEEDO 2000 —Sociedad Española para el Estudio de la Obesidad—, diferenciando más puntos de corte: 25, 27, 30, 35, 40 y 50; clasificados respectivamente como sobrepeso grado I, sobrepeso grado II o preobesidad, obesidad tipo I, obesidad tipo II, obesidad tipo III o mórbida y obesidad tipo IV o extrema.
CLASIFICACIÓN DEL IMC(SEEDO) |
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Valores límites de IMC por kg/m2 |
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Peso insuficiente |
< 18,5 |
Peso normal |
18,5 - 24,9 |
Sobrepeso |
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Grado I |
25 - 26,9 |
Grado II |
27 - 29,9 |
Obesidad |
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Tipo I |
30 - 34,9 |
Tipo II |
35 - 39,9 |
Tipo III (mórbida) |
40 - 49,9 |
Tipo IV (extrema) |
> 50 |
Pero este dato solo indica la relación entre el peso y la estatura y, por tanto, podemos estar distorsionando la medición, ya que una persona musculosa va a pesar más que una con poca masa muscular. Hay individuos que pesan mucho y tienen poca grasa y otros que no pesan tanto y, sin embargo, tienen gran cantidad de grasa en su organismo. Como muestra el dibujo dos personas con un índice de masa corporal similar pueden ofrecer un porcentaje de grasa completamente diferente.

La grasa debe estar presente en el organismo en una proporción correcta, ni más ni menos. La cantidad para una persona adulta normal oscila alrededor del 12 al 20 por 100 en varones y del 20 al 30 por 100 en mujeres, —lógicamente estos porcentajes tienen otros valores de referencia cuando se trata de deportistas de élite—. Pero esto es un dato aproximado que hay que valorar con sistemas profesionales y no con el primer aparato que encontremos, y a continuación escuchar la opinión de cualquiera sobre dicha cifra. Hay que insistir en que definir como tal el sobrepeso y la obesidad constituye un diagnóstico y esta facultad solo la tienen los médicos.
La obesidad, en definitiva, se caracteriza por el exceso de grasa corporal. En función de su porcentaje podríamos decir que los sujetos obesos son aquellos que presentan tantos por ciento de grasa muy por encima de los valores considerados normales. Entre la población no suele discriminarse entre los términos de obesidad y sobrepeso; los médicos hablamos de obesidad cuando en la composición corporal de una persona el componente graso excede en un 20 por 100 de los estándares de referencia que hemos mencionado.
Ya sabemos cuáles son los parámetros de una alimentación sana con relación a lo que hay que comer, las cantidades y los hábitos. Con estos tres elementos formamos en su momento un taburete con tres patas que al mantener de forma equilibrada nos dan la clave de cuál debería ser la alimentación que hay que seguir. Pero para hacerlo aún mejor hay que añadir al taburete una cuarta pata: la actividad física, y de ese modo completamos el círculo de lo que es una actitud completa hacia una vida sana.

La clave, pues, para evitar el acúmulo de grasa que hemos mencionado y, de esa forma, el sobrepeso y la obesidad, está en conjuntar de forma equilibrada los alimentos que elegimos, la cantidad en la que los consumimos, los hábitos en nuestra alimentación y la actividad física. Recordemos para ello la anécdota que referíamos al principio con relación al «miramiento» que una paciente tenía para cuidar el peso a lo largo de su vida. Pues esta es la manera de controlar la grasa corporal, «estar pendiente» y no denominar esa actitud con terminologías irreales ni entenderlo como un esfuerzo o sacrificio permanente.
«ME PASO LA VIDA A DIETA»
Oigo a menudo a pacientes que se «pasan la vida a dieta» y me lo dicen personas a las que les sobran más de treinta kilos. Esto es como si un alumno afirmara que se pasa la vida estudiando y no aprobara nada o como si un conductor presumiera de conducir muy bien y le hubieran retirado el carné en varias ocasiones.
En todo caso la palabra «dieta» —primitivamente de origen griego—, tiene un significado orientado más hacia describir una forma de vida o una actitud hacia algo que el disminuir cualitativa o cuantitativamente los alimentos que ingerimos. Si aplicamos de forma correcta el término «estar a dieta», su sentido en realidad es «estar pendiente» y no «comer poco». Le llamemos como queramos no hay otra solución que valorar las cuatro patas señaladas y establecer el camino que debemos seguir en relación con la alimentación y el ejercicio. No se trata de «recortar», sino de «cambiar».
Si preguntáramos a personas que sufren de sobrepeso cómo creen ellas que comen, muchas nos responderían que de manera «normal». Este término es utilizado con asiduidad, pero se confunde el concepto de comer normal con el comer «cómodamente», es decir, lo que nos parece bien sin valorar en profundidad lo que hacemos. Si pensamos que estamos comiendo «normal», aumentamos de peso y no lo controlamos, es obvio que estamos comiendo «a gusto», pero más de lo que necesitamos.
Esto es válido también para lo que ocurre con frecuencia después de haber perdido peso. Si alguien considera que come correctamente, aunque tenga un peso excesivo, cuando está perdiendo peso se suele plantear frecuentemente que «cuándo va a volver a comer normal», es decir, «como antes»; lo que sucederá entonces con toda seguridad es que volverá a engordar. Si con una determinada forma de comer aumentamos de peso, con esa misma forma siempre volveremos a engordar y, generalmente, cada vez más, ya que irá pasando el tiempo y como gastaremos menos el incremento de peso será mayor.
En este sentido es gracioso ver cómo mucha gente se afana en que den el certificado de «bueno» a aquello que le gusta o aquello que le han dicho y que de alguna manera le resulta cómodo u original llevar a cabo. «Doctor, ¿verdad que es bueno...?», me preguntan, esperando una respuesta que les convenza —es más, se suelen enfadar si no es así—. Pero con esos puntos suspensivos me han dicho ya todo: que si es bueno levantarse a beber agua caliente por la noche, o comer caracoles de merienda, o tomar rodajas de pepino de postre, y un etcétera tan largo que daría para otro libro. En esto han intervenido tanto Internet como las redes sociales. Estas herramientas bien utilizadas son excelentes, pero tienen su lado negativo, y es que a veces se difunden cosas con tal contundencia que luego es muy difícil desmentirlas.
EFECTO REBOTE
«No merece la pena perder peso porque luego se vuelven a coger los mismo kilos e incluso alguno más» es una afirmación tan absurda como lo sería decir: «No merece la pena que nos toque la lotería porque luego lo vamos a gastar e incluso más de lo que nos ha tocado». Aunque parezca increíble esto es habitual y, además, está aceptado y tiene hasta popularmente tiene su propio nombre: «efecto rebote», que según todo el mundo es después de perder peso algo real e inevitable.
Cuando me hablan con tanta rotundidad de esto profundizo con un ejemplo más: imaginemos una persona que tiene la mala costumbre de ir a más velocidad de la permitida, porque lamentablemente le gusta correr con el coche. Como consecuencia de ello le quitan el carné de conducir y cuando se lo vuelven a dar respeta, durante un tiempo, los límites de velocidad, pero luego se le olvida y vuelve a correr, y le vuelven a quitar el carné. ¿Eso es un efecto rebote? Claro que no. Pues lo mismo ocurre con la pérdida de peso. Una persona tiene unos hábitos determinados con relación a su alimentación, actividad física, etc., y ese modo de comportarse le hace engordar. Durante un tiempo pone remedio y pierde peso, pero luego vuelve a hacer lo mismo que hacía cuando aumentaba de peso, pues irremediablemente volverá a engordar. Los kilos no regresan solos, si vuelven es porque hemos ido a por ellos.
La gran paradoja es que se le atribuye ese efecto rebote a algo que no lo tiene. Hay patologías en las que después de algún tratamiento —medicamento o cualquier otra terapia— sí se puede apreciar cierto efecto en este sentido, al tratarse de una reacción opuesta por parte del organismo, pero precisamente en la obesidad, no. No se trata de un muelle que se comprima y luego salga disparado al soltarlo, en absoluto. Lo que sucede muchas veces es que las personas que vuelven a engordar después de haber perdido peso lo hacen por culpa de su conducta, no porque exista un mecanismo que así lo determine.
Lo vamos a entender con el siguiente ejemplo: imaginemos una persona con ciento diez kilos que debería pesar ochenta, es decir, le sobran treinta kilos. Cuando está en esos ciento diez kilos come de una determinada manera en la que ni sube ni baja de volumen, de alguna forma equilibra lo que ingresa con lo que su cuerpo gasta con ese peso y ese volumen. Después de un esfuerzo importante y bajar los treinta kilos que le sobran, su organismo ya no gasta lo que gastaba, sino menos. Ha perdido casi un 30 por 100 de su masa corporal, su tamaño es más reducido en volumen y su gasto menor. Si lo asume y entiende que esa es la nueva situación no hay problema, pero si vuelve a comer como lo hacía antes, volverá a engordar. Su organismo está diseñado para ochenta kilos, no para ciento diez. Por tanto, ahora es cuando su cuerpo está en una situación de normalidad y no antes.