HIPOTECAS DE LA VIDA. EL AIRE QUE RESPIRAMOS
Como hacíamos referencia al principio, para «pagar» el alquiler de la factura energética que necesitamos para vivir, desde que nacemos contraemos tres «hipotecas». La primera y más importante, con el oxígeno que necesitamos. Para eso respiramos, introducimos aire constantemente en los pulmones y al hacerlo le extraemos a la atmósfera cierta cantidad de O2 que precisamos para el metabolismo celular.
En estos procesos respiratorios le devolvemos el aire que respiramos a la atmósfera con algo más de CO2 del que entró en el sistema respiratorio. Sin la presencia del oxígeno que posibilita la combustión o «quema» interior de lo que comemos no podríamos extraer la energía necesaria para vivir. Esto hace que mantengamos un ritmo respiratorio adecuado durante toda la vida y lo aceleremos cuando hacemos algún ejercicio, para de ese modo aportar el extra de O2 que el cuerpo y, en concreto, el sistema muscular nos pide.
Esta «hipoteca» que contraemos con el oxígeno es muy exigente, y la naturaleza no nos permite más de dos o tres minutos de demora sin la presencia de O2 en las células. Para facilitarnos ese aporte, hay oxígeno en el aire en cualquier lugar adonde vayamos —algo menos cuando subimos en altura—, pero siempre con márgenes suficientes para aportarlo.
La atmósfera, formada por nitrógeno en su mayor parte —78 por 100— y por oxígeno—en una proporción, básicamente, de un 21 por 100— se formó antes de nuestra existencia, por eso nuestra fisiología está adaptada a ella. Incluso para facilitar la entrada de aire en el organismo disponemos de dos orificios, que en realidad son tres: las dos fosas de la nariz y la boca.