BEBIDAS ALCOHÓLICAS FERMENTADAS: VINO Y CERVEZA
Dados los tiempos que vivimos y la frecuencia de su consumo no hay más remedio que introducir el alcohol en las descripciones de sustancias consumidas por el ser humano. Mi posición ante el alcohol es clara, como tal creo que es una maldición de la humanidad. El mundo y la vida serían mejores si no existiese el alcohol. Por muy poca que sea la cantidad consumida, el alcohol hace daño, por tanto, constituye una agresión para nuestro organismo. Sobre sus supuestos efectos beneficiosos como vasodilatador, se habla mucho, pero no se justifica nada; es más, ha dado lugar a un error extendido y es que el alcohol produce calor, cuando es todo lo contario. La vasodilatación hace que el cuerpo pierda calor y que, en realidad, se enfríe. Para quien necesite ese tipo de efecto terapéutico hay multitud de fármacos que lo producen.
Según datos oficiales de la Organización Mundial de la Salud (OMS) en su informe «Global status report on alcohol and health» de mediados de 2014, el alcohol es la causa del 6 por 100 de las muertes en el mundo cada año, siendo relevante en enfermedades cardiovasculares, diabetes, cáncer, enfermedades neuropsiquiatrías, digestivas y, por supuesto, accidentes y violencia de todo tipo. Siendo esta bebida una de las primeras causas de discapacidad.
Posiblemente, como en casi todo, su descubrimiento fuese casual por la fermentación de uvas u otras frutas, que algún remoto antepasado consumió por curiosidad y, una vez vistos sus efectos, entendió que su consumo era favorable para él y lo incrementó. En épocas antiguas y dado que no se podía contar con una adecuada salubridad del agua, se impulsaba el consumo de vino, simplemente por la cantidad de impurezas que contenía el agua.
Es habitual en nuestra sociedad que muchas personas acompañen sus actividades sociales con el alcohol. Se ve como algo inevitable, y su presencia se hace imprescindible en todo tipo de fiestas y reuniones, por lo que es generalmente aceptado como un acompañamiento placentero de las relaciones y los encuentros sociales. Se sigue viendo como imagen especialmente «simpática» la de un borracho o una persona afectada por un cierto grado de consumo de alcohol. Por desgracia, esta percepción ha contribuido a extender su consumo, no solo entre los adultos sino también y de forma increíble entre jóvenes y adolescentes.
Hoy en día, la edad de inicio en el consumo de alcohol es inferior a los catorce años, situación de imprevisibles consecuencias futuras, ya que no se puede adivinar qué ocurre en un organismo en crecimiento al ponerlo en contacto con un tóxico de este calibre. Ojalá no tengamos que lamentar de forma irreversible las consecuencias de la práctica del «botellón» entre los jóvenes.
En el informe mencionado anteriormente de la OMS se cita un dato muy preocupante, y es que en Europa hay un porcentaje del 40 por 100 de jóvenes varones y del 22 por 100 de chicas situados dentro de la escala de bebedores de riesgo. Esta cifra es terrible porque muchos de ellos acabaran siendo alcohólicos de forma irremediable. Y las consecuencias aún pueden ser peores, ya que la ingesta de alcohol en niños puede conducir a un retardo en el crecimiento tanto físico como mental.
ALCOHOL Y CEREBRO
El principal componente de las bebidas alcohólicas es un compuesto químico conocido como etanol, o más comúnmente alcohol etílico, y es el que se encuentra en diferente porcentaje en las bebidas alcohólicas. Los vinos lo contiene alrededor del 13 por 100; la cerveza, un 5 por 100; otros licores y bebidas, un 50 por 100 y algunos aguardientes, hasta un 70 por 100.
Ese alcohol es similar al que se usa en medicina como desinfectante con graduaciones entre el 70 y 95 por 100. Generalmente se expresa en grados y muchas personas no relacionan este concepto con el de porcentaje y no entienden que cuando están tomando una bebida con el 45 por 100 de alcohol, la mitad de lo que están bebiendo es alcohol puro, similar al que encontrarían en una farmacia.
Nuestro cuerpo guarda «como oro en paño» en el cerebro a las células que controlan toda la actividad del organismo y que son las responsables de la estructura mental, es decir, de nosotros, las neuronas. Somos nuestras neuronas. Están protegidas desde fuera mediante los huesos del cerebro y la protección que le confiere el líquido cefalorraquídeo manteniendo al cerebro «flotando» para que no se dañe con golpes.
Las neuronas necesitan ponerse en contacto con la sangre para recibir nutrientes y oxígeno —como cualquier célula—, pero el organismo, como las cuida en extremo, ha puesto una especie de frontera entre la sangre y las neuronas que analiza meticulosamente todo lo que quiere ponerse en contacto con ellas para que nada que «pueda prever» las dañe y de esa forma protegerlas todo lo posible de bacterias, virus, sustancias más o menos previstas. Esa frontera se llama «barrera hematoencéfálica», y ahí se le pide el pasaporte a todo lo que intenta atravesarla.
El alcohol no es reconocido por esa barrera y la atraviesa sin problema. No es que el organismo se descuide; es que el alcohol no existe como tal en entre los riesgos conocidos. Es un «terrorista» que atraviesa la frontera hacia las neuronas para luego asesinarlas sin que se pueda hacer nada por impedirlo. Bueno, sí se puede. El terrorista entra con nuestro consentimiento a través de la bebida, llega al estómago, de ahí pasa al hígado, que sí lo conoce o que por lo menos tiene capacidad de actuar, se pelea a muerte con el alcohol y de esa batalla destruye lo que puede y también se destruye parte del mismo hígado —de ahí los problemas hepáticos de los alcohólicos—. El alcohol que queda después de esta batalla con el hígado pasa a la sangre y se distribuye por todo el cuerpo. Naturalmente el que le corresponde a los dedos del pie no causa ningún efecto y sigue por la sangre para, poco a poco, ser metabolizado por el pobre hígado a base de hacerse daño él mismo. Pero el que circuló por la sangre hacia el cerebro encontró unas delicadas células realizando una función exquisita como es pensar, entender, sentir y coordinar funciones y ahí actuó matando a unas pocas, las que pudo, hasta que se consumió.
El alcohol etílico afecta al sistema nervioso provocando situaciones de desinhibición en la conducta y mareos acompañados de cierta euforia, lo que hace que muchas veces se confunda su acción con la de un estimulante. Es más, hay quien lo utiliza para vencer una supuesta timidez y de esa manera se autoimpulsa a hacer y decir cosas que no haría en su vida normal, a veces no por timidez, sino por sentido común, y que posteriormente no hay manera de recomponer. Quien recurre a esa ayuda está firmando una hipoteca o un préstamo con una entidad financiera que lo va a secuestrar y hacer pagar intereses toda su vida.
Después del efecto inicial, el alcohol produce somnolencia y confusión. Al ser un depresor del sistema nervioso adormece de forma progresiva las funciones cerebrales y sensoriales, por lo que baja intensamente los reflejos.
Cuando la concentración de alcohol va creciendo se ralentizan los movimientos y se hace difícil la coordinación motora, ya que su efecto se lleva a cabo sobre las neuronas motoras del sistema nervioso central, de ahí viene el andar y hablar descoordinados. Esto afecta también a los músculos motores de los ojos y origina la visión doble. Más adelante afecta el aparato digestivo y se producen vómitos. Hay personas que presentan alta irritabilidad y agresividad, provocando actos violentos. Finalmente, conduce al coma y puede provocar la muerte.
Ya hemos dicho que el alcohol destruye neuronas y, por tanto, la capacidad intelectual se ve deteriorada con su consumo. Hay una publicidad orientada hacia el no consumo de alcohol que habla de que «después de beber alcohol eres más tonto». Está en lo cierto: se pierden neuronas con el alcohol, y es una pena que las células más especializadas, las que son depositarias de la capacidad intelectual, razonamiento y memoria, mediante las que tenemos sentimientos y percibimos el entorno, las «vendamos tan baratas» por unos engañosos segundos de un supuesto placer.
Bastantes neuronas nos quita la vida a partir de los veinticinco o treinta años en los que el cerebro empieza a envejecer para que nosotros le añadamos un lamentable IVA con el consumo de alcohol.
BEBIDAS ALCOHÓLICAS: FERMENTADAS Y DESTILADAS
Se pueden clasificar en dos grupos atendiendo a su proceso de elaboración: las bebidas fermentadas y las destiladas. Entre las fermentadas se encuentran la cerveza, la sidra, el vino, etc., y tienen su origen en la fermentación que como proceso natural tiene lugar sobre los azúcares contenidos en las diversas frutas o granos que sirven de materia prima para la elaboración de la bebida, como las uvas, la manzana o la cebada. El proceso de fermentación requiere determinadas condiciones fisicoquímicas y la presencia de levaduras que transforman el azúcar en otras sustancias. Entre ellas se encuentra el alcohol, cuyo contenido en este tipo de bebidas no es muy alto, siendo entre un 2 y 6 por 100 en las cervezas de destilación natural y entre un 10 y un 20 por 100 en los vinos y productos similares.
Las bebidas destiladas se obtienen destilando de nuevo una bebida fermentada mediante un proceso artificial en el que se aumenta la concentración de alcohol. Las bebidas destiladas —vodka, whisky, ron, ginebra, tequila, aguardientes, etc.— pueden tener una concentración de alcohol entre un 35 y un 60 por 100, dependiendo de la bebida.
El alcohol tiene un contenido calórico de siete calorías por gramo, casi tanto como la grasa, y más que el resto de los alimentos —que como sabemos tienen cuatro—. Este hecho no se percibe habitualmente por el aspecto transparente que tiene que le asemeja al agua, y por eso no se percibe la cantidad de calorías que aporta. El alcohol no aporta ninguna vitamina, ni mineral, ni ningún producto saludable, por eso se dice que solo proporciona calorías vacías.
No hay problema con las bebidas «sin» y las 0,0, ya que al retirarle el alcohol, por ejemplo, a la cerveza, se convierte en zumo de cereales. Es como el mosto antes de fermentar, es decir, un hidrato de carbono con todas las propiedades de la cebada en cuanto a vitaminas del grupo B y poder nutritivo, pero sin el inconveniente del alcohol. Es una excelente opción para los que les gusta el sabor de la cerveza. O de cualquier otro licor, que al serle retirado el alcohol mantiene prácticamente su sabor sin los problemas de este.
El hecho de calmar la sed con bebidas como la cerveza conlleva generalmente a un consumo elevado de la misma. Una forma muy recomendable de disminuirla es la siguiente: cuando se tiene mucha sed, no es aconsejable calmarla de entrada con cerveza, ya que de esa forma nos tomaremos más de las deseadas, sino pedir un cerveza y una botella de agua al mismo tiempo. Tomar primero el agua y luego la cerveza; de esa forma se beberá mucho menos.
El consumir alcohol debe ser una opción personal que hay que llevar a cabo de una manera responsable, pero por supuesto nunca se debe tomar durante el embarazo, la lactancia o la infancia y desde luego si se va a conducir.