TAMAÑO DEL ESTÓMAGO
Hay un dicho muy popular que dice que «no hay que llenar el ojo antes que la tripa». Este refrán no significa otra cosa que a veces, sobre todo cuando tenemos mucho apetito, con la vista abarcamos más comida de la que luego el estómago es capaz de acoger, y es un buen ejemplo que sirve para lo anteriormente comentado sobre de las dos manos y la cantidad de alimentos que caben en ellas.
El estómago de cada persona viene a ser del tamaño de ambas manos —naturalmente, de forma aproximada—, y la cavidad que queda en el centro, su capacidad. Por supuesto, esta no tiene nada que ver con el apetito.

Es curiosa la cantidad de leyendas que existen sobre esto. Hay personas, por ejemplo, que están convencidas de que comen mucho porque tienen el estómago grande y hay que llenarlo, como si su estómago fuese consciente y determinara lo que se come y lo que no. Me lo han dicho y lo he oído infinidad de veces. Suelo explicar que el estómago es como el carrito de la compra que recibe lo que le ponemos dentro y que no piensa por sí solo. El hambre no está en el estómago, sino en el cerebro, con lo cual queda suprimida la excusa de «echarle la culpa» a este y no a la propia decisión.
Cuando empezamos a comer y beber —no olvidemos que el líquido también ocupa lugar—, el estómago comienza a llenarse. Su capacidad no es mayor de un litro o litro y medio —y ya es mucho—. Si no lo llenamos, nos levantaremos de la mesa sin notar que tenemos estómago.
Sin embargo, si el estómago ha completado su capacidad, generalmente sin darnos cuenta, y nosotros insistimos en seguir comiendo, se dilatará un poco —lo que le permiten las vísceras que tiene alrededor, que no es mucho— y se expandirá algo más hacia delante, obligando, literalmente, a «aflojarnos el cinturón». Si esto sucede, ya hemos comido demasiado. Pero si aun así proseguimos comiendo, llegará un momento en que no será posible más dilatación y entonces aumentará la presión en el interior. Es como si a una bolsa de plástico en la que caben tres toallas metiéramos seis. ¿Qué es lo que hacemos para lograrlo? Empujar y apretar, y de ese modo aumentamos las presión dentro de la bolsa. Esto exactamente es lo que hace el estómago —bueno, el estómago no, nosotros intentando meter las seis toallas donde solo entran tres—. Cuando eso sucede empezamos a notarnos pesados o muy pesados. «Hay que ver lo bien que hemos comido», decimos. Quizá, pero si el estómago pudiese hablar seguro que contestaría: «Sí, muy bueno, pero mucho».
El pobre estómago protestará porque ahora es cuando empieza su trabajo, ya que tiene que llevar a cabo el vaciamiento de todo lo ingerido hacia el duodeno. Y si encima, como luego veremos, esa comida está poco masticada, el proceso digestivo será eterno y molesto.
Hay personas que tienen la costumbre de comer de la forma que hemos descrito y piensan que su estómago no digiere bien. Esto es motivo de muchas consultas —«Le pasa algo», me dicen refiriéndose a su estómago—, cuando simplemente lo que les ocurre es que le someten a un «esfuerzo» cuantitativo para el que no está preparado.