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Todavía furiosa, Reina vuelve a escribir «Esther Parra» en la barra del buscador. De nuevo encuentra la página oficial de la escuela, que ya conoce —«¿Te gustaría trabajar como especialista de cine?»—, pero ahora va directamente a la pestaña de Vídeos que antes ha pasado por alto. Todo son recopilaciones de escenas de películas grabadas en Risky Shot. Tiene que esperar hasta la segunda pantalla para encontrar una entrevista con Esther Parra. No dice quién la realizó ni dónde se emitió. Parece poco profesional. Quizá una pequeña televisión local o uno de esos trabajos que los estudiantes de periodismo tienen que presentar al final del segundo curso. El titular que lo anuncia dice «Me gusta saltarme todas las normas». Lo abre, pulsa el triángulo y presta atención. Un presentador jovenzuelo con gafas de pasta verdes lee con poca soltura una presentación que lleva escrita en un papel.

Esther Parra no confiesa su edad, pero seguro que tiene más de cuarenta, quizá cuarenta y tres o cuarenta y cuatro. Mide solo un metro y cincuenta y un centímetros, pesa cuarenta y ocho quilos y de pequeña fue expulsada de tres escuelas, pero nada de todo eso ha sido impedimento para que sea una de las mujeres más influyentes de su sector —el de los efectos especiales para el cine— en toda Europa, y que incluso haya trabajado en algunas superproducciones americanas, sobre todo como conductora en persecuciones de alto riesgo. Hace nueve años decidió reinventarse fundando en solitario la empresa Risky Shot, que en poco tiempo se ha convertido en todo un punto de referencia para profesionales y aficionados. Entre quienes la conocen, Parra tiene fama de perfeccionista, exigente y más bien excéntrica. Su mayor talento es, como a ella misma le gusta reconocer, «descubrir diamantes en bruto». Le gusta rodearse de gente joven y ayudarlos a encontrar (en sus propias palabras) «la manera de dar todo lo que llevan dentro». Hoy está aquí para hablarnos de sus próximos proyectos profesionales y también para contarnos algún detalle de ella misma, que se autodefine como una mujer difícil, acostumbrada a ir por libre y adicta al éxito, tanto personal como económico. Buenas noches y bienvenida, Esther Parra.

Solo la ha visto sonreír para saludar y ya le cae mal. Observa sus movimientos y su indumentaria. Una mujer atlética, con un cuerpo delgado y fibroso, brazos musculados. Embutida en unos vaqueros muy ceñidos y un top negro transparente bajo el cual se le marca un sostén también negro y unos pechos inflados y redondos como dos bolas de petanca. Ninguna joya. Las ondas muy bien definidas de una melena perfecta —de peluquería, claro— se le desparraman sobre los hombros. Tiene una mano apoyada en una rodilla y las uñas pintadas de color rojo Chanel. Los zapatos son de tacón de aguja. Una mujer que se gusta cuando se mira al espejo.

La grabación tiene lugar en una nave de grandes dimensiones. Detrás de la entrevistada se ve un tatami enorme, un colchón inflable de color negro, una estructura metálica similar a un andamio y medio coche pintado de color negro. Está claro que el sitio tiene que ver con su entorno profesional. Quizá sea su propio local.

El entrevistador debe de tener uno o dos años más que Alberto. Quiere saber cuáles son los proyectos profesionales inmediatos de su invitada. Le tiemblan las manos, tal vez de los nervios, y la pone tan nerviosa que Reina prefiere no mirarlo. Aprovecha para leer la pantalla que anuncia los vuelos y comprobar si hay novedades. Todo continúa igual. Lento. Solo vuelve a la entrevista cuando Esther responde. Ahora tiene un nuevo proyecto que le ilusiona mucho, dice. Una colaboración con un estudio muy importante de Estados Unidos para rodar una película de acción en la República Dominicana. Es el proyecto más grande en el que ha participado hasta ahora, todo un lujo tanto por el presupuesto como por el periodo de preparación y ensayo. Es muy importante tener tiempo para ensayar, para preparar a los actores. Aquí casi nunca disponemos de él. Trabajar con grandes presupuestos tiene muchas ventajas. Y al margen de esto, tiene también proyectos europeos y nacionales y alguna serie de televisión que rodarán a partir de…

El presentador le pregunta cómo ve la situación del cine español y europeo.

Esther contesta con desgana: Europa son muchas cosas. Hay países que están muy bien, como Francia, que realmente cuidan y valoran la cultura. Otros, menos. Y luego estamos nosotros. Aquí, hacer cine significa pasarse la vida mendigando dinero y trabajando a bajo coste. No hacemos lo que sabemos ni lo que podríamos hacer. Solo lo que podemos, y gracias.

La siguiente pregunta también es tópica: ¿Cómo se siente una mujer al trabajar en un mundo de hombres?

Esther siempre se ha sentido muy cómoda con todos sus compañeros masculinos. A veces está muy bien ser la excepción, opina. En la vida hay que saber sacar provecho de todo, especialmente de las cosas que no tienen remedio, como ser un hombre, una mujer, alto, bajo o más feo que un zombi. Se lo remarco mucho a mis alumnos, en la escuela: tienen que aprender a sacar provecho de esa parte de ellos mismos que no pueden cambiar. Y de todas las demás, también.

¿Cómo ha hecho ella para sacar provecho?

Esther Parra no cree que esta sea la ocasión ni el lugar para decirlo. Si quiere, un día quedan a solas y se lo cuenta con todos los pormenores. Esta frase, provocadora y fuera de lugar, Parra la pronuncia acercándose a menos de medio metro del entrevistador y mirándolo fijamente. Es un gesto de superioridad, de prepotencia, de poder absoluto. Más aún: de amenaza.

Por descontado, consigue lo que se proponía: el entrevistador se aturulla. Se le caen los papeles. Tiene que recogerlos y ordenarlos de nuevo. El plano es único y lateral: muestra a Esther sentada como una diosa impasible mientras el pobre chico recoge los papeles que han ido a caer a pocos centímetros de las puntas de los zapatos de ella. Tan deprisa como puede recomponerse, el sufrido entrevistador prosigue con la entrevista:

Tiene entendido que no le gusta conceder entrevistas y quisiera saber por qué motivo. ¿No se supone que para los de su gremio es bueno salir en televisión? ¿Que la publicidad siempre es buena? El pobre suda porque ya ve que el guion le arrastra hacia zonas oscuras.

Enseguida se lo cuenta para que lo entienda, contesta ella. Ante la cámara, lo que de verdad le gusta es saltar o quemarse viva. Tampoco le importa desnudarse, si es necesario. Pero hablar sí que no. Hablar la pone nerviosa, porque no se le da bien, y nunca sabe qué decir. Esa es la razón, ya ve, por la que no concede entrevistas. Esa, y que no le faltan clientes, porque gracias a Dios su empresa es la mejor y la más competitiva. Además, no cree que su vida tenga ningún interés para que alguien quiera conocerla. No le gusta aburrir a la gente, añade, y aún menos aburrirse.

Las arrugas alrededor de los ojos de Esther Parra son delatadoras. También esa manera de torcer la boca. Eso que dice no se lo cree ni ella. Si no concede entrevistas es porque quizá esconde algo. Se siente irresistible, por encima del común de los mortales. Esther Parra está profundamente enamorada de Esther Parra.

El entrevistador, con una mueca boba, rendido a sus pies, le dice que a él le parece muy interesante. Y añade que según su modesta opinión hablar ante la cámara se le da la mar de bien, así que no entiende por qué no…

¿Te repito la respuesta, cariño?, dice ella, a quien le sobran babosos, seguro, mientras sonríe, tentadora, malévola. Se le dan mucho mejor otras cosas, añade, ojalá pudiera demostrárselo algún día. Pobre pardillo, nunca se ha sentido más superado por las circunstancias.

Reina querría mandar a la mierda esta parida. ¿Semejante imbécil es directora de qué? Si continúa es solo porque tiene algo que ver con su hijo, aunque no entienda de qué manera pueda haber ocurrido.

Ni siquiera se sabe mucho de su vida privada, apunta el entrevistador, que desea saber por qué ha sido siempre tan celosa en ese asunto.

Ella responde que a nadie le importa su vida privada. No quiere que la critiquen por algo que solo la atañe a ella. Le gusta vivir a su manera y punto.

Esther Parra acaba cada respuesta con un gesto de suficiencia. Apoya un codo en el respaldo de la butaca y estira un poco los labios hacia atrás y hacia abajo. Es una persona convencida de que tiene el mundo a sus pies, o que lo puede tener en cuanto se lo proponga. Habla elevando la barbilla y moviendo las manos. Se toca mucho el pelo, cruza y descruza las piernas. No puede afinar más porque la modesta cadena de televisión se conoce que no tiene suficientes medios para instalar una cámara que enfoque solo a la entrevistada y el plano de la entrevista es fijo, general y ligeramente lateral.

Antes de despedir a la invitada de hoy, a quien agradecen mucho que haya hecho una excepción y les haya concedido este privilegio, han preparado una pequeña sorpresa en forma de vídeo, anuncia el presentador. Es un montaje de los mejores momentos de sus participaciones en algunas películas. Esther Parra sonríe, parece que halagada, y acto seguido entra el vídeo. Música trepidante y sucesión de escenas de acción: un duelo de esgrima acrobática con volteretas y persecuciones; un salto volador desde la almena de un castillo —ella vestida de guerrera medieval—; una persecución vertiginosa entre un coche y una moto por una sucesión de túneles oscuros que termina con el coche —el del malo— cayendo por un barranco. La última imagen es del making off de la misma película: muestra la moto llegando al box de los especialistas. La conductora hace la señal de la victoria con las manos y levanta la visera. Debajo aparece la misma mirada de la mujer de la entrevista pero unos quince años más joven. Se baja la cremallera del mono y muestra unos pechos tan perfectamente redondos que solo pueden ser de mentira. Solo entonces se da cuenta de que el mono que se ajusta al cuerpo de la motorista como si quisiera estrangularla es dorado, al igual que el casco. Un casco integral con una visera negra. Como el de la foto que le ha descrito Félix hace apenas unas horas.

Decide enviarle a Samuel el enlace a la entrevista. Necesita su opinión. También necesita cualquier excusa para saber qué hace, cómo está, si quiere hablar con ella o si considera que no tienen ya nada que decirse, si este es uno de esos asuntos que, según él, caen por su propio peso o si todavía merece la pena dedicarle algo de tiempo.

Si ya ha pensado en dejarla o todavía no.

Todo el bien y todo el mal
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