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Ahora mismo, lo que tiene en la mano no es un aparato para comunicarse a distancia, es decir, un teléfono. Es más bien un oráculo, un vidente, una sibila, algo de todo lo anterior, porque lo que ella ansía es una respuesta, algo de tranquilidad que le permita aligerar un poco el peso como de piedras que siente en el alma.
No debería hacerlo, cuántas veces ha oído que no hay que buscar en Internet información médica. Siempre es un error, además de un lío. Sin embargo, la tentación es irresistible y las circunstancias, favorables. Tiene todo el tiempo del mundo, más dudas que nunca y en las manos un aparato capaz de satisfacer cualquier curiosidad. En el buscador escribe «Suicidas reincidentes». Aparecen más de veinte mil resultados. Estadísticas, factores de riesgo, enfermedades mentales asociadas, causas más comunes… Cada artículo es un pozo profundo en el que dejarse caer.
Abre el primero. El que se titula «Evaluación del riesgo de reincidencia en suicidas». Uno de cada cuatro lo vuelve a intentar. Los primeros seis meses después del primer intento son la época de mayor riesgo. Durante los doce meses siguientes las posibilidades son cien veces más altas que en personas que nunca lo intentaron. Una tercera parte lo intenta de nuevo. Un diez por ciento lo consigue. Algunos lo planean durante años, lo organizan. Son los casos más difíciles, casi inevitables, según los psiquiatras consultados. Nadie puede vigilar a otra persona las veinticuatro horas del día. Quien quiere matarse y lo planifica bien, lo logra. Los hombres se suicidan más que las mujeres. Los viejos —más de sesenta y cinco—, más que los jóvenes. Entre la población de quince a veintinueve años, la autoeliminación —el eufemismo le fuerza una sonrisa triste— es la segunda causa de muerte en todo el planeta. Entre los motivos más frecuentes se habla de «conducta familiar suicida». Por lo visto, las ganas de matarse se transmiten con independencia del trastorno que las acompañe. Es genético, no hay nada que hacer. Se ha comprobado en personas adoptadas que mantenían las tendencias suicidas de sus padres biológicos. La agresividad impulsiva tiene el cincuenta por ciento de culpa. La otra mitad depende de factores denominados «ambientales». Es decir: abusos, violaciones, palizas, maltrato físico y psicológico y todo tipo de circunstancias difíciles transitorias como, por ejemplo, rupturas de pareja, dificultades económicas, pérdida del trabajo, muerte de un ser querido, fracaso escolar, sentimiento de soledad…