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Se acerca una chica que sonríe.

En las actuales circunstancias una chica feliz es una amenaza. Hace rato que la observa sin prestarle mucha atención. Mariposea de mesa en mesa, habla con los clientes aburridos de esperar. Es rubia, bonita, muy joven. Viste el uniforme de la cadena de hamburgueserías: pantalones negros, camiseta a rayas azules, una gorra con un logotipo dorado en el centro. Aunque lo más inquietante es su sonrisa. Reina no puede enfrentarse a ella. Hoy no.

Buna seara! —saluda la muchacha—. Vorbiti româna?

Reina dice que no. No habla rumano, aunque de tanto escucharlo identifica algunas palabras. Cada vez que visita Rumanía piensa lo mucho que le gustaría aprender a hablarlo.

English? —pregunta ahora la chica risueña.

Sí, inglés sí. Continúan en inglés, qué alivio. Es toda una paradoja que dos descendientes del Imperio romano tengan que entenderse en una lengua germánica. No es lógico, pero es así. Europa dejó escapar una oportunidad de oro de hacer del latín la lengua franca de sus ciudadanos. Sería tan hermoso que esta rubita veinteañera y descendiente de dacios le dijera a Reina, descendiente de íberos:

Vobum vesperam! Tu loquerisne Latine?

Y ella pudiera responder, orgullosa:

Scilicet! Audivi te.

En lugar de eso se entienden en la lengua de los bárbaros, que la chica de la Dacia utiliza con gran soltura, como si fuera la suya propia:

—Mañana es primero de marzo —le dice agachándose un poco para que la escuche mejor—, un día muy especial para nosotros, los rumanos. Celebramos la llegada de la primavera, aunque este año hay que reconocer que la meteorología no nos ayuda mucho. El uno de marzo simboliza el triunfo de la luz sobre las tinieblas, es decir, del bien sobre el mal, y es tradicional regalar una especie de… —Aquí la chica dacia duda qué palabra escoger—… pin, colgante, broche, bueno, en realidad le llamamos martisor, y me gustaría regalarle uno. Espero que nadie se me haya adelantado. Tome.

Deposita sobre la mesa una mariposa dorada de la cual penden un par de cordoncitos trenzados en hilo de seda blanca y roja.

—El blanco simboliza el invierno —continúa la chica— y el rojo, la primavera. Tiene que ponérselo en la solapa antes de que salga el sol y llevarlo todo el día de mañana. Lo ideal es lucirlo hasta que los signos de la primavera comiencen a notarse: la floración de las rosas, el regreso de las golondrinas o de las cigüeñas. Solo entonces puede quitárselo, pero no debe tirarlo, sino colgarlo en la rama de un árbol. Si hace todo lo que le digo el martisor le traerá suerte, esperanza y calma.

—Ah, es una especie de amuleto —dice Reina, estudiando el pequeño objeto, que trae un imperdible por detrás, para sujetarlo a la ropa.

—Podríamos llamarlo así —sonríe la chica dacia—. Un amuleto que celebra el amor por la vida y el resurgimiento de la naturaleza. ¿Quiere que se lo ponga?

—El amor por la vida —repite Reina y ya lo tiene claro—: Pónmelo, por favor. Creo que lo necesito.

La chica dacia sujeta el amuleto en forma de mariposa en la solapa del abrigo de la mujer íbera. Después forma un lacito perfecto con el cordón rojo y blanco y se preocupa de que quede bien colocado, con los dos cabos a la misma altura y lo bastante separados uno del otro. Todo muy laborioso.

—¿Cómo se dice «mariposa» en rumano? —pregunta Reina.

Fluture.

Merci. —Utiliza esa palabra para «gracias» a propósito, porque sabe que la comparten; que, como tantas otras, en rumano es casi idéntica.

El paso de aquel imperio lejano que se lo arrebató todo a tanta gente, a ellas dos les dejó dos mil palabras comunes que no les sirven para comunicarse.

Todo el bien y todo el mal
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