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Los aeropuertos son una transición. Los seres vivos necesitamos transiciones. Alejarnos un poco de lo que dejamos atrás, acercarnos poco a poco a lo que nos espera. El frío de los aeropuertos, las largas distancias, el tiempo muerto e incluso el aburrimiento, todo es parte de una liturgia imprescindible.
Reina aprovecha que ahora tiene que moverse para hacer todo eso que necesita desde hace rato. Va al baño. Hace pis, se lava la cara, se peina con los dedos. Tiene un aire de tristeza que la entristece más aún. Compra una bolsa de patatas chips y se las come apoyada en la pared, contemplando a la gente que se amontona por todas partes. En todas partes hay demasiada gente, todo está colapsado. Hay jóvenes con guitarras que cantan Guantanamera, guajira guantanamera…, viejos que regañan a la parienta, hombres con traje y corbata gritando por teléfono en varios idiomas, y mucha gente pacífica y aburrida ocupada en pasar el rato como puede: observar, leer, dormir… En su búsqueda de un lugar donde enchufar el móvil —no es fácil, porque enchufes hay muy pocos y en cambio hay muchos aparatos que necesitan enchufarse— se detiene ante dos pantallas. La que informa de los vuelos, donde el de Barcelona es solo una mentira, con una hora prevista que ha caducado hace rato y un aviso rojo que solo dice lo que ya se sabe: Delayed. No son buenas noticias, vale, pero ya no siente aquella rabia de hace unas horas, aquella oclusión dentro del pecho. Debe de ser el aeropuerto, que la apacigua. Quizá sea el diseño, o la luz, o la sonoridad como de pecera, o las señales acústicas que preceden a los avisos, o quizá los avisos mismos oculten un código secreto que narcotiza a la gente. Dicen Please do not leave your luggage unattended una y otra vez como si fuese algo importante que hay que saber y en realidad se trata de un sortilegio que amansa a la gente, que la vuelve gobernable. Reina se siente de pronto más mansa que nunca. También más desgraciada.
La segunda pantalla donde se detiene es la de las noticias. No tiene activado el volumen. Durante un rato observa a los protagonistas de la actividad del día gesticular sin palabras. Lo que la gente dice nos distrae de lo que realmente es importante: los gestos. Más de la mitad de lo que expresamos no es a través de las palabras. Silvio Berlusconi, Donald Trump, Theresa May, Carles Puigdemont, Donald Tusk, Nicolás Maduro, Valentino Rossi… Si se presentaran a uno de sus procesos de selección, los descartaría a todos. Necesitan un asesor para aprender a gesticular, a no delatarse, a mentir con más solvencia. La sinceridad absoluta es insufrible. Incluso en aquellos que no nos importan.
Finalmente aparece la chica del tiempo bailando ante el mapa de Europa sobre el que avanza —dirección sudoeste— la mancha azul de Prusia de la tormenta. El mapa de símbolos está abarrotado de nubes que expulsan rayos rojos. El panorama es poco esperanzador. Más le vale encontrar un enchufe. Y comprarse una botella de agua. Las patatas le han dado mucha sed.