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«Te llamo en cinco minutos», dice el mensaje de Sam. Ella solo contesta: «Por fin».
Son las siete y media. Comienza a elaborar una lista de preguntas para Sam, pero lo deja. Las preguntas que querría formularle no caben en ninguna lista. Desde hace tres horas todas las certezas se han acabado.
Tres horas en las que empieza a conocer los temores que habrán de acompañarla mucho tiempo, tal vez años, tal vez para siempre.
Tres horas en las que piensa dónde meterá tantas novedades, en qué cajón de abajo de qué cómoda vieja le cabe tanta angustia, tanta inquietud, tanto pánico y tantas noches sin dormir como habrán de venir.
Tres horas en las que se pregunta quién es su hijo en realidad, además de un extraño a quien adora sin saber qué piensa, ni de qué es capaz, y a quien teme porque la hace vulnerable.
Solo hace tres horas que la vida se ha desbordado.