PRÓLOGO DE
DOLORES REDONDO
«VALLADOLID»
Valladolid. Llovía. Desde la cristalera del restaurante podía ver que el viento amenazaba con llevarse la carpa acristalada donde daríamos la rueda de prensa. Frente a mí, un tipo calvo y atlético que insistió en comerse el pescado sin salsa. Yo le firmé El guardián invisible, él me firmó Memento mori. Reproduzco aquí su dedicatoria:
29-IV-2013
Para Dolores, admirada compañera. Es un placer y un privilegio compartir este comienzo contigo. Te auguro un futuro cojonudo. Estamos obligados a mantener el contacto. Besos. César.
Con cada novela de César han ido desapareciendo las dudas que pudiera albergar sobre su capacidad visionaria. Del augurio no voy a decir nada, pero la sentencia, la obligación de mantener el contacto, se ha revelado en una sólida amistad cimentada en aquel comienzo común, basada en la admiración, el respeto y en la suerte loca que ha hecho que nuestras familias se caigan bien y encajen en gustos musicales y culinarios, que nos «obligan» a encuentros, ya institucionalizados, en torno a la mesa, el vino y el mar.
Cuando leí Memento Mori pensé que era un tipo talentoso, trabajador y apasionado de la escritura. Me gustó desde el principio, porque entre todas las peculiaridades y tormentos de un escritor, admiro el espíritu, la pasión por lo que se hace y esa especie de fiebre que domina al que crea desde dentro, esa hambre y esa sed que solo se sacia temporalmente escribiendo. Una suerte de rabia que te despierta de madrugada, que no te deja dormir. Creo que de insomnios, César y yo, sabemos un poco.
Cuando llegó la segunda novela, Dies irae, me pareció soberbia, y desde entonces no he dejado de quitarme el sombrero con cada libro y ante uno de esos autores que casi asusta por su poderosa narrativa y el dominio que ejerce sobre ella, un dominio que los que nos dedicamos a esto distinguimos y codiciamos. Al contrario que con otros autores, a los que descubres y en los que aprecias su evolución en cada libro, César Pérez Gellida me ha producido siempre la sensación de hallarme ante un grandioso prestidigitador, alguien que controla cada pase desde el génesis, desde aquel Memento mori germinal. Y cuando decide mostrarte más, te das cuenta de que no es que haya aprendido, de que no estás viendo una evolución, que el muy cabrón tenía esos ases desde el principio, y no en la manga. Te los ha mostrado, los ha paseado ante tus ojos distrayendo tu atención como solo un mago sabe hacerlo; que no es solo un buen jugador, que es un maestro. Domina la técnica, la dosis exacta, la medida del lector. Rabioso, feroz. Siempre me pregunto por qué no ha ganado ya todos los premios de novela negra de este país. La respuesta está unas líneas más atrás.
Sé que se espera que diga que con A grandes males nos encontramos ante la mejor novela de César Pérez Gellida, que ha alcanzado unas cotas, respecto a estructura y contenido, que no había tocado en sus anteriores novelas. Sin duda esta segunda trilogía nos conduce a un nivel superior, subyace el objetivo claro de escapar de la estética del homicidio como eje principal de la novela negra logrando que el componente de investigación de un asesinato no sea lo único que justifica una novela. Sarna con gusto tiene una trama principal y vertical sobre un secuestro, y al mismo tiempo esboza otra horizontal que es la que va creciendo en Cuchillo de palo (cuya trama vertical se centra en la evolución del personaje de Sancho) y desemboca en A grandes males como único argumento.
Decir que esta es la mejor novela que César Pérez Gellida ha escrito hasta la fecha sería injusto, como injusto sería calificar de superior el número final de un artificio, de una prodigiosa puesta en escena que culmina en una magistral conclusión. Alcanzar la cumbre no tendría objeto si careciese de la aspiración de hacer algo extraordinario, de no estar cimentada sobre la cuidadísima estructura que a cada paso ha ido componiendo el autor. Leerlo es como escalar los niveles del emblemático palacio Barolo de Buenos Aires, diseñado y construido por la masonería con el propósito de albergar los restos de Dante y que el autor introduce con acierto en la trama. ¿Tendría objeto una cúpula sin cimientos? ¿No es tan importante la primera piedra como la última? Tengo la certeza de que el propósito que movió a los masones, desde el principio del proyecto hasta su cúspide, es el mismo que guía a Gellida en su obra, y me produce la misma sensación, la de hallarme ante la culminación de un misterio que el autor ha ido haciendo crecer ante mis ojos y que alcanzo a ver ahora, en toda su plenitud.
Aclarado esto, creo, entre tú y yo, lector, que estamos ante la mejor novela que César ha escrito hasta la fecha y, aunque suene un poco elitista, opino que, en manos de otro autor, esta obra habría quedado al alcance de muy pocos por su estructura y contenido. De mayor dimensión literaria, un ejercicio de equilibrio al borde del abismo sobre el que se tambalea la feroz condición humana, entretejida en dosis perfectas y terroríficas con una ficción tan vibrante, analítica, predictiva, e intuitiva de la realidad que subyace tras las noticias que leemos a diario en la prensa y que, solo a algunos, nos lleva a afianzarnos en la opinión de que hay mucho más detrás de lo que alcanzamos a ver.
Disfrutemos.
DOLORES REDONDO