GRIS ACERO SOBRE BUENOS AIRES

Frente al Palacio Barolo. Avenida de Mayo, 1370

Buenos Aires (Argentina)

Septiembre de 2013

Desde los pies del edificio su perfil se recorta rollizo sobre la plancha acerada que cubre el cielo porteño. Bujalesky está ensimismado, como si fuera la primera vez que se enfrenta a esa visión. Él no se da cuenta, pero está canturreando una canción que Erika no se atreve a interrumpir.

La vida es una estatua que se estrella contra mí.

Un campo de estrellas que se pelea.

Sos lo que me esperaba vos esperabas algo más.

Y yo en la enredadera que se pelea.

Lo gritó mas fuerte que el que mas fuerte gritó.

Lo gritó más fuerte.

Gris acero en Buenos Aires otra vez.

Soy yo, protégeme de mí.

Podría ser más fácil o podría ser peor.

El paraíso y el infierno que se pelean.

Las luces son demonios que sonríen cuando te ven pasar.

¡Pero qué poco brillan tus sonrisas!

Todos tus secretos nada valen si no estás.

Todas las mentiras todas vienen al final.

Todos tus secretos gris acero en Buenos Aires otra vez.

Soy yo, protégeme de mí.

Soy yo, protégeme de aquel que fui.

Que fui.

Se han desplazado hasta allí caminando, dado que la fobia que sufre Bujalesky le impide viajar en taxi. Por lo menos en los de Buenos Aires, con los techos pintados de color amarillo. Algo parecido le sucede con el Subte, cuyos trenes también lucen mayoritariamente esa tonalidad. La sola mención de la palabra le genera un cuadro de ansiedad agudo. Cuando el argentino se lo ha confesado, Erika lo ha relacionado de inmediato con esa sensación de carencia que ha sentido en su casa. No ha querido indagar en la cuestión por el mismo motivo que a ella le cabrea cuando alguien quiere saber cómo es eso de ser bipolar. Durante la caminata, el argentino ha aprovechado para explicarle la turbulenta relación que mantuvieron el promotor de la obra, Luis Barolo, y el arquitecto, Mario Palanti.

—Cuatro años —apunta Bujalesky—. Esta mole de hormigón armado fue levantada en solo cuatro años. En su día fue la edificación más alta de Latinoamérica. Su estilo es inclasificable, hay muchas etiquetas que se inventaron para poder definirlo, pero yo siempre digo y diré que el Barolo es el Barolo. Sin más. Palanti estaba muy influenciado por la volumetría de corte oriental, lo cual está reflejado en su cara externa, ¿viste? Fue totalmente revolucionario para la época, pero no se entendió como a él le habría gustado.

—A mí me gusta —valora Erika—. En efecto, es distinto.

—Desde luego que lo es. La entrada se concibió como un pasaje que comunica la avenida de Mayo con Hipólito Yrigoyen, antes la calle Victoria. Lo tuvieron que hacer así para saltarse la normativa municipal de construcción que limitaba la altura que podían alcanzar los edificios. La logia supo utilizar bien sus influencias políticas para construir justo acá un danteum.

—¿Justo acá? —repite ella.

—Lo que ya te dije, justo donde se alinea con la Cruz del Sur y justo sobre una corriente de agua. Las directrices masónicas establecen que los templos han de cimentarse sobre un curso de agua y por acá pasa un ramal subterráneo de un arroyo ahora entubado. El lugar para levantar el Templo era este, no otro. Un templo con disfraz urbano —precisa.

—Ya veo.

—Cien metros de altura, como cien son los cantos de la Comedia. Cantos que están compuestos por once o veintidós estrofas. Veintidós, como el número de letras que conforman el lema de la Congregación: Coelestes sequitur motus, como los pisos del edificio, como los módulos de oficinas por bloque, once por frente. Once, como las sílabas de los tres versos que componen las estrofas de la Comedia. Terza rima. Total treinta y tres, como los grados de la masonería según el rito escocés, como el total de cantos de cada una de las partes que conforman la Comedia, más uno introductorio.

—No pueden ser coincidencias, claro.

—No, ninguna lo es. El once es el número de la Fede Santa. El número veintidós, dos veces once, también está ligado al concepto de la perfección pitagórica.

—¿Por qué?

—Veintidós entre siete es la relación de la circunferencia con su diámetro y en la Antigüedad el círculo era la figura perfecta, ¿sí? En el edificio esta relación la encontramos en los veintidós pisos y los siete ascensores que recorren el cuerpo central del edificio, que es el purgatorio, comunicando así el infierno y el paraíso. Veintidós dividido entre siete es tres con catorce.

—El número pi.

—El cual se representa con una doble «T» mayúscula que comparte la línea horizontal superior. La misma «T» que usa la Orden del Temple en sus inscripciones.

Erika frunce el ceño.

—Al margen de esos siete ascensores, hay dos montacargas más y…, esto te va a encantar, otros dos que están ocultos en las columnas centrales y que Barolo ordenó construir para poder moverse por el edificio sin tener que toparse con los molestos inquilinos.

—Un tipo listo el tal Barolo.

—A la vista de cómo terminó, no demasiado. Y ahí volvemos de nuevo a los mensajes encubiertos tan propios de la masonería. Siete ascensores visibles, el número pi, la perfección; con los ocultos suman nueve. Nueve es el número que representa la multiplicidad indefinida, ¿entendés?

—No mucho, la verdad.

—Ayer te decía que el número tres representa a la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, el todo con mayúsculas para el cristianismo. La Orden del Temple adopta la idea del tres como la perfección, pero la Fede Santa va más allá y dice que el nueve, tres veces tres, es la esencia misma de lo perfecto, donde se halla la verdad. Verás: ¿nueve por tres?

—Veintisiete.

—¿Por tres?

Erika calcula.

—Ochenta y uno.

—Ocho más uno: nueve, otra vez. Multiplicidad indefinida.

—Pues vale. Me quedo como estaba. Los números no son lo mío, así que… ¿podemos omitir la numerología ocultista?

Bujalesky agita la melena.

—Me decías antes —retoma ella— que Barolo accedió a financiar la construcción a cambio de que le dejaran rentabilizar la inversión haciendo del edificio un bloque de oficinas para alquilar. Supongo que eso era solo parte del atrezo, ¿no?

—Tal cual. A la Gran Logia de los Puros no le interesaba el uso que fuera a darle al edificio, porque lo que en verdad les importaba eran otros menesteres.

—Albergar los restos de Dante.

—Hay una historia muy larga al respecto, pero para ilustrártela con exactitud es mejor que la escuchés vos directamente de la boca de Telmo, que es mejor narrador que yo. Ya te adelanto que no hay pruebas fehacientes que nos inviten a pensar que lograran traerse los restos del primer Gran Maestre de la logia. Hay muchos indicios, cierto, pero puede que todo se explique en un fabuloso movimiento de distracción.

Erika frunce el ceño.

—Prestidigitación —define el experto—. Los buenos masones son magos excelentes. ¿Cómo consiguen completar los magos esos increíbles trucos bajo la atenta mirada de los espectadores? Creando una distracción en el momento propicio. Nada por acá, nada por allá y de repente… ¡zas! Pero para que funcione primero tiene que atraer la atención de todos hacia el lugar equivocado. Un propósito inalcanzable, como era traer a Buenos Aires los restos del poeta más grande de todos los tiempos y padre de las letras italianas, lo es.

Escuchando los calificativos que le dedica a Dante, Erika constata que cada vez que Bujalesky nombra al poeta italiano todo cobra tintes divinos.

—Es decir, que cabría la posibilidad de que ellos mismos se hubieran encargado de hacer correr el bulo del asunto de las cenizas de Dante para desviar la atención del verdadero propósito del edificio: esconder El Cartapacio de Minos —razona Erika.

—Exacto. Igual que hicieron cuando se inventaron el mito de los Illuminati.

Erika lía un cigarro para fumarse su avidez de información.

—¿Qué mejor forma de ocultar su propia existencia que creando otra organización de corte siniestro cuyo único objetivo es manejar los designios de la humanidad? Parten de un hecho real y lo transforman en un bulo. Es cierto que existió una logia, sin demasiada importancia, eso sí —aclara—, llamada los Illuminati de Baviera, cuyos ritos bebían del misticismo propio del rosacrucismo para infiltrarse en otras logias con mayor influencia política. Hasta acá la realidad, el resto es pura especulación que ellos mismos se encargan de alimentar. O se encargaron, porque cuando una creencia ha sido admitida por el sujeto ya no hay vuelta atrás.

Erika se gira para mirarlo sorprendida.

—¿Qué sucede, doctora? ¿Dije algo malo?

—Mi padre repetía mucho una frase de Robert Oxton Bolt: «Una creencia no es simplemente una idea que la mente posee, es una idea que posee a la mente».

—Desconocía la cita, pero es una verdad incuestionable. Tu padre y yo nos entenderíamos bien.

—Pufff —resopla Erika imaginándose una conversación entre ambos.

—Cuanto más abunda la ignorancia más sencillo resulta el engaño y más profundo cala. Si preguntamos a cualquiera de estas personas que pasean por acá, alguna te dirá que ha oído mencionar a los Illuminati, pero te puedo asegurar que a nadie, absolutamente a nadie, le sonarán la Gran Logia de los Puros ni la Congregación de los Hombres Puros. A nadie. Pura prestidigitación. Magia. Tampoco podemos descartar de manera categórica que consiguieran los restos de Dante y los trajeran a Buenos Aires —añade Bujalesky—, pero, de ser cierto, estoy convencido de que estarían acá dentro y muy posiblemente junto a El Cartapacio.

Erika da dos caladas al cigarro antes de apagarlo contra el suelo y arrojarlo a una papelera.

—Entonces, no sé a qué estamos esperando.

Millenium Park

Chicago (Estados Unidos)

Como si quisiera desentrampar la distorsión o formar parte de ella, Sancho no es capaz de separar la mirada de los edificios en miniatura que han sido atrapados por esa enorme gota de mercurio. Y como él, decenas de moscas humanas permanecen inermes al pie del monumento. La Cloud Gate absorbe las voluntades de quienes caen bajo su hipnótico influjo y el pelirrojo encuentra una analogía con su propia existencia. Es consciente de no ser dueño absoluto de sus decisiones, pero al mismo tiempo se encuentra plenamente convencido de que está haciendo lo que quiere hacer. Lo que le dicta su conciencia. Alberga la esperanza de que al atrapar a Michelson pueda pasar la última página de un capítulo de su vida que algún espíritu burlón ha escrito por él. Cuando todo termine, tiene la firme intención de agarrar las riendas y guiar su carruaje por el camino que él elija, aunque en ese momento no tenga la menor idea de adónde quiere llegar.

—No es tan malo —escucha.

—¿El qué? —pregunta a Vincent Dare sin mover los ojos.

—El café. Se puede tomar —valora entregándole el vaso de cartón.

—Gracias.

Está atardeciendo, pero ambos han convenido que tienen que alargar la jornada para combatir el cambio horario. Tras estudiar al detalle la operación que Makila les ha cocinado, el nigeriano ha propuesto salir a tomar el aire y sus pasos les han llevado hasta uno de los puntos más visitados de la urbe norteamericana.

—¿Te preocupa algo que no me hayas dicho? —quiere saber Vincent.

—No. Estaba vaciando la mente.

—¿Y qué te parece si vamos a llenar nuestros estómagos?

—Muy acertado.

—Para ello vamos a tener que movernos. ¿Te ves capacitado? —cuestiona ante la pasividad de su compañero.

—¿Crees que lo que hacemos está bien? —suelta.

—¿A qué viene eso ahora?

—Es solo una pregunta.

Vincent Dare inspira hondo. La respuesta entra por las fosas nasales y sale por la boca.

—Sí, así lo creo. ¿Tú no?

Sancho introduce los dedos en su barba en busca de algo que decir.

—En realidad, no sé si me importa. Solo sé que tenemos que hacerlo.

—Pues eso ya es algo. A veces conviene no pensar demasiado.

—Cuando uno no piensa lo que dice es realmente cuando uno dice lo que piensa —le suelta.

—Y yo te digo, sin pensar, que tengo hambre.

Palacio Barolo. Avenida de Mayo, 1370

Buenos Aires (Argentina)

Bujalesky permite intencionadamente que el entorno sea el que se encargue de transmitir las primeras sensaciones a la que considera su invitada. Porque el Barolo es su casa.

El espacio es amplio, pero la iluminación no es del todo diáfana y crea un ambiente lúgubre, cavernoso.

Erika no sabe dónde fijar la vista.

—¡Bienvenida a la antesala del infierno! Acá comienza el viaje de Dante, en la selva oscura, donde se pierde y le salen al encuentro tres bestias feroces que simbolizan la sensualidad, la soberbia y la codicia. La planta está diseñada en función de la sección áurea y al número de oro, proporciones y medidas de origen sagrado que vienen a refrendar la idea de lo perfecto, lo irrefutable. Desde el siguiente nivel hasta el piso número catorce es el purgatorio; del decimoquinto al vigesimoprimero, el paraíso. Y hacia abajo, el infierno. Si te fijás, el piso es un damero, igual que lo era el Templo de Salomón, modelo de todas las construcciones masónicas. Representa la eterna lucha entre el bien y el mal, la luz contra las tinieblas. Esos enormes rosetones del suelo vienen a recordar las llamas del infierno, dicen, aunque yo no estoy muy de acuerdo con eso, porque en el infierno que describe Dante hace mucho frío, no calor. Y un conocedor del asunto como Palanti debería saberlo, pero… bue. Si lo vieras desde la baranda circular del tercero, apreciarías unas cadenas que son una alusión evidente a la seguridad de los secretos que se encierran entre estas paredes. Pero también hay símbolos no tan sutiles. ¡Vení!, ¡vení!

Erika lo sigue hasta uno de los ascensores.

—Observá y decime qué ves.

—La «A» de «Ascensor» está hecha con la escuadra y el compás —identifica ella.

—La rectitud y proporcionalidad del buen masón. Bien visto. ¿Y la aguja que marca el piso?

Erika niega con la cabeza.

—La flor de lis. Otro recurrente icono masónico que contiene los tres valores que van a estar presentes en todas las hermandades: abnegación, lealtad y pureza. O dicho de otra forma: hacer lo que sea necesario para servir a los intereses de la logia, no dar nunca la espalda a tus hermanos y permanecer exento a las tentaciones mundanas. Preceptos que en su día fueron adoptados como las principales virtudes de los boy scouts.

—Venga ya.

—Preguntá a Robert Baden-Powell, fundador del movimiento scout.

—Madre mía…

Bujalesky eleva ambos brazos y gira trescientos sesenta grados.

—Todo lo que nos rodea contiene un mensaje, pero el desconocimiento es la mejor caja fuerte que existe. Si querés esconder algo, ponelo bien visible y a la altura de los ojos de quien no sabe mirar.

—¿Qué ilustre masón acuñó esa frase?

Bujalesky suelta una tímida carcajada.

—Telmo.

De repente, se golpea la frente con la palma de la mano.

—¡Pero si no le avisé! ¡Qué pelotudo que soy! Aguantame un minutito, que ya vengo. Al flaco se le va a parar el corazón…

Unas serpientes enrolladas cerca de los capiteles que, con sus fauces abiertas amenazan al incauto visitante, captan la atención de Erika durante la espera.

—Mirá —dice el experto ya de regreso elevando la vista—: nueve bóvedas, un paralelismo con las nueve jerarquías en las que Dante estructura el infierno. En todas ellas se pueden leer inscripciones en latín de un total de nueve —otra vez nueve— grandes obras de la literatura clásica. Algunas de ellas son de Virgilio, el guía de Dante. Allá.

El índice del dantista le indica la dirección que debe seguir.

Fundata est supra firmam petram. «Está fundada sobre tierra firme» —traduce—. Muy común en los templos cristianos. Hace alusión a lo que es el edificio en realidad: un templo, una catedral oculta. Aquella otra: Operis peracti nullus strictor iudex autore. Me encanta. «Ningún juez más justo que el autor de su obra». Por «obra» no se refiere al Barolo, sino…

—A El Cartapacio de Minos. Se refiere al juez Minos —precisa ella.

—Sí y no. Sí se refiere al autor de El Cartapacio, a Minos, pero al Gran Maestre, no al personaje, ¿entendés?

—Al Gran Maestre que adoptó ese nombre, claro, el que ideó El Cartapacio.

—«¡El autor de su obra!» —declama—. Eso es. Escuchame bien, porque en un ratito nomás te voy a desvelar quién era realmente ese hombre tan justo. Esa de allá —indica mientras avanza para ponerse en la vertical de la bóveda—: Qui fecit opus ut est ut ipse mallet novit. «Quien hizo la obra la conoce tal como es, así como él la preferiría». Claramente quiere decir que quien creó El Cartapacio es quien la conoce. ¿Qué conoce?

—La ruta, el camino para llegar hasta él.

—¡Tal cual! ¡Lo vas agarrando! Conoce el itinerario del viaje tal como es, como él decidió. Quien creó El Cartapacio es el que conoce la ruta que lleva hasta él. ¿Y la ruta solo la pueden conocer quiénes? Los que comprenden el universo de Dante. ¿Y quién era uno de los más destacados estudiosos del pensamiento de Dante de la época?

El argentino hace una pausa.

—No tenés por qué saberlo, ni siquiera lo mencioné.

—Y se trataría de…

—De Bartolomé Mitre, presidente de la nación desde 1862 hasta 1868.

—Presidente, nada menos.

Bujalesky se frota la cara.

—Este país fue cementado con argamasa masónica. ¿Vos no te fijaste en el sol de las banderas argentina y uruguaya? ¿No te resulta conocida su carita?

—Claro, en el emblema de la maldita Congregación.

—Exacto. Acá lo bautizamos como el Sol de Mayo por relacionarlo con la revolución, pero es un símbolo masónico desde mucho antes de que acá surgiera el primer atisbo de independencia. Tiene que ver con el primer grado de aprendiz. El sol y la luna siempre están presentes, simbolizan las dos vías para llegar al conocimiento. El sol es la experimental, lo que aprendemos a través del proceso vital; y la luna la inductiva, lo que nos enseñan los demás. El sol nos ilumina directamente, la luna también, pero de forma indirecta, reflejando los rayos del astro rey, ¿sí?

Erika asiente.

—El sol se acuñó en la primera moneda argentina en 1813 por intermediación de las logias rioplatenses, entre cuyas filas se hallaban José de San Martín, Simón Bolívar, O’Higgins o Manuel Belgrano, próceres de la libertad frente al yugo absolutista español.

Bujalesky desvía la mirada para capturar una serie de nombres que parecen flotar sobre su cabeza.

—Urquiza, Derqui, Mitre, Sarmiento, Juárez Celman, Pellegrini, Manuel Quintana, Figueroa Alcorta, Sáenz Peña, Victorino de la Plaza, Yrigoyen y Juan B. Justo. Y no, no es el plantel de Racing, no, es el listado de presidentes de la República Argentina que se sabe que pertenecieron a alguna logia o hermandad. De hecho, nuestro concepto de Estadomoderno nace de la simiente masónica. Desde la presidencia de Bartolomé Mitre, en 1862, hasta la de Hipólito Yrigoyen, en 1916, la Argentina tuvo, que se sepa, nueve presidentes masones.

Erika eleva las cejas.

—Pero tenés que entender algo: la masonería no es perniciosa da per sé, lo realmente… maligno —define— son las personas que, en un momento dado, adoptan unas prácticas pseudomasónicas para ocultar sus verdaderos intereses, que nada tienen que ver con la búsqueda de la razón, lo filantrópico y lo humanístico. Doctora, es muy necesario que comprendás esto.

—Me queda claro.

Una sonrisa se ensancha en la cara del dantista, asiente y se distrae unos segundos con un grupo de turistas ensimismados con el entorno antes de retomar el discurso.

—Resulta llamativo que Mitre naciera en el año 1821, justo quinientos años después de la muerte del poeta. Entre algunos seguidores de la Fede Santa existía la creencia de que cada año terminado en veintiuno nacía un nuevo Dante. Un advenimiento glorioso, una suerte de parusía cíclica milagrosa —define barbián—. Capaz que él mismo se creyó la reencarnación del poeta, ¡quién sabe! Pero si querés algo más científico, te diré que la datación del documento que me entregó Flegias, en el que se menciona por primera vez la existencia de El Cartapacio, es un acta de la Asamblea fechada en septiembre de 1865 en la que se aprueba el proyecto. Justo en pleno mandato presidencial. Aunque sería lógico pensar que llevaría trabajando en ello desde bastante tiempo antes. A lo que iba. Como se dice en el escrito, el propósito no es otro que crear una herramienta coercitiva que le sirviera a la Asamblea para controlar una hermandad que había cobrado mucho poder durante las últimas décadas. Para mí fue un hombre adelantado a su época, un visionario, prueba de ello fue que en 1870 funda La Nación percatándose de la importancia que iba a tener en el futuro el manejo de la información. Hoy todavía es uno de los diarios con más influencia de Argentina. Otro dato más: está documentado que el 21 de julio de 1860, otra vez el veintiuno, teniendo solo treinta y nueve años, asume el trigésimo tercer grado del Gran Templo de la Masonería Argentina de libres y aceptados masones. Muy precoz.

Erika arruga el entrecejo.

—Extraño —califica.

—No puedo mostrarte esos documentos; no los llevo encima, los tengo bien guardaditos.

—No lo digo por eso, lo que me escama es que llegue a ser Gran Maestre de dos logias…, me parece excesivo.

—Y, sin embargo, era algo muy común en las sociedades ocultistas, como era la Gran Logia de los Puros. Enseñan una parte para tapar otra más grande aún. Es de suponer que en esa época ya vistiera la túnica de Dante y solo dos años más tarde asume la presidencia del país. El mandato de Mitre como Gran Maestre se extiende, como dicta el Novem Regulas, hasta la fecha de su muerte, acontecida en 1906. Más de cuatro décadas durante las cuales uno puede conjeturar sobre la cantidad de nombres de personas influyentes que quedaron expuestos en El Cartapacio. La sombra de la hermandad ya era muy extensa por aquel entonces, ¿sí? Tiempo suficiente como para tomar conciencia del poder que tenía El Cartapacio e idear el asunto del mapa y las llaves como medida de seguridad y, por qué no decirlo, como muestra de vanidad. Cuarenta años dan para mucho.

—Cuando los cumpla te lo cuento.

Bujalesky compone una mueca complaciente.

—Pero hay algo más. La primera edición traducida de la Comedia en la Argentina viene firmada precisamente por Mitre, dedicado a esa labor en cuerpo y alma a lo largo de los últimos años de su vida, un tramo final en el que deduzco que elabora el asunto del mapa y las llaves. Para mí no existe ninguna duda, Minos era Mitre. Pero, insisto, las actividades delictivas de la Congregación arrancan con el mandato de Ciacco, su sucesor. Bartolomé Mitre es solo el padre de El Cartapacio. No digo que fuera un santo, que ya se encargó él de demostrarlo en la guerra de la Triple Alianza ayudando a los brasileños a exterminar paraguayos; no, quiero decir que desde su óptica era imposible que vislumbrara los efectos que ello iba a ocasionar en el futuro. No encontré ningún hecho delictivo durante su mandato que pudiera ensuciar su nombre más allá de lo que hoy llamamos tráfico de influencias y que en la época era algo inherente a la vida política.

Erika rehúsa debatir sobre el asunto, todavía tiene frescas las imágenes de Corteza de Roble sosteniendo a Sagitta para clavarle la daga en el estómago. Prefiere fijarse en los detalles decorativos de aquel espacio infernal. Se detiene en una amenazante estatua de dragón, de cuyas fauces cuelga la cadena de una lámpara.

—Los cóndores y los dragones —va señalando— representan los principios alquímicos, cuyos atributos tienen muchos puntos de encuentro con esa pureza y la perfección que tanto admira la masonería. Herencia de la tradición rosacrucista que adoptaron muchas logias. Mi hijo escribió una canción sobre eso: Manifiesto rosacruces. Debió de leer algunos de mis apuntes para inspirarse, porque la letra es… ¡Concretá, Buja!, ¡concretá! —se dice a sí mismo golpeándose la frente con la palma de la mano.

Se toma un respiro, pero se repone de inmediato. No quiere perder el hilo de la conversación y prosigue en el punto en el que lo ha dejado.

—Como te iba diciendo, es el siguiente portador de la túnica de Dante el encargado de llevar a cabo la obra de Minos, es decir, edificar esta maravilla y completar las Columnas de Hércules con el Palacio Salvo de Montevideo.

—De este, del Palacio Salvo, prácticamente no me has hablado. ¿Qué papel representa en todo esto?

—Es la columna que les faltaba para replicar la visión de Dante. Nada más. Su estructura recuerda al Barolo, sí, porque lo diseña el mismo arquitecto, pero no se ciñe a la Comedia como el nuestro. En mi humilde opinión, Palanti se limitó a cumplir con el contrato cuanto antes para mandarse a mudar a su país. Ni siquiera le llegaron a instalar el faro.

—Entendido.

—No quiero parecer uno de esos trapalones, pero permitime que vuelva al punto anterior, es importante. Justo a la llegada de Ciacco. Como te decía, es bajo su dirección cuando toman conciencia del poder político que tienen y la influencia económica que ejercen. Y deciden explotarlo a lo grande. Crea la figura de los arcángeles con el único propósito de proteger sus intereses atacando los de los demás y pasando así de ser una logia masónica a una verdadera organización criminal. Eso es obra de Ciacco.

—Ciacco —repite ella.

—Es sintomático que adopte este nombre. Ciacco es un personaje que aparece en el tercer círculo del infierno, en el que habitan los glotones, hostigados continuamente por Cerbero, el can de tres cabezas. Para Dante, glotones o golosos son los que se entregaron a los placeres para llevar una vida de satisfacción carnal plena. Dante lo reconoce y lo señala con gran desprecio, pero en ningún momento lo identifica y esto es lo extraño, porque la mayor parte de los personajes que cita Dante corresponden a personajes históricos. ¿Por qué elegir el nombre de Ciacco? Se puede interpretar como una forma de anunciar a sus hermanos la ruptura con los valores anteriores de la Logia de los Puros y, por ende, la necesidad de mantenerse en el anonimato más absoluto. Esta teoría viene apoyada por el hecho de que durante su mandato pasan a llamarse, no se precisa cuándo, la Congregación de los Hombres Puros.

—Y es quien ejecuta la idea de su predecesor.

—Tal cual, doctora.

—¿Y no es una contradicción hablar de ruptura con lo anterior y a la vez llevar a cabo el proyecto de Minos?

—Capaz que sí, pero estando aprobado por la Asamblea constituiría un comienzo muy mal visto por sus hermanos dar la espalda a un proyecto que hacía muy poco habían avalado los custodios. No te olvidés de eso, la Asamblea tiene demasiado peso y tengamos también presente que la ejecución del proyecto le servía a Ciacco para honrar a su, digamos, padre fundador de la logia. Su nombre quedaría por siempre ligado al de Dante Alighieri. De cualquier forma, tampoco merece la pena romperse el bocho con su identidad. Yo ya invertí mucho tiempo en especulaciones que no pude concretar. Seguramente pertenecía a una familia relacionada con la banca, pero lo único que sé con certeza es que su mandato se extiende hasta 1933 y que su testigo lo recoge Jasón, que llevó a la hermandad a alcanzar las cotas más altas de poder, un poder que han mantenido hasta nuestros días. Ya dejé atrás la fase de intentar reconstruir el pasado de la organización, porque los muros contra los que topé me hicieron concluir que las respuestas que buscamos están escritas en El Cartapacio. Por eso lo único que nos tiene que importar es encontrar la entrada del infierno y localizar la primera llave.

—¡No es posible! —escuchan vocear al pie de las escaleras—. ¡Buja! ¡¿Sos vos?! ¡¿De verdad que sos vos?!

Un hombre de avanzada edad pero de buena talla tiene que mantener el equilibrio apoyándose sobre la columna rematada en una lámpara con cuatro esferas al pie de una de las escaleras por las que se asciende al purgatorio.

Bujalesky va presto a su encuentro, visiblemente emocionado.

Parque Tres de Febrero

Buenos Aires (Argentina)

A Robert J. Michelson le encantaría saber qué decisión tomaría su padre si estuviera en esa situación, con la meta a la vista pero sin aire en los pulmones. No está realizando ningún progreso en la búsqueda de Bujalesky y las últimas noticias recibidas le han provocado una sensación de asfixia que le han forzado a buscar una zona verde en la que poder respirar primero y valorar después. El paseo por los bosques de Palermo ha conseguido aligerar su mente y, tras deleitarse el olfato en el rosedal, ha continuado caminando hacia ninguna parte.

Ahora tiene delante decenas de gansos correteando de un lado a otro como si alguna presencia invisible los estuviera acosando. Encuentra cierta analogía con su situación actual, de perseguidor a perseguido. Recuerda que cuando era niño le encantaba ir a cazar con su padre. Aprendió a disparar la Browning a los once años, pero no fue hasta los trece cuando logró cobrarse su primera pieza. Guardaba en la memoria la expresión orgullosa de su padre, como si se hubiera hecho un hombre en el preciso momento en el que abatió aquel pato. Parece una broma macabra. Toda una vida dedicada a cazar personas para terminar sintiéndose amenazado. ¿O puede que todo sea fruto de una mala interpretación por su parte? Alterado, busca un sitio para sentarse y encuentra un banco donde poder desmenuzar los hechos que conforman la realidad.

Lo primero que ha hecho en cuanto regresó de Misiones ha sido ir a esa dirección que le proporcionó Ramírez, pero el único habitante de la casa era un gato asustado y tampoco ha sacado nada de provecho del registro de la vivienda. Sin Miguel, ya no cuenta con el poder intimidatorio de los arcángeles y eso debilita su candidatura como Gran Maestre. En realidad le importa muy poco quién termine vistiendo la túnica de Dante ahora que se ha perdido la conexión con El Cartapacio. Tiene que buscar la forma de hacerse con él, pero sin la ayuda de Bujalesky no va a ser posible y en ese punto tan crítico no está consiguiendo ningún progreso. La única opción que le queda es ir al hospital en el que Ólafur Olafsson está detenido, lo que también conoce gracias a Ramírez, aunque no sabe muy bien qué va a conseguir con ello. Por otra parte, Caronte ha sido asesinado brutalmente en su propia casa y, por lo que ha podido averiguar exprimiendo al máximo a sus informadores, se especula con un posible homicidio por encargo. Un profesional. Con razón no conseguía contactar con él. Los muertos no contestan. No obstante, ha sido la última noticia la que le ha hecho juntar las piezas. Pluto le ha avisado de que Minotauro ha decidido presentar batalla en la disputa por la túnica de Dante y está buscando apoyos entre los miembros de la Asamblea. Al parecer, Pluto se ha ofrecido a organizar una reunión en su territorio —argumentándole que el único interés que le mueve es el de sostener su aparente imagen neutral con los opositores—. Al encuentro asistirán Anteo y Efialtes, lo cual no puede significar más que Minotauro se está quitando de encima posibles opositores y que ha contratado a algún arcángel para eliminar votos en contra. Y si está en lo cierto, él es, por fuerza, un objetivo prioritario. Tiene que conseguir protección, pero Jofiel ya tiene el encargo de proteger a los custodios sediciosos y ni Gabriel ni Samael han respondido a sus mensajes.

—Siempre actúan así.

Una señora que supera los setenta se ha sentado a su lado sin que Michelson se percatara.

—Disculpe, pero mi español es algo deficiente. ¿Cómo dice?

—Los gansos, me refiero a los gansos, ¿viste? Normalmente se comportan de la misma forma cuando se sienten amenazados.

Habla muy despacio, lo cual favorece la comprensión de Michelson, que se limita a sonreír con amabilidad.

—Primero estiran el cogote, luego agitan las alas con fuerza y emiten ese sonido tan…, tan varonil —define—. Aparentan coraje, pero, en realidad, están muertos de miedo.

Como él.

Sentirse seriamente amenazado por primera vez en su vida no le permite pensar con claridad. Tiene que empezar por estirar el cuello.

—Muchas gracias, señora —se despide.

Todavía no ha salido de los bosques de Palermo cuando se percata de que ha tenido la solución delante de los ojos pero la venda del miedo no le ha dejado verla.

Necesita aliados.

Michelson saca su móvil. Tiene que hacer dos llamadas. Primero a Ramírez y después a Thomas Lee, un galés que estaba a sus órdenes a lo largo de su etapa como director de la ISUF al que llamaban «Engrudo» por lo pegajoso que era en el desempeño de sus funciones: localización y seguimiento de personas.

Apenas ha invertido unos minutos en contarle una película para que curse la petición de geolocalización del teléfono desde el que Bujalesky llamó a Ramírez para que le ayudara a averiguar el estado de salud de Ólafur Olafsson.

—Calcula unas veinticuatro horas —le dice Engrudo.

—Discreción absoluta.

—Ese es mi lema.

—Te debo una.

—Unas cuantas.

—Lo sé —se despide.

Lo que no sabe, ni se imagina, es que Engrudo no tarda veinticuatro horas, sino veinticuatro segundos, en levantar el teléfono e informar a Connor Murphy.

Veinticuatro minutos después, suena el del inspector general Makila.

Palacio Barolo. Avenida de Mayo, 1370

Buenos Aires (Argentina)

Ambos han logrado retener las lágrimas durante los instantes en los que se han repartido abrazos, arrumacos varios y demás carantoñas.

Erika le adjudica unos sesenta años. De piel morena, sus ojos son dos esferas negras empequeñecidas por el tamaño de una nariz de corte aguileña. En sus facciones predomina la línea recta configurando un semblante sobrio, de sacerdote de ritual precolombino, expresión que ahora está un tanto desdibujada por la emoción del reencuentro. Es incluso algo más alto que Bujalesky, a pesar de que camina ligeramente encorvado y se apoya sobre un bastón.

—Este es Telmo, el amo del calabozo —le presenta. Bujalesky le ha puesto al día en el tiempo en el que ella ha salido a fumar un cigarro—. Ella es la doctora que te decía antes.

—Me ha hablado mucho de usted. Un placer —dice ella ofreciéndole la mano. La tiene suave y tersa como un pianista. A Erika le da la sensación de que le ha realizado un diagnóstico completo en menos de un segundo.

—Doctora, el placer es todo mío. Tutéeme, por favor. Si es amiga de Buja, considérese mi amiga.

—Mis amigos me conocían así —aclara el experto—. Y vos no te agrandés, viejo, ¡que le triplicás la edad a la dama! Y bueno, doctora, ¿hacia dónde querés continuar? ¿Bajamos al infierno o iniciamos la ascensión al purgatorio?

—Al infierno, por supuesto.

—Cuando volvamos a subir le contás bien la historia —dice refiriéndose a la estatua del cóndor que porta a Dante al paraíso y que domina el pasaje.

—Dale. Allá abajo hay muy poco que ver, pero yo se lo enseño con mucho gusto —advierte Telmo—. Busco las llaves arriba y en dos minutos estoy de nuevo con ustedes.

—Tiene un acento raro —observa ella.

—Porque el cultipicaño es un perro sarraceno. Debió de nacer en Turquía o por allá, pero se vino muy joven a la Argentina con su familia. Luego le preguntamos si querés y que nos confirme.

Erika se limita a sostener un gesto amable mientras el experto le vuelve a contar la amistad que cultivaron durante las muchas horas que pasaron juntos tratando de interpretar señales que jamás encontraron.

Telmo regresa exhibiendo un semblante cargado de ilusión.

—Y bueno…, ¿preparados para entrar en el infierno? —pregunta ufano el encargado.

Lo hacen por unas escaleras que no son de acceso público ni se muestran en las visitas guiadas. Telmo va delante encendiendo y apagando luces.

—Todos estos espacios fueron pensados para albergar lo que no es del interés de la gente, pero que, en realidad, son los órganos vitales. Calderas, cuadros de luz, depósitos…, es decir, los pulmones, el corazón, los intestinos… —define Telmo.

—Dijo el cirujano.

—Barolo había pensado quedarse con este espacio, ubicar acá sus almacenes textiles y sus oficinas, fuera del alcance de las miradas de curiosos.

—Ya me contó Buja lo de los ascensores privados.

—Y sí, Luis Barolo era muy reservado. Toda la estructura se concibió como un edificio inteligente y se autoabastecía de energía eléctrica, gas y agua a través de una usina propia que, lógicamente, fue sustituida hace décadas por otros sistemas más modernos.

—¡Dale, papá, mostranos lo que nos tenés que mostrar! —le apremia Bujalesky.

—El Tercero del Medio.

—¡El río Aqueronte, pedazo de boludo!

Telmo no esconde su sonrisa.

—Bajemos por acá.

Llegan a una habitación oscura en la que hay una placa metálica que el encargado retira sin apenas esfuerzo.

—El entubamiento está a unos seis metros de profundidad, pero no hace falta acercarse para oírlo. Debe de bajar con bastante agua por las últimas lluvias.

Cuando se hace el silencio se escucha el discurrir del agua.

—¿Hacia dónde va?

—En época colonial se conocía como arroyo Matorras y nacía en la intersección de Entrerríos con Independencia. Desde allí viajaba hacia el oeste y formaba una pequeña laguna donde ahora está la plaza Lorea.

—A dos cuadras de acá —aclara Bujalesky.

—A partir de ese punto hace un recorrido sinuoso pasando por este solar hacia la calle Talcahuano.

—Así como lo ves, este petisito forro de mierda es el responsable de que se inunde cada dos por tres el tercer sótano del teatro Colón.

—¡Pero contalo vos, pelotudo, ya que lo sabés mejor que yo! —le recrimina Telmo.

—Listo, ya chito el culo.

—Desde el Colón gira hacia la plaza Lavalle y luego sube hacia Paraguay y regresa por Córdoba y Maipú hasta la calle Florida y Tres Sargentos hasta desembocar en el Río de la Plata.

—Que vendría a ser el trazado del río Aqueronte que menciona Dante y que separa el anteinfierno, donde están los indolentes y pusilánimes, del limbo. Los que están en esa otra orilla persiguen estandartes mientras son atacados por avispas, abejas, gusanos y otros insectos que les succionan la sangre y las lágrimas. Son los que han elegido una vida carente de compromiso y valores individuales. Condenados por seguir a las masas.

—Esto te lo cuenta para justificarse por la obsesión que le agarró con el dichoso riachuelo —le susurra Telmo a Erika para que lo oiga Bujalesky.

—Es más que evidente que está relacionado —se defiende este—. Ahora bien, está todo entubado y, aunque revisamos concienzudamente el antiguo y el nuevo trazado, no encontramos nada. Ninguna señal. Nada.

—Puede que se trate de algo que simbolice un río —dispara Erika al aire.

—También lo pensamos, pero la inspiración nunca nos iluminó —reconoce Telmo—. ¿Qué tal si subimos a ver la Ascensión? Acá ya no queda nada por ver y quizá la extravagancia nos ayude…

Esperan a que el grupo de turistas se aleje para congregarse en torno a la estatua inspirada en la original que diseñó el propio Palanti. Forjada en dos tipos de bronce, de dos metros de ancho y metro y medio de altura, representa un cóndor que porta sobre sus alas el cuerpo inerte de Dante en su última etapa hacia el paraíso.

—Hermosa —califica Bujalesky—. La habré visto un millón de veces y siempre consigue emocionarme. Adelante —anima a Telmo.

—Se sabe que la original fue mandada construir en Trieste y que debía llegar antes de la inauguración del edificio, que se había previsto en septiembre de 1921, haciéndola coincidir con el sexto aniversario de la muerte de Dante. Se cargó en la bodega del Calabria, un buque que venía con muebles tallados a mano en Europa, algo muy habitual en la época dorada de nuestra ciudad, que competía con otras grandes urbes del continente por ser la más destacada. La caja estaba marcada con un distintivo de la Fede Santa para que fuera fácilmente identificable en el puerto de destino. Además, el propio Barolo se encargó de contratar a dos personas para que la custodiaran en todo momento. Sin embargo, cuando el barco arribó al puerto de Mar del Plata, la Ascensión ya no estaba. Luis Barolo enloqueció, porque estaba convencido de que la Logia de los Puros había logrado hacerse con las cenizas del poeta y viajaban en su interior.

—Figúrate: el empresario era un dantista reconocido y había invertido casi todo su capital en levantar un enorme mausoleo para Dante que estaba a punto de ser inaugurado sin las cenizas del poeta. Perdió completamente el norte —apostilla Bujalesky.

—Gastó mucho dinero en investigar el robo, pero lo cierto es que pasaron las semanas y los meses y la dichosa estatua no aparecía. A pesar de no cumplir con la fecha prevista, no dejó de buscarla hasta que se dio por vencido en junio de 1922, que decidió suicidarse ingiriendo, se dice, veneno para ratas. Lo extraño es que en los diarios de la época figura que el empresario Luis Barolo fue encontrado muerto en su casa tras sufrir un ataque cardíaco.

—Deduzco que no se investigó su muerte —interviene Erika.

—Deduces bien, doctora —confirma Telmo.

—Lo cual no deja de ser extraño, porque Buja me ha comentado antes que no existen pruebas fehacientes que indiquen que los restos de Dante pudieran haber llegado a Argentina. Lo mismo se suicidó por otros motivos, ¿no?

Bujalesky le hace un gesto a Telmo. Este asiente.

—Pruebas fehacientes no, pero sí tenemos algunos indicios… de peso —califica.

Erika se mantiene a la expectativa. Ahora es el dantista el que interviene.

—¿Recordás que te dije que lo realmente importante no lo guardaba en la casa de mis viejos?

Erika ya sabe adónde van a ir.