EL FINAL DEL CUENTO

Residencia de Pluto

Chicago (Estados Unidos)

Septiembre de 2013

Se mueve por la casa como una corriente de aire. Lleva las gafas de visión nocturna y el barrido térmico le ha indicado que no hay seres vivos en el interior. Solo le resta dar con el lugar propicio y para ello necesita ver la vivienda por dentro. El escáner de penetración estructural integrado en su equipo le generará un plano en tres dimensiones de la vivienda que hará visible lo invisible.

Gabriel sigue sorprendida por la sencillez con la que ha burlado los sistemas de seguridad. Contaba con los medios necesarios para desactivar detectores de movimiento por infrarrojos, sensores de presión, dispositivos disuasorios y otras medidas de prevención y protección, pero no ha requerido más que acceder al software de control de los lectores biométricos de un acceso lateral para entrar. Ni una sola de las once cámaras de seguridad que conforman el circuito cerrado estaba activa y la única explicación que ha encontrado es que los custodios creen que Jofiel es garantía suficiente.

Gabriel no puede saber ni se figura que ha sido el propietario quien lo ha desactivado para permitir la entrada a un equipo de la Interpol que se va a encargar de detener a sus hermanos custodios.

Ella conoce bien a Jofiel, el arcángel que representa el estaño, a pesar de que jamás lo ha visto en persona. Colombiano, de cuarenta y cuatro años, penúltimo arcángel incorporado a la Congregación. Asesino a sueldo desde los catorce, empezó a trabajar para el cártel de Medellín diezmando las filas de su rival de Cali. Sus logros llamaron la atención de Efialtes y le consta que pasó la formación con Damocles de modo brillante. Principalmente ha trabajado en el continente americano, pero también ha cumplido encargos en otras partes del planeta. Su mayor virtud es la de asumir riesgos en circunstancias adversas donde otros no lo harían, pues su cerebro procesa las situaciones extremas como cotidianas. Su fuerte son las armas cortas de fuego, la espada solo la usa para ajusticiar si el solicitante lo requiere.

Es un duro rival que ha elegido el bando equivocado y que tiene que eliminar. El reto la motiva.

Se sienta en el suelo y, mientras el escáner de penetración estructural va tejiendo el plano en la pantalla, Gabriel se entretiene realizando una regresión en el tiempo, justo al instante en el que fue capturada por los animales de dos patas.

Su semblante se endurece.

Emplearon varios días en trasladarla desde la reserva de Bujawe hasta la isla Malden. En aquella playa la liberaron y abandonaron a su suerte únicamente con un recipiente metálico que contenía agua en su interior. Durante la primera jornada recorrió aquella porción de tierra semidesértica en la que la poca vida que quedaba era la que había sobrevivido a las pruebas nucleares que llevaron a cabo los británicos en 1957. Necesitaba resguardarse de los perniciosos rayos solares, pero en los treinta y nueve kilómetros cuadrados de nada absoluta solo encontró un extraño conjunto megalítico donde protegerse. Lo primero que aprendió fue a adoptar con su cuerpo la forma de las sombras que proyectaban las piedras en el suelo y cuando caía la noche exploraba aquella jaula con barrotes de agua salada en busca de alimento: pequeños reptiles, insectos y huevos de aves migratorias que anidaban en la parte oriental. Cuando se le terminó el agua, Adla pensó que había llegado al final.

Pero se equivocaba: su vida acababa de empezar.

Residencia de Telmo

Barrio de Belgrano

Buenos Aires (Argentina)

Bujalesky acomoda como puede su incomodidad.

El dueño de la casa ha tenido la deferencia y amabilidad de retirar de la vista los objetos amarillos; no obstante, a través de la ventana se puede ver una valla publicitaria con un enorme sol amarillo por reclamo. Con el paso de los años o quizá por contagio con su amigo el dantista, Telmo ha desarrollado cierto rechazo a los espacios cerrados, por lo que no ha accedido a su petición de bajar la persiana.

El experto da un sorbo prolongado al mate, vierte más agua caliente del termo y se lo pasa a Erika.

—Buja, ahora que no nos escucha Telmo, te quería preguntar algo que me lleva zumbando un tiempo la cabeza —dice Erika bajando el tono—. Si Telmo ha sido tu amigo y confidente estos años, ¿por qué no le confiaste a él el pago de la residencia de tu madre y se lo encargaste a Ramírez, un tipo con el que guardas una relación menos estrecha y que vive a más de mil kilómetros de Buenos Aires?

—Este viejo choto, ahí donde lo ves, tiene una vida muy enquilombada. Es una institución en GEBA, el club al que vendió su alma. Por acá es algo habitual, pero a él la tradición le viene de muy atrás. No hace tanto que viajaba por todo el continente con sus pupilos y no podía comprometerlo con una carga así, y, por otra parte, tampoco quería que terminaran poniendo a mi vieja en la calle porque a este loco se le pasara hacer el pago, ¿entendés? Es raro —prosigue mirando en derredor—, solía tener muchas fotos por acá donde se lo ve en plena acción.

A Erika le costaba imaginarse a Telmo de corto, rematando de cabeza.

—Era un fenómeno. Luego le decimos que te muestre la sala de trofeos, pero ahora no, por favor, que se nos viene arriba y nos come la tarde.

Precisamente en ese momento se incorpora Telmo a la charla portando una bolsa de yerba mate.

—Ya estamos todos —anuncia Bujalesky con aire eufórico—. Voy a concretar al máximo, lo prometo. Y bue…, me comprometo a intentarlo, más bien —precisa antes de concederse un instante—. Como sabés, Dante nació en 1265 y fue bautizado en Florencia con el nombre de Durante di Alighiero degli Alighieri. Amó Florencia hasta el día de su muerte. Dante, al margen de brillante poeta, fue un hombre que se destacó en la vida política de la ciudad, llegando a ocupar uno de los seis sillones de magistrado de la ciudad. Son esos los años en los que se inicia en la masonería dentro de la mencionada Fede Santa. También se sabe que participó activamente en las luchas de poder entre güelfos y gibelinos y, tras imponerse su bando, que eran los güelfos, estos se dividieron en dos facciones: los blancos y los negros. Él pertenecía a los blancos, contrarios a la expansión del poder del papa Bonifacio VIII, facción que esta vez terminó siendo derrotada. Así, fue condenado a muerte luego de que se negara a retractarse en público de sus ideas políticas, pero con posterioridad le ofrecieron cambiar la horca por la prisión si juraba no regresar jamás a Florencia, y Dante eligió el exilio voluntario dejando en Florencia a su mujer y a sus tres hijos para evitar que le despojaran de sus posesiones. Esto te lo cuento solo para que sepas algo más de cómo era la persona, no como personaje. Vivió en varias localidades del norte de Italia, donde empezó a escribir el Infierno entre 1306 y 1307. Hizo algunos intentos por volver a Florencia hasta que le ofrecieron un puesto diplomático en Rávena, ciudad en la que se estableció definitivamente y donde terminó de escribir la Comedia cuando finalizaba el año 1320. Meses después, en una misión diplomática que tenía como objeto evitar que la ciudad Estado que representaba cayera en manos venecianas, contrajo malaria o paludismo, no se sabe con precisión, a la altura de Ferrara y murió días después en Rávena. ¿Hasta acá todo correcto? —pregunta más por darse otro respiro y tomar mate que por asegurarse de que Erika le sigue la explicación.

Ella hace un gesto afirmativo.

—Me alegro, porque es ahora que se viene el garrón. En un inicio fue enterrado en la iglesia San Pier Maggiore, hoy de San Francisco de Asís, en Rávena. Dos siglos después, en 1513, se produciría un cambio importante en el Vaticano con la elección de León X, hijo de Lorenzo de Médici, regente de Florencia. Este da la orden de trasladar los restos mortales del poeta a la ciudad que lo vio nacer, pero en Rávena los frailes franciscanos tenían otros planes. Practicaron un agujero en el féretro, extrajeron uno a uno sus huesos y los ocultaron, perdiéndose su pista ciento cincuenta años, hasta que el padre Antonio Santi revela dónde están los restos. Saltamos ahora hasta 1780, año en el que el cardenal Gonzaga manda levantar el templete de estilo neoclásico, tan indigno para la entidad de su ocupante, que, todavía hoy, se supone que alberga los restos de Dante.

Erika sonríe maliciosamente.

—Se supone, claro.

—Se supone porque en 1865, subrayo la fecha —enfatiza dibujando una línea muy recta en el aire—, para conmemorar el sexto centenario del nacimiento del sumo poeta, se encarga al escribano Saturnino Malagola…, memorizá este nombre —enfatiza levantando ambos índices—; del resto, si no te digo nada, olvidate. Pues eso, que a Malagola le encargan una certificación de los restos mortales. ¿Y por qué? Nadie lo sabe. El caso es que se aprovecha la coyuntura para separar parte de los restos, polvo, según se recoge en el documento que lo atestigua, con el propósito de pagar al escultor Enrico Pazzi, quien, años atrás, había recibido un encargo para realizar un busto de Dante que no le había sido retribuido.

—Vamos, que al escultor le pagan en cenizas —resume Erika.

—Eso es, como si los que hicieron el encargo, pertenecientes a la alta burguesía, tuvieran algún problema de guita.

—Y en 1865 Bartolomé Mitre ya era presidente de Argentina.

Bujalesky y Telmo se miran con complicidad y asienten.

—Bien visto, pero hay más.

—Seguí, seguí —le anima Telmo—, yo voy a cambiar la yerba, que el mate ya está muy lavado.

—Avanzo ahora hasta 1929. En ese año, uno de los sobres de Pazzi, que este había donado al director de la Biblioteca Nacional de Florencia, Desiderio Chilovi, forma parte de una exposición y, seis años después, cuando van a inventariar las existencias por el traslado de la biblioteca se percatan de que…

—Ha desaparecido.

¡Plufff! —escenifica Bujalesky.

—Es de coña.

—Puede parecerlo, pero te aseguro que todo lo que te estoy diciendo fue debidamente contrastado por este que te lo cuenta durante mi época como director del CONICET.

—Es cierto, doctora —corrobora Telmo—. Me robó la mañana completa de un sábado para demostrármelo. No cometás el mismo error que yo, che.

—Ni se me ocurre. Continúa, continúa —se apresura a decir Erika.

—Ya termino, pelotudos. Sí, eso es —enlaza—. Los restos vuelven a aparecer por arte de magia en 1999 cuando dos bibliotecarios que revisaban unos legajos antiguos encuentran el sobrecito con las micropartículas dantescas. Y así, de esta forma, Florencia consiguió tener parte de los restos de su hijo más universal.

—Es decir, que con tanto ir y venir, particiones y reparticiones, no puede descartarse que la Congregación de los Hombres Puros se hiciera con parte de los restos de Dante.

—No, no puede descartarse; de hecho, por los versos de Minos podría entenderse que sí tuvieron éxito. Ahora, la pregunta es: ¿nos importa? —lanza Bujalesky.

—Nos importa si de alguna forma nos ayuda a llegar hasta El Cartapacio y si, como parece, Minos, el presidente Mitre, podría estar involucrado en el asunto.

—Lo investigué, pero, como te dije, no encontré ninguna prueba.

—Ya nos gustaría —apostilla Telmo.

—Por ahora, solo es una hipótesis que puede relacionarse con la no menos misteriosa desaparición de la Ascensión, cuyo final Telmo no te contó.

—Alguien podría escribir una novela con todo esto —sugiere ella.

—¡Dale, Telmito, dale, que se nos escapa la tortuga!

—Finalmente, el edificio se inaugura sin la Ascensión y pasan los años sin que nada se sepa al respecto, hasta que en 1997 un investigador contratado por la Fundación Barolo la localiza en un jardín de una casa particular en Mar del Plata, en concreto en la calle Güemes, en manos de un coleccionista privado que asegura no conocer su procedencia. El administrador del Barolo y el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires tratan de comprársela, pero este se niega. Extraño. Años más tarde, cuando muere el hombre, vuelven a pujar con algo más de guita, pero la viuda ni siquiera les recibe. Poco después, alguien entra en su casa, mutila la estatua a la altura de los pies y se la lleva.

—Dos novelas.

—Esperá, esperá… —dice Bujalesky—, que recién llega lo mejor.

—En la base de la original se puede leer: «Glorificando gli eroi nostri di terra del mare, del cielo particolare del momento. Trieste 1919. M. Palanti SOTT. T.». La inscripción no es más que una bonita y elevada frase en consonancia con el filofascismo del autor.

—¿Palanti era fascista? —pregunta Erika.

Telmo se apresura a contestar.

—Sentía una gran admiración por el Duce, así es. De hecho, cuando concluye el Palacio Salvo y regresa a su país, le presenta a Mussolini varios proyectos, entre los que estaba la Mole Littoria, una monstruosidad de más de trescientos metros de altura que finalmente no llegó a concretar. Se conservan varias cartas de Palanti a Mussolini, pero es la última la que nos llama la atención. Le anuncia que decide renunciar a la arquitectura motivado por la no realización de ninguno de los proyectos que le ha presentado. Dicho y hecho. Se retira al campo y nunca más se supo del arquitecto. Pero lo importante es lo que sigue. Profesor —concluye cediendo la palabra a su amigo.

—«Trieste 1919». «SOTT. T.». Ahora volveré sobre la fecha, pero antes nos pararemos en estas letras. Acordate de que te dije que la doble «T» unida por la parte superior pertenecía a la tipografía templaria, ¿sí?

—El número pi.

—Tal cual. SOTT significa «Soberana Orden Templaria». Te refresco que la Fede Santa nace a raíz de la persecución de los templarios y, prácticamente, adopta los mismos ritos iniciáticos, aunque los simplifica al máximo.

—¿Y la «T» del final?

—Indica el rango del firmante dentro de la orden. Corresponde al de escudero, uno de los más bajos dentro del escalado templario. Digamos que es alguien iniciado que sirve a un caballero de rango más elevado. Ya sabemos que la Logia de los Puros sintetiza los rangos en cuatro: centinela, guardián, custodio y Gran Maestre. Pues bien, acá de lo que quiere dejar constancia Palanti, utilizando la antigua nomenclatura del Temple, es de que sirve a un miembro de la orden superior. ¿A quién? Al custodio encargado de ejecutar el proyecto de Minos. Y ahora: ¿por qué la fabrica en Trieste? Podría haberlo hecho perfectamente en Buenos Aires y ahorrándose no solo el traslado, sino el riesgo de pérdida o robo.

—A no ser que su fin principal fuera dar cobijo a algo más importante en su interior —deduce ella.

—¡Correctísimo! —apunta jubiloso Bujalesky—. Para lo cual, tendría que tener ese algo antes de la fundición. Recopilemos fechas para formular la hipótesis. En 1865 ordenan la certificación de los restos mortales ya certificados al escribano Saturnino Malagola y, sin saber muy bien por qué, extraen restos que no se especifican, pero podría tratarse de cenizas o polvo de Dante para pagar al escultor. Bartolomé Mitre ya era Minos y presidente de Argentina, ¿sí? Pero por muy Gran Maestre e inquilino de la Casa Rosada que fuera, no creo que los italianos le permitieran meter mano a los restos de Dante tan fácilmente. Necesitaba a alguien allí. Un hermano con mucha influencia política. Tanta o más que la que tenía Mitre al otro lado del Atlántico.

—No pienso tratar de adivinarlo —se adelanta Erika.

—Jamás lo lograrías. Estamos hablando ni más ni menos que de uno de los padres de la patria italiana: Giuseppe Garibaldi.

—Y así, señoras y señores…, ¡se completa la trilogía! —cierra Erika.

Residencia de Pluto

Chicago (Estados Unidos)

Un leve pitido le avisa de que la aplicación ha terminado de generar el plano, pero su cerebro no está procesando nada que provenga del exterior.

Sigue en la isla Malden.

Era un animal de dos patas diferente. No porque fuera pálido, ya había visto algunos de esos antes, era por su forma de comunicarse sin necesidad de hablar. Los primeros días se limitó a seguirle cumpliendo un principio básico: si hacía lo que él ordenaba, conseguía refugio, agua y comida; si no obedecía, se quemaba, pasaba hambre y sed. Pasado un tiempo, le desveló su nombre, Damocles, y el motivo por el que estaba allí: convertirla en un ser único con un único propósito. Y para ello, lo primero que le enseñó fue a superar las limitaciones de su cuerpo, a aceptar y entender sus imperfecciones para alcanzar la perfección. Comprendió que sus mayores ventajas partían de los defectos con los que había nacido. Si su piel era débil, la endurecía con lodo; si sus ojos no funcionaban con la luz solar, utilizaba el resto de facultades para llegar donde los sentidos no alcanzaban. Y solo cuando demostró a Damocles que había asimilado que su organismo era un bloque compacto bajo el control de la mente empezaron a tallarlo. Los entrenamientos comenzaban antes del amanecer y terminaban después del ocaso. Correr y nadar, lo único que cambiaban era la intensidad, la distancia y el peso que debía transportar. Siempre más. La jornada vespertina era para el combate cuerpo a cuerpo, su parte preferida. Durante los descansos le descubría la manera de comunicarse con él mediante las manos. Cuando él desaparecía bajo la tierra, ella dormía. Nunca se preguntó qué había allí abajo, porque le bastaba el mundo que abarcaba los treinta y nueve kilómetros cuadrados de la superficie.

Adla pasó del odio y el temor a la dependencia que infunde el respeto, un sentimiento que muy pronto se transformaría en admiración. En pocas semanas los progresos eran más que notables. Con los discípulos anteriores, Damocles tenía que romper para rehacer y, si no lo lograba, el candidato a arcángel dejaba de serlo y entregaba su fracasado cuerpo al océano. Muy en cambio, Adla ya venía hecha añicos, pura, sin corromper, y desde que la vio por primera vez supo que esa criatura de piel blanca y ojos rojizos sería su mejor obra. La moldeó a su imagen y semejanza pensando que algún día esa niña le sucedería. Se trataba de un procedimiento heredado y testado con éxito por sus predecesores, los vigilantes y protectores del Templo. La última fase de la formación en la isla incluía las armas siguiendo el orden evolutivo: piedras, palos, hachas, lanzas, arco, hasta llegar a las más modernas armas de fuego. Y finalmente, la espada. El arte más noble, el combate más justo, la muerte más digna. Y de todas ellas, Adla eligió la falcata, o quizá la falcata la eligió a ella, dado que su manejo era muy similar al del machete. Toda vez que Damocles dio por terminado el adiestramiento, desapareció y ella jamás volvió a verlo. Lo echó de menos como nunca había extrañado a nadie, pero había llegado el momento de llenar los espacios vacíos de su mente, la mente de Gabriel, el nuevo arcángel mayor de la hermandad. Una labor que no le correspondía a Damocles.

Le correspondía a Corteza de Roble.

Entonces, su mundo se amplió a los dominios subterráneos, donde las imperfecciones del Gran Maestre se tornaron en la expresión más pura de la perfección. Durante un período imposible de determinar completó su formación y, cuando regresó al exterior, eso que siempre había considerado su enemigo le pareció lo más hermoso que contemplaba en su vida: el sol.

Adla tenía dieciocho años y acababa de nacer.

Como en un parto sin dolor, Gabriel regresa al presente para descubrirse a sí misma frente al plano tridimensional de la vivienda de Pluto. Se concentra y no tarda en detectar dos espacios ocultos tras los muros que sí están visibles. Las reconoce al instante: burbujas blindadas. Así las denominan las empresas de seguridad que las instalan. Y blindadas están en su pretensión de parecer tecnológicamente evolucionadas respecto a las antiguas habitaciones del pánico: estructuras herméticas de piel de acero con un único acceso acorazado pensadas para protegerse de una amenaza exterior durante un tiempo dilatado. Todos los circuitos —agua, aire, calefacción, electricidad y telecomunicaciones— funcionan de manera independiente del resto de la vivienda y están controlados desde un panel instalado en la propia burbuja. Su equipamiento se completa con provisiones para varias semanas, un botiquín e incluso un coqueto arsenal de primeros auxilios.

Gabriel pone a trabajar otra aplicación en busca de la sempiterna vulnerabilidad de este tipo de sistemas: las comunicaciones. Ella no es hacker, pero los que diseñaron Teseus sí. Emplea unos minutos en rastrear señales de baja frecuencia hasta que localiza dos e inicia el proceso de desencriptación. Mientras el procesador de seis núcleos de su portátil obliga a Teseus a masticar algoritmos indescifrables, saltar firewalls infranqueables y atravesar wrappers intransitables, el arcángel se dirige sosegadamente a la burbuja que está en la planta baja adosada al otro lado del muro maestro de la sala de reuniones. Cuando llega, Teseus ya tiene el nombre de usuario y está emperrado en descifrar los cuatro dígitos que le quedan para violar la protección. Gabriel se entretiene examinando el revestimiento externo con el objeto de averiguar cuál de esas ranuras forma parte del acceso oculto, pero Teseus no le da tiempo a elucubrar. Con un sonido de correa metálica, el cuarto panel desaparece tras el tercero mostrando las vergüenzas de la burbuja.

Cuando termina de inspeccionarla, repite la operación con la que hay en la boardilla. Lo que encuentra allí no se lo esperaba, pero enseguida ata cabos. No existe otra posibilidad. Ahora lo comprende.

Eso lo cambia todo.

A mejor.

Residencia de Telmo

Barrio de Belgrano

Buenos Aires (Argentina)

Erika ha pedido permiso para fumar y Telmo, que hace años que no lo prueba, encuentra en el acto de resurrección de Bujalesky motivo más que suficiente como para prepararse un fernet con coca y aspirar un poco de nicotina.

—Es de dominio público que Garibaldi, influenciado por Mazzini, otro de los iconos del patriotismo italiano, ingresa en una sociedad secreta llamada La Joven Italia, un paraguas bajo el que se canjeaban argumentos subversivos por acciones violentas contra las autoridades. Garibaldi se destaca en esta última disciplina y termina participando en un levantamiento fallido en su Piamonte natal por el que es sentenciado a muerte. Logra escapar vía Niza para recalar primero en Brasil y posteriormente en tierras rioplatenses, llevando consigo sus ideas revolucionarias y libertarias.

—Y su patente de corso —añade Telmo.

—Cierto. Garibaldi arrastra una historia negra vinculada a la violencia de sus conquistas y a prácticas esclavistas en la que, sin que sirva de precedente, no voy a profundizar. En 1841 alcanza el grado de Venerable Maestre de la logia Les Amis de la Patrie, sección uruguaya, vinculada con la Gran Logia de Oriente francesa y hasta 1848, que regresa a Italia para combatir por la unificación, se le conocen nutridos contactos con otras hermandades del continente. Sirva como ilustración el hecho de que, terminada su labor en Italia, le llega un ofrecimiento de Abraham Lincoln para combatir a su lado.

—¿Lincoln también era masón?

—No hay documentos que lo prueben, pero sí se sabe que se supo rodear de masones como… ¡No me distraigas más, que me pierdo, che!

Ahora es Erika la que se ríe. Es la primera vez que lo hace en mucho tiempo. Bujalesky disfruta del momento.

—Es de suponer que Garibaldi recalara en la Gran Logia de los Puros en ese período.

—¿Es de suponer? —cuestiona Erika.

—Me expreso así cuando no tengo en mi poder pruebas que lo certifiquen, doctora. De otra forma diría: «Garibaldi recala en la Gran Logia de los Puros en…» fecha concreta. Sin embargo, hay otras evidencias que me hacen suponer este hecho. En 1837, el afán libertario de Garibaldi…

—Entiéndase afán corsario —insiste Telmo.

—Telmito, me voy a recagar en tu alma si me volvés a interrumpir una vez más.

Este escenifica el cierre de una cremallera sobre los labios.

—Gracias. En 1837, el afán libertario de Garibaldi le trae hasta la provincia de Entre Ríos, al norte de Argentina. Ahí mantiene un enfrentamiento naval con tropas gubernamentales en el que recibe un balazo en el cuello que lo deja herido de muerte. En la huida tiene la fortuna de toparse con Jacinto Andreu, un rico comerciante catalán que se había llenado los bolsillos en Latinoamérica. El hecho está recogido en la bibliografía de Amaro Villanueva.

Bujalesky le hace una señal con la mano a Telmo y este le larga varios papeles.

—Son copias del expediente que me facilitó Flegias. Leo textualmente: «Garibaldi expresábase con dificultad, mas, así y todo, conversó con el señor Andreu, quien, masón como era, al reconocer en el herido a un hermano, le instó a que se dejara trasladar a Gualeguay, donde lo alojaría en su casa y lo cuidaría convenientemente». Ahí consigue que lo opere el médico personal del gobernador y lo hospeda en su propia casa durante seis meses, hasta que recupera la salud. Le salva la vida. Muy pocos conocen este suceso, a pesar de estar recogido en los libros de historia. Si no llega a ser por Jacinto Andreu, el Risorgimento habría muerto antes de empezar.

Bujalesky pasa la hoja y se la muestra a Erika.

—Acta de la Asamblea del 14 de septiembre de 1860 mediante la cual se deja constancia del nombramiento de Minos como Gran Maestre de la Gran Logia de los Puros. El 14 de septiembre: fecha de la muerte de Dante. Obvio que no es una mera coincidencia, como tampoco lo es el año, el mismo en el que asume públicamente el trigésimo tercer grado del Gran Templo de la Masonería Argentina. Enseñar para tapar. Prestidigitación.

—Concretá, Buji, por lo que más querás. Concretá —le ruega Telmo juntando las palmas en actitud orante y moviéndolas a la altura del pecho.

—¡Cerrá el orto, che! Como ves —se vuelve hacia Erika—, debajo de los nombres reales de los custodios, aparecen iniciales. Mirá debajo de Caronte.

—J. A.

—Jacinto Andreu. Este otro, de cinco años después, es el de la aprobación del proyecto de El Cartapacio. Si te fijás en las iniciales, solo hay un cambio de custodio, pero Caronte sigue siendo Jacinto Andreu. Telmo, por favor, el poema de Rubén Darío.

—Vale, vale, me doy por convencida.

—Jodete. Ahora tenés que escuchar —le dice sin elevar el tono.

Jamás se viera una lealtad mayor

que la del león italiano

al amigo de América que amó en fraterno amor.

De Garibaldi y Mitre las dos diestras hermanas

sembraron la simiente de encinas italianas

y argentinas que hoy llenan la simiente de rumor.

Lo recita con poco virtuosismo.

—«De Garibaldi y Mitre las dos diestras hermanas» —repite—. Rubén Darío, que también era masón y recontra masón, pero esta te la ahorro, honra a sus hermanos en su libro de poemas Canto a la Argentina, concretamente en esta, que titula Oda a Mitre.

—Mis disculpas, profesor —dice Erika con sorna.

—Disculpas aceptadas, doctora —confirma en el mismo tono—. La cosa pudo suceder así. Bartolomé Mitre necesitaba la influencia política de Garibaldi y, a través de Andreu, custodio de la hermandad, convence al italiano, recordándole que le salvó la vida, para tener acceso a los restos de Dante. Favor por favor, práctica habitual entre los hermanos masones. No se hallaron actas ni documentos que informen de la presencia de Garibaldi u otras personalidades en el mencionado e innecesario acto de certificación de los restos mortales escenificado por Saturnino Malagola; quizá ni siquiera acudiera, toda vez que había logrado su propósito, pero creo, creemos —rectifica mirando a Telmo—, que es en ese preciso momento cuando la Gran Logia de los Puros se hace con las cenizas de Dante. En reconocimiento a esta labor, el propio Bartolomé Mitre acude, no se sabe en calidad de qué teniendo en cuenta que ya estaba retirado de la política —valora con acritud—, a la inauguración de una estatua ecuestre en honor al caudillo italiano que todavía hoy campea el horizonte desde el epicentro de la plaza de Italia.

Telmo toma la palabra.

—Y no olvides que, en esos años, Mitre también se encarga de repatriar desde Chile los restos mortales de otro compañero masón, de nombre Juan Gualberto Gregorio de Las Heras, para que reposen junto a la cripta de José de San Martín en la Catedral Metropolitana.

Erika eleva las cejas, desconcertada.

—Aún no sabemos muy bien el motivo, pero pensamos que ambos hechos pueden estar relacionados —aclara Bujalesky; o lo intenta—. Bueno, el asunto es que, en la inauguración de la estatua de Garibaldi, Bartolomé Mitre cita las naciones que tienen que agradecer la prolija labor del italiano: «El Brasil como soldado de su democracia; la República del Uruguay como su defensor; los argentinos como combatiente contra su tiranía, en su tierra y en sus aguas». Lo cual prueba su mutua admiración y le sirve de reconocimiento póstumo hacia su hermano. Favor por favor.

—Muy bien —zanja Erika—. Dando por aceptado que sucediera como lo cuentas, podríamos pensar que la estatua de Palanti contenía los restos de Dante, pero, como desapareció antes de la inauguración, no lo podemos saber con certeza. ¿Es así?

—Tal cual.

Erika le da el último sorbo al mate.

—Fenomenal. Hemos recorrido todo el laberinto para llegar a otro callejón sin salida.

—Y bueno…, queremos pensar que las cenizas y El Cartapacio son dos calles que confluyen en la misma plaza —aporta el encargado del Barolo—. Solo hay que encontrar una señal que nos permita recorrer una.

—Así de sencillo —objeta Erika con sorna—. Por una parte, la pista de la estatua se perdió para siempre en el momento en el que algún vándalo la serró por la mitad y se la llevó; y por otra, lleváis años tratando de encontrar la supuesta entrada al infierno sin éxito. ¿En serio pensabais que contándome toda esta historia yo os iba a servir de ayuda?

—Ponele —confirmó Telmo.

—Para mí es más que suficiente por hoy —dictamina ella.

—Espera, ¿no querés ver la sala de trofeos de Telmito?

—Dejá que descanse un poco —interviene el aludido.

—Otro día —se zafa ella—. Quiero pasar por el hospital a ver a Ólafur y luego trataré de airearme, a ver si soy capaz de procesar toda esta información que revolotea en mi cabeza. Si no te veo en el hotel durante el desayuno, nos encontramos en el Barolo, al pie de la Ascensión.

—Vos podés pecar lo que quieras, que mañana ascenderemos juntos al purgatorio para que te libres de toda culpa.

Erika se despide forzando una mueca amable y enfila el pasillo. Sus pupilas recogen una imagen que cree reconocer, pero su cuerpo impone su criterio y sale de la casa. En cuanto cierra la puerta, nota que le falta el aire y, aunque inspira profundamente, no puede evitar que le sobrevenga un vahído. Se sienta en las escaleras e intenta sosegarse antes de liar un cigarro.

«Vamos, Erika, no te derrumbes ahora. Sabías a lo que venías, ¿no? Tienes que poder con todo esto. Sé positiva, Ólafur saldrá adelante. ¡Claro que sí!».

La nicotina cumple con su efecto lenitivo. Se siente mejor. Segundos después escucha los primeros acordes del ukelele a través de la puerta de Telmo. El ritmo, vivo y enérgico, la invita a permanecer escuchando. Utiliza la cuenca de la mano como cenicero.

Quienes cuentan el cuento llevan careta.

Barrigas hinchadas, pechos henchidos.

Uñas muy limpias para bajarse la bragueta.

Se escuchan más sus voces que tus ladridos.

Madrigueras de sangre y diamantes.

Como hobby asesinan cantantes.

El mundo gira para que todo siga igual.

Los capítulos se repiten.

Quienes viven del cuento llevan corbata.

Sillones de cuero para las reuniones.

Perfume de domingo contra el olor a rata.

Tu barrio vale menos que sus comuniones.

Si van a tocarte, se ponen los guantes.

Dejan el cargo con más plata que antes.

El final del cuento siempre acaba mal.

¡No se me agiten!

El mundo gira para que todo siga igual.

Los capítulos se repiten.

El final del cuento siempre acaba mal.

¡No se me agiten!

El mundo gira para que todo siga igual.

Los capítulos se repiten.

El final del cuento siempre acaba mal.

El cuento siempre acaba mal.

Siempre acaba mal.

Acaba mal.

Mal.

El final del cuento siempre acaba mal.

El cuento siempre acaba mal.

Siempre acaba mal.

Acaba mal.

Mal.